Capítulo
3
El
Testigo
El sitio en que Trysa y sus
subordinados solían reunirse estaba lejos de compartir algo del glamour del
resto del edificio. Era un lugar oscuro, alumbrado por tenues luces de neón,
destinadas a mantener la mínima visibilidad necesaria para que un humano
pudiera desenvolverse en él.
-A
uno de mis chicos no le gustan las luces. – explicó ella, cuando le pregunté el
por qué de tal ambientación. No tardé en descubrir de quién se trataba.
Allí, a algunos metros de
distancia, varios individuos se encontraban reunidos, esperando a su líder. La
palabra “individuos” es la más acertada que puedo encontrar para definirlos,
siendo que sus naturalezas estaban lejos de ser humanas.
Dos eran semejantes a un humano,
pero a su vez, claramente diferentes de uno. Y el tercero era muy distinto a
cualquier ser vivo que hubiese visto antes. Una gran y amorfa masa de carne grisácea,
con numerosos tentáculos brotando de ella, y con innumerables ojos dispersos
por todo su cuerpo. En su parte superior, era distinguible una gran boca de
forma circular, en torno a la cual eran visibles una gran cantidad de dientes
afilados como agujas, listos para destrozar al desagraciado que osara
enfrentársele. No pude estar más sorprendido cuando, de aquellas fauces
alienígenas, brotaron algo más que babas.
-Ya
se tardaba, excelencia. – dijo la criatura, con una voz profunda, gutural, a la
vez que extrañamente melódica - ¿Y quién es el que nos trae?
-Creí
que cuatro éramos suficientes. – intervino otra. Era de escasa estatura, delgada
y de piel pálida, con dos grandes ojos negros coronando una cabeza lampiña y
desproporcionada.
-También
yo. – se sinceró Trysa – Pero Joann no está de acuerdo.
-¿Y
tiene algún tipo de don especial? Los humanos son la criatura más aburrida que
conozco. – hizo lo propio una tercera entidad, que tenía tal vez la apariencia
más extraña de todas. Una figura humanoide sin rostro, cuya piel era capaz de
reflejar la luz a su alrededor, y que caía de tal modo en el valle inquietante
que no podía dejar de incomodarme por su presencia.
-No
que yo sepa. Pero confío en el criterio de mi madre. – replicó Trysa. – En fin,
Emker, ellos son mis trabajadores. El grandulón se llama Karn – dijo, señalando
a la masa de carne tentaculada, a la que no podía dejar de mirar, para su
evidente incomodidad -. La rana es Yxa, y el “sin cara” es Zerr.
-¿”Rana”?
– se quejó Yxa – Soy un sínico, no una rana.
-Como
digas, Pepe. – fue la burlona respuesta de Trysa. Era evidente que se conocían
desde hacía ya el suficiente tiempo para tenerse cierta confianza.
-Seré
sincero con usted: no creo que este muchacho sobreviva aquí durante mucho
tiempo. Se nota a simple vista que no ha hecho mucho uso de sus músculos a lo
largo de su vida. – intervino Karn, provocando que me sintiera ligeramente ofendido.
-Tampoco
entiendo demasiado la lógica de mi madre. Pero no estoy en posición de
contradecirla.
-Mala
señal… - susurró él.
Con tal recepción, no podía evitar
sentirme un intruso. Y si no hubiese sido por falta de alternativas, no hubiese
tardado en irme de allí. Pero esa, evidentemente, no era una opción.
-En
fin. – habló la chica, dirigiéndose a mí – Nuestro trabajo es reunir, para mi
madre, objetos con lo que ella denomina “propiedades anómalas”. En una palabra,
mágicos, o algo así.
-Hummmmm…
entiendo. – repliqué.
-Y
esta mañana, ella me habló de un nuevo artefacto que quería en su colección.
En lo que se explicaba, sacó de su
bolsillo una pieza de papel amarillenta, que colocó sobre una pequeña mesa a un
lado de nosotros. La desdobló, y pronto quedó revelada la imagen, en blanco y
negro, de un cilindro de color oscuro y agujereado, de cuyos orificios parecía
emanar algún tipo de luz.
-Esta
cosa es…
-El
Testigo… – la interrumpí. No podía creer lo que había frente a mis ojos. Había leído
sobre este artefacto en su tiempo, y la manera en que había desaparecido de la
faz de la Tierra, sin dejar rastro.
-¿El
qué?
-Es
un antiguo talismán, o algo así. Dicen que fue entregado a los faraones egipcios
por una deidad de piel oscura, hace ya cinco mil años, y que en él se encuentra
concentrado el conocimiento de los Señores del Tiempo.
-¿Qué
es un faraón? – me interrogó Yxa, devolviéndome inmediatamente a la realidad.
No estaba en mi mundo, y sin duda debía seguir las órdenes de Conly de no revelar
lo que se suponía era el gran secreto de los Vigilantes.
-Oh,
olvídenlo. Vengo de… un lugar lejano. Muy lejano.
-¿Ah
sí? – continuó la criatura - ¿Y qué se supone que puede hacer esta cosa?
-Mostrarnos
el pasado, el presente y el futuro, de nuestro universo, y tal vez, también el
de otros. Los que lo construyeron eran ridículamente sabios. Más de lo que
siquiera podemos imaginar.
-Momento,
¿quiénes son esos tales “Señores del Tiempo”? – preguntó, por fin, Trysa, obligándome
a explicarme con más detalle.
-De
donde vengo, hay sabios que narran que, hace miles de años, existió una deidad
llamada Asherah. Ella enfrentó al Caos y lo contuvo en algún punto del cielo,
donde no pudiera hacer más daño, y luego creó el universo.
Sin
embargo, antes de ser capturado, el Caos tuvo un hijo, que pudo escapar a su cautiverio
e, imitando el acto creativo de Dios, originar a multitud de… razas, a las que
enseñó lo que sabía sobre el cosmos, sólo para abandonarlas tiempo después, y
nunca más manifestarse ante ellas.
Una
de estas razas eran los que luego serían los Señores del Tiempo. Criaturas de
una inteligencia y tecnología más allá de nuestra imaginación, con la que
fueron capaces de trascender el espacio y el tiempo como nosotros lo
entendemos, y que desde entonces viajan de un lado a otro del universo,
acumulando conocimientos sobre las diferentes culturas que en él habitan, e
influyendo en su desarrollo.
A
muchos de ellos, nosotros los conocemos como “dioses”, y se han manifestado
ante algunos pueblos, haciendo gala de una tecnología que, para nosotros, sólo
puede parecer magia.
El
Testigo es una de esas tecnologías. Un artefacto capaz de brindar a su portador
un profundo conocimiento de los secretos de todos los tiempos y regiones del
cosmos, y que puede, además, ayudarlo a cambiar lo que el destino tiene
preparado para él.
-Con
eso, mi madre podría sacar una gran ventaja de cara a otras facciones, ¿no es
así? – intervino Trysa.
-Supongo,
pero hay que ser cuidadosos con él. El conocimiento que ofrece puede estar más
allá de lo que nos convenga saber.
-Entiendo.
Entonces, tenemos que irnos. – ordenó ella – Sé que un idiota va a intentar
venderlo en el mercado regional en tres horas, así que será mejor no perder
tiempo.
-Bien.
Pero hay algo importante que deben saber antes: esa cosa puede interferir con nuestros
procesos mentales. Así que, por nada del mundo, lo toquen sin usar guantes, ¿de
acuerdo?
-Vaya,
creo que sí vas a sernos útil después de todo. – me halagó la chica – Así que,
andando.
Un par de horas más tarde, nos
encontrábamos recorriendo los pasillos de tierra que dejaban libres las
distintas tiendas de campaña de los comerciantes. El lugar era grande, más de
lo que el lector podría imaginar, y los modos de los comerciantes eran muy
distintos de lo que podría haber supuesto.
El dinero era, en realidad, un
aspecto más en sus intercambios. Los negociantes ofrecían favores, influencias
o protecciones además de él, a cambio de los distintos productos que se
ofrecían, cosa que me llamó grandemente la atención. Evidentemente, estas eran
las consecuencias de un mundo en que lo más cercano a un Estado eran aquellos seres,
de apariencia similar a la de un humano, que parecían vigilar a los mercaderes.
Eran altos, de piel pálida y sin
pelo, ni cejas. Sin embargo, su aspecto más distintivo eran los impecables
trajes y sombreros negros que portaban en todo momento.
Me quedé viendo a uno durante el
suficiente tiempo para que se percatara de mi presencia. Lo miré, y él me miró
de vuelta, durante varios segundos, hasta que Trysa me tomó del brazo, arrastrándome
fuera de su campo visual.
-No
quieres problemas con él, créeme. – me dijo.
Cuando por fin llegamos a
destino, el vendedor era una criatura regordeta y enana, de un rostro similar
al de una tortuga, y piel de lagarto. En breves segundos, Trysa comenzó a
negociar con él.
-Iré
directo al grano: vengo en busca de esta cosa. – le dijo, mostrándole la
fotografía que de ella había podido conseguir.
El mercader no tardó en reconocer
el objeto, y confirmar que estaba en su posesión.
-Serán
quinientos dirhams. – habló él, sacando de debajo del mostrador una caja de
madera y cristal, en la que era visible, más brillante de lo que podría haber
supuesto, el Testigo. Ella, por su parte, con firmeza y astucia, procedió a
regatear con él, como sabría hacerlo la hija adoptiva de cualquier empresario.
Fue entonces, mirándolos, que me
percaté de cómo, de un momento a otro, tres sombras, alargadas y amenazantes, se
volvían visibles sobre nosotros.
-Parece
que tenemos compañía. – dijo Karn, quien por su naturaleza pluriocular tenía
acceso, en todo momento, a cada una de las direcciones en torno a su cuerpo.
Los demás nos volteamos, y los
vimos. Eran tres de esos hombres de negro, con rostro pétreo y la amenazante
amabilidad de una máquina, que nos veían, erguidos e imponentes.
-Tienen
que venir con nosotros. – habló el del centro. Su voz era suave y mecánica,
casi robótica, y tan fría que resultaba escalofriante – Confiscaremos su compra,
señorita.
-Entiendo,
oficial… - dijo ella, en lo que le ofrecía el objeto a la criatura. Pero no
esperaba lo que ocurriría a continuación.
En lo que él extendía la mano
para tomarlo, ella sacó una daga de sus bolsillos, y lesionó la mano de la
criatura. La cosa no gritó, pero se distrajo lo suficiente para que Karn pudiera
emplear sus tentáculos para derribarla junto a sus compañeros, y pronto nos
encontrábamos corriendo por las calles del lugar, dirigiéndonos hacia la salida.
En lo que corría, me volteé, y
vi como los tres seres se levantaban y, sin apenas inmutarse, comenzaban a
correr hacia nosotros con una velocidad y gracia sorprendentes. La herida del
que Trysa había lesionado apenas sangraba, y lo que manaba de ella era un
líquido amarillento, muy poco parecido a lo que recorrería las venas de un
humano.
Cuando finalmente me giré hacia
adelante, me percaté de que varios más de esos individuos se habían congregado
en la puerta del mercado, cortándonos el paso. Karn se detuvo en seco, lanzando
un rugido que asustaría a Lucifer misma, pero que a ellos no parecía
provocarles la menor incomodidad.
Uno de ellos sacó de su bolsillo
un objeto cilíndrico que, escasos segundos después, emitió una potente luz
blanca que provocó que Karn chillara, intentando en vano cubrir sus ojos con
sus numerosos tentáculos. Ahora las disposiciones de Trysa tenían sentido.
Fue entonces que, una vez más,
escuché aquella voz en lo profundo de mi cerebro. Aneu se manifestaba de nuevo
para echarnos una mano. “Que el Amante los reprenda”, lo escuché decir. “¿Qué?”,
pensé. “Sólo dilo”.
-¡Qué
el Amante los reprenda! – les grité, sin entender muy bien por qué.
De inmediato, su inusitado estoicismo
pareció desvanecerse, y sus rostros, hasta entonces tranquilos hasta lo
aterrador, se deformaron en una mueca de rabia como nunca la había visto, en lo
que estallaban en lo que, creo, eran insultos blasfemos en una lengua que nunca
había escuchado, y se alejaban, como espantados, del sitio.
No tardamos en aprovechar la
ocasión para hacer lo propio, y corrimos de vuelta al vehículo que nos esperaba
a una cuadra y media. Pero, como podrá suponer el lector, siempre hay un pero…
y esta vez, no fue mi culpa.
Trysa, que llevaba el paquete en
sus manos, tropezó en el camino y cayó al piso, donde el cristal de la caja se rompió
en mil pedazos. Y contra todas mis advertencias, tomó el objeto en su interior
con sus manos desnudas.
Y entonces… el silencio. Se quedó
completamente tiesa en el suelo, en lo que nuestros perseguidores volvían a ir
contra nosotros, tras el susto inicial.
-¡Trysa,
tenemos que irnos! – dijo Yxa, en lo que, con sus manos cubiertas con guantes,
le arrancaba de los dedos el objeto a su jefa, haciéndola salir del trance y,
por fin, levantarse y correr hacia la camioneta.
Por muy poco, logramos escapar, y
el conductor fue lo suficientemente habilidoso para perderlos escasas calles
después.
-¿Quiénes
eran ellos? – pregunté.
-Los
Vigilantes. – replicó Zerr, el alienígena sin rostro – Creí que los había en
toda la ciudad.
-¿Y
por qué querían esa cosa? – insistí.
-¿Y
yo cómo lo voy a saber?
Trysa, se limitaba a mirar por
la ventana, visiblemente perturbada. Cuando le preguntamos si estaba bien, se
limitó a sacudir la cabeza.
-Sí,
es sólo que… vi algo cuando agarré esa cosa.
-¿De
qué se trata? – insistí.
-Olvídenlo.
– fue su respuesta. Yxa no se resignó.
-Con
todo respeto, creo que deberías decirnos qué pasó.
-¿Y
quién eres tú para preguntar? – le recriminó Trysa, extrañamente molesta.
-Uno
de los que casi es atrapado por lo que te pasó, señorita. – contestó. Era sorprendente
que este ser tuviera el atrevimiento de hablar con la chica como si fuera su
igual, pese a que sus rangos eran muy diferentes. Evidentemente, estas
criaturas tenían una relación que trascendía lo profesional.
Trysa no respondió, y pese a su
insistencia, guardó silencio el resto del viaje.
Fuese lo que fuese que el
Testigo había tenido a bien mostrarle en los breves instantes en que su piel
entró en contacto con él, era lo bastante perturbador para que prefiriera reservárselo,
al menos por el momento.
Yo tampoco estaba satisfecho. “Si
voy a caer en manos de esas cosas, quiero saber al menos de quién es la culpa”,
dije para mis adentros. Pero era obvio que a la respuesta no la tendría sino
hasta después.