domingo, 12 de octubre de 2025

Milei y el 12 de Octubre

 Con motivo de la atrocidad histórica, política, cultural y ética que el día de ayer el gobierno de Javier Milei posteó en las redes de la Casa Rosada, con ocasión de la rememoración del (para los europeos) descubrimiento de América el 12 de Octubre de 1492, la compañera Luisa me persuadió de que escribiera esta - espero - breve reflexión. 

Asumo que la mayoría sabe bien de qué estoy hablando. Pero para el que haya recibido del destino la bendición de no ver esa barbaridad, abro mi ponencia resumiendo los hechos. El día de ayer, quien sea que se esté encargando de la cuenta de Twitter de nuestra herida casa de gobierno nacional, decidió publicar un video con "comentarios" muy favorables acerca de Cristóbal Colón y la empresa que lo llevó al primer contacto entre las civilizaciones americanas y los imperios de la Europa del siglo XVI. 

Esto, por supuesto, no tiene nada de escandaloso. Algunos podrían quejarse - y no sin buenos argumentos - de que se reivindique a un señor que fue apartado de su cargo por nada menos que Isabel la Católica por el trato que daba a los pueblos originarios. Pero Colón sigue siendo una figura histórica de enorme importancia, y no podemos pretender que no existió, o que no hizo algo valioso para la humanidad, aunque sólo fuera en su afán por hacerse rico. 

El problema es el cómo decidieron hacerlo. En el video en cuestión, se habla sobre cómo la conquista de América inauguró una "era de civilización y progreso" en el continente. Se trata a los pueblos originarios(o al menos, a algunos de ellos) de "bárbaros" y "salvajes", y se celebra el triunfo contra sus modos de vida. 

Si algún lector, que no sabía todo esto, no me cree, no lo culpo. La situación parece sacada de un capítulo de South Park o de Padre de Familia. Uno se siente tentado a pensar que se trata de una broma de mal gusto pagada con nuestros impuestos. Eso, puede argumentarse, sería menos terrible que el que realmente piensen así, y se lo digan con tanta liberalidad al país y al mundo. 

Pero lamento informar que, probablemente, esta gente cree en cada palabra que aparece en este video. Y lo sé por una muy sencilla razón: nací en la década de los 2000, y era un adolescente con redes sociales en el momento en que esta clase de ideas y figuras comenzaron a ganar importancia. 

No voy a aburrirlos con una autobiografía intelectual, pero en resumen, sí: mucha gente cree lo mismo, y son cada vez más. Y he aquí el giro argumental de este artículo: tengo mucho en común intelectualmente hablando con esa gente. El problema es la manera de enfocarlo, que me hace pensar que estos individuos han entendido la doctrina que originó el famoso "Día de la Raza" de una forma patéticamente simplista, y la han distorsionado hasta lo grotesco. 

Esta doctrina es llamada "hispanismo". Su eje central es la idea de que, con el descubrimiento de América, se produjo un proceso de fusión cultural entre las culturas del mundo precolombino y los pueblos de la Península Ibérica que llevó al surgimiento de una nueva cultura. Ramiro de Maeztu, una de las principales figuras de esta doctrina, llamaba a esta cultura "hispanidad". Y lo que es más interesante, la definía como una "raza". 

Pero he aquí el malentendido más habitual: la "raza" hispánica no es una categoría biológica. No tiene nada que ver con que uno sea marrón, negro o blanco. Se refiere a una comunidad espiritual, con un lenguaje propio, una cierta manera de entender la vida y una tradición común, que une lo originario con lo ibérico, y que provee así de un destino común. 

Uno puede estar de acuerdo con esta idea o no. Pero es importante tenerla en mente a la hora de comprender por qué, a lo largo de décadas, se nombró al 12 de Octubre como "día de la raza". No es el día de la raza blanca, de la originaria o de la negra. Es el día de la raza "hispanoamericana", que es todas las anteriores, y si uno es de mente abierta, también árabe, asiática, eslava o germánica.

Porque este es el centro de mi exposición, y lo que quisiera que el oyente se lleve a casa el día de hoy: no es propio ni de la argentinidad, ni de la latinoamericanidad, el ver a los demás habitantes de nuestro territorio como un "otro" cuya cultura no vale para nada. 

Sir Roger Scruton, filósofo conservador inglés, hacía una crítica constructiva al multiculturalismo que hoy puede, irónicamente, aplicarse a los que, en nombre del conservadurismo, se llenan la boca hablando de "libertad" y "valores occidentales": que tiende a fragmentar a la sociedad. 

Lo que Scruton descubrió observando las civilizaciones más prósperas del pasado, desde China hasta la India y, por supuesto, el Imperio Romano, es que su grandeza se debió, en buena medida, a ser capaces de integrar las diferencias. Bajo Augusto, un judío era tan judío que su provincia se llamaba "Judea", y un griego seguía hablando su propio idioma y guiándose por su propia tradición filosófica. Nadie perdía su identidad, pero al mismo tiempo se intentaba que todos los pueblos que conformaban el Imperio estuvieran unidos orgánicamente a él. 

Esto era - y es - fundamental porque un Estado que no posee una identidad común para unir a todos los pueblos que lo habitan va camino a la autodestrucción. Los humanos necesitamos formar parte de algo más grande, y si nuestra sociedad no nos da un marco institucional saludable para ello, una patria por la que luchar y a la que amar, se buscará satisfacer esa necesidad por medio de grupos tribales, llámense razas, partidos, ideologías o religiones. 

Sin embargo, esto de ninguna manera puede justificar el aniquilar las identidades de los demás habitantes de un territorio. Un nativo americano de etnia wichí debe ser argentino en primer lugar, y estar dispuesto a morir por la Argentina, pero sigue siendo un wichí, con el derecho y el deber de cultivar y desarrollar la tradición cultural y espiritual de su pueblo. Lo mismo puede decirse de un judío o un descendiente de alemanes, rusos, italianos o polacos. Todos tienen algo único que aportar al acervo común de la argentinidad, siendo ellos mismos, sin renunciar a aquello que los hace únicos, pero sin olvidar tampoco su papel en la historia que nos une. 

Y este es el punto en que debemos volver a la aberración que muchos tuvimos la desgracia de ver en las redes sociales de las instituciones que nos representan a todos: lo único que consigue es debilitar todavía más la frágil unidad nacional que nos queda. No sólo porque muchísima gente se enojó con esto y con la más absoluta razón, viéndose alimentada, de este modo, la polarización que cada día nos acerca más a acabar matándonos entre hermanos. Sino, sobre todo, porque ningunear y denigrar a los miembros de naciones que, gústeles a ellos o no, pusieron una buena porción de los genes de la actual población argentina, impide articularnos y desarrollar una identidad común. Y como dice el Martín Fierro, "los hermanos sean unidos, pues esa es la ley primera; porque si no, los devoran los de afuera".

Es imprescindible que, como peronistas, luchemos por revitalizar esa vieja tradición argentina de saber ver en el recién llegado, pero también en el que ha estado siempre acá, no un invasor de nuestro cuerpo social, sino como un nuevo hermano al que dar la bienvenida. 

Lo que ayer hizo nuestro gobierno no es simplemente una estupidez. Es un acto contranatura, un atentado directo contra el modo de ser de nuestro pueblo, que aspira a transformarlo en una patética imitación de lo peor de las culturas anglosajonas, que con lo bien dotadas que están en tantos aspectos, no dejan de hallar en este un defecto que hasta hoy no han logrado dejar atrás.

No lo permitamos. El argentino no es racista ni se arrodilla ante el colonizador. Y mucho menos el salteño, que una vez ocupó un buque a caballo. 

Muchas gracias.

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