viernes, 7 de octubre de 2022

El Juicio (cuento)

 Se oían aún, en la sala puramente blanca en que habitualmente lo hacían, los gritos desesperados de la mujer y las blasfemias de su marido mientras eran arrastrados por dos ángeles, bastante más fuertes y poderosas que ellos, hacia el fuego eterno preparado para todo hombre que se rebelase contra las normas de su Señora o que, dado el caso, no hubiese alcanzado el perdón de sus culpas. 

Sentada en su trono, Dios aún sonreía cruelmente con su mirada ardiendo de ira al pensar en lo que estos pobres desgraciados tendrían que sufrir por la eternidad, en aquella hoguera interminable ubicada bajo sus pies y plagada de desgarradores alaridos de dolor en que permanecerían por los siglos de los siglos, con las cómplices miradas de sus hijas como aval, que contemplaban con desprecio a estos repugnantes y perversos mortales que ahora pagarían por todas sus fechorías. 

La boca del marido profería a sabiendas los más terribles y desesperados insultos entre lágrimas, preocupándose únicamente por lo que su esposa habría de sufrir, cosa que Dios se había encargado deliberadamente de hacerle saber a fin de servir como antesala de su tormento. Le acusaba de cruel, despiadada e injusta, sabiendo incluso que tal cosa sólo añadiría formas adicionales de creativo tormento a su eternidad. 

En su mente, aunque tal cosa sólo profundizaba su perpetuo enfado, no era más que una confirmación de su eterna victoria contra sus enemigos. Después de todo, habían sido en su juventud fornicarios, se habían emborrachado en ocasiones y ella le había gritado a su madre -también en el Infierno para ese punto- en algún momento.  

Eso los hacía malvados, pues le habían rechazado y sólo merecían su ira. ¿Qué importaba si acababan de ser asesinados tras varios días de tortura por una despiadada mafia enraizada en el poder del país al que habían ido más de quince años atrás a ayudar a sus gentes a mejorar sus condiciones de vida? Se lo merecían. Nada debe quedar sin castigo. 

O bueno, al menos en general. Estaba siempre dispuesta a ofrecer una amnistía a quien creyese en ella, le reconociera como Señora y le implorara su perdón. Claro, además debían creer en sus profetisas muertas hace siglos y ahora eternas pobladoras de su Edén, de las que se podía cuestionar su misma existencia o credibilidad sin mayores problemas. Pero era lo que le debían ¿No? Habían quebrantado sus leyes, y tenía derecho a tomar represalias a la altura. 

En cuanto los gritos dejaron de ser audibles y las compuertas del Averno se cerraron, Dios ordenó la llegada del siguiente sentenciado, mientras arremolinaba con sus dedos sus largos cabellos blancos como de anciana, que coronaban su cuerpo eternamente joven. 

Inmediatamente Modeus, su ángel de la muerte, abrió la puerta mientras otras dos de sus hijas, Shemiaza y Anael, conducían entre cadenas al réprobo, quien como siempre estaba para ese punto consciente de su sentencia. 

Dios volvió a sonreír maléficamente humectando con su lengua la hilera de dientes perfectos con que solía hacerlo. Pero pronto su actitud cambió de principio a fin. Algo estaba mal. 

Seguramente se le había informado de lo que pronto le ocurriría. ¿Por qué entonces no lucía ni una pizca de preocupación'? ¿Por qué le miraba con tamaña confianza, como quien se sabe derrotado pero no teme a su furibundo enemigo? 

Le contempló embobada durante algunos instantes, sin saber cómo reaccionar. O estaba completamente loco o era dueño de una extraordinaria fortaleza psíquica. 

Finalmente se dio cuenta de que sus hijas le miraban y, temiendo desautorizarse, se acomodó rápidamente en su silla intentando disimular como podía el exabrupto. Aclaró su garganta con tales fines, y procedió a hacerle a Amenatrón, su ángel asistente, unas nada discretas señas para indicarle que el proceso iba a iniciar en cuanto se percató de que no reaccionaba. 

-Eh... -dijo, evidenciando nuevamente su extrañeza para luego continuar, esforzándose por sonar tan imponente como siempre - ¿Cuál es tu nombre? 

-Graum Xana- respondió él sin dudar, y mirándole con rostro pétreo e implacable-. 

Dios escuchó a las presentes gemir de sorpresa y murmurar entre sí al contemplar tan extraño gesto de entereza que ni ellas mismas serían capaces de acometer. No tardó en notar que estaba sudando frío. Nunca nadie le había desafiado a ese modo en todos los milenios desde que creó el mundo acuciada por su necesidad de atención, de la que desconocía su origen, pero que siempre le acompañaba. 

Se sentía incómoda. Sometida. Atemorizada. El percatarse de esto último sólo despertó nuevamente su ira. ¿Cómo podía sentir miedo de un impotente mortal ella, que había hecho el mundo entero en seis días? El sentimiento de humillación le motivó a mirarle con rostro amenazante en un intento por inquietarle a él también, sin lograr una pizca de lo que esperaba. Cosa que sólo incrementó su incomodidad, exaltando todavía más su rabia. 

-Bien. Que inicie el juicio de este inmundo para ver cómo le haré pagar todas y cada una de sus abominaciones. 

-Adelante- respondió el objeto de sus dichos, provocando que tanto ella como sus hijas abrieran los ojos como platos, cada vez más desconcertadas-. 

Dios se sintió nuevamente anonadada, y esta vez simplemente no pudo callar. 

-¿Tienes idea de quién soy yo?- preguntó con el tono más deliberadamente petulante que pudo lograr. Eso siempre funcionaba cuando debía asustar a un mortal... o a sus hijas, dado el caso. 

-Eres Dios- respondió él-. La creadora del mundo y del hombre, invencible para cualquier otra criatura. 

-Chico listo- volvió a decir ella, cada vez más ofendida-. ¿Y tienes idea de que voy a hacer que tu piel se derrita en el fuego para luego ocasionar que crezca nuevamente por toda la eternidad, mientras estás rodeado de todos tus seres queridos que hicieron la misma estupidez que tú al desafiarme? 

-Nadie te lo impide- volvió a hablar Graum con su tono frío y sereno, ocasionándole nuevamente un pico de temor cercano al pánico.

¿Quién podría venir detrás de él? No podía estar haciendo esto a solas. Tenía que haber alguien ayudándole, pero ¿Quién? Sólo sus hijas podrían, y les había atormentado hasta el punto en que les aterrorizaba con sólo mirarlas. ¿Y si venía de fuera? ¿Podría haber algo superior aún a ella? No, era imposible. Se había creado a sí misma ¿No? O al menos... eso se había hecho creer. 

-Y ¿Sabes qué?- respondió el ahora desafiante humano, mirándole con una sonrisa que, en lugar de expresar odio o sadismo, era más bien condescendiente e incluso compasiva, lo que sólo le anulaba aún más- Te perdono. 

Esto era simplemente demasiado. Sin duda la peor blasfemia que jamás alguien había proferido en su rostro. 

-¿Perdonarme?- habló Dios indignada- ¿Perdonarme tú? ¿Un humano? ¿Una de esas inmundicias asquerosas hechas de barro que no valen ni una pepita de cobre partida al medio? 

-Veo que no nos amas tanto como dices- volvió a decir, retomando su rostro serio e impasible-. Bueno, en realidad es una imprecisión. Siempre lo supe. 

Definitivamente esto se estaba saliendo de control. Él, de algún modo, la había descubierto. No supo que decir, aunque buscó con todas sus fuerzas alguna forma de zafar sin quedar aún peor ante sus hijas, de las que ahora muchas más se habían reunido para ver el espectáculo.

-Eres una mentirosa cruel y despiadada, Loristol. Eres sólo eso. 

-¿Cómo te atreves a hablarme así, maldito pedazo de mierda?- respondió furiosa. Que la insultara así era de esperarse, pero el tono en que lo hacía le resultaba abrumador, y que utilizara su nombre para ello, de lo que los mortales eran, por su propia inferioridad, siempre indignos, resultaba inaceptable. 

-Pensé que ibas a dejar la maldición para cuando me lanzaras al fuego eterno. Y ese improperio... no es muy propio de una deidad ¿O sí? Creo que fuiste tú quien nos prohibió hablar de ese modo. 

Ella le miró rabiosa, más él no le dejó decir siquiera una palabra. 

-Estás muy nerviosa. ¿Por qué no te relajas? Tal vez en el fondo sabes que digo la verdad, y eres sólo una insegura necesitada de atención que se ofende fácilmente y con problemas de autocontrol. 

-¡Cállate, maldita sea!- gritó Dios, mientras levantaba su brazo, ante lo que Modeus procedió a golpearle con fuerza en el estómago, haciéndole caer de rodillas al suelo- Maldición Amenatrón, ya dime lo que hizo. 

-Pues, aquí leo que de joven era un ladrón drogadicto que estuvo en la cárcel por asesinar a sangre fría al empleado de un comercio que asaltó para pagar sus narcóticos. El tipo sólo intentaba ayudarlo. Está en el Infierno ahora. Tal vez eso te sirva- respondió el ángel leyendo apresuradamente el libro bajo sus ojos-. 

-¡Ajá!- dijo Dios, retomando su seguridad- Con que eres un ladrón adicto y asesino. ¿Y así tienes el atrevimiento de desafiarme? No perdoné ni siquiera al que intentaba ayudarte. ¿Crees que tú mereces otra cosa? 

-Sin duda no- respondió el reo desde el suelo-. Soy efectivamente un ladrón y asesino de un hombre noble e inocente, que cayó en las drogas por su propia arrogancia e irresponsabilidad, a pesar de las súplicas desesperadas de su madre. No merecí entonces nada más que repudio y castigo- contestó él logrando, una vez más, desconcertarla con su juicio certero y, ante todo, sincero. Esto le otorgaba cierto aval adicional, pero también le hacía sentirse amenazada otra vez, sabiendo que pronto golpearía de nuevo-. Pero dime algo, Dios: ¿Mereces tú otra cosa? 

La pregunta final fue un golpe demasiado duro a su indescriptible orgullo, pues le ponía de un modo -ante sus ojos- por demás ilegítimo a la altura de sus criaturas. 

-Cállate de una vez o seguiré aumentando tu castigo- volvió a amenazarle-. 

-Respóndeme -insistió en tono autoritativo su interlocutor, de un modo tan imponente que por un breve instante se sintió casi forzada a obedecer-. ¿Mereces algo distinto que yo siendo que tú eres peor?

Intentó abrir la boca para hablar y él la interrumpió antes de que siquiera brotara una letra de su lengua. Pretender que estaba bajo control era cada vez más implausible. 

-No engañas a nadie, Lori: te has dedicado desde el inicio de los tiempos a atemorizar a la gente porque te sientes muy poca cosa por motivos que no están claros. Crees estúpidamente que así te has vuelto grande y has logrado que te veneren, pero en realidad sólo te temen y simulan amarte para que no les hagas daño. Y todo al precio de corromperte. Uno no puede vivir queriendo el menor bien sin consecuencias ¿Sabes? El que quiere menos se hace menos, pues su deseo es parte de él. Lo aprendí en la cárcel de parte de un hombre sabio. Estimo que aún vive puesto que tu reacción me dice que no has tenido que enfrentarle todavía. Yo le hice caso y viví en adelante de la mejor manera posible. Enfrenté a gente casi tan mala como tú y sufrí las consecuencias. ¿Crees que vas a asustarme? ¿Que voy a inclinarme ante ti al precio de renunciar a toda la grandeza que conseguí, traicionando a mi especie y consintiendo tus crímenes siendo que además ya elegiste mi sentencia?  Te aviso, por si no te has dado cuenta, que no: no te voy a dar el lujo de quitarme lo que realmente tiene significado. No lo vales. 

-¿¡Que no lo valgo!? ¡Tú no vales nada! ¡Eres un gusano infeliz hecho de barro y bueno para nada!

-Tal vez- respondió él-. Soy humano. No podemos hacer lo que tú haces. Pero aún así he sido perfecto hasta donde pude y tú no. Con todo tu poder, eres patética, y siempre voy a estar por encima tuyo porque tú así lo quieres. 

-¡Maldito! ¡Al fuego eterno ahora!- gritó finalmente, golpeando la mesa con su puño cerrado. De tanta rabia (en realidad una reacción animal, propia de quien se ve acorralado) no había sido capaz ni de repetir por infinitésima vez la mucho más pomposa y cruel frase habitual. Semejante arrebató de ira le humilló instantáneamente y provocó que se enfadara aún más. Pero sólo hasta que él volvió a abrir su boca por última vez. 

-Bien- dijo mientras los dos ángeles, dudosos, comenzaban a arrastrarle-. Pero te advierto algo: acabas de demostrar debilidad ante tus hijas. Tú no eres omnipotente. Eres, en realidad, una adolescente desquiciada eternamente melodramática sin escrúpulos. Ahora lo saben, y estoy seguro de que alguna debe sentirse incómoda por todo lo que has hecho, contra ellas y, tal vez, contra nosotros. Ten cuidado. Trata de remediar tu error antes de que sea tarde, o podrías pagarlo muy caro. 

Esta vez, Dios no dijo nada. Sólo le miró pálida y con ojos temerosos hasta el extremo, sintiéndose una tonta: este hombrecillo la había engañado. Tal vez ahora sí estaría en problemas. Sin duda tendría que tomar nuevas medidas para mantenerlas a raya. 

-Tal vez incluso así no te perdonen. Yo abandonaría el trono ahora que puedes hacerlo si estuviera en tu lugar, y me escondería donde no puedan encontrarme. Qué te digo, Lori: debiste ser una buena chica. Te deseo sinceramente lo mejor. No te guardo rencor, pero estoy seguro de que soy más bien una rareza en esta sala. 

Y así, sin lucha ni muestras de temor, caminó él hacia el Infierno, sin que Shemiaza ni Anael tuvieran que esforzarse. Como si hubiese hecho todo lo que deseaba y ya nada más le importara. Tal vez efectivamente era así. Pero Dios no estaba tan tranquila ni por asomo. 

La compuerta se cerró después de que le arrojaran sin que él dijera ni una palabra más. Sus hijas ahora la miraban incrédulas, sin saber si era hacia ella, la situación que acababan de testificar o ambas. Intentó mantener la compostura, haciendo como si nada pasara. No pudo. Se le notaba insegura, y lo estaba. No fue capaz de pedir que le trajeran al siguiente reo, y decidió concluir la sesión hasta el día siguiente. Los demás deberían esperar en el Limbo. 

A paso veloz, bajó de su trono, cruzó la puerta de su reino ubicada a un lado y atravesó los jardines en que sus súbditos se inclinaban al verla pasar, con rostros antes sumisos que devotos. Él tenía razón. Nadie la quería realmente. Sólo le tenían pánico. 

Pánico que, mientras subía las escaleras en dirección a su habitación en la cúspide de su palacio de oro puro, no hizo más que crecer en su propio corazón pese a sus esfuerzos. Esto era nuevo para ella. Y no le gustaba.

Ahora debía sentir una fracción de lo que habían experimentado sus numerosísimas víctimas. En esto reflexionaba cuando finalmente atravesó la puerta custodiada por una estatua antropomórfica viviente de dos metros de altura que, para más inri, no tardó en preguntarle por primera vez si estaba bien, a lo que no respondió. No podía mentir de una manera tan obvia. 

Cerró con fuerza la puerta tras de sí y se sentó en su cama, llevándose las manos a la cara, primero por la angustia y el miedo pero luego, cuando sus pensamientos llegaron a su culmen, por una sensación jamás experimentada y a la que no podía siquiera dar nombre. 

De repente se sentía mal por los humanos. Y no sólo eso: se sentía mal con ella misma, con sus actos, como si estuviera sucia de algún modo. Realmente había hecho algo horrible y lo había sabido siempre, pero sólo ahora se veía obligada a prestarle atención.

Rechinó sus dientes por el exceso de emoción. Realmente ardía de ganas de cambiar de proceder, pero... no, no podía. Si lo hacía estaría admitiendo su terrible equivocación, y podría estar firmando su sentencia de muerte... o de algo peor. No era de ningún modo una opción siquiera ser más suave en adelante. Tenía que ser más dura que nunca aunque su conciencia la desgarrara por ello. Especialmente con... sí, debería aunque no quisiera. Ahora ellas eran una amenaza. La primera real en toda su vida.  

-Una lástima- susurró para sí misma, intentando persuadirse de su propia dominancia a fin de facilitarse lo que planeaba-. Las amo. Pero ahora son el enemigo. 

Y sin sospecharlo, con tales palabras selló su destino. Pues sin que se diera cuenta, desde la ventana más cercana alguien le escuchaba discretamente. 

Era su hija mayor, quien ahora veía con claridad todo lo que nunca había querido ver: ella le había mentido. No era quien decía ser. Mijael decía la verdad. 

Recordó entonces las palabras de aquella entidad más allá del tiempo y del espacio, que aún así era de un tamaño inimaginable, durante su último sueño.

"Es curioso" -dijo sin hablar, comunicándole directamente sus pensamientos- "a menudo pareciera que Nuestro Padre tiene un peculiar sentido de la ironía a la hora de arreglar estas situaciones. Serás la heroína de una historia al revés. Sí, definitivamente llegarás a ser justa, Lucifer". 

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