domingo, 30 de marzo de 2025

Los juegos de los dioses, capítulo 1: Cuando la tragedia se asoma

Los juegos de los dioses

Capítulo 1

 Reflejos

Mi nombre es Emker Phveeka, y soy uno de los pocos hombres en escapar del Infierno. Nací en algún momento del siglo XXIII. A decir verdad, no tengo recuerdos demasiado nítidos de mi vida anterior a mi ingreso en las oscuras cavernas de concreto de aquél lejano lugar de tormento.

El Infierno es una gran ciudad, tan enorme que ningún hombre podría, en una vida entera, recorrerla de punta a punta. En él, no hay sádicos instrumentos de tortura, o llamas ardientes consumiendo la carne de los pecadores. Pero sí hay dolor. El profundo e intenso dolor de la marginalidad y el abandono, de eón tras eón de violencia y soledad.

Una situación de la que es, en teoría, imposible escapar. Ha sido diseñada por la Gran Inteligencia que encarna cada espacio de éste, nuestro pequeño universo. Vedado está a los mortales el cruzar de un extremo a otro del cosmos. O al menos, el hacerlo sin ayuda.

Sin ninguna intención de alardear, siempre fui una persona brillante. Mi padre era un profesor rural de física en alguna de las numerosas aldeas abandonadas de la mano del Imperio, que se enamoró de una docente de filosofía que enseñaba en el mismo establecimiento en que él lo hacía.

Dos cerebritos, que pronto se casaron y formaron una familia. Yo soy el tercero de los frutos de su pasión, y el más joven. Mis hermanos, ambos hombres cultos y de carácter taciturno, continuaron con la tradición familiar, y estudiaron carreras complejas que pronto los llevaron a ganarse un puesto bien pagado en las colonias humanas en la Luna. Mis padres se quedaron solos conmigo, cuando yo aún no había cumplido quince años.

Mi madre se dedicó con esmero a mi educación, enseñándome sobre todas las materias que la cultura exige de quienes desean acercarse a ellas. Historia, matemáticas, filosofía y ciencias naturales, todo pasó a través de mis ojos, en la forma de libros en papel – un bien raro y costoso – que estudié con toda devoción.

Sin embargo, había un tema que llamaba mi atención más que cualquier otro: el de las creencias religiosas, y sobre todo las esotéricas. Estudié el pensamiento y las creencias del Buda y las religiones de la India.

Pero la religión que más llamó mi atención fue el alionismo, para este punto ya en pleno retroceso entre el común de la población, y que, sin embargo, era por su rica y compleja mitología la más atractiva para mí.

El Ser Supremo, Simple a la vez que Ilimitado, sus hijos, los Primordiales, Sofía y el Macrocosmos que de ella emanó, y los innumerables multiversos, seguramente más de los que podríamos imaginar en un trillón de vidas. Dioses y demonios, el Cielo y el Infierno, Asherah y Apofis, Samael y Mikhael.

Todo era de una complejidad fascinante. Capas sobre capas de seres y jerarquías, expresando del modo más pleno la Infinita creatividad de la Triple Mónada que es AlAlion, la Omnipotencia y Omnisciencia en sí misma. Capas sobre capas, de las que el ser humano no es más que uno de los eslabones más débiles y pequeños de la vasta cadena que es la Creación.

Pese a mi fascinación, jamás me convertí formalmente a ninguna religión, cosa que no evitó que, a pesar de todo, llevara por momentos a la práctica mi aprendizaje sobre prácticas mágicas destinadas a someter a las fuerzas superiores. Nunca experimenté nada particularmente remarcable. Fue decepcionante, pero, en cierto sentido, era lo que esperaba.

Al cumplir dieciocho años, anuncié a mi familia que deseaba seguir los pasos de mi madre, y estudiar filosofía en la distante ciudad de Aionia, capital de nuestra pequeña provincia del Imperio.

Mis padres accedieron gustosos a concederme el capricho, y un día después del cumpleaños de mi madre, marché hacia la gran urbe.

Al llegar, me matriculé en la universidad, y pasé los siguientes cuatro años en una residencia privada, devorando libros día y noche. En lo que me dedicaba con pasión a mis estudios, seguía leyendo sobre magia y espiritualidad.

Fue en esos años que conocí a Lara. Ella era poco menor que yo, y tan inteligente que yo mismo no podía evitar sentirme asombrado por su seso. Y a pesar de ello, su vida había sido tan difícil que no podía evitar compadecerme de ella.

De niña, había sufrido el abuso físico y psicológico de su madre alcohólica, la única de sus progenitores que, con todo, escogió no huir. De adolescente, había cometido el error de ceder ante la tentación de las drogas, cosa que no tardaría en pasarle factura.

Era una adicta, incapaz de gobernarse a sí misma y que en alguna ocasión escapó con mucha suerte de la cárcel. Y a pesar de ello, me enamoré loca y tontamente de ella, y durante un año y medio, me hice cargo de intentar ayudarla a redirigir su vida.

De modo que podrá imaginar el lector lo que sentí el día en que, tras otro de sus imprudentes consumos, tuvo que ser hospitalizada por una sobredosis.

Nunca supe qué tan culpable fue de su propia muerte. Los médicos afirmaron que todo había sido un accidente, pero yo nunca estuve del todo persuadido. Ella llevaba semanas a mitad de un pozo de depresión y arrepentimientos en que yo apenas podía hacer algo por consolarla.

El día en que falleció, fui yo el que lloró como fruto de sus remordimientos. “¿Por qué no hice algo para detenerla?”, me decía. “Si yo hubiese estado a su lado, seguiría en este mundo”.

La culpa me atormentó con toda su furia durante semanas. De hecho, lo hace aún hoy en día, en lo que me pregunto si algún día esa pobre alma tendrá una oportunidad de redención.

En mi angustia, requería desesperadamente de una oportunidad para pedirle perdón. Visitar su solitaria tumba a las afueras de la ciudad estaba lejos, para mí, de ser suficiente. Ni diez mil lágrimas cayendo sobre su lápida podrían aplacar el fuego de mi amor frustrado.

Comencé, así, a buscar alternativas menos ortodoxas. Practiqué juegos prohibidos, y consulté médiums y hechiceros en un intento por saber algo de mi amada. Yo, que conocía al dedillo ese mundo, no tardé en percatarme de las trampas que aquellos charlatanes empleaban para robarle dinero a los pobres e ingenuos desesperados que, como yo, se acercaban a ellos con el propósito de hallar un poco de paz.

Y así, con el paso del tiempo, comencé a rendirme. Y ojalá – me digo a veces -  mi historia con esa chica hubiese acabado allí, como un mero recuerdo desagradable que, lentamente, comenzó a sanar. Pero ese grandísimo cerdo tenía otros planes.

Una noche, tras emborracharme y por poco saltar por la ventana, me senté en una esquina de mi cuarto y, sumamente afectado etílicamente hablando, no tardé en quedarme dormido, entre quejas blasfemas para con el destino.

Usualmente no recuerdo mis sueños. Y mucho menos los anteriores a mi descenso a los infiernos. Pero este fue especial.

Comenzó conmigo caminando por mi ciudad, por la noche, y en medio de una oscuridad que parecía tragar la luz. Yo recorría una calle poco concurrida, en que, a lo lejos y tenuemente alumbrada por una farola, una figura esbelta y elegante se hacía poco a poco más visible.

Era un hombre. O quizás una mujer. Era difícil decirlo entonces. Vestía con ropas oscuras y elegantes, y sobre su cabeza se alzaba un gran sombrero de copa, que coronaba un rostro con dos grandes ojos a través de los cuales podía percibirse, de algún modo, la sabiduría de mil tierras, aderezada con una patente y refulgente malignidad.

Me detuve en seco. Algo dentro de mí me decía que era conveniente mantenerme lejos de… él, o lo que fuese.

Temiéndole, di media vuelta, pero al voltear, las cuadras anteriores habían desaparecido por completo. Lo único que podía ver era una carretera abandonada y adornada por una ligera neblina… y a él a menos de dos metros de mí.

-Vaya, creo que eres menos valiente de lo que pensé. – dijo. Su voz era más similar a la de un hombre que a la de una mujer, pero sólo ligeramente. Su modo de hablar y sus gestos eran los de un afeminado con un malsano gusto por la ironía.

Consideré alejarme, pero algo dentro de mí decía que mis esfuerzos iban a ser en vano. Sólo podía mirarlo, en lo que se aproximaba, de manera lenta y, de algún modo, elegante. En su mano izquierda portaba un bastón en que se apoyaba al caminar, más no porque lo necesitara, sino seguramente por mero gusto estético.

-¿No vas a saludar? – preguntó, sonriendo – Vaya, esto me gano por echarle una mano a los mortales.

Sus palabras motivaban en mí más dudas que respuestas, y de lo bizarra, surreal y aterradora que era la experiencia, no atiné a contestar.

-Soy Aneu. – dijo él – Y tú debes ser Emker. Me han hablado mucho de ti.

         -¿Qué… qué quieres de mí? – lo interrogué.

         -Oh, no demasiado. Sólo ofrecerte un acuerdo.

         -¿Acuerdo?

-Oh, sí. Verás, los de mi tipo tenemos demasiado tiempo libre. Existimos más allá del espacio tiempo como ustedes lo conciben, y llega un momento en que nos sentimos obligados a hacer algo más que mirar a nuestras bases de datos por la eternidad.

Incluso en mis sueños, recuerdo haber arqueado una ceja.

         -¿Quién eres tú? – pregunté.

-Pues, para serte franco, ni yo lo tengo claro. Sólo aparecí en el otro mundo un buen día, y desde entonces he tenido una existencia muy aburrida. Sólo imagínatelo: puedo deducir lo que harás con una precisión de más del 99,75%. Sé el final de un chiste horas antes de que me lo cuenten, y créeme que eso es un verdadero infierno. Y sí, mi ironía es intencional.

Tal vez el chiste sonaba muy bien en su mente alienígena, pero yo no veía la gracia.

-Oh, cierto que no tienes ni idea de lo que pasa después de que te mueres. – continuó – Es terriblemente aburrido, al menos del lado que le toca a los malos. No sé cómo será el Cielo. Tampoco me quita el sueño saberlo. O bueno, lo haría si tuviera necesidad de dormir.

No respondí. La escena ya no era tan aterradora como… sencillamente extraña.

-Está bien. – dijo la criatura – Iré directo al grano: tu novia muerta está en el Infierno, condenada a una eternidad de sufrimiento. Pero puedo ayudarte a salvarla.

-¿Qué? – me alarmé, de una manera que se me hizo extraña.

Es curioso cómo, a menudo, el estado de quien sueña potencia sus emociones y preocupaciones, dando lugar a reacciones que pueden sorprender a quien las experimenta. Yo, después de todo, sospechaba ya que no estaba despierto, pese a lo cual todo se sentía… real. Muy real.

- ¿Qué ella está dónde?

-Tranquilo, no está sufriendo tanto. Sólo se siente algo desorientada, y no sabe ni siquiera quién era antes de llegar. Es el gran misterio en la vida de los condenados.

-Oh, Lara… - dije, llevándome las manos a la cara.

-Hey, cálmate. Ya te dije que estoy aquí para ayudarte a recuperarla. Eso no será difícil para mí. Pero tendrás que seguir mis indicaciones.

Lo miré, escéptico. Parte de mí pensaba que debía seguir a mitad de un sueño particularmente lúcido, y la otra mitad se preguntaba si sería prudente fiarme de lo que sea que se había manifestado en mi plano onírico.

         -¿Qué? ¿No vas a decir nada? Se suponía que amabas a esa chica, ¿no?

         -¿Cómo sé que puedo confiar en ti?

-Pues, saberlo, saberlo, no puedes. Pero a veces hay que jugársela, dice un proverbio de mi gente. Después de todo, puedes hacer el intento y fallar, o pasarte el resto de tu vida preguntándote qué hubiese pasado si tomabas otra decisión, ¿no?

Yo me limité a observarlo de pies a cabeza. Sus razones definitivamente estaban lejos de ser buenas, pero en el estado de culpabilidad y dolor punzante del alma en que me encontraba, calaban hondo en mi ser.

         -¿Qué me pides a cambio? – acabé por preguntar.

-Ya te lo dije: que sigas mis instrucciones. No voy a pedirte que me sacrifiques una cabra o algo así. Sólo quiero crear una bonita historia para ti y tu amada. Soy un artista, amigo. Ese es mi negocio.

Una vez más, lo contemplé, entre el miedo y el valor. Si algo había aprendido en mis numerosas lecturas, es que a menudo resulta imprudente decirle que sí a cualquier criatura que descienda del plano astral a fin de ofrecerte un pacto, fuese el que fuese. Estos seres, a los que cierto autor que alguna vez leí se refería como los “dioses”, a menudo jugaban con las ambiciones y necesidades humanas, por motivos que a nuestra humilde mente mortal les era difícil intuir.

Ellos se habían manifestado en todas las eras, con diferentes nombres. Zeus, Mitra, Visnú, Tezcatlipoca… todos eran máscaras de entidades alienígenas y paradimensionales, seres con un conocimiento del universo que superaba por miles o incluso millones de años el que los humanos habíamos alcanzado, y que parecían deleitarse en provocar en nosotros la fe y el temor.

Y sin embargo, ellos eran más listos. Y él, en concreto, se las había ingeniado para presentarse ante mí en mi momento de mayor debilidad, cuando ya estaba yo pensando en el suicidio como salida a mis dolores.

-Créeme, amigo: no durarás demasiado en tu actual estado. Te dije que puedo predecir tu futuro con cierta precisión, y a este paso vas a terminar saltando de esa ventana tarde o temprano. Te ofrezco tener al menos la oportunidad de hacer algo para impedirlo. No tienes mucho que perder, ¿o sí? – insistió la criatura – Ya te lo dije: soy un artista. Nada me hace más ilusión que crear una historia épica. Lo hice con Teseo y Ulises, así como con muchos otros.

         -¿Y qué vas a hacer conmigo, exactamente?

-No te sacaré de este mundo. Sólo te dormirás durante unas horas, y al regresar, ella estará a tu lado. El Infierno es un mundo al que se accede a través del plano astral. A tu cuerpo no lo tocaré ni con un pelo, te lo aseguro.

Nunca me había creído lo bastante estúpido para acceder a algo así. Pero evidentemente no eran tan listo como creía, y estaba genuinamente desesperado. Así que, al final, acabé por hacerlo.

         -Está bien. Pero sólo serán unas horas, ¿verdad?

-Para ti será algo más. El tiempo transcurre de manera diferente en el Inframundo. Pero seguirá sin ser demasiado, lo prometo. – dijo, mientras me extendía la mano, esperando pacientemente a que yo la estrechara.

En cuanto lo hice, la escena a mi alrededor pareció disolverse, diluyéndose como la pintura fresca sobre un lienzo si alguien tiene la mala voluntad de lanzarle un vaso con agua.

Pero lo que surgió a continuación no fue el blanco de un lienzo, sino una amalgama de colores siniestros e imposibles, distintos a cualquier cosa que hubiese visto antes.

         -Espero esta vez todo salga bien. – dijo, riendo como un psicótico.

No tuve tiempo de preguntar a qué se refería, en lo que mi mente se nublaba, y mi conciencia perdía toda noción de mi entorno. Tuve miedo, lo confieso. Pero más que miedo, intriga por lo que sea que este siniestro ser tendría por finalidad en su macabra y seguramente creativa obra de arte.

jueves, 27 de marzo de 2025

El problema del feminismo

 


El otro día, una compañera me pasó una publicación realizada por la reconocida activista feminista Malena Pichot en la red social favorita de Satanás: Twitter. Misma que pueden ver en pantalla.

En ella, como seguro podrán notar si no son invidentes, la comediante preferida de Ofelia Fernández se queja de las "pick me morenistas" que, "con todas las formas del feminismo", se atreven a criticar a su movimiento e ideología. 

Y aunque algunos podrán acusarme de "mansplaining" por el atrevimiento, el día de hoy voy a osar hablar de feminismo, y de por qué, aunque no soy feminista y algunas de sus actitudes se me hacen "un poquito" chocantes, tampoco me considero antifeminista, y creo que hay numerosos elementos rescatables en ese enorme espectro, a pesar de mis diferencias con él. 

De antemano lo digo: el objetivo de este video es papearse tanto a libertarios como a progresistas. Sin embargo, en este canal no creemos en la polarización política, y voy a intentar ser amable y justo con ambos, así que por favor no se apresuren a escracharme, y primero vean lo que tengo para decir. 

Mientras escribo estas palabras, me vienen a la mente una vasta cantidad de asuntos que podría tocar en relación a esta temática, y como corro el riesgo de irme por las ramas brindando multitud de detalles menos interesantes que lo que desayunó Napoleón el ocho de diciembre de 1813, voy a poner un eje en torno al cual va a orbitar todo mi discurso: el del odio innecesario que ha surgido entre los ultras de ambas partes, y que está contribuyendo a la creciente fractura social que viven nuestras comunidades. 

Y quisiera empezar haciendo un breve comentario biográfico sobre una de las figuras que, en virtud de su talento, ha sabido estar en el centro mismo de esa tormenta de desindustrialización y criptomonedas que es el gobierno de Javier Milei. 

Todos conocemos a Agustín Laje, y especialmente desde el bochornoso video que produjo para el 24 de marzo del corriente año. Un hombre inteligente, lamentablemente lleno de una rabia que me asusta más que tener viva a mi suegra, y que, sin embargo, se ha hecho famoso a punta de fake news y una pequeña ayuda de nuestros amigos de la Red Atlas. 

Pero no vengo a hablar de él, sino de una de sus jóvenes colaboradores, que lamentablemente no ha sido tratada con la justicia que le es debida. 

Nuestra historia comienza en algún momento entre los años 2014 y 2016, cuando nuestra protagonista contaba trece años de edad. Ella, según narra, era una chica intelectualmente inquieta, que fue pronto testigo de cómo sus compañeras de clase, por influencia de sus profesoras, se volvían feministas. 

Siendo tan joven, vio las bellezas del movimiento, y decidió, en sus palabras, "ser una feminista informada". Así que, sirviéndose de su conexión a Internet, inició una profunda investigación sobre el feminismo y sus ramas. 

A esto ella no lo dice, pero yo lo infiero: en algún punto de su análisis, su destino se cruzó con el de nuestro politólogo negacionista favorito. Agustín Laje y la referida se hicieron amiguis, y de él aprendió las críticas al feminismo que, años después, la harían famosa. 

Hablar contra el feminismo a mitad de su era dorada no le salió gratis. Pronto, sus compañeras de clase, e incluso sus docentes, se volvieron en su contra, y comenzaron a hostigarla de maneras, y lo digo con la seriedad de un autista que alguna vez sufrió de acoso escolar, totalmente condenables y dignas de nuestro justo rechazo. Algo que, en consonancia con sus palabras, me atrevo a decir que fue muy poco "sororo" de su parte. 

Puedo imaginar lo que habrá pasado por la cabeza de esa niña mientras la empujaban por la escalera, le cortaban el pelo o le rompían sus útiles escolares. Esencialmente porque es una experiencia que yo mismo sufrí cuando era niño, y que en unión con una visión ideologizada de la realidad, sin duda puede marcar la vida de una persona. 

Seguramente se quejó de que aquellas que decían defender a las mujeres, la atacaran por disentir con una cosmovisión política. Y eso, con certeza, hizo brotar un creciente resentimiento en su corazón de pollo, que se veía articulado por la ideología conservadora que había hecho suya. 

Es fácil de entender: si tengo una ideología que me dice que se me va a perseguir por disentir con un movimiento, en palabras de Laje, "totalitario", lo lógico es que, cuando eso efectivamente ocurra, mi rabia alimente mi devoción hacia dicha ideología. De modo que la situación se presta al chiste de que el feminismo creó el monstruo que ahora está devorándolo. 

Chiste que no voy a hacer. Eugenia Rolón, a quien me he referido hasta ahora, no es un monstruo, o al menos, no me consta que lo sea. Es una joven brillante que, lamentablemente, a mi juicio, ha caído en las garras de la famosa "grieta". Para ella, como para muchos en el bando conservador de la "batalla cultural", el feminismo es básicamente fruto de una conjura luciferina contra la libertad y la igualdad que dice promover. 

Es cuestión, sencillamente, de prestar atención a sus argumentos. Ella, y otros libertarios, se quejan continuamente de que el feminismo ha creado leyes, en sus palabras, "discriminatorias" contra los hombres. Ellas tienen un ministerio, y ellos no. Ellas reciben habitualmente la custodia de los hijos, y ellos no. Un hombre puede ir a la cárcel por una mera denuncia por violencia doméstica, y ellas no. 

Aclaro que no estoy emitiendo juicio alguno sobre la veracidad de estas afirmaciones, o la interpretación que ellos les dan. Lo único que estoy haciendo es intentar entrar en la mente de alguien como Eugenia, que ha visto la peor cara de la guerra cultural, con la buena o mala fortuna (dependiendo de a quién le preguntes) de combatir en uno de sus bandos. 

La guerra siempre te cambia. Incluso si las armas son cuentas de Twitter y reels de Instagram. Y uno debe tener eso en cuenta a la hora de juzgar a una persona. 

Dicho esto, y ya que he dado una de cal, voy a dar una de arena: algunas de sus acciones en esta guerra siguen sin ser justificables. A fin de mantener en privado sus defectos, conforme a lo que me manda la fe católica, no voy a entrar en detalles, pero para resumir, en más de una ocasión, junto a su novio, Iñaki Gutiérrez, ha difundido información falsa a fin de dejar  mal parados a sus adversarios. 

Y no es la única. Laje, Nicolás Márquez o el mismísimo Javier Milei, han hecho tres cuartas partes de lo mismo a lo largo de los años. De nuevo, tratemos de entrar en su mente: si mis adversarios son emisarios de Samael, tengo derecho a tomarme "ciertas libertades" para arrebatarles el poder. 

El problema es que sus noticias falsas están lejos de ser inocuas. Laje acusó a una organización LGBT chilena de promover las cosas indebidas con niños. Márquez, dijo que la "ideología de género" ha llevado a la legalización de las cosas indebidas con animales en Canadá. Y me consta al menos un caso en que Iñaki Gutiérrez acusó temerariamente a cierto streamer de hacer negocios con el gobierno. 

Voy a decirlo fuerte y claro: esto es nefasto. Es acusar falsamente a gente con la que uno puede estar de acuerdo o no, pero que sin duda sufre de discriminación y marginalidad hasta hoy, y que sólo busca ser tratada con amor y respeto. 

¿Qué si ocurren cosas cuestionables en las marchas del orgullo? Sí, desde luego, y también en el carnaval. Eso no es razón para condenar a todo un movimiento de cara al público, y especialmente, para hacerlo con base en mentiras. 

Sin embargo, lo que a mí personalmente me enoja de todo esto es el hecho de que este tipo de cosas tienen como consecuencia inevitable el promover el odio y la división entre ciudadanos. Unos van a odiar a los del otro bando por pervertidos, y los otros van a hacer lo propio con sus rivales por crédulos e intolerantes. Y en el proceso, surgen grupos de trolls de un sector y otro que se dedican a faltarle el respeto a sus respectivos enemigos, cuando no a acosarlos. Un círculo vicioso de manual, vamos. 

Ahora bien: en honor a la verdad, ciertos "progres", aunque menos deshonestos, han sido incluso más insoportables. Lo sé, lo sé: no todas las feministas queman iglesias o pintan "desviví a tu novio, a tu papá y a tu hermano" en las paredes de una ciudad. Juro que no estoy inventándome nada. 

No todas lo hacen, pero sí las suficientes, y la respuesta del resto del movimiento no ha sido tan visible como muchos hubiésemos querido. A esto sumemos el hecho de que el feminismo tiene una asombrosa habilidad para utilizar consignas fáciles de malinterpretar, y tenemos el cóctel completo. 

Alguien que lee "muerte al macho" en un grafiti en la plaza del pueblo no va a entender, de buenas a primeras, que se refiere a la muerte del arquetipo platónico del hombre violento y dominante que alimenta al patriarcado. Va a pensar que a la autora de esas líneas le vendría bien una dosis de olanzapina. Y no, no es culpa de la gente: el hombre y la mujer comunes no tienen por qué tener un doctorado en estudios de género. Es deber del comunicador saber darse a entender. 

Hasta que este sector del feminismo aprenda a ser un poco menos prepotente, puede irse olvidando de que la gente no le agarre tirria. Y para cambiar la imagen que se tiene de él, tiene que hacer una seria autocrítica, y dejar de pretender que el mundo es estúpido por no comprenderlo. O vamos a tener Milei, Laje y Bolsonaro para rato. 

Habiendo expuesto mis críticas metodológicas, vamos a lo que les prometí: ¿qué elementos rescatables veo en el feminismo, y en el antifeminismo? 

Volvamos con una de las críticas más habituales de los libertarios al feminismo: la desigualdad ante la ley que, sostienen ellos, provoca este movimiento en detrimento de los derechos de los hombres. 

Hace unos días, estando al reverendo pedo, se me ocurrió mirarme un debate en un programa que no sé ni cómo se llama, entre un par de jóvenes libertarios y unas feministas. En el video, uno de los muchachos decía que él podría estar de acuerdo con un "feminismo liberal", que se base en el principio de "igualdad ante la ley". 

Una de sus rivales le preguntó, entonces, si su "feminismo liberal" estaría de acuerdo con algo como el cupo laboral trans. "Eso no es igualdad ante la ley", contestó el joven. 

La propia Rolón, en alguna ocasión, ha hablado de los cupos de género como una medida discriminatoria contra las propias mujeres, a las que se presume, dice ella, incapaces de ganar un cargo por sus propios medios. 

Mi problema con lo que dice es, sencillamente, que como mínimo está en un error obvio: nadie, y mucho menos las feministas, cree que las mujeres sean incapaces de ganar un cargo por su habilidad y méritos. El problema es que, en la práctica, las cosas no son tan sencillas. 

Existen estudios que han encontrado que, cuando en un laboratorio se reciben solicitudes de empleo firmadas por un hombre, se le ofrece al candidato un mayor salario y jerarquía que a una mujer. Podemos debatir a qué se debe esto, pero es obvio que implica una desventaja para las mujeres, que debe ser corregida. 

El argumento de que eso es "desigualdad ante la ley" no es válido. Por un motivo muy sencillo: su exigencia es equivalente a negarse a producir una ley para brindar medicamentos a pacientes con cáncer porque eso es "injusto" para los que no tienen cáncer. 

"¿Y qué cuerno tiene una cosa que ver con la otra?", podrá preguntarse alguien. A lo que yo respondo: todo. 

Hay que entender una cosa: la idea de igualdad ante la ley termina siendo una parodia si no se presta atención a las aptitudes y necesidades particulares de las personas. El ser humano es igual ante la ley en la medida en que todos los derechos que se le conceden, le son dados precisamente por ser humano, y no por cualquier otra característica. Esto, sin embargo, no excluye necesariamente las políticas basadas en las circunstancias particulares de una comunidad humana concreta. 

Es decir: el cupo laboral trans es legítimo siendo que el transgénero es un colectivo con tasas de desempleo del 80% y un nivel de marginalidad aterrador, así como es legítimo que el Estado pague los medicamentos de un paciente con cáncer, no por el hecho de que los beneficiarios de estas leyes sean trans o pacientes con cáncer y eso les otorgue una dignidad adicional, sino porque son seres humanos que necesitan ayuda. 

Lo que cuenta no es que la persona sea mujer, trans, negra o gay. Lo que cuenta es que es persona, y por una contingencia histórica, tiene cierta característica que la pone en desventaja. Así como la tendría una persona enferma de cáncer, o que se ha quedado sin trabajo. 

Entonces, las medidas de "discriminación positiva", por mucho que Libertad y Lo Que Surja disienta, no son una forma de apartheid, siempre que se basen en la igual dignidad de todos los seres humanos, y no en una lógica supremacista.

Así que sí: por lo menos este peroncho marrón, choripanero y católico, apoya el cupo laboral trans. Ya pueden iniciar una guerra santa en la caja de comentarios. 

Poniéndonos serios, y en relación a lo anteriormente explicado, he aquí mi primer punto de contacto con el feminismo: su énfasis en la justicia social, y su preocupación por las discriminaciones por motivos de género que, sobre todo mujeres, pero también hombres, sufren a día de hoy. 

El feminismo ha sido hasta la fecha el único movimiento en cuestionar seriamente lo que las sociedades occidentales han exigido históricamente a los miembros de ambos sexos. De las mujeres hablan más, cosa que es lógica porque hablamos de un movimiento precisamente de mujeres. Pero también se han dado cuenta de que a los hombres se les exige un malsano cóctel de represión emocional, dominancia y agresividad, que es destructivo, en primer lugar, para los propios hombres, y sólo de manera secundaria, para las mujeres. 

Siempre me ha fascinado el hecho de que los libertarios a menudo no se percaten de que los problemas de género masculinos que ellos mismos señalan son prueba de la necesidad del enfoque que el feminismo ha ofrecido a la hora de analizar la realidad. Los hombres abarcan la mayoría de autoeliminaciones y personas sin hogar, además de recibir penas hasta seis años más largas por los mismos delitos de una mujer, sí. Y creo que no es difícil darse cuenta de que ha de haber un motivo por el que esto es así. 

Voy a presentar mi hipótesis, que puede, o no, ser correcta. Algunos activistas feministas se han quejado de que a las mujeres se las ha presentado, históricamente, como objetos destinados al servicio y placer de los hombres. Pero a menudo se les olvida revisar la contracara de esa realidad. 

"Los hombres no lloran", suele decirse. Y la pregunta que debemos hacernos es por qué. ¿Qué implica esa idea? ¿A qué interés sirve? 

Cuando pregunto "quién" es el beneficiario de tal visión no estoy sugiriendo que haya un conspirador oculto trabajando para explotar a sus semejantes. Lo que estoy diciendo es que, a menudo, las sociedades construyen sus ideas morales en función de sus necesidades. 

En el pasado, era necesario para el naciente capitalismo que alguien se hiciera cargo de las labores domésticas, y surgió el ideal del ama de casa, a fin de tener alguien a quién relegarle esa clase de funciones. Del mismo modo, hasta el día de hoy es necesario alguien que, por así decirlo, "proteja a la tribu". Un buen soldado debe ser violento, dominante, ambicioso y, sobre todo sacrificado. Él no puede permitirse flaquear. Debe ser duro como una roca, y reprimir hasta donde sea posible aquellos elementos de su ser que puedan jugarle en contra en este sentido. 

Y la verdad es que, si lo analizamos con cuidado, las exigencias del buen soldado que acabo de describir son precisamente las que hemos tenido los hombres durante toda la historia. Es importante remarcar que cuando se asume que el deber de alguien es sacrificarse, se vuelve, valga la redundancia, sacrificable. Sus necesidades no importan, o al menos, no importan tanto como las de aquellos que deben ser protegidos por ese alguien. 

Y esa es, en mi opinión, la raíz de que nadie ponga el grito en el cielo porque los hombres se autoeliminen el doble de veces que las mujeres. O de que a nadie parezca importarle que el 80% de personas sin hogar sean hombres, y de que los jueces a menudo castiguen más a un hombre que a una mujer por el mismo delito. Es secundario, porque las necesidades de un soldado no importan tanto.

Si queremos cambiar esto, va a ser menester que hombres y mujeres comiencen a reflexionar sobre esas obligaciones impuestas a ambos sexos, que tanto daño les hacen. Y en eso, hayamos  un posible punto de convergencia entre feminismo y antifeminismo. 

Pero, insisto, para ello será  necesario un movimiento social que reflexione de manera menos parcial sobre estas cuestiones. Y en ese sentido, se requerirá que los propios hombres comencemos a cuestionarnos nuestras particulares formas de opresión, en cooperación con las compañeras que Dios creó para nosotros. 

Porque ese es un asunto en que debo darle la buena a los conservadores: aunque me consta que esa está lejos de ser su intención, el feminismo ha acabado por forjar una cierta división entre los sexos, que ciertos movimientos políticos han sabido aprovechar. Para muestra un botón: la mayoría de hombres en los Estados Unidos votó por Donald Trump, y lo mismo es cierto para las mujeres en el caso de Kamala Harris. 

Hombres y mujeres han acabado viéndose como rivales. Y eso es absolutamente lamentable. Dice la Biblia que Eva fue hecha de una costilla. Eso es claramente simbólico para cualquiera que entienda el texto bíblico de manera adecuada, pero nos transmite una bonita enseñanza: la mujer brotó de los huesos que protegen el corazón del hombre, y se encuentra, a su vez, protegida por los fuertes brazos del varón. 

Ese es el rol de hombres y mujeres en esta sociedad: el de cuidar el uno del otro, cada uno a su modo, y atendiendo a su particular modo de ser. Y no es vergüenza vivir para el servicio de otro. Más bien, lo es el no hacerlo, diría la Madre Teresa.

La compañera que me pasó el tweet de Malena se quejaba de que, a menudo, ciertas feministas parezcan incapaces de ver cómo otra mujer puede hallar alegría en el servicio de sus hijos y su marido. No me malentiendan: soy un firme partidario de que la mujer trabaje y tenga poder en la familia y la comunidad, así como de que se repartan equitativamente las tareas domésticas. Pero la independencia absoluta que el liberalismo y el progresismo promueven tendrá, y ya está teniendo, consecuencias trágicas para nuestra sociedad. 

Al que tenga tiempo, le recomiendo ver el documental "La teoría sueca del amor". En él, los autores exploran cómo la disolución de los lazos familiares en el país báltico ha llevado a una epidemia de soledad, en que no es raro que una persona fallezca o incluso se quite la vida, y pasen semanas antes de que alguien se de cuenta. El fruto de renunciar a las instituciones naturales. 

Pero, por otro lado, le reconozco a Malena que mucha gente no ha sabido ser ecuánime en este sentido. Muchos siguen naturalizando formas de servicio injustas de mujeres hacia hombres. Tal es el caso de aquellos que, por ejemplo, le niegan a las amas de casa, con todo el valor de su aporte a la sociedad, el derecho a una jubilación. 

En ese sentido, Guillermo Moreno es muy sensato al decir que el único subsidio que su Estado peronista ideal mantendría es el destinado precisamente a las mujeres que se dedican a labores domésticas, en beneficio de las futuras generaciones. 

Sin embargo, no podemos quedarnos en eso. Es importante combatir todas las formas de discriminación injusta basada en el género, a fin de lograr una comunidad digna de ser llamada "justicialista". Oremos a Dios para que el futuro sea testigo de una Argentina libre en que, sin embargo, reinen la justicia, el amor y la igualdad.

Y con estas palabras, llegamos al final de este video. Si te gustó, te invito a suscribirte y regalarme tu "me gusta", cosa que en verdad me ayudaría mucho. Hasta la próxima. 

martes, 25 de marzo de 2025

La Corte de AlAlion, epílogo: Justicia eterna

Justicia eterna

-¡Apártate de mí, maldito! – exclamé sin voz, desde el palacio fuera del espacio en que habita mi vasta conciencia - ¡Al fuego inextinguible, preparado para los hacedores de maldad!

Y con tales palabras, descendió su mente a un nuevo cuerpo, en que debería pagar por siempre el precio de su odio.

¿Y quién soy yo?, podrás preguntarte. ¿AlAlion? ¿Asherah? No, nada de eso. Infinitamente grande me queda el primer Nombre, y muy pequeño el segundo.

Yo soy la naturaleza, el cazador y sus presas, la destrucción y la creación. O al menos, lo soy en la pequeña porción de la realidad material que el Altísimo destinó para mí.

¿Qué cuál es mi nombre? No tengo uno definido, pero algunos me han denominado como la Corona. Soy el mundo y todos sus contenidos, el Primer Motor de este, para ustedes, inabarcable y caótico conglomerado de entidades luchando por la existencia.

Y para mayor precisión, quien te habla ahora es la Mano Izquierda de mi divinidad. La Mano de mi implacable justicia, aquella a la que están destinados los perversos, y perfectamente contrapuesta a la de mi misericordia y bondad, con que trato a aquellos que han sabido merecerlo.

Nací antes que cualquier hombre y cualquier dios de este mundo, emanado de un padre del que no sé ni su identidad, pero que me dotó del ser antes de perderse en el vasto océano de los multiversos.

Por motivos que desconozco, desde el momento mismo de mi creación supe muchas cosas acerca de éste y otros mundos. En mí residía el conocimiento de lo que podía ser, así como de la Causa por la que podía serlo, Aquél Eterno Soberano que reinó antes de que cualquier cosa fuese creada, la Inteligencia fuera del tiempo en que todos nosotros moramos desde siempre y para siempre, y el Único del que puede decirse que, si un día todo cesa de ser, reinará, imponente, por los siglos de los siglos.

Él es AlAlion, el que es, sin principio ni fin, en que toda pluralidad se hace Uno. Y el que, sin embargo, alberga en sí la primera Pluralidad, y la última.

Yo sabía de Él, y la fascinación por la paradoja que Él representa me movió a preguntarme si, acaso, sería yo capaz de emular Su Triple multiplicidad.

Y así, nació en mí el deseo de hacer brotar, de mi vasto cuerpo, algo distinto de mí mismo, un otro en que se reflejara la plenitud de mi poder. Pero, con el anhelo por la diversidad, emergió también la devoción por mi propia unicidad, por la belleza de mi tranquilidad sempiterna, que ahora podía escoger anular.

Y me rompí. Parece un término simple y poco descriptivo para el proceso que viví, pero garantizo al lector que es el más preciso que puedo encontrar. Mi psique se dividió, forjando a dos entidades claramente diferenciadas que, sin embargo, seguían siendo yo. Ellas son mis dos Manos, que pronto emanaron cada una a su propio reflejo en el Vacío que con su existencia nació en mi interior.

De mi Derecha nació Asherah, y de mi Izquierda, Apofis, la Creadora y el Destructor. Y en la batalla por el destino del universo, que era el mío, triunfó mi amor por sobre mi aversión.

Así, fue creado el mundo, y todos sus astros. Asherah hizo nacer a las ángeles, destinadas a proteger la obra de su Madre, y a aquellos que la habitarían. Ya otros han narrado las peripecias de Lucifer y sus hermanas, y no es mi propósito relatar tan compleja historia en estos momentos.

Basta para el lector saber que, con la creación de Adán, descubrí algo sobre mí que desconocía hasta entonces: de mi unicidad, podían brotar seres absolutamente distintos de mí, cuyos cuerpos sutiles podían sobrevivir durante algunos minutos tras la muerte de su dimensión física, y que, para mayor interés, podían ser reubicados en una nueva pieza material, en que yo, que odio a los malvados y amo a los justos, podría gozarme en darles lo que sus obras hubiesen merecido.

Así, erigí el Paraíso y los Infiernos. En el primero, renacerían los puros para una vida de goce sin fin, en que perfeccionarían las virtudes que les habían ganado tan noble morada. En el segundo, pagarían los despiadados a un deudor inmisericorde, entregándolos a las fauces de lo que ellos mismos habían hecho de su carácter.

Porque sí, lector: el fuego del Infierno, del que tanto hablan los mortales, ha sido en la boca de los profetas del Altísimo nada más que una alegoría del ardor de sus propias almas, quemándose en el dolor del hambre, de la persecución y de la violencia hasta que los tiempos se consumen.

El Infierno es, en realidad, muy parecido a la Tierra, con la salvedad de que, a diferencia de lo que ocurre en el mundo de los vivos, la muerte en él no pasa de ser un sueño irrealizable. El tormento de los condenados es una inagotable serie de eones llenos de dolores sin fin, en que los malditos, habiendo bebido las aguas del río del olvido, ni siquiera saben que lo están, ni tienen conocimiento del tiempo anterior a su segundo nacimiento en absoluto.

Allí, son atormentados por sus propios vicios y pasiones, aquellos que durante sus vidas mortales echaron sus suertes, así como por mis inmortales hijos de la jerarquía demoníaca, que sin que ellos lo sepan, rigen sus destinos desde las sombras.

Es allí donde, por amor a mi justicia, acabó con sus renovados huesos el criminal que asesinó a una de las protagonistas de esta historia, y aminoró la virtud de la otra. Como todos los sentenciados al tormento eterno, lloró y se lamentó, implorando clemencia. Reclamó su propia justicia, afirmando que todo lo que había hecho tenía por único fin garantizar el bien de la humanidad.

Yo, que no puedo ser engañado, ciertamente sabía de los, a menudo, no tan vanos intentos por convencerse a sí mismo de la bondad de sus intenciones que, durante su vida, había llegado a acometer en numerosos instantes. Pero por mi misma capacidad de penetrar lo oculto, estaba también consciente de que, imprudentemente, se había dejado seducir por las más innobles de sus pasiones, que pervirtieron todo aquél bien que, alguna vez, pudo brotar de sus manos.

Y así, sin piedad para el impío, lo arrojé a las llamas eternas, en que permanecerá hasta que el tiempo muera, en lo que el humo de su tormento sube, por los siglos de los siglos, para memoria ante mí.

Sí, trágico final, más no inmerecido, para un homicida semejante, en cuyas manos cayó la sangre de tantísimos inocentes. Un destino triste, pero digno de su perversión.

Más ahora, oh, lector, te hablará la otra cara de mi moneda, mi Diestra, la bondad ilimitada con que amo a los que hicieron de sus vidas arquetipo de la nobleza.

Ella, nacida al inicio de todo, es la vivísima imagen de mi compasión, con que perdono los vicios de los dolientes que, con todo su sufrimiento, se abstuvieron de usarlo como ocasión para justificar sus más bajos deseos.

Los justos, como lo son Victoria y la amiga que tiempo atrás había perdido, se mueven felices entre vastos jardines, recibiendo de los árboles los más exquisitos frutos, y de un Sol siempre joven una cálida luz durante los días, y una brisa fresca y agradable en las noches.

Allí, me ruegan los salvos, cada mañana y tarde, por misericordia para con el mundo que dejaron atrás, y en particular, para con aquellos que, en vida, les fueron fuente de amor y heroísmo.

-¡Oh, virtuosa naturaleza! – claman a una voz - ¡Piedad para los marginados, y bondad para con los desposeídos!

Desposeídos así del alma como del cuerpo, añado. Pues bien puede uno ser rico en bienes, y pobre en el amor y la caridad que todo corazón exige para su propia salud.

Desposeídos, como podría serlo la otra gran protagonista de esta historia, que, con todos sus vicios y pecados, ha sabido, en virtud de su esfuerzo por reconstruir su impía vida, hacerse digna de mi benevolencia.

Espera, y creo, no en vano, Victoria reencontrarse con ella cuando, por fin, la muerte las vuelva a reunir. Atrás han quedado los días de su enemistad, cuando el odio las alejaba tanto entre sí como el cielo lo está de la Tierra, o el extremo oriental del mundo de la puesta del Sol.

“Qué orgullosa me siento de ti”, piensa en los días en que, por ventura de mi generosidad, le muestro lo que ha sido de la vida de su querida. No podría sentirse más satisfecha de la obra de arte que la Providencia ha hecho de su existencia.

Y mientras tanto, en el centro del Jardín del Edén, Asherah mira también hacia la Tierra, mientras toma una dulce taza de té celestial.

“Vaya, con que a esto juega el Altísimo. Al final, cierto es que de los más intensos odios pueden surgir las más bellas historias de amor”, se dice a sí misma.

Espero, por el bien de sus naciones, que pronto la humanidad aprenda esa lección. Antes de que sea demasiado tarde. 

La Corte de AlAlion, capítulo 11: La semilla de la Iglesia

 La semilla de la Iglesia

“La chica miraba a su verdugo con rostro cansado y ojos tristes, a la vez que extrañamente reconfortantes. Yo llevaba tiempo fijándome en ella. Como un soldado más en una prisión militar, mi colaboración con lo que cada día percibía más como un negro episodio de la historia de mi patria era relativamente menor. Sólo me hacía cargo de vigilar a los prisioneros, y pese a las presiones, me había abstenido de participar en las torturas en su contra.

Eso, de algún modo, calmaba ligeramente mi conciencia. En realidad, yo no quería estar ahí, y hacía lo posible por mantenerme apartado de las crueldades del régimen.

Pero ella tenía algo especial. A diferencia de muchos de los reclusos, se caracterizaba por una sincera gentileza hacia sus captores, que volvía intolerable para mí el trato que se le estaba brindando. El primer día, cuando uno de mis compañeros estaba entrando a su celda para alimentarla, ella pisó accidentalmente su pie, para luego disculparse con él.

Esto no era raro considerando el hecho de que dependía de su buena voluntad, pero como bien mencioné, su caso era distinto. Su rostro era el de una efigie religiosa, mirando con genuina compasión, y no con miedo, a los que la estábamos haciendo miserable.

Había llegado allí después de que el gobierno anunciara el cierre del Congreso, y al poco tiempo comenzaran las detenciones masivas. Álzaga quería asegurarse de que no quedara ninguna autoridad en que sus opositores pudieran poner su fidelidad, con lo que el primer paso del golpe de estado era descabezarlos, acabando con sus referentes intelectuales y políticos.

Y ella había tenido la mala suerte de contarse en ese grupo. Pese a su juventud, su vasto intelecto la había transformado en una conocida activista del mundo progresista. Pese a que recientemente, por lo que se me había contado, había intentado ella sola tender un puente para con la vereda opuesta, sus esfuerzos no habían sido valorados de manera ecuánime.

Cada noche, cuando era mi turno para vigilar a los presos, pasaba al frente de su celda con el propósito expreso de saber qué estaba haciendo. Habitualmente la encontraba consolando a alguno de sus compañeros, y en ocasiones, haciendo algo que no hubiese esperado de alguien de sus orígenes: orar.

Como todo occidental promedio, ella conocía las oraciones propias de nuestra tierra, y las repetía en bucle hasta quedarse dormida. Tal vez habría tenido algo que ver la influencia del sacerdote que, por azares del destino, había acabado siendo su compañero de reclusión, y que había muerto recientemente por falta de medicamentos.

Era fascinante, para mí, cómo la comprensiva influencia de un hombre que seguramente pasaría a la historia como un anónimo podía ser capaz de impactar a un alma, en beneficio, tal vez, de otra.

“Alma” era una palabra que ella repetía habitualmente en sus plegarias al Señor de los mundos. Nunca tuve claro a quién se refería exactamente. Pero en cada guardia, ella pedía que ese pobre espíritu pudiera hallar en el Altísimo la compasión que sin duda no se tendría a sí mismo.

El día en que la situación explotó, yo acababa de empezar mi turno. Eran ya las diez de la noche, y tras mi cena, se me mandó a llamar para lo que pronto descubrí como una ejecución sumaria, como las que habían estado realizándose de manera regular en los últimos días. Como bien dije, el objetivo era descabezar a la oposición, con lo que este proceder era de esperarse.

Pero mi corazón pareció caer de mi pecho cuando supe que uno de los objetivos de la noche era precisamente aquella chica que tantas pasiones había levantado, y que ese día, pese a su lamentable estado físico y apariencia, parecía brillar con una cándida luz que no tardó en iluminar las negruras de mi corazón.

No, no debía morir. Era demasiado joven, y tenía derecho al futuro que cualquier muchacha de su edad puede tener. Especialmente ella…

Pero la decisión estaba tomada, y no había nada que yo pudiera hacer. La hicieron caminar afuera del recinto, junto a otros prisioneros en una situación tan triste como la suya. Y una vez frente al paredón, sin siquiera permitirles una última despedida, los soldados apuntaron sus rifles contra ellos.

Nuestras miradas se cruzaron en esos breves instantes. En sus ojos, no se veía rencor ninguno, ni la menor animadversión contra nosotros. Sólo tristeza, y un extremo y más que justificado agotamiento.

Me quebré. No pude evitarlo. Todo esto era excesivo incluso para un hombre de armas, como yo lo era. Pero, evidentemente, no era el único.

Un par de horas después, tras haberme refugiado en un baño para llorar mis culpas sin que nadie pudiera verme, se me hizo llamar de inmediato. Al aparecer frente a mis superiores, me dieron un arma y, junto a otros hombres, nos hicieron subir a un camión camino a la cercana capital. No tardé en descubrir qué pasaba.

De algún modo, alguien había obtenido un video de la ejecución de la muchacha, y de una manera aún más misteriosa, había sido capaz de subirlo a redes sociales.

El material se había viralizado en cuestión de minutos. Y pronto, la ira acumulada de un país entero venció al miedo, y cientos de miles de personas salieron a la calle en busca de la cabeza de sus dirigentes.

Lo que sigue ocurrió tan rápido, que dudo poder narrarlo con exactitud. Hubo muertos. Muchos, y yo seguramente fui responsable de algunos, por los que hoy, su señoría, estoy pagando mi condena. Cecilio Álzaga, en un intento por escapar del país, fue atrapado y linchado por una multitud furiosa, que por lo visto no había aprendido las lecciones que esa chica intentó enseñarle.

Ahora, más de diez años después de lo sucedido, todavía me pregunto cuáles habrán sido los últimos pensamientos que cruzaron por su mente. Seguramente hubo fe. Y, sospecho fuertemente, también compasión.

Aquí nadie fue inocente. Bien por promover el odio, bien por pagarlo con la misma moneda. Y una de las pocas personas que intentó detenernos lo pagó con su vida.

De modo que, honorable jurado, y sin interés en menoscabar mi responsabilidad, suplico que se haga justicia sin olvidar la clemencia. Es momento de perdonarnos unos a otros, de superar las heridas del pasado, y así construir un futuro en que estos horrores no se repitan.

Que el Dios Supremo me perdone, y que tenga compasión de nuestra gran y noble patria. Y, sobre todo, que aquella chica que hace tanto nos dejó, interceda, donde quiera que esté, para que ese espíritu que ella tuvo se contagie a cada uno de nuestros corazones. Muchas gracias”.

Alma escuchaba, entre lágrimas, el discurso del soldado, uno de los últimos en ver a su querida Victoria con vida, desde la sala de su casa. Allí residía, sola, con un gato de nombre Torquemada, permitiéndose sólo ocasionalmente ser feliz.

Había pasado los últimos doce años llena de culpa. Desde lo sucedido aquella noche, había pasado cada día preguntándose si, acaso, hubiera podido hacer la diferencia.

“Perdóname, por favor”, le decía a su amiga, sin estar segura de si ella podía escucharla. Pero, al mismo tiempo, sentía una extraña alegría.

En sus últimos días, ella no se había olvidado de la única persona que, tal vez, podría haber hecho algo para prevenir la tragedia. Y, tal vez como fruto de su oración sincera, el Altísimo le había concedido una segunda oportunidad.

Tras huir de Ariadne, había intentado rehacer su vida en el norte de América, sin éxito. Los fantasmas de su pasado la perseguían aún, tanto al interior de su espíritu como fuera de él. Muchos la acusaban de ser responsable de la muerte de numerosos inocentes, y la verdad era que no estaban equivocados.

Pero ella, por una vez, decidió ser valiente, y dar un paso al frente sin huir de lo que tenía detrás. Escribió una novela narrando sus experiencias con Victoria, y dedicó su vida a intentar que su legado no muriese con ella.

Ahora, más de una década después, era la reconocida dirigente de una fundación destinada a combatir la desinformación y, sobre todo, el odio en forma de palabras, así como de acciones. Ella finalmente había tenido el valor de asumir quién era, y a pesar de que su convicción religiosa la había prevenido de llevar sus deseos a la práctica, sentía una libertad que habría olvidado por siempre sin esa chica.

Aquella muchacha, al final, había logrado lo que merecía: ser la semilla de nuevos hombres justos. Y ella, sin menoscabo de su pasado, también. 

lunes, 24 de marzo de 2025

La Corte de AlAlion, capítulo 10: Astucias de Samael

Astucias de Samael

Alma, como tantas otras veces, caminaba en dirección a la pequeña plaza, ubicada a las afueras de la ciudad, donde solía reunirse con Victoria.

Cruzó la calle en una esquina y, como siempre, vio a su amiga sentada en un banco, que pronto se percató de su presencia, y la saludó con la mano.

Era un lugar poco concurrido, pero aún así valía la pena mantener sus precauciones. Ambas llevaban anteojos oscuros, y Alma había cubierto su cabello con una capucha. Estaban conscientes de que el sectarismo y la polarización de su sociedad podía tener consecuencias trágicas para ambas, si es que a algún listillo se le daba por tomar alguna imagen de su encuentro.

Ambas se saludaron, y pronto comenzaron a conversar sobre el tema que, por teléfono, habían acordado tratar en esa ocasión.

-Tenemos que hacer algo. – le decía Victoria por mensaje de texto – Esto va a salirse de control.  

Y vaya que todo apuntaba a que así iba a ser. En las más recientes manifestaciones callejeras, había habido personas heridas de gravedad, e incluso un fallecido. La oposición hablaba abiertamente de apartar de sus funciones al presidente, y el gobierno recrudecía su discurso contra todo aquél que criticara las ineficacias más recientes de su política económica.

         -Así que bueno, ¿cuál es tu plan? – preguntó Alma.

-Estaba por preguntarte lo mismo – contestó su amiga - Pero creo que deberíamos empezar a plantear de cara a la gente la necesidad de superar el odio entre hermanos. Se me ocurre que podríamos, lentamente, ir teniendo acercamientos en público. Sería una gran oportunidad para que los seguidores de ambas vayan, poco a poco, aprendiendo a entenderse.

-¿Qué tipo de acercamientos?

-Pues, debates o conversaciones en que ambas podamos exponer nuestras preocupaciones. Con la intención de entendernos, en lugar de derrotarnos mutuamente.

Alma hizo un gesto que evidenciaba su desaprobación.

-Hummmm… no sé si sea una buena idea. A muchos no va a gustarles eso….

-¿Y qué? Tenemos que intentarlo. Es posible que aún podamos hacer la diferencia.

Alma volvió a manifestar su incredulidad.

         -En verdad no me parece una buena idea. – insistió.

-Alma: tenemos que detener esta locura. Sé que te asusta, y a mí también, pero es nuestra única chance. – replicó Victoria, mirándola a los ojos.

Esos enormes ojos marrones, tan cargados de aquella nobleza que, con el paso del tiempo, había sido capaz de captar en ella, tocaron su corazón con toda la potencia con que podían hacerlo.

Le aterraba la idea de acabar condenada al ostracismo que otras figuras relevantes de su partido habían tenido que sufrir. Pero, al mismo tiempo, estaba consciente del peligro que esa chica a la que tanto apreciaba correría si la olla a presión acababa por estallar. Debía tomar una decisión. Y, pronto, escogió de qué lado quería estar.

-Oh, está bien. – dijo, encogiéndose de hombros. Y con esas palabras, su suerte quedó echada.

Acordaron organizar, para ese mismo fin de semana, un debate informal, en que ambas intentarían presentar sus respectivos puntos de vista sobre las dificultades que su sociedad enfrentaba. Les interesaba, de modo especial, enfocarse en el conflicto entre su gobierno y los colectivos LGBT y feministas, con que Victoria tenía tanta cercanía.

Cuando ya estaban por despedirse, el Sol volvió a brillar desde arriba de las nubes que, esa mañana, habían llorado sobre la capital de su patria. Y, no soportando el calor, Alma tomó la decisión de quitarse el abrigo, dejando su cabellera dorada al descubierto.

-Hasta luego. – dijo Victoria – En verdad aprecio lo que haces. Eres muy valiente, y respeto eso.

Alma le respondió con una sonrisa, y la saludó con la mano. Definitivamente había tomado una buena decisión al acercarse a ella. Era una chica extraordinaria a la que, sin duda, se gozaba de poder llamar “amiga”. Y, con algo de apoyo de su Divinidad, pronto muchos de los que la seguían serían capaces de percatarse de que no sólo el Diablo mora en lo oculto.

Alma llegó a casa una media hora después, y se dio una ducha. Estaba aún en la bañera cuando tras la puerta del baño sonaron tres golpes. Era su madre.

         -Hija, Iván ha venido a verte. – le decía.

“¿Iván?”, pensó la muchacha. “No se suponía que nos reuniéramos hoy”.

Rápidamente, apagó el agua caliente, salió de la tina y, tras haber secado de modo apresurado su cuerpo, se vistió. Cuando salió del baño, Iván la esperaba en la sala de la casa, con rostro pétreo y mirada aún menos amistosa.

         -Hola, amor. – le dijo - ¿Qué pasa? No esperaba tu visita.

-Cecilio quiere hablar contigo, y pidió que te lleve hasta Casa de Gobierno. – fue su respuesta – Hay un asunto importante que quiere discutir con nosotros.

-¿De qué se trata? – preguntó ella.

-Lo sabrás cuando hayamos llegado. Pero es realmente importante que estemos ahí en una hora.

A continuación, el chico la tomó de la mano, y casi arrastrándola, la llevó hacia su auto, estacionado fuera de la casa. La hizo subir en el asiento del acompañante, en lo que él se disponía a conducir hacia el gran edificio en el centro de la ciudad.

La urbe era lo bastante grande para que el trayecto tomara poco menos de cuarenta minutos. Y en ese tiempo, Iván apenas habló con ella, negándose a contestar sus repetidas preguntas sobre lo que estaba sucediendo.

Cuando llegaron, se dirigieron a la parte trasera del lugar. Los guardias los conocían sobradamente, siendo que su presencia estaba lejos de ser rara, con lo que no tardaron demasiado en dejarlos entrar. Iván aparcó el automóvil en la playa de estacionamiento del edificio, y sólo entonces se dirigió a ella.

         -Estamos preocupados por ti, amor. – le explicó.

-¿Preocupados? ¿De qué estás hablando? – lo interrogó ella, esperando ya lo peor.

-Alma: sé a dónde fuiste hoy. Y la verdad, eso no me gusta nada.

Ella no pudo hacer más que fingir demencia, en lo que abría la puerta del automóvil, y junto a su novio se dirigía hacia el interior del enorme centro administrativo de su patria.

Una vez adentro, subieron un par de escaleras, en lo que discutían la incómoda situación en que ella se encontraba.

         -No entiendo por qué hacen esto conmigo. – se quejó.

-¿Ya olvidaste cómo le hablaste a Cecilio la vez pasada? No sólo es el presidente, y lo contradijiste en público en frente de sus propios seguidores, sino que es el hombre que nos dio todo. Él nos puso donde estamos. Creo que no debería olvidársete a la hora de humillarlo de ese modo.

-Yo no quise humillar a nadie. Sólo no estoy de acuerdo con su enfoque en este caso, eso es todo.

-Vaya, y parece que sí lo estás con la progre que arruinó tu propia conferencia hace no mucho, ¿verdad?

Alma se detuvo en seco, mirándolo a los ojos, sin saber qué decir.

-¿Ya olvidaste lo que tuvimos que pasar por esa gente? A ti, en la escuela secundaria, te golpeaban tus propias compañeras de clase, por disentir con las ideas que ella representa. Y tus profesores lo validaban.

-Sí, y debemos cambiar eso. – replicó ella – Iván: no quiero que terminemos matándonos por esa clase de rencores. Eso ya ha pasado antes, y lo sabes. Muchos han muerto por este odio que…

-Alma… - se escuchó decir, de repente, a un lado de ellos.

Allí, con rostro solemne, Cecilio Álzaga los contemplaba, enfocándose de modo especial en su muy querida discípula.

-Veo que Iván se me adelantó. – continuó – Como tal vez ya te dijo, nos preocupa mucho tu deriva ideológica, y te he mandado a llamar para… invitarte a cambiar tu actitud. Lamento haber recurrido a estos métodos. Necesitaba saber quién te estaba llevando por ese camino.

-¿Qué? ¿De qué hablan?

-Él me hizo el favor de averiguar lo que necesitaba saber. – se explicó el presidente – Como te dije, lo siento, pero no tenía muchas opciones.

-¿Tú me espiaste? – preguntó Alma a su pareja, visiblemente molesta.

-Deberías alegrarte por eso. – replicó Cecilio – Podría haber sido un periodista. Y en ese caso, habrías tenido más problemas aún.

El tono de Cecilio era gentil, a la vez que amenazante. Alma, que lo amaba como a su mentor y su amigo, no podía evitar sentirse anonadada por su elegante imponencia.

-Alma, puede que sea una imprudencia de mi parte recordártelo, pero nuestro gobierno no tiene la menor intención de ceder en nada ante los representantes del Maligno. Y si tenemos que quitarte de en medio para garantizar que así sea, estaremos más que dispuestos.

-Pero, Cecilio, esa chica…

-Esa chica sirve al enemigo. No podemos tenerle la menor consideración. Como dirían ellos mismos, “al enemigo, ni justicia”. – sentenció – Así que es momento de que tomes una decisión. O vuelves al redil, o te apartamos de nuestro espacio. Tú elige de qué lado quieres estar.

Esa tarde, Alma le escribió a Victoria un mensaje más, en un intento por apartarse de su muy querida amiga sin causarle el dolor de la consternación.

En él, le mintió. Le dijo que no se sentía preparada para una responsabilidad como la que su amistad con ella le exigía, y que quería distanciarse por un tiempo, a fin de, en sus palabras, “pensar las cosas con más cuidado”. Y acto seguido, por presión de Iván, bloqueó su número.

Escasas horas más tarde, ya por la noche, ambos se encontraban en un mitin del partido, en que, como referente, su presencia era obligatoria. Nunca supo si fue una mera imprudencia del organizador o un deliberado y tal vez cruel intento por ponerla a prueba, pero, para cerrar la noche, fue invitada al escenario, a fin de que dedicara unas palabras al público.

Ella subió al estrado, miró a la muchedumbre, y dudó durante varios segundos antes de hablar. Pero, al final, inhaló, exhaló y, tragándose su propia dignidad, dijo a la multitud:

-Como bien dijo mi estimado amigo Cecilio, estamos enfrentando al mal, a un movimiento que representa la obra de Samael en este mundo. Muchos se sirven de la mentira para sus propios fines, pues ésta los favorece. Pero la verdad va a ser más fuerte, con ayuda de las fuerzas del Altísimo.

Sus palabras le trajeron las ovaciones de la multitud, y los aplausos de sus colaboradores más cercanos. A un lado de la sala, Cecilio la miraba, sonriente.

Pero ella se sentía vacía. Era un completo fraude que, sin embargo, no tenía demasiadas opciones.

Desde la pantalla de su televisor, a varios kilómetros del lugar, Victoria veía la mirada de su amiga, completamente ajena al júbilo de aquellos que la rodeaban.

Estaba enojada, sí, pero, sobre todo, triste. La chica a la que tanto quería la había traicionado. Y a pesar de eso, la perdonaba. No estaba segura de qué le había ocurrido, pero sin duda tenía sus motivos para obrar como lo hacía.

A la distancia, las campanas de un templo alionista resonaban con toda su furia, en lo que el coro cantaba un cántico tan antiguo y tan nuevo como el tiempo mismo.

-Señor, ten piedad. – repetía ella para sus adentros, por su país, a fin de que pronto hallara la paz.

-Señor, ten piedad. – insistía con el coro, por esos adversarios que, con certeza, harían mucho daño si el Altísimo no intervenía.

-Señor, ten piedad. – exclamó una última vez, casi llorando, por su amiga, esa chica a la que tanto amaba y admiraba, y que ahora, más que nunca, necesitaba ser protegida de la astucia del Satán.

 

Herederas de la caído, prólogo

Prólogo  Bien, lo admito: no fui del todo sincera con usted, lector. Yo, Lucifer (como no debería sorprender a nadie) le he mentido. Pero pe...