En
las tierras del sueño
En las siguientes horas, cuando ya
estábamos de vuelta en el edificio, el cansancio venció a dos de los miembros
del equipo que teníamos la facultad de necesitar dormir. Yxa y Zerr, de quien
no pudo sorprenderme más su extraña “humanidad”, se recostaron, y no tardaron
en perder toda noción de su entorno, internándose en el plano onírico. Karn,
por su parte, se retiró a la zona más húmeda y fría del piso en que nos
reuníamos, para descansar.
Yo estuve cerca de hacerlo
también, pero me detuvo mi curiosidad. Trysa, quien había entregado el Testigo
a su madre inmediatamente después de llegar, caminaba de un lado a otro en la
terraza cercana, murmurando lo que parecían ser nombres, en un estado que me
resultaba, francamente, preocupante. ¿Qué podría haber cruzado la mente de esta
pobre condenada, para afectar de semejante modo su estabilidad psíquica, al
momento de tocar esa cosa?
Estaba plenamente consciente,
como estudioso del esoterismo que era, de que el acceso a ciertos conocimientos
podía, tranquilamente, destruir la cordura de un ser humano sin apenas
esfuerzo. El cosmos, y tal vez lo que hay más allá de él, podían estar muy, muy
por encima de lo que cualquier escritor humano pudiese soñar.
Me vi tentado a hablar con ella,
a fin de comprobar su estado. Tal vez estaba sentenciada por la eternidad
debido a sus terribles crímenes en vida, pero seguía siendo humana en algún
sentido, y me preocupaba su bienestar. Afortunadamente, el destino me echó una
mano.
Yo, sentado a las puertas de la
terraza y mirándola fijamente, al parecer no tardé en llamar su atención. En un
momento dado, se volteó, me contempló de pies a cabeza y, por fin, me habló.
-Sabes
demasiado para ser un condenado, Emker. – me dijo.
-Disculpa,
¿de qué hablas?
-Vamos,
amigo: no conozco a una sola persona aparte de Joann que sepa algo en absoluto
sobre Egipto o sus faraones. Sólo hay un lugar en este universo en que ese
nombre es famoso, y ambos sabemos cuál es.
Evidentemente, me había delatado
ante ella pese a mis intentos por ser sutil. En retrospectiva, era un tanto
obvio que Conly iba a decirle la verdad sobre su mundo tarde o temprano.
-Lo
que quiero saber es qué te trae por aquí. No entiendo por qué alguien que
habita en un mundo tan hermoso querría venir a esta fosa séptica en forma de
dimensión.
La miré, impasible. Me pregunté
durante varios segundos cuál debería ser mi siguiente movimiento hasta que, por
fin, me di cuenta de que la mejor opción era decirle la verdad.
-Su
nombre era Lara. Ella era una chica genial, divertida y con una inteligencia
asombrosa. Pero tomó malas decisiones y… acabó por quitarse la vida. Aneu me contactó
poco después, y me trajo a este lado para buscarla.
-Vaya…
lo lamento. – replicó ella – Espero puedas encontrarla. Aunque en un lugar así
de grande…
-Sí…
y dime, Trysa, ¿de dónde conocen a Aneu?
-Mi
madre me lo presentó después de adoptarme. Como podrás imaginar, aparecí un día
en este lugar, con una edad equivalente a la de una niña de catorce años, y sin
saber de dónde diablos había salido. Lo primero que hice al llegar fue buscar
cómo ganarme la vida, y una anciana me ofreció un trabajo. Apenas llegué al día
siguiente, unos encapuchados me secuestraron, y me vendieron como esclava sexual.
Joann era rival de la banda que administraba el local, y en un enfrentamiento,
lo visitó, y me encontró. No sé qué fue lo que tanto le atrajo de mí, pero
decidió llevarme con ella. Tal vez, de algún modo, se vio reflejada en mí. La
verdad es que nunca se lo pregunté.
-Hummmm…
comprendo. Es una pena que hayas tenido que pasar por eso.
-Sí,
pero probablemente me lo merecía. No porque sí acabé en este lugar, ¿o sí?
-¿Sabes? Eso
es lo que siempre me perturbó de las religiones: el punitivismo. Todas ellas asumen
que uno debe recibir simplemente lo que merece, al menos en mi mundo. Todas,
excepto una: el alionismo.
-Oh,
los adoradores de AlAlion. Mi madre me habló de ellos, aunque sólo de manera
superficial.
-Fueron
fundados por un tal Vasudeva hace dos milenios. Era un místico, que afirmó
estar en comunicación con unas entidades cósmicas llamadas los Primordiales. Seres
de naturaleza inaprehensible para el ser humano, de los que hay ejemplares
benévolos para nosotros, así como otros que son una auténtica amenaza. Vasudeva
afirmó que AlAlion, el Dios Supremo, desea que el hombre tome los disgustos y
dificultades de la vida material como ocasión para perfeccionar su espíritu, la
vara por la que nos medirá el día en que, por fin, decida poner fin al tiempo
de prueba de las criaturas racionales, y elevar hacia Sí a toda la Creación material.
-¿Y
cómo se supone que hagamos eso, exactamente?
-Pues,
no tiene mucha ciencia. Todo depende de cómo respondas a tus luchas: si con
amor y nobleza, o con la bajeza del odio y el resentimiento. O como diría el
mismo Vasudeva, “sin la crueldad del verdugo, no habría la paciencia de los
mártires”.
-A
veces me pregunto por qué un Ser Ilimitado y benévolo permitiría que exista un
lugar como este. – suspiró la chica.
-Puede
que sea lo que ustedes mismos necesitan. – contesté. Esta era una pregunta que
me había hecho en relación a mi propio mundo, en su día - A veces, el dolor y
el pecado, cuando van acompañados de la experiencia del perdón, son la clave
para el perfeccionamiento de un espíritu. No sé cuándo, y si es que, AlAlion va
a intervenir para arreglar este desastre. Pero si realmente existe y es como
dicen que es, todo va a haber valido completamente la pena, y va a sorprender a
los mismos Primordiales. – expliqué.
El silencio se extendió durante
varios segundos, antes de que yo, finalmente, le hablara sobre el elefante en
la habitación.
-Y
bueno, Trysa… ¿qué viste cuando tocaste esa cosa? – la interrogué. Ella
continuó mirando hacia la ciudad, en lo que volvía a suspirar.
-Es…
largo de explicar. No fue una sola cosa. Fue como si, en un solo instante,
pasaran por mi mente multitud de eventos… de varias vidas.
-¿Varias
vidas?
-Sí.
Al menos dos. En una, era una niña en una aldea iluminada por un precioso cielo
azul. Un lugar hermoso, en todo diferente de Nexhazar, que de alguna manera sabía
que pronto tendría que abandonar. La otra me apareció menos clara. Sólo
recuerdo estar parada en una sala de paredes blancas, rodeada de figuras
encapuchadas, que rendían culto a una entidad llamada “Samael”…
“Samael”, pensé. Qué curioso. Él
era descrito, en el culto alionista, como el que alguna vez fue líder de los
serafines, la más alta jerarquía de los Primordiales. Seducido por su propio
orgullo, se separó eterna e irreversiblemente del Altísimo, y desde entonces ha
trabajado para el mal de los seres corpóreos, desde los ángeles hasta los
hombres, y la más pequeña de las bestias.
¿Qué podría significar esto? No
tenía una respuesta, y tampoco quería aumentar las angustias de mi
interlocutora, así que me limité a dejarla hablar.
-Joann
me dijo que, en alguna ocasión, conoció a una ángel caída, y luego redimida, a
la que se refirió como “Lucifer”. Ella afirmaba haber participado en la
creación del universo, y nos advirtió contra la perniciosa influencia de este
ser. A decir verdad, me preocupa lo que pueda haber en mi pasado… o en mi
futuro.
-¿Redimida?
Vaya, me gustaría conocer esa historia. En mi mundo, ella es símbolo del mal en
toda la Tierra, y se la considera la responsable de todos los sufrimientos
humanos.
-Tal
vez lo sea. No lo sé. Pero Joann me aseguró que parecía arrepentida de su
pasado, y que había sido capaz de reconciliarse con su Creadora.
-Ojalá
exista una Deidad así de benévola para con aquellos que la hemos ofendido. Todo
esto es demasiado absurdo. Una eternidad tras otra de sufrimiento, y… ¿para
qué? ¿Sólo para castigarnos, sin jamás darnos la oportunidad de reparar
nuestros errores?
-Los
alionistas dicen que sólo se pierde aquél que renuncia completamente y para
siempre al amor. Las tinieblas exteriores, que son el destino de aquellos que
se obstinan en el mal, son simplemente lo que pasa cuando alguien obra así. Los
que están allí lo estarán para siempre, porque ya nunca querrán otra cosa. Una
prisión cerrada por dentro, por los siglos de los siglos.
-Vaya,
sí que conoces de estos asuntos. Me alegra tener a mi lado a alguien con tu
saber. Definitivamente te juzgué mal.
Nuestra charla no duró demasiado
después de estas palabras. Ambos estábamos exhaustos, y no tardamos en entrar
al edificio y, sirviéndonos de la asfixiante oscuridad del Inframundo, intentar
dormir un poco.
Más sorprendente que el hecho de
que, a pesar de estar fuera de mi cuerpo físico, necesitara dormir, era el que pudiese
soñar incluso del otro lado del umbral de la muerte.
No recuerdo aquél sueño por
completo. Era una rápida sucesión de imágenes. Una figura femenina y luminosa
combatiendo a una monstruosidad amorfa. El Jardín del Edén y el Árbol del
conocimiento. Una serie de islas en forma de un círculo concéntrico hundiéndose
en el mar. Criaturas muy similares a Karn moviéndose bajo las aguas, en medio
de la oscuridad de sus propias mentes animalizadas.
Pero lo que recuerdo con mayor claridad,
es a esa mujer, rellena y de rasgos entre lo caucásico y lo oriental, que
sostenía en su mano El Testigo, invitándome a tocarlo. No me atreví, y tal vez
me pase el resto de la eternidad lamentándolo.
Desperté al instante,
encontrándome, sudoroso, en mi litera en la cima del edificio en que me había
dormido.
“No le des mucha caña a este
asunto”, susurraba una voz en mi cabeza. “Los dioses también jugamos al ajedrez”.