lunes, 7 de abril de 2025

Los juegos de los dioses, capítulo 4: En las tierras del sueño

En las tierras del sueño

En las siguientes horas, cuando ya estábamos de vuelta en el edificio, el cansancio venció a dos de los miembros del equipo que teníamos la facultad de necesitar dormir. Yxa y Zerr, de quien no pudo sorprenderme más su extraña “humanidad”, se recostaron, y no tardaron en perder toda noción de su entorno, internándose en el plano onírico. Karn, por su parte, se retiró a la zona más húmeda y fría del piso en que nos reuníamos, para descansar.

Yo estuve cerca de hacerlo también, pero me detuvo mi curiosidad. Trysa, quien había entregado el Testigo a su madre inmediatamente después de llegar, caminaba de un lado a otro en la terraza cercana, murmurando lo que parecían ser nombres, en un estado que me resultaba, francamente, preocupante. ¿Qué podría haber cruzado la mente de esta pobre condenada, para afectar de semejante modo su estabilidad psíquica, al momento de tocar esa cosa?

Estaba plenamente consciente, como estudioso del esoterismo que era, de que el acceso a ciertos conocimientos podía, tranquilamente, destruir la cordura de un ser humano sin apenas esfuerzo. El cosmos, y tal vez lo que hay más allá de él, podían estar muy, muy por encima de lo que cualquier escritor humano pudiese soñar.

Me vi tentado a hablar con ella, a fin de comprobar su estado. Tal vez estaba sentenciada por la eternidad debido a sus terribles crímenes en vida, pero seguía siendo humana en algún sentido, y me preocupaba su bienestar. Afortunadamente, el destino me echó una mano.

Yo, sentado a las puertas de la terraza y mirándola fijamente, al parecer no tardé en llamar su atención. En un momento dado, se volteó, me contempló de pies a cabeza y, por fin, me habló.

         -Sabes demasiado para ser un condenado, Emker. – me dijo.

         -Disculpa, ¿de qué hablas?

-Vamos, amigo: no conozco a una sola persona aparte de Joann que sepa algo en absoluto sobre Egipto o sus faraones. Sólo hay un lugar en este universo en que ese nombre es famoso, y ambos sabemos cuál es.

Evidentemente, me había delatado ante ella pese a mis intentos por ser sutil. En retrospectiva, era un tanto obvio que Conly iba a decirle la verdad sobre su mundo tarde o temprano.

-Lo que quiero saber es qué te trae por aquí. No entiendo por qué alguien que habita en un mundo tan hermoso querría venir a esta fosa séptica en forma de dimensión.

La miré, impasible. Me pregunté durante varios segundos cuál debería ser mi siguiente movimiento hasta que, por fin, me di cuenta de que la mejor opción era decirle la verdad.

-Su nombre era Lara. Ella era una chica genial, divertida y con una inteligencia asombrosa. Pero tomó malas decisiones y… acabó por quitarse la vida. Aneu me contactó poco después, y me trajo a este lado para buscarla.

-Vaya… lo lamento. – replicó ella – Espero puedas encontrarla. Aunque en un lugar así de grande…

-Sí… y dime, Trysa, ¿de dónde conocen a Aneu?

-Mi madre me lo presentó después de adoptarme. Como podrás imaginar, aparecí un día en este lugar, con una edad equivalente a la de una niña de catorce años, y sin saber de dónde diablos había salido. Lo primero que hice al llegar fue buscar cómo ganarme la vida, y una anciana me ofreció un trabajo. Apenas llegué al día siguiente, unos encapuchados me secuestraron, y me vendieron como esclava sexual. Joann era rival de la banda que administraba el local, y en un enfrentamiento, lo visitó, y me encontró. No sé qué fue lo que tanto le atrajo de mí, pero decidió llevarme con ella. Tal vez, de algún modo, se vio reflejada en mí. La verdad es que nunca se lo pregunté.

-Hummmm… comprendo. Es una pena que hayas tenido que pasar por eso.

-Sí, pero probablemente me lo merecía. No porque sí acabé en este lugar, ¿o sí?

-¿Sabes? Eso es lo que siempre me perturbó de las religiones: el punitivismo. Todas ellas asumen que uno debe recibir simplemente lo que merece, al menos en mi mundo. Todas, excepto una: el alionismo.

-Oh, los adoradores de AlAlion. Mi madre me habló de ellos, aunque sólo de manera superficial.

-Fueron fundados por un tal Vasudeva hace dos milenios. Era un místico, que afirmó estar en comunicación con unas entidades cósmicas llamadas los Primordiales. Seres de naturaleza inaprehensible para el ser humano, de los que hay ejemplares benévolos para nosotros, así como otros que son una auténtica amenaza. Vasudeva afirmó que AlAlion, el Dios Supremo, desea que el hombre tome los disgustos y dificultades de la vida material como ocasión para perfeccionar su espíritu, la vara por la que nos medirá el día en que, por fin, decida poner fin al tiempo de prueba de las criaturas racionales, y elevar hacia Sí a toda la Creación material.

-¿Y cómo se supone que hagamos eso, exactamente?

-Pues, no tiene mucha ciencia. Todo depende de cómo respondas a tus luchas: si con amor y nobleza, o con la bajeza del odio y el resentimiento. O como diría el mismo Vasudeva, “sin la crueldad del verdugo, no habría la paciencia de los mártires”.

-A veces me pregunto por qué un Ser Ilimitado y benévolo permitiría que exista un lugar como este. – suspiró la chica.

-Puede que sea lo que ustedes mismos necesitan. – contesté. Esta era una pregunta que me había hecho en relación a mi propio mundo, en su día - A veces, el dolor y el pecado, cuando van acompañados de la experiencia del perdón, son la clave para el perfeccionamiento de un espíritu. No sé cuándo, y si es que, AlAlion va a intervenir para arreglar este desastre. Pero si realmente existe y es como dicen que es, todo va a haber valido completamente la pena, y va a sorprender a los mismos Primordiales. – expliqué.

El silencio se extendió durante varios segundos, antes de que yo, finalmente, le hablara sobre el elefante en la habitación.

-Y bueno, Trysa… ¿qué viste cuando tocaste esa cosa? – la interrogué. Ella continuó mirando hacia la ciudad, en lo que volvía a suspirar.

-Es… largo de explicar. No fue una sola cosa. Fue como si, en un solo instante, pasaran por mi mente multitud de eventos… de varias vidas.

-¿Varias vidas?

-Sí. Al menos dos. En una, era una niña en una aldea iluminada por un precioso cielo azul. Un lugar hermoso, en todo diferente de Nexhazar, que de alguna manera sabía que pronto tendría que abandonar. La otra me apareció menos clara. Sólo recuerdo estar parada en una sala de paredes blancas, rodeada de figuras encapuchadas, que rendían culto a una entidad llamada “Samael”…

“Samael”, pensé. Qué curioso. Él era descrito, en el culto alionista, como el que alguna vez fue líder de los serafines, la más alta jerarquía de los Primordiales. Seducido por su propio orgullo, se separó eterna e irreversiblemente del Altísimo, y desde entonces ha trabajado para el mal de los seres corpóreos, desde los ángeles hasta los hombres, y la más pequeña de las bestias.

¿Qué podría significar esto? No tenía una respuesta, y tampoco quería aumentar las angustias de mi interlocutora, así que me limité a dejarla hablar.

-Joann me dijo que, en alguna ocasión, conoció a una ángel caída, y luego redimida, a la que se refirió como “Lucifer”. Ella afirmaba haber participado en la creación del universo, y nos advirtió contra la perniciosa influencia de este ser. A decir verdad, me preocupa lo que pueda haber en mi pasado… o en mi futuro.

-¿Redimida? Vaya, me gustaría conocer esa historia. En mi mundo, ella es símbolo del mal en toda la Tierra, y se la considera la responsable de todos los sufrimientos humanos.  

-Tal vez lo sea. No lo sé. Pero Joann me aseguró que parecía arrepentida de su pasado, y que había sido capaz de reconciliarse con su Creadora.

-Ojalá exista una Deidad así de benévola para con aquellos que la hemos ofendido. Todo esto es demasiado absurdo. Una eternidad tras otra de sufrimiento, y… ¿para qué? ¿Sólo para castigarnos, sin jamás darnos la oportunidad de reparar nuestros errores?

-Los alionistas dicen que sólo se pierde aquél que renuncia completamente y para siempre al amor. Las tinieblas exteriores, que son el destino de aquellos que se obstinan en el mal, son simplemente lo que pasa cuando alguien obra así. Los que están allí lo estarán para siempre, porque ya nunca querrán otra cosa. Una prisión cerrada por dentro, por los siglos de los siglos.

-Vaya, sí que conoces de estos asuntos. Me alegra tener a mi lado a alguien con tu saber. Definitivamente te juzgué mal.

Nuestra charla no duró demasiado después de estas palabras. Ambos estábamos exhaustos, y no tardamos en entrar al edificio y, sirviéndonos de la asfixiante oscuridad del Inframundo, intentar dormir un poco.

Más sorprendente que el hecho de que, a pesar de estar fuera de mi cuerpo físico, necesitara dormir, era el que pudiese soñar incluso del otro lado del umbral de la muerte.

No recuerdo aquél sueño por completo. Era una rápida sucesión de imágenes. Una figura femenina y luminosa combatiendo a una monstruosidad amorfa. El Jardín del Edén y el Árbol del conocimiento. Una serie de islas en forma de un círculo concéntrico hundiéndose en el mar. Criaturas muy similares a Karn moviéndose bajo las aguas, en medio de la oscuridad de sus propias mentes animalizadas.

Pero lo que recuerdo con mayor claridad, es a esa mujer, rellena y de rasgos entre lo caucásico y lo oriental, que sostenía en su mano El Testigo, invitándome a tocarlo. No me atreví, y tal vez me pase el resto de la eternidad lamentándolo.

Desperté al instante, encontrándome, sudoroso, en mi litera en la cima del edificio en que me había dormido.

“No le des mucha caña a este asunto”, susurraba una voz en mi cabeza. “Los dioses también jugamos al ajedrez”. 

viernes, 4 de abril de 2025

Los juegos de los dioses, capítulo 3: El Testigo

Capítulo 3

El Testigo

El sitio en que Trysa y sus subordinados solían reunirse estaba lejos de compartir algo del glamour del resto del edificio. Era un lugar oscuro, alumbrado por tenues luces de neón, destinadas a mantener la mínima visibilidad necesaria para que un humano pudiera desenvolverse en él.

-A uno de mis chicos no le gustan las luces. – explicó ella, cuando le pregunté el por qué de tal ambientación. No tardé en descubrir de quién se trataba.

Allí, a algunos metros de distancia, varios individuos se encontraban reunidos, esperando a su líder. La palabra “individuos” es la más acertada que puedo encontrar para definirlos, siendo que sus naturalezas estaban lejos de ser humanas.

Dos eran semejantes a un humano, pero a su vez, claramente diferentes de uno. Y el tercero era muy distinto a cualquier ser vivo que hubiese visto antes. Una gran y amorfa masa de carne grisácea, con numerosos tentáculos brotando de ella, y con innumerables ojos dispersos por todo su cuerpo. En su parte superior, era distinguible una gran boca de forma circular, en torno a la cual eran visibles una gran cantidad de dientes afilados como agujas, listos para destrozar al desagraciado que osara enfrentársele. No pude estar más sorprendido cuando, de aquellas fauces alienígenas, brotaron algo más que babas.

-Ya se tardaba, excelencia. – dijo la criatura, con una voz profunda, gutural, a la vez que extrañamente melódica - ¿Y quién es el que nos trae?

-Creí que cuatro éramos suficientes. – intervino otra. Era de escasa estatura, delgada y de piel pálida, con dos grandes ojos negros coronando una cabeza lampiña y desproporcionada.

-También yo. – se sinceró Trysa – Pero Joann no está de acuerdo.

-¿Y tiene algún tipo de don especial? Los humanos son la criatura más aburrida que conozco. – hizo lo propio una tercera entidad, que tenía tal vez la apariencia más extraña de todas. Una figura humanoide sin rostro, cuya piel era capaz de reflejar la luz a su alrededor, y que caía de tal modo en el valle inquietante que no podía dejar de incomodarme por su presencia.

-No que yo sepa. Pero confío en el criterio de mi madre. – replicó Trysa. – En fin, Emker, ellos son mis trabajadores. El grandulón se llama Karn – dijo, señalando a la masa de carne tentaculada, a la que no podía dejar de mirar, para su evidente incomodidad -. La rana es Yxa, y el “sin cara” es Zerr.

-¿”Rana”? – se quejó Yxa – Soy un sínico, no una rana.

-Como digas, Pepe. – fue la burlona respuesta de Trysa. Era evidente que se conocían desde hacía ya el suficiente tiempo para tenerse cierta confianza.

-Seré sincero con usted: no creo que este muchacho sobreviva aquí durante mucho tiempo. Se nota a simple vista que no ha hecho mucho uso de sus músculos a lo largo de su vida. – intervino Karn, provocando que me sintiera ligeramente ofendido.

-Tampoco entiendo demasiado la lógica de mi madre. Pero no estoy en posición de contradecirla.

-Mala señal… - susurró él.

Con tal recepción, no podía evitar sentirme un intruso. Y si no hubiese sido por falta de alternativas, no hubiese tardado en irme de allí. Pero esa, evidentemente, no era una opción.

-En fin. – habló la chica, dirigiéndose a mí – Nuestro trabajo es reunir, para mi madre, objetos con lo que ella denomina “propiedades anómalas”. En una palabra, mágicos, o algo así.

-Hummmmm… entiendo. – repliqué.

-Y esta mañana, ella me habló de un nuevo artefacto que quería en su colección.

En lo que se explicaba, sacó de su bolsillo una pieza de papel amarillenta, que colocó sobre una pequeña mesa a un lado de nosotros. La desdobló, y pronto quedó revelada la imagen, en blanco y negro, de un cilindro de color oscuro y agujereado, de cuyos orificios parecía emanar algún tipo de luz.

         -Esta cosa es…

-El Testigo… – la interrumpí. No podía creer lo que había frente a mis ojos. Había leído sobre este artefacto en su tiempo, y la manera en que había desaparecido de la faz de la Tierra, sin dejar rastro.

-¿El qué?

-Es un antiguo talismán, o algo así. Dicen que fue entregado a los faraones egipcios por una deidad de piel oscura, hace ya cinco mil años, y que en él se encuentra concentrado el conocimiento de los Señores del Tiempo.

-¿Qué es un faraón? – me interrogó Yxa, devolviéndome inmediatamente a la realidad. No estaba en mi mundo, y sin duda debía seguir las órdenes de Conly de no revelar lo que se suponía era el gran secreto de los Vigilantes.

-Oh, olvídenlo. Vengo de… un lugar lejano. Muy lejano.

-¿Ah sí? – continuó la criatura - ¿Y qué se supone que puede hacer esta cosa?

-Mostrarnos el pasado, el presente y el futuro, de nuestro universo, y tal vez, también el de otros. Los que lo construyeron eran ridículamente sabios. Más de lo que siquiera podemos imaginar.

-Momento, ¿quiénes son esos tales “Señores del Tiempo”? – preguntó, por fin, Trysa, obligándome a explicarme con más detalle.

-De donde vengo, hay sabios que narran que, hace miles de años, existió una deidad llamada Asherah. Ella enfrentó al Caos y lo contuvo en algún punto del cielo, donde no pudiera hacer más daño, y luego creó el universo.

Sin embargo, antes de ser capturado, el Caos tuvo un hijo, que pudo escapar a su cautiverio e, imitando el acto creativo de Dios, originar a multitud de… razas, a las que enseñó lo que sabía sobre el cosmos, sólo para abandonarlas tiempo después, y nunca más manifestarse ante ellas.

Una de estas razas eran los que luego serían los Señores del Tiempo. Criaturas de una inteligencia y tecnología más allá de nuestra imaginación, con la que fueron capaces de trascender el espacio y el tiempo como nosotros lo entendemos, y que desde entonces viajan de un lado a otro del universo, acumulando conocimientos sobre las diferentes culturas que en él habitan, e influyendo en su desarrollo.

A muchos de ellos, nosotros los conocemos como “dioses”, y se han manifestado ante algunos pueblos, haciendo gala de una tecnología que, para nosotros, sólo puede parecer magia.

El Testigo es una de esas tecnologías. Un artefacto capaz de brindar a su portador un profundo conocimiento de los secretos de todos los tiempos y regiones del cosmos, y que puede, además, ayudarlo a cambiar lo que el destino tiene preparado para él.

-Con eso, mi madre podría sacar una gran ventaja de cara a otras facciones, ¿no es así? – intervino Trysa.

-Supongo, pero hay que ser cuidadosos con él. El conocimiento que ofrece puede estar más allá de lo que nos convenga saber.

-Entiendo. Entonces, tenemos que irnos. – ordenó ella – Sé que un idiota va a intentar venderlo en el mercado regional en tres horas, así que será mejor no perder tiempo.

-Bien. Pero hay algo importante que deben saber antes: esa cosa puede interferir con nuestros procesos mentales. Así que, por nada del mundo, lo toquen sin usar guantes, ¿de acuerdo?

-Vaya, creo que sí vas a sernos útil después de todo. – me halagó la chica – Así que, andando.

Un par de horas más tarde, nos encontrábamos recorriendo los pasillos de tierra que dejaban libres las distintas tiendas de campaña de los comerciantes. El lugar era grande, más de lo que el lector podría imaginar, y los modos de los comerciantes eran muy distintos de lo que podría haber supuesto.

El dinero era, en realidad, un aspecto más en sus intercambios. Los negociantes ofrecían favores, influencias o protecciones además de él, a cambio de los distintos productos que se ofrecían, cosa que me llamó grandemente la atención. Evidentemente, estas eran las consecuencias de un mundo en que lo más cercano a un Estado eran aquellos seres, de apariencia similar a la de un humano, que parecían vigilar a los mercaderes.

Eran altos, de piel pálida y sin pelo, ni cejas. Sin embargo, su aspecto más distintivo eran los impecables trajes y sombreros negros que portaban en todo momento.

Me quedé viendo a uno durante el suficiente tiempo para que se percatara de mi presencia. Lo miré, y él me miró de vuelta, durante varios segundos, hasta que Trysa me tomó del brazo, arrastrándome fuera de su campo visual.

         -No quieres problemas con él, créeme. – me dijo.

Cuando por fin llegamos a destino, el vendedor era una criatura regordeta y enana, de un rostro similar al de una tortuga, y piel de lagarto. En breves segundos, Trysa comenzó a negociar con él.

-Iré directo al grano: vengo en busca de esta cosa. – le dijo, mostrándole la fotografía que de ella había podido conseguir.

El mercader no tardó en reconocer el objeto, y confirmar que estaba en su posesión.

-Serán quinientos dirhams. – habló él, sacando de debajo del mostrador una caja de madera y cristal, en la que era visible, más brillante de lo que podría haber supuesto, el Testigo. Ella, por su parte, con firmeza y astucia, procedió a regatear con él, como sabría hacerlo la hija adoptiva de cualquier empresario.

Fue entonces, mirándolos, que me percaté de cómo, de un momento a otro, tres sombras, alargadas y amenazantes, se volvían visibles sobre nosotros.

-Parece que tenemos compañía. – dijo Karn, quien por su naturaleza pluriocular tenía acceso, en todo momento, a cada una de las direcciones en torno a su cuerpo.

Los demás nos volteamos, y los vimos. Eran tres de esos hombres de negro, con rostro pétreo y la amenazante amabilidad de una máquina, que nos veían, erguidos e imponentes.

-Tienen que venir con nosotros. – habló el del centro. Su voz era suave y mecánica, casi robótica, y tan fría que resultaba escalofriante – Confiscaremos su compra, señorita.

-Entiendo, oficial… - dijo ella, en lo que le ofrecía el objeto a la criatura. Pero no esperaba lo que ocurriría a continuación.

En lo que él extendía la mano para tomarlo, ella sacó una daga de sus bolsillos, y lesionó la mano de la criatura. La cosa no gritó, pero se distrajo lo suficiente para que Karn pudiera emplear sus tentáculos para derribarla junto a sus compañeros, y pronto nos encontrábamos corriendo por las calles del lugar, dirigiéndonos hacia la salida.

En lo que corría, me volteé, y vi como los tres seres se levantaban y, sin apenas inmutarse, comenzaban a correr hacia nosotros con una velocidad y gracia sorprendentes. La herida del que Trysa había lesionado apenas sangraba, y lo que manaba de ella era un líquido amarillento, muy poco parecido a lo que recorrería las venas de un humano.

Cuando finalmente me giré hacia adelante, me percaté de que varios más de esos individuos se habían congregado en la puerta del mercado, cortándonos el paso. Karn se detuvo en seco, lanzando un rugido que asustaría a Lucifer misma, pero que a ellos no parecía provocarles la menor incomodidad.

Uno de ellos sacó de su bolsillo un objeto cilíndrico que, escasos segundos después, emitió una potente luz blanca que provocó que Karn chillara, intentando en vano cubrir sus ojos con sus numerosos tentáculos. Ahora las disposiciones de Trysa tenían sentido.

Fue entonces que, una vez más, escuché aquella voz en lo profundo de mi cerebro. Aneu se manifestaba de nuevo para echarnos una mano. “Que el Amante los reprenda”, lo escuché decir. “¿Qué?”, pensé. “Sólo dilo”.

-¡Qué el Amante los reprenda! – les grité, sin entender muy bien por qué.

De inmediato, su inusitado estoicismo pareció desvanecerse, y sus rostros, hasta entonces tranquilos hasta lo aterrador, se deformaron en una mueca de rabia como nunca la había visto, en lo que estallaban en lo que, creo, eran insultos blasfemos en una lengua que nunca había escuchado, y se alejaban, como espantados, del sitio.

No tardamos en aprovechar la ocasión para hacer lo propio, y corrimos de vuelta al vehículo que nos esperaba a una cuadra y media. Pero, como podrá suponer el lector, siempre hay un pero… y esta vez, no fue mi culpa.

Trysa, que llevaba el paquete en sus manos, tropezó en el camino y cayó al piso, donde el cristal de la caja se rompió en mil pedazos. Y contra todas mis advertencias, tomó el objeto en su interior con sus manos desnudas.

Y entonces… el silencio. Se quedó completamente tiesa en el suelo, en lo que nuestros perseguidores volvían a ir contra nosotros, tras el susto inicial.

-¡Trysa, tenemos que irnos! – dijo Yxa, en lo que, con sus manos cubiertas con guantes, le arrancaba de los dedos el objeto a su jefa, haciéndola salir del trance y, por fin, levantarse y correr hacia la camioneta.

Por muy poco, logramos escapar, y el conductor fue lo suficientemente habilidoso para perderlos escasas calles después.

         -¿Quiénes eran ellos? – pregunté.

-Los Vigilantes. – replicó Zerr, el alienígena sin rostro – Creí que los había en toda la ciudad.

-¿Y por qué querían esa cosa? – insistí.

-¿Y yo cómo lo voy a saber?

Trysa, se limitaba a mirar por la ventana, visiblemente perturbada. Cuando le preguntamos si estaba bien, se limitó a sacudir la cabeza.

         -Sí, es sólo que… vi algo cuando agarré esa cosa.

         -¿De qué se trata? – insistí.

         -Olvídenlo. – fue su respuesta. Yxa no se resignó.

         -Con todo respeto, creo que deberías decirnos qué pasó.

-¿Y quién eres tú para preguntar? – le recriminó Trysa, extrañamente molesta.

-Uno de los que casi es atrapado por lo que te pasó, señorita. – contestó. Era sorprendente que este ser tuviera el atrevimiento de hablar con la chica como si fuera su igual, pese a que sus rangos eran muy diferentes. Evidentemente, estas criaturas tenían una relación que trascendía lo profesional.

Trysa no respondió, y pese a su insistencia, guardó silencio el resto del viaje.

Fuese lo que fuese que el Testigo había tenido a bien mostrarle en los breves instantes en que su piel entró en contacto con él, era lo bastante perturbador para que prefiriera reservárselo, al menos por el momento.

Yo tampoco estaba satisfecho. “Si voy a caer en manos de esas cosas, quiero saber al menos de quién es la culpa”, dije para mis adentros. Pero era obvio que a la respuesta no la tendría sino hasta después.

Los juegos de los dioses, capítulo 2: Nexhazar nos recibe

Capítulo 2

Nexhazar nos recibe

Nexhazar era una ciudad en que no querrías vivir. No tanto porque muchos de sus habitantes moraran en la más profunda de las marginalidades, o porque las calles estuvieran siempre sucias e infestadas de animales similares a ratas, del tamaño de un gato y la agresividad de un perro rabioso, como por la perpetua y asfixiante oscuridad en que se encuentra sumida a toda hora, desde el inicio de los tiempos.

No recuerdo exactamente cómo fue llegar allí. Mi mente se nubló al momento de cruzar la puerta dimensional abierta por Aneu, y lo primero de lo que tengo memoria después de eso es estar caminando por sus calles, siguiendo unas indicaciones que él había dejado cuidadosamente guardadas en una nota amarillenta y maltratada en el bolsillo derecho de mi abrigo.

“Calle Semyazza al 616”, decía en ella. “Pregunta por Joann Conly, y diles que vienes de parte de Aneu”.

Yo, aturdido por el breve, a la vez que infinitamente largo trayecto, no podía hacer más que someterme a sus indicaciones. Así que no tardé en planear el pedirlas al primer transeúnte que se cruzara.

No tuve que esperar mucho para darme cuenta de que, como cabía esperar, había algo inusual en este mundo. Apenas escasos pasos después, al dar vuelta en una esquina, llegué a una concurrida calle, poblada por multitud de personas que caminaban de un lado a otro, con paso lento pero cauto, cuidándose de no pisar por accidente a ninguno de los roedores gigantes que los rodeaban.

Sólo que no eran exactamente humanos. Y aunque la mayoría tenía una forma vagamente antropoide, sobreabundaban los rasgos monstruosos y alienígenas en sus anatomías. Hombres con un rostro similar al de un pájaro, criaturas regordetas y una mujer con su cabeza repleta de tentáculos móviles, son sólo algunos de los que vienen a mi memoria.

“Vaya, parece que no estamos solos después de todo”, fue lo primero que me vino a la mente. Estos seres debían proceder de todos aquellos mundos que los humanos desconocemos, en que la naturaleza creada por Asherah se las habrá ingeniado para originar estas y seguramente otras variedades de seres.

“No te van a morder”, escuché, de repente y con claridad meridiana, la voz de Aneu en mi cabeza. “Ya pregúntales”.

No tardé en obedecer, y pese a sus malos modos, un hombre de piel pálida y grandes ojos similares a los de una rana me dijo más o menos lo que debería hacer para llegar a la calle en cuestión.

Al llegar a mi destino, me encontré con un enorme edificio de, seguramente, más de veinte plantas, al interior del cual iban y venían multitud de criaturas de aspecto tan extraño como los que había visto hasta entonces, con la salvedad de que muchos de ellos portaban lo que pronto reconocí como armas de alto calibre, de un estilo similar al de la Tierra de principios del siglo XXI.

Entré al edificio, y tras pedir un par de indicaciones más, me acerqué a una larga barra ubicada al final de la sala, en que varias personas hacían de recepcionistas.

-Hola. Vengo en busca de… Joann Conly. – le dije a una de ellas, revisando el nombre que había en mi nota.

-Si quieres protección, puede hablarlo con cualquiera de nuestros trabajadores armados. No necesitas molestarla, y tampoco quieres hacerlo, créeme. – fue su respuesta.

-Vengo de parte de Aneu. – dije, provocando que su rostro cambiara por completo.

-Oh, entiendo. La llamaré de inmediato.

La criatura presionó los botones sobre un aparato similar a un pequeño radio, que se me hacía vagamente semejante a uno de los primeros teléfonos celulares de la Tierra. Una voz se escuchó al otro lado de la línea, sólo para que, tras las breves explicaciones de la “chica”, se me dijera que podía tomar el ascensor más cercano, y dirigirme hacia su oficina en la planta superior.

Escasos minutos más tarde, estaba ya en la puerta de la que pronto sería mi anfitriona. Para este punto, me encontraba reflexionando acerca de lo mucho que se parecía la tecnología empleada por esta gente a la de tiempo antes de que la humanidad alcanzara las órbitas de los planetas en torno al disco terráqueo, y estableciera sus primeras bases en ellos. Para mí, era como viajar en el tiempo, cosa que hacía la experiencia todavía más interesante.

A ambos lados de la puerta, había gorilas armados, seguramente asegurándose de que nadie pudiera ser molestia para su líder. Uno de ellos me detuvo en seco cuando intenté acercarme, apuntándome de un modo para nada sutil con su arma, en lo que me preguntaba qué me llevaba ante su presencia.

-Vengo de parte de Aneu. – le expliqué, a lo que él procedió a tocar la puerta, preguntando a la persona del otro lado si, acaso, esperaba una visita.

-Hazlo pasar. – contestó una suave voz femenina, en lo que el hombre abría la puerta, y yo me encontraba, por vez primera, con una de las mujeres a las que más llegaría a admirar.

Ella era de cabello castaño, complexión delgada y rasgos finos, y con sus anteojos puestos revisaba algo de papelería cuando, por fin, levantó la mirada para fijarse en mí, en lo que la puerta tras de mí se cerraba.

-Vaya, eres más bajo de lo que pensé. – fueron sus primeras, y desconcertantes palabras apenas me vio. – Mi nombre es Joann Conly, y tú debes ser Emker. Aneu me ha hablado de ti.

-Ho… hola. Sí, soy Emker, y me alegro de conocerla. – contesté - ¿Qué le dijo Aneu exactamente?

-Sólo que iba a enviarme a otro de sus clientes en estos días. – respondió ella – No sé qué tenga en mente el desgraciado, pero seguramente será interesante.

-Oh… entiendo. – repliqué – ¿Hace cuanto lo conoce?

-Desde que era una adolescente. Por él llegué a donde estoy. Es un sujeto brillante. Lástima que tenga un sentido del humor tan espantoso.

-Le pregunto porque, para ser franco, no tengo muy claro qué es él exactamente.

-Pues… ni yo lo sé con precisión. – explicó la mujer – Pero, por lo que dijo, alguna vez fue un mortal, cuyo pueblo se las ingenió para superar las limitaciones del espacio tiempo convencional, y ahora mora en una especie de dimensión superior, o algo así.

-La cuarta dimensión… - susurré.

-¿Qué? – preguntó la mujer.

-Oh, disculpe. Siempre me interesó la física, y Aneu mencionó que los suyos habían logrado trascender el espacio tiempo, o algo así. Así que supongo que habita en la cuarta dimensión. La del tiempo, en resumen.

-Oh, sí. Él me ha mencionado algo así. Dice que puede ver todas las posibles realidades que podrían derivar de un mismo evento, hasta que alguna de ellas se concreta. Suena fascinante, pero él dice que es absolutamente infernal. Ese tonto no sabe lo que dice…

-Entonces, Joann – continué - ¿Usted sabe dónde está?

-Soy una de los pocos privilegiados. Los Vigilantes se encargan de que la gente del común no tenga ni idea, pero evitan meterse con Aneu, así que tengo el privilegio de conservar en mi memoria ciertos conocimientos.

-¿Los Vigilantes? – la interrogué.

-Sí, no tardarás en verlos. Son como la “policía” de nuestro mundo. Hombres vestidos con trajes negros y anteojos oscuros, que patrullan nuestro mundo de un lado a otro. Nadie sabe exactamente qué son, pero creo que son los responsables de que nadie intente escapar.

-Entiendo… ¿y por qué está aquí? No se preocupe, yo no juzgo.

-Ni idea. Por alguna razón, la Corona ha querido que seamos totalmente inconscientes de nuestra vida anterior. Creo que se debe, sencillamente, a que recordarla nos haría capaces de organizarnos y evadir nuestro tormento. Si tenemos algo de suerte, al final AlAlion sí es real, y termina por sacarnos de este agujero maloliente.

“AlAlion”, pensé. Parecía que no sólo de nuestro lado había tenido el Dios Supremo a bien el manifestarse a los más pequeños entre Sus hijos.

         -Entonces, ¿ustedes también saben de AlAlion?

-Aneu me habló de él, y me ha dado detalles escuetos, pero interesantes. Dice que, en algún momento, fue testigo de cómo una fuerza externa al propio universo, que ni siquiera él y su gente podían entender y mucho menos controlar, se manifestó a un pueblo de pastores del Medio Oriente, bajo el nombre de…

-Yahveh… - terminé la frase – Con que al final del día era real.

-Tal parece. Y parece, además, que no sólo en este pequeño universo se ha manifestado. Según él, hay una infinidad de mundos además del nuestro, cada uno con sus propias leyes naturales, algunos con sus propia Dios creadora, y su propia versión, incluso, de Lucifer o Vasudeva.

-Veo que también tiene conocimiento de Asherah y sus hijas. – insistí.

-A decir verdad, es la primera vez que oigo hablar de ella. De Lucifer sé porque la conocí en alguna ocasión, pero no me dijo mucho, aparte de que era hija de Dios.

-Asherah es, según los cultos a AlAlion en el mundo de los vivos, la deidad Creadora de nuestro universo, y la Madre de Lucifer…

-Lo supuse. Esa chica no me habló demasiado de su familia, pero parece que es responsable del desastre que estamos viviendo. Una lástima. Me cayó bien en su día.

-Entiendo. En fin, a lo que vine: mi novia murió hace algunas semanas, y Aneu me ofreció venir por ella. Calculo que su contacto podrá servirme de algún modo. – le expliqué.

-¿En esta ciudad? Vaya que va a ser tarea difícil. Hay más gente aquí de la que podrías imaginar. Y cada día llegan más… pero bueno, supongo que ese listillo sabe lo que hace.

No pude evitar desilusionarme con sus palabras. Pero ella no estaba equivocada: ese tipo, evidentemente, debía tener alguna idea de lo que estaba haciendo.

-Sí… supongo que así es. Pero quiero saber: ¿quién es usted, y de dónde conoce a ese… ser?

-Vaya, eres un hombre curioso. – se burló ella – Pero yo lo soy más, así que te ofrezco un acuerdo: te lo diré, y te ayudaré con lo que viniste a hacer, pero quiero algo a cambio: que me enseñes todo lo que quiera saber sobre ese mundo del que procedes. Siempre he tenido mucha curiosidad acerca del lugar del que vengo.

No tardé en acceder, y en las siguientes dos horas y media, sostuvimos una larga conversación en que alternamos elementos de nuestras biografías y, sobre todo, de la historia de la humanidad terrestre.

Ella me explicó que, al llegar a la oscuridad del lago de fuego, nadie tiene la menor idea de quién es, o cómo ha llegado hasta allí en absoluto. Simplemente se ve a sí mismo despertando en alguno de los oscuros callejones de la ciudad, habitualmente con una rata preguntándose si acaso serán una buena fuente de alimento.

Ella, en concreto, se había dedicado a toda suerte de labores en un intento por calmar esa hambre que sufría, sin nunca llegar a matarla. Había intentado entrar en el mundo de la prostitución, pero no había tardado en temer las numerosas enfermedades que corría el riesgo de contraer, y que le serían una infinita tortura en virtud de aquella inmortalidad con que tantos en nuestro mundo sueñan.

Después, había empezado a robar, y en breve acabó como miembro respetado de una pandilla. Tras ser capturado su líder por una banda rival, que lo torturaría hasta la locura mientras duraran el cielo y la Tierra, ella había acabado por tomar su lugar.

En las siguientes décadas, logró expandir el imperio comercial de su facción, y apoderarse de una buena porción de la ciudad en que residía, hasta ser capaz de apropiarse del enorme edificio que ahora fungía como su base de operaciones, teniendo miles de mercenarios bajo su cargo, y siendo una de las personas más temidas en esta zona de la urbe. Nada de esto, desde luego, había sido exclusivo mérito suyo.

Pocos años después de su sentencia eterna, un personaje de larga cabellera negra, vestimentas elegantes del mismo color y rasgos andróginos, se le había manifestado en sueños, ofreciéndole la oportunidad de llegar hasta lo más alto si tan sólo seguía sus misteriosas instrucciones. Desde entonces, ambos compartían una fructífera relación de negocios, siendo él, para ella, una suerte de espíritu guía, del que sin embargo jamás había terminado de fiarse.

Pese a lo animado de la charla, llegó un punto en que acabamos por quedarnos sin temáticas para tocar. Para este momento, al parecer, me las había ingeniado para impresionar lo suficiente a la señora Conly con mis conocimientos sobre nuestro lado, con lo que no tardó en hacerme una oferta tentadora.

-Quiero que, durante el tiempo que permanezcas en Nexhazar, seas mi erudito personal. Tengo la misma obsesión con la magia que tú, y por lo que veo, algunas de las entidades que han fundado religiones en tu mundo lo han hecho también en el nuestro. Así que estimo que podrías serme útil. – me explicó la mujer, con una sonrisa que revelaba su entusiasmo.

Sin muchas opciones, acabé por acceder.

         -¿Y para qué requiere mis servicios, exactamente? – la interrogué.

-Soy una coleccionista. He reunido una importante cantidad de objetos con propiedades anómalas, y creo que tu saber podría serme útil en ese sentido.

No había terminado ella de hablar cuando tomó su “teléfono”, y comenzó a marcar a un número por mí desconocido. Una voz masculina se oyó del otro lado.

         -¿Sí, señora? – preguntaba.

-Dile a Trysa que venga. Ya tengo a su nuevo colaborador. – dijo, para luego cortar, sin que tuviera necesidad de hacer mediar más palabras.

-¿Quién es Trysa? – dije, intrigado.

-Mi hija. – respondió ella – O algo así. La rescaté de un prostíbulo ilegal cuando ella apenas había llegado a nuestro mundo, y acabé por encariñarme.

Tras pocos minutos de espera, la puerta tras nosotros se abrió de imprevisto, a lo que yo volteé, encontrándose mi mirada con la de aquella chica que, pese a su juvenil aspecto, llevaba, probablemente, en este infierno desde hacía más tiempo que el que había durado mi vida.

Ella era delgada, de piel morena pero no en exceso, y de unos rasgos que seguramente habrían sido atrayentes para cualquier hombre de mi edad. Vestía con ropas ajustadas, propias de alguien que se dedicara regularmente al ejercicio, o que requiriese de facilidad de movimientos en su trabajo habitual.

         -Hola, mamá. – habló la chica - ¿Y este quién es?

Se refería a mí con un desdén que, en una primera instancia, se me hizo difícil explicar.

-Tu nuevo compañero. – replicó su madre – No tiene el cuerpo más esculpido, pero te aseguro que su cerebro lo compensa sobradamente. Te ayudará a reunir más de esas anomalías que tanto me gustan.

-¿Estás segura de esto? Dudo necesitar de otro erudito de café. Ya tuve suficientes de esos. – protestó. Para este punto, yo mismo no me sentía muy cómodo con la idea de ejercer mi nuevo oficio junto a la que percibía como una persona tan arrogante como falta de tacto.

-No era una pregunta, Trysa. Vas a trabajar con él. Quiero que le des un pequeño recorrido, y lo lleves a su habitación.

Con estas palabras, emitidas en tono tan prepotente y autoritario que hasta a mí se me hizo desagradable, la chica se calló de inmediato, sólo para asentir, no muy convencida, a continuación.

Sin más, Joann me indicó con un suave gesto de su mano izquierda que la siguiera, en lo que la chica me miraba no sin cierto desagrado.

-Y Emker… - me habló por última vez, antes de retirarme – prefiero que nuestra conversación se mantenga lo más confidencial que sea posible. Recuerde que hay un motivo por el que los Vigilantes patrullan las calles de la ciudad.

Sí, definitivamente esta sería una aventura interesante, aunque me frustrara el hecho de no tener, aún, ni idea de cómo iba a dar con la razón de la misma. Pero, al final del día, hasta aquí me había traído un dios, y como suele ocurrir con los dioses, misteriosos eran sus caminos.

Los juegos de los dioses, capítulo 4: En las tierras del sueño

En las tierras del sueño En las siguientes horas, cuando ya estábamos de vuelta en el edificio, el cansancio venció a dos de los miembros ...