viernes, 16 de mayo de 2025

Los juegos de los dioses, capítulo 7: El tercer ojo

El tercer ojo

Sí, definitivamente eso de los poderes psíquicos está lejos de ser agradable. Mi especie interpreta la realidad de una manera muy distinta a como lo hacen la mayoría de seres racionales, en este y, seguramente, en los otros tres continuos espaciales que nuestro universo alberga.

Podemos oler los colores, y saborear la música. Tenemos acceso a los pensamientos de quienes nos rodean, y aunque nuestros inexpresivos ojos negros no lo revelen a primera vista, es una auténtica pesadilla. No sé qué habré hecho en vida para merecer este destino, pero para ser absolutamente franco, la vida del condenado promedio es, probablemente, más tolerable que la de un ejemplar cualquiera de mi pueblo en el mundo de los vivos.

Oh, claro, olvidé presentarme. Soy Yxa, y pertenezco a la estirpe de los sínicos, para mayor precisión, a la etnia thy. Si ha prestado usted atención a este relato, recordará mi aspecto frágil y lampiño, y la característica tez amarilla de mi subespecie.

Como bien dije, carezco de recuerdos detallados de mi vida antes de acabar en el Averno. Lo que sí he llegado, por medio de drogas en diversas combinaciones, a recordar, es que morí como soldado en una batalla contra ciertos invasores nómadas, que atacaban uno de los mundos bajo control del Imperio de Sinae. Mi último pensamiento fue la preocupante certeza de que una era había llegado a su fin, y de que mi última misión había sido un completo fracaso.

Al llegar aquí, me sentí aturdido por el ruido y los agobiantes sentimientos de rabia y frustración de todos los que me rodeaban. Fue difícil acostumbrarse, y de manera especial a la compleja estructura dimensional del mundo en que ahora habitaba.

Cuando un humano camina por Nexhazar, puede sentirse aturdido por sus calles en espiral y su geometría a menudo inexplicable para los que vivimos, más o menos, en tres dimensiones. Suerte tienen. Porque los de mi tipo percibimos la realidad subyacente, fractal y aterradoramente compleja, de la que dicha geometría no pasa de ser una humilde expresión.

Más allá de los límites de la percepción humana, el entorno se transforma continuamente, a fin de adaptarse de la manera más inteligente a las memorias, culpas y deseos de los condenados, en un sádico juego cósmico en que nosotros, a menudo nos portamos más como ingenuas marionetas que como protagonistas.

Pero no todo es tan malo, a decir verdad. Esta inusual habilidad natural nos da, también, la capacidad de analizar grandes cantidades de información, hallando patrones que otros no pueden ni imaginar. Ondas de culpa, estructuras psíquicas que conectan a múltiples individuos, incluso a miles de kilómetros de distancia, desajustes en el espacio-tiempo… y yo, en mi aburrimiento, dediqué a eso una buena parte de mi otra vida.

Por eso no pude estar más interesado cuando Emker apareció en escena. Desde que empecé a trabajar con Joann Conly noté fluctuaciones en torno a ella que jamás había percibido antes.

No tardé en darme cuenta de lo que ocurría cuando aquel hombre… o tal vez, mujer, elegante y portando siempre un bastón, comenzó a hacer acto de presencia en el edificio central de nuestra organización. Apenas se acercó a mí, noté que tras su apariencia tan sólo un poco llamativa se escondía… “algo” mucho más grande que la propia Nexhazar, y, de algún modo, más peligroso que cualquiera de sus habitantes.

Él no respondía a ninguna frecuencia astral por mí conocida. Ni alma ni demonio, y ni siquiera, hablando con propiedad, un alienígena dimensional. Era, más bien, un “deus ex machina” en forma de criatura, una ruptura en el tejido mismo de la historia, en que, de algún modo, convergían muchos pasados y futuros.

No tardé en notar que esta no era, ni de lejos, la primera vez que él hacía acto de presencia en nuestra realidad. Su particular modo de vibrar se encontraba disperso por nuestra realidad, y la única razón por la que no lo había notado era el simplemente darlo por sentado. Como si fuera un elemento más de la condición infernal.

Comencé a visitar zonas en que su presencia era especialmente fuerte. Y pronto me percaté del patrón: por donde él pasaba, acababa por ocurrir un hecho de violencia masiva y desorden civil, que pasaba a la historia por su intensidad y los horrores que en él se acometían.

Hubiese seguido investigando si no fuera por los Vigilantes. En una ocasión después del trabajo aparecieron en la entrada de mi apartamento, exigiéndome, en pocas palabras, que apartara mis narices de lo que no me incumbía. Y créame: hay una buena razón por la que son tan temidos.

O varias, en realidad. Pero todas ellas son responsabilidad de la misma entidad: Iblis.

De él no se sabe mucho. Algunos rumorean que solía ser un jerarca de una especie de genios del desierto, que intentaron revelarse contra Asherah y pagaron esa decisión con la muerte. En un principio, era como cualquier otro condenado, salvando su gran tamaño, apariencia reptil y los enormes cuernos en su cabeza, con los que conseguía intimidad a quien osara desafiarlo.

De algún modo, Iblis consiguió acceso a una especie de poder cósmico de naturaleza desconocida que, siempre según las leyendas, acabó por someterlo a él mismo. Tal vez la siniestra de la Mónada primera, o alguna de sus emanaciones. Lo cierto es que, en breve, acabó instituido como eficiente gestor del tormento de los aquí sentenciados, en lo que reunía a sus antiguos compañeros de armas para servirle en su innoble propósito. Acabaron siendo conocidos como los Vigilantes, y de la Sombra del Amor obtuvieron la facultad de cambiar de apariencia a voluntad, adoptando la mayor parte del tiempo la de inquietantes hombres de traje negro y mirada gris.

Eventualmente, su proceder perdió su primera intención. Dejaron de interesarse por la justicia, y se transformaron en meros adictos al sufrimiento de sus semejantes, del que, se especula, obtienen algún tipo de alimento o, tal vez, droga recreativa, a la que ya ni siquiera intentan resistirse.

Con tales antecedentes, no debería ser difícil para el lector inferir cuáles fueron mis sentimientos cuando esas cosas comenzaron a volverse, poco a poco, más asiduas en lo que a visitar la sede de las Potestades se refiere.

Para este punto, llevaba tiempo formando parte de la organización, y la señora Conly ya se había percatado de la utilidad de mis dotes a la hora de recolectar los objetos que, por alguna razón, se estaba encargando de reunir. Reliquias de otro tiempo y otra realidad, que distorsionaban la lógica misma del Averno.

Pronto, me di cuenta de una inquietante coincidencia: todas y cada una de esas cosas parecían ir más allá, incluso, de lo que mis percepciones habituales eran capaces de aprehender. Operaban en otro plano, y sus manifestaciones físicas no pasaban de ser, precisamente, eso: proyecciones de una realidad ulterior. Una que, llegué a sospechar, podía haber surgido de un intento por romper los límites mismos de nuestro universo.

Pero… ¿qué podría querer Conly con estos avatares de fuerzas más allá de la misma comprensión, no ya de un humano, sino incluso de un genio o un sínico? ¿Tal vez una ventana a otra realidad… o una puerta?

Fuera lo que fuera, Trysa, su hija adoptiva, tenía algo que ver. No hacía falta contar con las dotes de un miembro de mi especie para notar algo inusual en ella. Estaba muerta, de eso no cabía duda, pero… algo no cuadraba. Su psique tenía una actividad discontinua, que oscilaba desde lo apenas superior a la de cualquier condenado hasta auténticas montañas rusas en sus neuronas de materia sutil, de las que por momentos me parecía imposible que pudiera experimentar sin manifestar la menor incomodidad.

Sospecho que ella bien podría ser una suerte de nexo. Una expresión de una realidad que jamás terminó de definirse, y que permanece allí, a medio camino entre el mundo de los vivos y el nuestro. Y sea lo que sea que esté ocurriendo, ese chico Emker parece potenciarla.

A su alrededor, los campos cuánticos son un auténtico caos apenas legible, del que debo apartarme regularmente tan sólo para descansar mi cabeza. Desde que él está aquí, el número de anomalías espaciotemporales en la ciudad se ha multiplicado, y la violencia en las calles, así como las escaramuzas entre facciones o incluso con los propios Vigilantes, se ha incrementado notablemente.

“¿Y a qué se debe esto?”, podrá alguien, con justicia, preguntarme. Y la verdad es que no tengo una certeza. Pero eso tampoco importa demasiado.

En nuestro universo, y posiblemente en otros, la cotidianidad es una mera cuestión de estadística. A cada hora las más increíbles coincidencias ocurren, y en un mundo como Nexhazar, con billones y billones de habitantes, las probabilidades de una entre un millón ocurren varios miles de veces por día.

Y definitivamente soy un afortunado por haber coincidido en el espacio y el tiempo con una singularidad semejante en la historia del cosmos. Soy un observador, sí. Un humilde testigo de los hechos. Pero, como dicen por ahí… el observador, por el sólo hecho de serlo, ya altera el resultado.

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