Al analizar la comunidad helénica, el historiador Herodoto subraya dos cualidades fundamentales, que dieron forma a la historia de la Grecia antigua: su amor por la libertad, en primer lugar, y su particularismo excluyente, en segundo.
Es este particularismo el que no permitió que la vida política griega se expandiera más allá de la polis. Los griegos lo compartían todo. La etnia, la lengua, la vocación religiosa, la organización gentilicia y un idéntico estilo de vida. Todo esto se ve plasmado, por decir en los poemas de Homero -que muestran a los griegos unidos contra la mítica Troya- y en su unánime respuesta contra la monarquía persa en las Guerras Médicas, así como en los juegos olímpicos, en que participaban atletas de todas las ciudades. Esa unidad se patentiza, aún más, en la batalla por la libertad liderada por Demóstenes contra Filipo de Macedonia.
Pero la conciencia de unidad del mundo griego nunca fue suficiente para que este se cristalizara en un sistema político permanente. Muy por el contrario, el grado de vinculación más estrecha entre las polis fue en todo momento mediado por los pactos de asistencia militar. Existían las Ligas -también llamadas anfitrionas-, que reunían a las polis en torno a tres grandes potencias.
En principio tenemos a Atenas, capitana de la primera y segunda Liga Marítima. En segundo lugar, está la Liga Peloponésica de Esparta. Y por último, pero no menos importante, la liderada por Tebas. Pero esas alianzas respondían a necesidades militares o defensivas, y tenían fines más prácticos que teóricos o expansivos.
En el siglo IV a.C., las polis vivieron en un estado de guerra constante entre sí. La guerra del Peloponeso, según Tucídides la más grande y más famosa en la historia griega, enfrentó a Esparta y a Atenas, con el resto de pueblos griegos coaligados a uno y otro bando.
Con esta guerra (y las que siguieron), llegó la caía de la Liga liderada por Atenas, y el triunfo y (efímera) hegemonía de Esparta.
Simultáneamente, se producía el ascenso del Reino de Macedonia, regido por Filipo, que comenzó a participar en los conflictos y la vida política de Grecia.
Entre tanto, la ciudad de Tebas se separó de la alianza victoriosa, e inició una colaboración con Atenas en su recuperación. Nació así la Segunda Liga Marítima. El rey persa, que había apoyado a Esparta, no tardó en subirse a tan ambicioso plan, enviando dinero a Atenas para que restaurara las fortificaciones derruidas con su derrota.
Aliada con Tebas, Atenas encaró la Guerra de los Siete Años contra Esparta, con un final más que satisfactorio para ella en el año 371 a.C.
Pocos después, Tebas, bajo la conducción del estratega Epaminondas, derrotó sangrienta y contundentemente a Esparta en Leuctra, relegándola definitivamente a un segundo plano. Tras esto, Atenas se alió con Esparta a fin de neutralizar el auge de Tebas, sin éxito.
Todo este período de continua lucha interna y fratricida entre griegos afectaba también a la política interna de las ciudades. Mientras Atenas alentaba a los partidos democráticos, Esparta promovía entre los aristócratas la ambición de tomar el poder.
Todo esto se transformó, pues, en el principal factor de declinación de la polis.
Desde los días de Homero y hasta Alejandro, la unidad fundamental de Grecia era la polis, a la que consideraban como la forma definitiva del Estado. Aún si con sus armas hubieran sobrevivido a lo que venía después, los griegos ya más nunca tendrían un futuro. La forma histórica de su Estado había caducado.
Los griegos nunca llegaron a una conciencia nacional que les permitiera la unidad política, aún si esta ciertamente era visible en otros aspectos. Aristóteles decía en su célebre Política que los griegos podrían, si se unieran, dominar el mundo entero. Pero ese sueño sólo emergió como un problema intelectual, filosófico. Sólo al final de su historia, con la batalla de Demóstenes por la independencia, se produjo un sentimiento nacional traducido en realidad política. Un último intento de sobrevivir de la agonizante Grecia clásica.
Isócrates y Demóstenes
¿Libertad o expansión?
Frente al cuadro de conflicto permanente entre los griegos, el retórico Isócrates levantó el ideal de la unidad panhelénica, cuyo objetivo histórico era proyectar su cultura a todo el mundo, iniciando este magnífico plan con la derrota de los persas.
Es en su obra Helena, toma a la causante de la guerra de Troya como símbolo de la unidad griega contra los bárbaros. Su pensamiento evolucionó desde la propuesta de que fuera Atenas la presidente de esta Unión, hasta que fuera Filipo de Macedonia el responsable de unir a toda Grecia contra los persas.
Frente a él se erigió la figura del orador Demóstenes, inspirado defensor de las libertades de la polis. En su discurso Las Filípicas advirtió a los griegos sobre las ambiciones tiránicas de Filipo.
No obstante, como suele suceder, fueron las armas y no las ideas quienes decidieron el destino de Grecia. La batalla de Queronea significó el fin de las libertades políticas en las ciudades-Estado griegas. Los ejércitos de Filipo de Macedonia derrotaron a la liga de ciudades, reunidas en un último esfuerzo por salvar su civilización, concluyendo, así, el largo proceso de decadencia iniciado con la Guerra del Peloponeso.
El renacimiento de lo heleno:
el Imperio de Alejandro Magno
Aunque las polis finalmente sucumbieron, el hijo de Filipo, el célebre Alejandro Magno, quien había tenido por tutor al mismísimo Aristóteles, acabaría por concretar el sueño de Isócrates erigiendo un gran Imperio, que unificó, finalmente, a toda Grecia.
En tan sólo 13 años, Alejandro conquistó Egipto, Palestina, Persia y parte de la India, llevando sus ejércitos consigo la cultura helénica.
La Grecia clásica heredaba, pues, a este vasto Imperio su filosofía, arte, música, literatura y arquitectura, integrando, además, los elementos de las culturas bárbaras en un todo orgánico. Todo este gran movimiento cultural se gestó, sobre todo, en Alejandría, edificada en el Delta del Nilo, a orillas del Mediterráneo. Esta ciudad crearía dos grandes instituciones que serían fundamentales en la historia humana.
En principio, la Biblioteca de Alejandría, depósito de las grandes obras intelectuales de la humanidad. En segundo lugar, el Museo, que transmitirá el antiguo saber. Una institución educativa del más alto nivel, antecesora de las universidades.
Tras la muerte de Alejandro, sus generales se repartieron su imperio. Ptolomeo inauguró una dinastía helénica en el antiguo reino de Egipto, con su capital en Alejandría. Desde aquí, se concluirá la helenización del Oriente, y posteriormente se afianzará la de la misma Roma, cuna de Occidente.