¡Ave María, Santa y Pura Fuerza Regente!
¡Ave María, joven judía rebelde y valerosa!
¡Ave María, valiente y confiada Esclava del Señor!
¡Ave María, Madre que acompañó y enseñó al Jesús Niño!
¡Ave María, Señora que cuidó de Él, y que confió en el Señor cuando, a Sus doce años, cualquiera hubiese llorado de angustia!
¡Ave María, que Le vio con alegría narrando Sus parábolas, sanando enfermos y echando fuera demonios!
¡Ave María, que le vio injustamente juzgado, crucificado y maldito, y que le acompañó en ese "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"!
¡Ave María, que esperó confiada aún tras la misma Muerte de Su Salvador, esperando en el Señor, sin ceder al Samael que le tentaba!
¡Ave María, que supo de Su Resurrección, y asumió con alegría el encargo de ser Madre y Regente de la Iglesia!
¡Ave María, a quien el mismo Pedro, representante de Cristo, se sometió siempre con docilidad!
¡Ave María, la que murió en Antioquía tras décadas de encauzar la Obra de Su Hijo!
¡Ave María, Dulce Consuelo, Mediadora de todas las Gracias!
¡Ave, Inmaculada Concepción!
¡Ave, Madre mía, Quien me protegió y sanó incluso en esas rebeldías que, en Su Infinita Sabiduría, el Señor permitió para mí!
¡Ave María, a Quien acudí con confianza en mi angustia!
¡Ave María, ave, ave!
¡Ruega, Señora de Cielos y Tierra, por nosotros, para que seamos dignos de alcanzar las Divinas Promesas de Nuestro Señor Jesucristo!
¡Se, Señora, protectora mía en particular, para que, como la Iglesia Universal de la que eres Reina, no me aparte yo jamás del Camino del Señor!
¡Amén! ¡Así sea! ¡Gloria a la Reina Santa!