Si existe una postura mía que es controversial, esta es la que rodea al asunto de la comunidad transgénero y cómo deberían los católicos interactuar con ella.
Pero (aunque no falte quien implique lo contrario), no es así porque mi postura al respecto sea herética, aunque ciertamente es un asunto en que se puede discrepar. Como católico, y en conformidad con el Magisterio de la Iglesia, creo que la cirugía de cambio de sexo es intrínsecamente mala, como fue recogido en la primera Carta de los Agentes Sanitarios del 99'.
El motivo por el que me he llevado algunos disgustos es que, en un inesperado giro de tuerca, apoyo el uso en el trato cotidiano de los nombres y pronombres preferidos por estas personas.
La razón es muy simple: por la naturaleza de la condición de transgénero, otro curso de acción generará un gran daño psíquico en nuestro interlocutor o interlocutora.
Antes de exponer mi postura, pues, explicaré qué es una persona trans, y cuál es la naturaleza real de su situación.
En qué consiste ser transgénero
Ser transgénero, en pocas palabras, significa que tu psique tienda a identificarse con el otro sexo, o con ninguno de ellos. Esto (muy importante) no significa que la persona crea que es del sexo opuesto o que no tiene genitales. Ser transgénero no es sinónimo de tener un delirio. No se trata de "creerse" sino de "sentirse" identificado con roles no tradicionales.
Es precisamente de aquí de donde nace todo este asunto: las personas trans, aunque tienden a identificarse como "hombre" o "mujer" siendo de sexo femenino o masculino según los casos, saben perfectamente cuál es su condición biológica, y esto suele generarles un gran sufrimiento que se denomina "disforia", y que es la causa de que suelan tomar medidas como vestirse como es habitual en el sexo opuesto, realizarse cirugías o cambiar su nombre y solicitar a otros utilizar pronombres diferentes.
Con este contexto, será mucho más fácil entender en qué consiste mi propuesta.
La naturaleza del problema
El problema principal al que nos enfrentamos es que, como católicos, creemos que uno tiene la obligación de asumir y aceptar su identidad sexual, es decir, que querer "cambiar de sexo" es un mal intrínseco.
El motivo es largo de explicar pero, en resumen, rechazar la propia identidad sexual implica que la propia voluntad se incline hacia el no ser, precisamente porque se rechaza la ejecución de la naturaleza del propio sexo. Para la filosofía cristiana clásica, el Ser es sinónimo del bien, y las carencias de las cosas, su falta de plenitud, son identificadas con la idea de "mal".
Alguien podría, entonces, preguntarme qué opino de la así llamada "transición social": escoger vivir como el otro sexo sin hormonarse ni operarse. Y mi respuesta es: no estoy seguro.
Por un lado, es cierto que teóricamente uno puede elegir adoptar roles tradicionalmente femeninos o masculinos sin rechazar su naturaleza sexuada. Pero por otro, me cuestiono si, dada la condición específica de las personas trans, esto es posible para ellas. Me inclino por pensar que sí, pero no me pronunciaré.
La solución de Nahuel
Entonces, tenemos lo siguiente: un grupo de personas que siente una necesidad acuciante de evadir el conflicto entre su corporeidad y su psique, cuyos métodos son, al menos en parte, inmorales.
Claro que el hecho de que sean intrínsecamente malos no implica que las personas individuales tengan responsabilidad por ellos. Es mi opinión que, dado el nivel de sufrimiento que experimentan las personas trans, su libertad está seriamente menguada, amén de su falta de conocimiento en torno a la naturaleza moral de su acción, con lo que su responsabilidad sería mínima.
Pero lo cortés no quita lo valiente: en sí mismas, sus prácticas no son correctas.
Con lo cual, surge una dificultad: el cómo dirigirnos a estas personas. Por un lado, si les tratamos conforme a lo que es habitual para su sexo biológico, podemos generar una gran angustia. Pero por otro, si nos referimos a ellas por sus pronombres y nombres escogidos, estamos cooperando indirectamente con su conducta, pues ayudamos a que la persona se sienta a gusto con ella.
¿Cómo resolver esta contradicción? Pues, en primer lugar, hay que comprender que, aunque el uso de sus pronombres pueda implicar una cooperación con su conducta, esta no es deseada de ninguna manera, y la cooperación sería más bien remota, pues no define la ejecución o no del acto.
El hecho de referirnos a la persona por sus pronombres escogidos no implica que apoyemos su conducta. Es simplemente un acto dirigido a evitar recordarle su situación y, por ende, generarle un cuadro de disforia.
Es importante notar que, evidentemente, uno no debe buscar en ningún caso que la persona se sienta a gusto con un proceder de este tipo. Eso sería buscar complacencia en algo que, objetivamente, no es bueno. Pero, de nuevo, si eso no es lo que se busca, no podría acusársenos de cooperar deliberadamente con un mal.
Algunas objeciones que he leído, como que esta conducta es equivalente a una mentira, son completamente ridículas: no nos estamos refiriendo a algo falso (objetivamente la persona se siente un "él" o "ella", y ese es el contexto del puso de los pronombres), ni tampoco buscamos engañar, que es una condición fundamental de lo que en teología moral se llama "hablar en falso".
Con lo cual, este es más un pseudoproblema movido por los escrúpulos o incluso la abierta transfobia de algunas personas que una dificultad real.
Una de esas situaciones en que la ortodoxia religiosa se confunde con rigidismo reaccionario.