Capítulo
2
Nexhazar
nos recibe
Nexhazar era una ciudad en que
no querrías vivir. No tanto porque muchos de sus habitantes moraran en la más
profunda de las marginalidades, o porque las calles estuvieran siempre sucias e
infestadas de animales similares a ratas, del tamaño de un gato y la
agresividad de un perro rabioso, como por la perpetua y asfixiante oscuridad en
que se encuentra sumida a toda hora, desde el inicio de los tiempos.
No recuerdo exactamente cómo fue
llegar allí. Mi mente se nubló al momento de cruzar la puerta dimensional
abierta por Aneu, y lo primero de lo que tengo memoria después de eso es estar
caminando por sus calles, siguiendo unas indicaciones que él había dejado
cuidadosamente guardadas en una nota amarillenta y maltratada en el bolsillo
derecho de mi abrigo.
“Calle Semyazza al 616”, decía
en ella. “Pregunta por Joann Conly, y diles que vienes de parte de Aneu”.
Yo, aturdido por el breve, a la
vez que infinitamente largo trayecto, no podía hacer más que someterme a sus
indicaciones. Así que no tardé en planear el pedirlas al primer transeúnte que
se cruzara.
No tuve que esperar mucho para
darme cuenta de que, como cabía esperar, había algo inusual en este mundo.
Apenas escasos pasos después, al dar vuelta en una esquina, llegué a una
concurrida calle, poblada por multitud de personas que caminaban de un lado a
otro, con paso lento pero cauto, cuidándose de no pisar por accidente a ninguno
de los roedores gigantes que los rodeaban.
Sólo que no eran exactamente
humanos. Y aunque la mayoría tenía una forma vagamente antropoide,
sobreabundaban los rasgos monstruosos y alienígenas en sus anatomías. Hombres
con un rostro similar al de un pájaro, criaturas regordetas y una mujer con su
cabeza repleta de tentáculos móviles, son sólo algunos de los que vienen a mi
memoria.
“Vaya, parece que no estamos
solos después de todo”, fue lo primero que me vino a la mente. Estos seres
debían proceder de todos aquellos mundos que los humanos desconocemos, en que
la naturaleza creada por Asherah se las habrá ingeniado para originar estas y
seguramente otras variedades de seres.
“No te van a morder”, escuché,
de repente y con claridad meridiana, la voz de Aneu en mi cabeza. “Ya
pregúntales”.
No tardé en obedecer, y pese a
sus malos modos, un hombre de piel pálida y grandes ojos similares a los de una
rana me dijo más o menos lo que debería hacer para llegar a la calle en
cuestión.
Al llegar a mi destino, me
encontré con un enorme edificio de, seguramente, más de veinte plantas, al
interior del cual iban y venían multitud de criaturas de aspecto tan extraño
como los que había visto hasta entonces, con la salvedad de que muchos de ellos
portaban lo que pronto reconocí como armas de alto calibre, de un estilo
similar al de la Tierra de principios del siglo XXI.
Entré al edificio, y tras pedir
un par de indicaciones más, me acerqué a una larga barra ubicada al final de la
sala, en que varias personas hacían de recepcionistas.
-Hola.
Vengo en busca de… Joann Conly. – le dije a una de ellas, revisando el nombre
que había en mi nota.
-Si
quieres protección, puede hablarlo con cualquiera de nuestros trabajadores
armados. No necesitas molestarla, y tampoco quieres hacerlo, créeme. – fue su
respuesta.
-Vengo
de parte de Aneu. – dije, provocando que su rostro cambiara por completo.
-Oh,
entiendo. La llamaré de inmediato.
La criatura presionó los botones
sobre un aparato similar a un pequeño radio, que se me hacía vagamente semejante
a uno de los primeros teléfonos celulares de la Tierra. Una voz se escuchó al
otro lado de la línea, sólo para que, tras las breves explicaciones de la
“chica”, se me dijera que podía tomar el ascensor más cercano, y dirigirme
hacia su oficina en la planta superior.
Escasos minutos más tarde,
estaba ya en la puerta de la que pronto sería mi anfitriona. Para este punto,
me encontraba reflexionando acerca de lo mucho que se parecía la tecnología
empleada por esta gente a la de tiempo antes de que la humanidad alcanzara las
órbitas de los planetas en torno al disco terráqueo, y estableciera sus
primeras bases en ellos. Para mí, era como viajar en el tiempo, cosa que hacía
la experiencia todavía más interesante.
A ambos lados de la puerta,
había gorilas armados, seguramente asegurándose de que nadie pudiera ser
molestia para su líder. Uno de ellos me detuvo en seco cuando intenté
acercarme, apuntándome de un modo para nada sutil con su arma, en lo que me
preguntaba qué me llevaba ante su presencia.
-Vengo
de parte de Aneu. – le expliqué, a lo que él procedió a tocar la puerta,
preguntando a la persona del otro lado si, acaso, esperaba una visita.
-Hazlo
pasar. – contestó una suave voz femenina, en lo que el hombre abría la puerta,
y yo me encontraba, por vez primera, con una de las mujeres a las que más
llegaría a admirar.
Ella era de cabello castaño,
complexión delgada y rasgos finos, y con sus anteojos puestos revisaba algo de
papelería cuando, por fin, levantó la mirada para fijarse en mí, en lo que la
puerta tras de mí se cerraba.
-Vaya,
eres más bajo de lo que pensé. – fueron sus primeras, y desconcertantes
palabras apenas me vio. – Mi nombre es Joann Conly, y tú debes ser Emker. Aneu
me ha hablado de ti.
-Ho…
hola. Sí, soy Emker, y me alegro de conocerla. – contesté - ¿Qué le dijo Aneu
exactamente?
-Sólo
que iba a enviarme a otro de sus clientes en estos días. – respondió ella – No
sé qué tenga en mente el desgraciado, pero seguramente será interesante.
-Oh…
entiendo. – repliqué – ¿Hace cuanto lo conoce?
-Desde
que era una adolescente. Por él llegué a donde estoy. Es un sujeto brillante.
Lástima que tenga un sentido del humor tan espantoso.
-Le
pregunto porque, para ser franco, no tengo muy claro qué es él exactamente.
-Pues…
ni yo lo sé con precisión. – explicó la mujer – Pero, por lo que dijo, alguna
vez fue un mortal, cuyo pueblo se las ingenió para superar las limitaciones del
espacio tiempo convencional, y ahora mora en una especie de dimensión superior,
o algo así.
-La
cuarta dimensión… - susurré.
-¿Qué?
– preguntó la mujer.
-Oh,
disculpe. Siempre me interesó la física, y Aneu mencionó que los suyos habían
logrado trascender el espacio tiempo, o algo así. Así que supongo que habita en
la cuarta dimensión. La del tiempo, en resumen.
-Oh,
sí. Él me ha mencionado algo así. Dice que puede ver todas las posibles
realidades que podrían derivar de un mismo evento, hasta que alguna de ellas se
concreta. Suena fascinante, pero él dice que es absolutamente infernal. Ese tonto
no sabe lo que dice…
-Entonces,
Joann – continué - ¿Usted sabe dónde está?
-Soy
una de los pocos privilegiados. Los Vigilantes se encargan de que la gente del
común no tenga ni idea, pero evitan meterse con Aneu, así que tengo el
privilegio de conservar en mi memoria ciertos conocimientos.
-¿Los
Vigilantes? – la interrogué.
-Sí,
no tardarás en verlos. Son como la “policía” de nuestro mundo. Hombres vestidos
con trajes negros y anteojos oscuros, que patrullan nuestro mundo de un lado a
otro. Nadie sabe exactamente qué son, pero creo que son los responsables de que
nadie intente escapar.
-Entiendo…
¿y por qué está aquí? No se preocupe, yo no juzgo.
-Ni
idea. Por alguna razón, la Corona ha querido que seamos totalmente
inconscientes de nuestra vida anterior. Creo que se debe, sencillamente, a que
recordarla nos haría capaces de organizarnos y evadir nuestro tormento. Si
tenemos algo de suerte, al final AlAlion sí es real, y termina por sacarnos de
este agujero maloliente.
“AlAlion”, pensé. Parecía que no
sólo de nuestro lado había tenido el Dios Supremo a bien el manifestarse a los
más pequeños entre Sus hijos.
-Entonces,
¿ustedes también saben de AlAlion?
-Aneu
me habló de él, y me ha dado detalles escuetos, pero interesantes. Dice que, en
algún momento, fue testigo de cómo una fuerza externa al propio universo, que
ni siquiera él y su gente podían entender y mucho menos controlar, se manifestó
a un pueblo de pastores del Medio Oriente, bajo el nombre de…
-Yahveh…
- terminé la frase – Con que al final del día era real.
-Tal
parece. Y parece, además, que no sólo en este pequeño universo se ha
manifestado. Según él, hay una infinidad de mundos además del nuestro, cada uno
con sus propias leyes naturales, algunos con sus propia Dios creadora, y su
propia versión, incluso, de Lucifer o Vasudeva.
-Veo
que también tiene conocimiento de Asherah y sus hijas. – insistí.
-A
decir verdad, es la primera vez que oigo hablar de ella. De Lucifer sé porque
la conocí en alguna ocasión, pero no me dijo mucho, aparte de que era hija de
Dios.
-Asherah
es, según los cultos a AlAlion en el mundo de los vivos, la deidad Creadora de
nuestro universo, y la Madre de Lucifer…
-Lo
supuse. Esa chica no me habló demasiado de su familia, pero parece que es
responsable del desastre que estamos viviendo. Una lástima. Me cayó bien en su
día.
-Entiendo.
En fin, a lo que vine: mi novia murió hace algunas semanas, y Aneu me ofreció
venir por ella. Calculo que su contacto podrá servirme de algún modo. – le
expliqué.
-¿En
esta ciudad? Vaya que va a ser tarea difícil. Hay más gente aquí de la que
podrías imaginar. Y cada día llegan más… pero bueno, supongo que ese listillo
sabe lo que hace.
No pude evitar desilusionarme
con sus palabras. Pero ella no estaba equivocada: ese tipo, evidentemente,
debía tener alguna idea de lo que estaba haciendo.
-Sí…
supongo que así es. Pero quiero saber: ¿quién es usted, y de dónde conoce a
ese… ser?
-Vaya,
eres un hombre curioso. – se burló ella – Pero yo lo soy más, así que te
ofrezco un acuerdo: te lo diré, y te ayudaré con lo que viniste a hacer, pero
quiero algo a cambio: que me enseñes todo lo que quiera saber sobre ese mundo
del que procedes. Siempre he tenido mucha curiosidad acerca del lugar del que
vengo.
No tardé en acceder, y en las
siguientes dos horas y media, sostuvimos una larga conversación en que
alternamos elementos de nuestras biografías y, sobre todo, de la historia de la
humanidad terrestre.
Ella me explicó que, al llegar a
la oscuridad del lago de fuego, nadie tiene la menor idea de quién es, o cómo
ha llegado hasta allí en absoluto. Simplemente se ve a sí mismo despertando en
alguno de los oscuros callejones de la ciudad, habitualmente con una rata
preguntándose si acaso serán una buena fuente de alimento.
Ella, en concreto, se había
dedicado a toda suerte de labores en un intento por calmar esa hambre que
sufría, sin nunca llegar a matarla. Había intentado entrar en el mundo de la
prostitución, pero no había tardado en temer las numerosas enfermedades que
corría el riesgo de contraer, y que le serían una infinita tortura en virtud de
aquella inmortalidad con que tantos en nuestro mundo sueñan.
Después, había empezado a robar,
y en breve acabó como miembro respetado de una pandilla. Tras ser capturado su
líder por una banda rival, que lo torturaría hasta la locura mientras duraran
el cielo y la Tierra, ella había acabado por tomar su lugar.
En las siguientes décadas, logró
expandir el imperio comercial de su facción, y apoderarse de una buena porción
de la ciudad en que residía, hasta ser capaz de apropiarse del enorme edificio
que ahora fungía como su base de operaciones, teniendo miles de mercenarios
bajo su cargo, y siendo una de las personas más temidas en esta zona de la
urbe. Nada de esto, desde luego, había sido exclusivo mérito suyo.
Pocos años después de su
sentencia eterna, un personaje de larga cabellera negra, vestimentas elegantes
del mismo color y rasgos andróginos, se le había manifestado en sueños,
ofreciéndole la oportunidad de llegar hasta lo más alto si tan sólo seguía sus
misteriosas instrucciones. Desde entonces, ambos compartían una fructífera
relación de negocios, siendo él, para ella, una suerte de espíritu guía, del
que sin embargo jamás había terminado de fiarse.
Pese a lo animado de la charla,
llegó un punto en que acabamos por quedarnos sin temáticas para tocar. Para
este momento, al parecer, me las había ingeniado para impresionar lo suficiente
a la señora Conly con mis conocimientos sobre nuestro lado, con lo que no tardó
en hacerme una oferta tentadora.
-Quiero
que, durante el tiempo que permanezcas en Nexhazar, seas mi erudito personal.
Tengo la misma obsesión con la magia que tú, y por lo que veo, algunas de las
entidades que han fundado religiones en tu mundo lo han hecho también en el
nuestro. Así que estimo que podrías serme útil. – me explicó la mujer, con una
sonrisa que revelaba su entusiasmo.
Sin muchas opciones, acabé por
acceder.
-¿Y
para qué requiere mis servicios, exactamente? – la interrogué.
-Soy
una coleccionista. He reunido una importante cantidad de objetos con
propiedades anómalas, y creo que tu saber podría serme útil en ese sentido.
No había terminado ella de
hablar cuando tomó su “teléfono”, y comenzó a marcar a un número por mí
desconocido. Una voz masculina se oyó del otro lado.
-¿Sí,
señora? – preguntaba.
-Dile
a Trysa que venga. Ya tengo a su nuevo colaborador. – dijo, para luego cortar,
sin que tuviera necesidad de hacer mediar más palabras.
-¿Quién
es Trysa? – dije, intrigado.
-Mi
hija. – respondió ella – O algo así. La rescaté de un prostíbulo ilegal cuando
ella apenas había llegado a nuestro mundo, y acabé por encariñarme.
Tras pocos minutos de espera, la
puerta tras nosotros se abrió de imprevisto, a lo que yo volteé, encontrándose
mi mirada con la de aquella chica que, pese a su juvenil aspecto, llevaba,
probablemente, en este infierno desde hacía más tiempo que el que había durado
mi vida.
Ella era delgada, de piel morena
pero no en exceso, y de unos rasgos que seguramente habrían sido atrayentes
para cualquier hombre de mi edad. Vestía con ropas ajustadas, propias de
alguien que se dedicara regularmente al ejercicio, o que requiriese de facilidad
de movimientos en su trabajo habitual.
-Hola,
mamá. – habló la chica - ¿Y este quién es?
Se refería a mí con un desdén
que, en una primera instancia, se me hizo difícil explicar.
-Tu
nuevo compañero. – replicó su madre – No tiene el cuerpo más esculpido, pero te
aseguro que su cerebro lo compensa sobradamente. Te ayudará a reunir más de
esas anomalías que tanto me gustan.
-¿Estás
segura de esto? Dudo necesitar de otro erudito de café. Ya tuve suficientes de
esos. – protestó. Para este punto, yo mismo no me sentía muy cómodo con la idea
de ejercer mi nuevo oficio junto a la que percibía como una persona tan
arrogante como falta de tacto.
-No
era una pregunta, Trysa. Vas a trabajar con él. Quiero que le des un
pequeño recorrido, y lo lleves a su habitación.
Con estas palabras, emitidas en
tono tan prepotente y autoritario que hasta a mí se me hizo desagradable, la
chica se calló de inmediato, sólo para asentir, no muy convencida, a
continuación.
Sin más, Joann me indicó con un
suave gesto de su mano izquierda que la siguiera, en lo que la chica me miraba
no sin cierto desagrado.
-Y
Emker… - me habló por última vez, antes de retirarme – prefiero que nuestra
conversación se mantenga lo más confidencial que sea posible. Recuerde que hay
un motivo por el que los Vigilantes patrullan las calles de la ciudad.
Sí, definitivamente esta sería
una aventura interesante, aunque me frustrara el hecho de no tener, aún, ni
idea de cómo iba a dar con la razón de la misma. Pero, al final del día, hasta
aquí me había traído un dios, y como suele ocurrir con los dioses, misteriosos
eran sus caminos.
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