martes, 29 de abril de 2025

Los juegos de los dioses, capítulo 5: Cogito

 Capítulo V

Cogito

Allí, en la oscuridad de su habitación apenas rota por una lámpara de mesa, Trysa contemplaba el espejo agrietado de su habitación, en uno de los pisos más elevados del edificio.

El lugar era pequeño y minimalista, a la vez que elegante y, en cierto sentido – y cosa rara considerando que hablamos del Infierno – acogedor.

Se miraba, como tantas veces antes, luchando contra un muy extraño sentimiento, que le provocaba una inquietud que nunca había sabido explicar, cosa que lo hacía aún más tortuoso.

“¿Quién eres cuando nadie te mira?”, le preguntaba a su reflejo, con un pensamiento que no se atrevía a articular con palabras. “¿Quién eres, oh condenada criatura, tú que cargas la maldición de no olvidar lo olvidado?”

Olvidar lo olvidado… realmente no había una frase más apropiada para describir su sentir. Pues cada vez que sus ojos se cruzaban con los de su reflejo, no podía evitar sentir que algo estaba mal en él. No reconocía su propio rostro sobre el cristal, ese de facciones proporcionadas y buen aspecto, que cada mañana la devolvía a la más absoluta incomprensión, de quien no es capaz de definirse por lo que otros ven.

Jamás le había hablado de esto a nadie. Ni siquiera a Joann, ese faro en medio de la fría tormenta, y la única y más amada constante en su vida.

La había comprado a un proxeneta en un barrio que acababa de sufrir una violenta guerra de bandas, en que ella misma se había librado por muy poco de las balas. Ese día, lo recordaba, estaba desorientada como fruto de un reciente consumo, a los que a menudo se entregaba con tal de soportar las miserias de su vida.

Recordaba hasta el presente cómo la miró, con una mezcla de compasión y una preocupación extraña en alguien de su oficio. Nunca entendió del todo qué fue lo que tanto llamó la atención de la mujer, quien lejos de usarla como sierva de sus pasiones, le había concedido un hogar. Y un nombre, pues hasta ese punto no era nadie, y lejos de ser persona, era cosa útil para la lujuria del prójimo.

De ella aprendió todo lo que sabía. Le enseñó a robar sin ser descubierta, así como a ser habilidosa en las peleas físicas y con armas, y también a obedecer. En una primera instancia, desconfiaba de su mentora, temiendo que tuviera como fin principal el explotar su pobre corazón, como lo habían hecho todos los que aparecieron en su vida hasta ese momento.

Pero, poco a poco, se percató de sus gestos. Una manta dejada sobre su cuerpo cuando la creía dormida, el brindarle la misma comida que ella disfrutaba, una mirada de preocupación cuando enfermó… y lentamente, fue abriendo su corazón hacia ella, hasta verla como la madre que la mayoría de los eternamente sentenciados nunca tendría.

Sí, la amaba, y ciertamente era justo que lo hiciera. Pero, al mismo tiempo, se sentía incapaz de entregarle del todo su corazón, cosa que la avergonzaba profundamente, pese a que, en realidad, era natural. No sería sencillo que alguien con tantos malos tratos en su historial pudiera amar sin limitaciones.

Y por eso, al encontrarse con Emker, no tardó en sentirse grandemente sorprendida por su naciente afecto hacia él.

En un principio, le parecía una insípida rata de biblioteca, de un aspecto que difícilmente llamaría la atención en una multitud. Lo integró en su equipo pensando que sería más una carga que un ayudante, sólo para descubrir más temprano que tarde su error.

Él era culto, más de lo que podría haber imaginado, y conocía al dedillo al tipo de cosas que ella y su equipo se dedicaban a recolectar. Eran cuatro sin contarlo a él.

Karn, una gran masa gris de múltiples ojos y tentáculos dispersos por su cuerpo, y una gran boca llena de afilados dientes capaces de desgarrar sin esfuerzo la carne, que poseía, curiosamente, la capacidad de comunicarse en lenguaje humano gracias a una cirugía realizada años atrás. Yxa, un humanoide de tez amarilla y grandes ojos negros, de enorme inteligencia y agudo sentido del humor. Zerr, una criatura de apariencia vagamente humana, de piel capaz de reflejar la luz, y sin un rostro cuyas facciones contemplar. Y por último, claro, ella misma.

La primera ocasión en que salieron a realizar su trabajo, él fue capaz de identificar, entre numerosos objetos similares en un bazar cercano, un relicario específico que poseía el don de hacer arder a quien osara mentir. En la segunda, descubrió tras pocos minutos cómo funcionaba una brújula capaz de mostrar el camino de la buena fortuna a su portador.

No tardó en admirarlo sinceramente, y poco a poco forjaron cierto grado de amistad. Definitivamente le había juzgado mal, pues él era luz, una luz multicolor capaz de brindar un poco de alegría a la gris y oscura Nexhazar.

Su madre le había hablado ya sobre la procedencia del muchacho, y no tardaron, las dos, en preguntarle por el mundo del que había llegado. Ríos, árboles, un cielo azul claro con un gran sol iluminando el pasto de las praderas, cuyo imperio era sólo retenido por el de las nubes de vapor de agua que, regularmente, refrescaban la Tierra con su lluvia y rocío.

Ella lo escuchaba con absoluta fascinación, en lo que luchaba por aparentar indiferencia. Una de las lecciones que Joann le había transmitido era, precisamente, la de evitar expresar, en la medida de lo posible, la ternura de su alma en un mundo lleno de traiciones y malísima voluntad. Un compromiso que, sin embargo, no tardó en resquebrajarse.

Cuando él comenzó a hablarle de la ciencia y la filosofía de su mundo, las cosas empezaron a complicarse. Cada noche, cuando visitaba el mundo de los sueños, de su mente emanaban imágenes que no podían resultarle más inquietantes.

La primera noche, se vio atravesando un oscuro túnel, en cuyo extremo era visible una luz de colores imposibles, que podía sentir claramente cómo la juzgaba por las negligencias de su vida pasada.

-Nihil inultum remanebit. – dijo la entidad, mirándola con desprecio – Apártate de mí, maldita. Al tormento eterno preparado para los que desprecian el don de la vida.

Inquieta por su visión, no tardó en hablar con Emker, quien en virtud de su conocimiento del mundo sobrenatural, probablemente tendría algo que decir al respecto.

-En mi mundo, a menudo se dice que el Principio fundamental de la realidad es, en esencia, amor. – explicó él - Tal vez esto aplique al Dios Supremo, pero según sugieren los ocultistas, no al Creador secundario del universo. Él alberga en sí un gran amor, así como un odio inconcebible hacia toda forma de existencia que no sea él mismo. El universo es fruto de la lucha entre ambas fuerzas, y no sería sorprendente que todo Nexhazar sea una mera consecuencia de su lado más oscuro.

-No entiendo por qué un ser benévolo, como a menudo es considerado AlAlion, permitiría un mundo tan terrible. – confesó ella.

-Ni yo. Pero algunos sugieren que eso es sencillamente lo que necesitamos. No vemos aún los beneficios de este proceder Divino, pero eventualmente lo haremos. O al menos, eso espero. Porque la alternativa es que Asherah, la Corona o quien sea, sencillamente se haya visto superado por su propia creación, sin entenderla del todo y, por ende, siendo incapaz de repararla.

Trysa no paró, en los siguientes días, de pensar en las palabras del muchacho. ¿Y si el Creador del universo, sencillamente, no tenía manera de beneficiar a Sus criaturas? Tal perspectiva era menos aterradora que la de un dios malévolo, pero también mucho más triste. ¿Y qué tal si la mónada a la que él se refería como la Corona, era simplemente incapaz de lidiar con sus propias contradicciones, y podría pasarse la eternidad sin hallar respiro en su eterna guerra contra sí misma?

En otro de sus sueños, Trysa se vio a sí misma en medio de lo que parecía ser un culto religioso. En torno a ella, varias figuras encapuchadas y cubiertas con inquietantes máscaras de aspecto inhumano, sostenían velas en la oscuridad, formando un círculo alrededor de una estrella de cinco puntas. En los espacios que rodeaban las distintas caras de la figura, eran legibles letras en una lengua que, sin saber por qué, era capaz de comprender. “LILITH”, decía en su parte más baja. “SAMAEL” en la superior.

Emker, para desgracia de ella, no quiso comentar en exceso al respecto, y no fue más allá del hecho de que la estrella de cinco puntas en su sueño solía emplearse, en el plano terrenal, para ejercicios de magia oscura ligados a entidades de planos de existencia superiores. Ni ángeles, ni demonios, sino fuerzas más allá de la comprensión humana, inmateriales y eviternas, de los que, se decía, jamás conocieron el amor, pues renunciaron a él en el momento mismo de su creación.

El silencio del erudito se le hizo extraño, pero no tuvo más alternativa que respetarlo.  Por primera vez desde su sentencia eterna, tuvo escrúpulos a la hora de inquietar a alguien.

No tardó en darse cuenta de que sus sentimientos hacia él mutaban en una dirección que se le hacía del todo indeseable. Un gesto por allí, otro por allá, y pronto acabó por verlo primero como amigo, y luego un par de peldaños por encima de esa categoría.

En una ocasión, mientras volvían de una compra, ocurrió algo que rara vez acontecía en el Inframundo: de sus cielos negros comenzaron a caer pequeñas y finas gotas de agua helada. Él, expresando una empatía rara de encontrar en las cavernas de la oscuridad sin fin, le prestó su abrigo a fin de ahorrarle un resfriado. Poco después, reían en la camioneta de regreso al edificio, recordando lo incómodo de contemplar las tentaculadas barbas del vendedor.

Sus emociones no podían ser más extrañas. A su lado, sentía esa luminosidad vital de la que, algunos decían, eran portadores los que aún no cruzaban el umbral de la muerte. Y con cada día, y cada nueva conversación, se enamoraba más y más del mundo del que él procedía, y anhelaba con más fuerza la oportunidad de retornar a él.

“Tal vez allí, por fin, encuentre a quien fui”, decía para sí misma frente al espejo. “Aunque puede que no quiera conocer la respuesta”.

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