Capítulo V
Cogito
Allí, en la
oscuridad de su habitación apenas rota por una lámpara de mesa, Trysa
contemplaba el espejo agrietado de su habitación, en uno de los pisos más
elevados del edificio.
El lugar
era pequeño y minimalista, a la vez que elegante y, en cierto sentido – y cosa
rara considerando que hablamos del Infierno – acogedor.
Se miraba,
como tantas veces antes, luchando contra un muy extraño sentimiento, que le
provocaba una inquietud que nunca había sabido explicar, cosa que lo hacía aún
más tortuoso.
“¿Quién
eres cuando nadie te mira?”, le preguntaba a su reflejo, con un pensamiento que
no se atrevía a articular con palabras. “¿Quién eres, oh condenada criatura, tú
que cargas la maldición de no olvidar lo olvidado?”
Olvidar lo
olvidado… realmente no había una frase más apropiada para describir su sentir.
Pues cada vez que sus ojos se cruzaban con los de su reflejo, no podía evitar
sentir que algo estaba mal en él. No reconocía su propio rostro sobre el
cristal, ese de facciones proporcionadas y buen aspecto, que cada mañana la
devolvía a la más absoluta incomprensión, de quien no es capaz de definirse por
lo que otros ven.
Jamás le
había hablado de esto a nadie. Ni siquiera a Joann, ese faro en medio de la
fría tormenta, y la única y más amada constante en su vida.
La había
comprado a un proxeneta en un barrio que acababa de sufrir una violenta guerra
de bandas, en que ella misma se había librado por muy poco de las balas. Ese
día, lo recordaba, estaba desorientada como fruto de un reciente consumo, a los
que a menudo se entregaba con tal de soportar las miserias de su vida.
Recordaba
hasta el presente cómo la miró, con una mezcla de compasión y una preocupación
extraña en alguien de su oficio. Nunca entendió del todo qué fue lo que tanto
llamó la atención de la mujer, quien lejos de usarla como sierva de sus
pasiones, le había concedido un hogar. Y un nombre, pues hasta ese punto no era
nadie, y lejos de ser persona, era cosa útil para la lujuria del prójimo.
De ella
aprendió todo lo que sabía. Le enseñó a robar sin ser descubierta, así como a
ser habilidosa en las peleas físicas y con armas, y también a obedecer. En una
primera instancia, desconfiaba de su mentora, temiendo que tuviera como fin
principal el explotar su pobre corazón, como lo habían hecho todos los que
aparecieron en su vida hasta ese momento.
Pero, poco
a poco, se percató de sus gestos. Una manta dejada sobre su cuerpo cuando la
creía dormida, el brindarle la misma comida que ella disfrutaba, una mirada de
preocupación cuando enfermó… y lentamente, fue abriendo su corazón hacia ella,
hasta verla como la madre que la mayoría de los eternamente sentenciados nunca
tendría.
Sí, la
amaba, y ciertamente era justo que lo hiciera. Pero, al mismo tiempo, se sentía
incapaz de entregarle del todo su corazón, cosa que la avergonzaba
profundamente, pese a que, en realidad, era natural. No sería sencillo que
alguien con tantos malos tratos en su historial pudiera amar sin limitaciones.
Y por eso,
al encontrarse con Emker, no tardó en sentirse grandemente sorprendida por su
naciente afecto hacia él.
En un
principio, le parecía una insípida rata de biblioteca, de un aspecto que
difícilmente llamaría la atención en una multitud. Lo integró en su equipo
pensando que sería más una carga que un ayudante, sólo para descubrir más
temprano que tarde su error.
Él era
culto, más de lo que podría haber imaginado, y conocía al dedillo al tipo de
cosas que ella y su equipo se dedicaban a recolectar. Eran cuatro sin contarlo
a él.
Karn, una
gran masa gris de múltiples ojos y tentáculos dispersos por su cuerpo, y una
gran boca llena de afilados dientes capaces de desgarrar sin esfuerzo la carne,
que poseía, curiosamente, la capacidad de comunicarse en lenguaje humano
gracias a una cirugía realizada años atrás. Yxa, un humanoide de tez amarilla y
grandes ojos negros, de enorme inteligencia y agudo sentido del humor. Zerr,
una criatura de apariencia vagamente humana, de piel capaz de reflejar la luz,
y sin un rostro cuyas facciones contemplar. Y por último, claro, ella misma.
La primera
ocasión en que salieron a realizar su trabajo, él fue capaz de identificar,
entre numerosos objetos similares en un bazar cercano, un relicario específico
que poseía el don de hacer arder a quien osara mentir. En la segunda, descubrió
tras pocos minutos cómo funcionaba una brújula capaz de mostrar el camino de la
buena fortuna a su portador.
No tardó en
admirarlo sinceramente, y poco a poco forjaron cierto grado de amistad.
Definitivamente le había juzgado mal, pues él era luz, una luz multicolor capaz
de brindar un poco de alegría a la gris y oscura Nexhazar.
Su madre le
había hablado ya sobre la procedencia del muchacho, y no tardaron, las dos, en
preguntarle por el mundo del que había llegado. Ríos, árboles, un cielo azul
claro con un gran sol iluminando el pasto de las praderas, cuyo imperio era
sólo retenido por el de las nubes de vapor de agua que, regularmente,
refrescaban la Tierra con su lluvia y rocío.
Ella lo
escuchaba con absoluta fascinación, en lo que luchaba por aparentar
indiferencia. Una de las lecciones que Joann le había transmitido era,
precisamente, la de evitar expresar, en la medida de lo posible, la ternura de
su alma en un mundo lleno de traiciones y malísima voluntad. Un compromiso que,
sin embargo, no tardó en resquebrajarse.
Cuando él
comenzó a hablarle de la ciencia y la filosofía de su mundo, las cosas
empezaron a complicarse. Cada noche, cuando visitaba el mundo de los sueños, de
su mente emanaban imágenes que no podían resultarle más inquietantes.
La primera
noche, se vio atravesando un oscuro túnel, en cuyo extremo era visible una luz
de colores imposibles, que podía sentir claramente cómo la juzgaba por las
negligencias de su vida pasada.
-Nihil inultum remanebit. – dijo la entidad, mirándola con desprecio –
Apártate de mí, maldita. Al tormento eterno preparado para los que desprecian
el don de la vida.
Inquieta
por su visión, no tardó en hablar con Emker, quien en virtud de su conocimiento
del mundo sobrenatural, probablemente tendría algo que decir al respecto.
-En mi mundo, a menudo se dice que el Principio fundamental de la
realidad es, en esencia, amor. – explicó él - Tal vez esto aplique al Dios
Supremo, pero según sugieren los ocultistas, no al Creador secundario del
universo. Él alberga en sí un gran amor, así como un odio inconcebible hacia toda
forma de existencia que no sea él mismo. El universo es fruto de la lucha entre
ambas fuerzas, y no sería sorprendente que todo Nexhazar sea una mera
consecuencia de su lado más oscuro.
-No entiendo por qué un ser benévolo, como a menudo es considerado
AlAlion, permitiría un mundo tan terrible. – confesó ella.
-Ni yo. Pero algunos sugieren que eso es sencillamente lo que
necesitamos. No vemos aún los beneficios de este proceder Divino, pero
eventualmente lo haremos. O al menos, eso espero. Porque la alternativa es que
Asherah, la Corona o quien sea, sencillamente se haya visto superado por su
propia creación, sin entenderla del todo y, por ende, siendo incapaz de
repararla.
Trysa no
paró, en los siguientes días, de pensar en las palabras del muchacho. ¿Y si el
Creador del universo, sencillamente, no tenía manera de beneficiar a Sus
criaturas? Tal perspectiva era menos aterradora que la de un dios malévolo,
pero también mucho más triste. ¿Y qué tal si la mónada a la que él se refería
como la Corona, era simplemente incapaz de lidiar con sus propias
contradicciones, y podría pasarse la eternidad sin hallar respiro en su eterna
guerra contra sí misma?
En otro de
sus sueños, Trysa se vio a sí misma en medio de lo que parecía ser un culto
religioso. En torno a ella, varias figuras encapuchadas y cubiertas con
inquietantes máscaras de aspecto inhumano, sostenían velas en la oscuridad,
formando un círculo alrededor de una estrella de cinco puntas. En los espacios
que rodeaban las distintas caras de la figura, eran legibles letras en una
lengua que, sin saber por qué, era capaz de comprender. “LILITH”, decía en su
parte más baja. “SAMAEL” en la superior.
Emker, para
desgracia de ella, no quiso comentar en exceso al respecto, y no fue más allá
del hecho de que la estrella de cinco puntas en su sueño solía emplearse, en el
plano terrenal, para ejercicios de magia oscura ligados a entidades de planos
de existencia superiores. Ni ángeles, ni demonios, sino fuerzas más allá de la
comprensión humana, inmateriales y eviternas, de los que, se decía, jamás
conocieron el amor, pues renunciaron a él en el momento mismo de su creación.
El silencio
del erudito se le hizo extraño, pero no tuvo más alternativa que
respetarlo. Por primera vez desde su
sentencia eterna, tuvo escrúpulos a la hora de inquietar a alguien.
No tardó en
darse cuenta de que sus sentimientos hacia él mutaban en una dirección que se
le hacía del todo indeseable. Un gesto por allí, otro por allá, y pronto acabó
por verlo primero como amigo, y luego un par de peldaños por encima de esa
categoría.
En una
ocasión, mientras volvían de una compra, ocurrió algo que rara vez acontecía en
el Inframundo: de sus cielos negros comenzaron a caer pequeñas y finas gotas de
agua helada. Él, expresando una empatía rara de encontrar en las cavernas de la
oscuridad sin fin, le prestó su abrigo a fin de ahorrarle un resfriado. Poco
después, reían en la camioneta de regreso al edificio, recordando lo incómodo
de contemplar las tentaculadas barbas del vendedor.
Sus
emociones no podían ser más extrañas. A su lado, sentía esa luminosidad vital
de la que, algunos decían, eran portadores los que aún no cruzaban el umbral de
la muerte. Y con cada día, y cada nueva conversación, se enamoraba más y más
del mundo del que él procedía, y anhelaba con más fuerza la oportunidad de
retornar a él.
“Tal vez
allí, por fin, encuentre a quien fui”, decía para sí misma frente al espejo.
“Aunque puede que no quiera conocer la respuesta”.
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