Carece de sentido dar igual peso -como
a menudo se hace- a montones de especulaciones con fundamento prácticamente
nulo frente a un montón de razones bíblicas, teológicas, magisteriales,
filosóficas y hasta del sentido común. Por ello, he decidido redactar
este conjunto de normativas básicas para el análisis de las verdades de la fe,
partiendo desde lo más fundamental de la teoría del conocimiento hasta lo más
intrascendente.
El orden de las evidencias en
el análisis teológico, ha de ser, en mi opinión, universalmente el que
sigue:
1)Razón
natural: por ella llegamos a la fe, por ella hemos de avanzar. Sus criterios
son:
1.1)
Las leyes de la lógica. Son ellas quienes determinarán los criterios de la lógica aplicada o razón práctica. Lo hará únicamente a partir de su conveniencia operativa, esto es, seleccionará como axioma aquello que necesite para poder obrar en su propio beneficio.
1.2)
Lógica aplicada o razón práctica, cuyos fundamentos son:
1.2.1) Principio de ignorancia
invencible: somos incapaces de conocer a detalle todo aquello que no sea
inmediatamente deducible a partir de las leyes de la lógica.
Esto implica la necesidad del escepticismo saludable hacia
nuestras propias deducciones.
1.2.2) Principio
"ghazaliano", o de la "fe agnóstica": como no podemos
conocer con certeza prácticamente nada, hemos de aceptar por fe -confianza
apriorística- todo aquello que es fundamental o útil para nuestra vida cotidiana.
Estas creencias centrales son:
A) La existencia del mundo
externo, que hemos de asumir que es como nos parece hasta
que se demuestre lo contrario.
A.1) En consecuencia, los demás
animales, en particular los demás seres humanos, son exactamente
como nos parece que son hasta que se demuestre lo contrario o haya razones de
verdadero peso para cuestionarlo. En otras palabras, son, a priori, seres
con sentimientos y -según el caso- procesos racionales y
psicológicos análogos a los nuestros.
B) La predictibilidad del
futuro sobre la base del pasado (siempre partiendo de la premisa de que
el mundo exterior es como nos parece, que puede ser refutada)
2) El Magisterio
de la Iglesia, en el siguiente orden:
2.1) Magisterio infalible,
que no sujeto jamás a error y por ende fiable en la totalidad de los casos. Sin
embargo, ha de ser leído con cuidado y contrastando fuentes e información, pues
su lenguaje no es el contemporáneo y no debemos fiarnos de su inteligibilidad. Este
puede ser:
2.1.1) Magisterio extraordinario, documentos
magisteriales del más alto nivel, tales como los conciliares, las definiciones
ex cathedra de los Papas o sus condenas doctrinales.
2.1.2.) Magisterio ordinario y universal, del que sólo
se puede hablar cuando una posición ha sido siempre considerada fuera
de la ortodoxia -herética al menos por implicación-, como parte
del sensus fidelium de la Iglesia Universal.
2.1.3)
Se incluyen aquí las enseñanzas generalísimamente aceptadas como Revelación
Divina (las sententia fidei próxima) y las opiniones
teológicas claramente deducidas de la Revelación, específicamente las sententia
certa.
2.2) Magisterio ordinario
a secas, susceptible de error, pero vinculante y, a priori, incapaz de
ser perjudicial para la Iglesia y las almas por promesa del Señor y
responsabilidad del Espíritu Santo.
3) Interpretación
de las Escrituras. En este caso, contamos con varias herramientas:
3.1) El
dogma católico, siempre infalible, es la guía primera, principal e
irrevocable, que debe orientar todas nuestras lecturas. Pero, insisto, con un
análisis meticuloso de los textos al respecto, contrastando opiniones a fin de
constatar la fiabilidad de nuestras lecturas.
3.2) Consentimiento
unánime de los Padres (cuando están todos de
acuerdo, al menos moralmente, y hablan a nombre de la Iglesia),
en que son siempre vinculantes.
3.2.1)
Su opinión cuando hablan extraoficialmente, “en calidad de
doctores” (Providentissimus Deus de León XIII, versión inglesa,
numerales 14-16), está lejos de ser vinculante o decisoria, pero es, por la
sabiduría y santidad de estos hombres, digna de consideración al menos en un
nivel mínimo.
3.3) La
crítica textual moderna, que, contando con nuevas herramientas y medios
para comprender el contexto en que los autores bíblicos escribieron, nos permitirá
comprender mejor el significado de sus textos.
3.2.1) No obstante, ésta se encuentra sometida a los criterios
dogmáticos de la Iglesia, por lo que, en caso de posible contradicción,
estos han de primar. Si, por el contrario, la contradicción puede
ser resuelta, hemos de aspirar a una solución en que ambas posiciones -científica y dogmática- son ciertas, aún con ciertos
matices.
3.2.2)
También hemos de ser prudentes sobre las opiniones de los autores
consultados, que siempre han de contrastarse del modo más sabio y meticuloso.
Aunque la utilidad de la crítica textual para la comprensión de la historia de
la Iglesia y de la fe, e incluso para la elaboración de nuestra comprensión de
los textos sagrados, no es menos cierto que sesgos ideológicos hay en
todas partes. Y, como he constatado hasta el hartazgo, en
el mundo de la crítica textual sobreabundan.
4) Las
opiniones privadas de los teólogos, en particular los Padres y Doctores
de la Iglesia.
4.1) Aunque
carecen de cualquier tipo de carácter vinculante y son por lo tanto opcionales,
son dignas de consideración por haber sido sus autores hombres sabios y,
generalmente, de vida santa. Esto no implica, sin embargo, que estén siquiera
cerca de ser decisorias.
5) Elementos
secundarios y contextuales, siempre de una relevancia mínima y prácticamente
nula. Aquí se incluyen:
5.1) Opiniones privadas de santos
en general.
5.2) Revelaciones
privadas, que incluso suponiendo su auténtico origen Divino
-cosa difícil o imposible de determinar incluso cuando
es un verdadero místico quien las ha tenido- por la naturaleza misma del contacto
con lo espiritual, tenderán siempre a contener adiciones -de
mayor o menor profundidad- por parte de la mente humana, según ha
determinado la Iglesia Católica (ver “Normas sobre el modo de proceder en el
discernimiento de presuntas apariciones y revelaciones”, documento de la
Congregación para la Doctrina de la Fe originalmente dirigido a los Obispos del
mundo, en la sección de “Criterios negativos”).
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