Friedrich Nietzsche es indudablemente uno de los pensadores más interesantes de la historia de la filosofía, así como uno de los que más pasiones levantan, sea en su favor o en su contra.
En el ámbito cristiano, naturalmente, no se tiene una visión muy positiva del autor de El Anticristo, debido a su repudio de la moral cristiana que él consideraba "de esclavos", niveladora y contraria a la vida.
Sin embargo, el título de este artículo, "Una lectura nietzscheana de Jesucristo", ha sido redactado por su autor católico de doctrina ortodoxa y apologista. Y esto se debe a que considero que Nietzsche es un autor con mucho más para ofrecer para el cristianismo de lo que se podría pensar.
En particular, considero que una lectura cristiana de este importantísimo pensador alemán es posible, además de necesaria para revitalizar a la Iglesia, que ha perdido mucho por no comprender la naturaleza real de sus críticas.
En este artículo, analizaremos las tesis nietzscheanas en torno a la moral y su naturaleza, para luego explicar cómo, contra toda apariencia externa, es posible hallar una sana complementariedad entre el filósofo germano y la ética tradicional de la Iglesia.
La genealogía de la moral
Lo primero que es necesario comprender a la hora de analizar las posiciones de Nietzsche en torno a la moral es que, contrario a lo que suelen considerar los filósofos cristianos, ésta no es la de un mero reactivismo contra la ética cristiana en defensa de la brutalidad y la crueldad, sino que posee un trasfondo mucho más profundo que eso.
En primer lugar, es sabido que Nietzsche tuvo en altísima estima a Darwin por su rol histórico de, en sus palabras, gran desmentidor del orden metafísico de la ética. Es decir, por haber señalado por vez primera que la moral es resultado de un temporalmente muy extenso proceso de evolución biológica, una necesidad de la supervivencia humana más que dos tablas escritas por el Dedo Divino.
En efecto, Nietzsche defendía que la moral evolucionó a partir de las necesidades de la comunidad para su propio orden y subsistencia, como un conjunto de normas que, para garantizar su obediencia, se atribuyeron a Dios o a los dioses, y que en base a esto fueron sacralizadas por las generaciones venideras.
Esto implica, desde su perspectiva, que la moral puede ser alterada en función de las necesidades de la persona, de lo que ésta decida, sin más criterio que su propia voluntad.
Ahora bien: esto no implica que no exista ningún tipo de criterio para realizar un juicio sobre la moral. Esto porque, en realidad, nuestros códigos morales afectan la forma en que nos concebimos a nosotros mismos, y por ende nuestra interacción con el medio y nuestra propia interioridad.
Así, en función de cuál sea la naturaleza de la moral en que la persona sea socializada, pueden pasar dos cosas: o el individuo sale "sano", esto es, fortalecido y con perspectivas a fortalecerse aún más, o sale lleno de remordimientos y culpas que le llevan a anularse a sí mismo, a renegar de la propia mejora por considerar los medios para ésta como "inmorales".
Un factor relevante en este sentido será cuál sea el foco de la moralidad: si lo es el bien o el mal. Es decir, dicho (literalmente) en cristiano, si el centro de nuestras discusiones morales será la Gracia o el pecado.
Nietzsche consideraba que la moral cristiana de su época, con todas sus mojigaterías, neurosis e hipocresías, tenía su eje en la idea del pecado, es decir, en el mal.
El cristianismo es, para Nietzsche, una moral de prohibiciones, de autonegación más que de autodominio, que rechaza el orgullo y la ambición que, para él, son aspectos clave del perfeccionamiento humano.
En su opinión, esto tiene que ver con los orígenes humildes de los primeros cristianos, que siendo oprimidos en una sociedad tan brutal como la del Imperio Romano, desarrollaron un odio hacia sus amos, quienes poseían una visión de la moral totalmente inversa, fundada en el bien.
Las clases altas de Roma, como en todas las culturas, eran educadas en una moral de éxito y crecimiento personal, que aspira a diferenciarse de la masa, lo cual, sin embargo y vale la pena hacerlo notar, no implica necesariamente crueldad hacia ésta, pero sí originalidad y anhelos de superioridad.
Para ellas, lo bueno es la grandeza, y en ella está el eje de toda su ética.
Así, en base al hecho de que las clases dominantes eran orgullosas y se percibían como mejores que el populacho, los cristianos, en su odio e impotencia, criminalizaron el orgullo y la ambición, exaltando en cambio la humildad y la pobreza, lo que Nietzsche denominó como "valores ascéticos".
Claro que esta es una lectura, a mi parecer, insostenible a la luz de escritos como las Epístolas Paulinas, que continuamente reprenden a los primeros cristianos precisamente por no seguir estas normas, lo que es claramente incompatible con la idea de una exaltación motivada por la miseria.
Es Pablo, un hombre culto de orígenes elevados, quien aboga por la humildad, la pobreza y la castidad, y no el pueblo llano al que está apelando.
Además, no nos olvidemos del culto a los santos: ellos son modelos de perfección precisamente por su fortaleza ante la tentación, por haber querido ser más que el promedio, por sobreponerse a la mediocridad. Es decir, de fondo su moral no distaba demasiado de la moral de los amos, aunque los detalles pudiesen variar.
Sin embargo, la crítica que Nietzsche realiza al cristianismo, al concebirlo como una moral de culpas y represiones, tiene sentido si se la interpreta como un fruto de su contexto particular. Nietzsche era alemán e hijo de un pastor luterano, y todos sabemos que la ética religiosa a menudo no funciona como funcionó la lógica de los santos.
En efecto, es innegable que el poner el foco en el pecado y la prohibición es nocivo y pernicioso, y lleva a una mentalidad neurótica e hipócrita como la que Nietzsche está criticando.
Ahora bien: el hecho de que haya sido alemán e hijo de un pastor luterano no sólo es importante por lo señalado, sino también porque, aunque Nietzsche la describa como tal, la moral luterana está muy lejos de ser metafísica.
Muy por el contrario, el protestantismo, con su ruptura con la tradición intelectual de la Iglesia de Roma, posee una ética estrictamente legalista, y no una que posea sus fundamentos en el Ser.
La ética protestante es en su mayor parte una ética jurídica, esto es, una ley positiva atribuida a Dios que es simplemente un conjunto de prohibiciones en abstracto.
La ética católica, por su parte, sí posee un fundamento metafísico. Así, tenemos a Santo Tomás de Aquino y San Agustín hablándonos del ser, del engrandecimiento, como eje de la moralidad.
De fondo, la idea es que el cumplimiento de las normas religiosas no es una mera aleatoriedad, sino que tiene que ver con el engrandecimiento o empequeñecimiento del alma. Ser santo no consiste tanto en no pecar como en perfeccionar la voluntad, la inteligencia y la sensibilidad hasta donde sea posible, pues Dios valorará esto como criterio para la Gloria del Cielo.
Así, el catolicismo puede ser leído aprobatoriamente en términos nietzscheanos, pues es una ética del autoperfeccionamiento, del autodominio, de la grandeza en todos los ámbitos.
Claro que Nietzsche no tenía los medios para tomar conciencia de esto. Hay una ruptura muy profunda entre la filosofía clásica y la moderna, y ni hablar de la contemporánea. Una comprensión muy limitada de la historia filosófica de la Iglesia, a mi parecer, evidentemente influyó en el furibundo anticristianismo de este pensador.
Sin embargo, es importante para nosotros, como cristianos, el adoptar el enfoque nietzscheano de salud y perfeccionamiento del mundo vital si queremos evitar un cristianismo hipócrita y neurótico, como el que él y muchos otros han criticado.
El eje central del cristianismo fue en su origen lo que debió ser siempre: el bien, la grandeza, la nobleza, la sabiduría y el autodominio, y no las prohibiciones abstractas de un código legal que, a menudo, ni siquiera los más "puros y santos" respetan realmente.
Interesante, pero también es cierto que lo que un seguidor de Nietszche y un católico considerarían como "sublime" o "noble" difieren bastante entre sí y en cuestiones capitales.
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