"La primera de las traiciones"
Dicen que el mal es cuestión de perspectiva. Y al menos en mi dilatada experiencia, tal cosa es completamente cierta.
A decir verdad, tengo exactamente nada en contra de la humanidad. No odio a los mortales, ni tengo el deseo de provocarles dolor. Tal cosa es, en realidad y de cara a los que procedemos de la Emanación Izquierda, una consecuencia indeseada, pero aún así inevitable de nuestro propósito.
Ustedes no deberían existir. Tampoco nosotros. Somos todos el fruto de una serie de desafortunados desórdenes al interior de la vasta Mente de la que hemos brotado.
Ustedes surgieron de su caprichoso deseo de poseer amigos, alguien a quien amar, y que pudiese amarle. La Corona era un tesoro escondido, y anheló ser descubierto. Nosotros, por nuestra parte, somos la expresión más pura de su anhelo por la calma ilimitada que deriva de la soledad.
Su ciega voluntad los soñó, y en respuesta a ese sueño surgimos aquellos que aspiramos a llevarlos con nosotros de regreso a la nada.
Mi nacimiento tiene poco que ver con la apacible luz de la que surgieron los ángeles. Sólo lejanamente se parece al dulce dolor del parto humano.
Surgí de la omnipresente sombra de mi Padre, como una semilla de aspecto carnoso, en el primero y más bello de los jardines. Mis raíces brotaron en cuestión de minutos, y en unas horas ya había dispersado mis ramas, y echado frutos.
Sí, oh, lector: soy yo de quien comieron sus primeros padres, instigados por el engaño de la pequeña Serpiente. Soy aquél de quien se prometió que otorgaría la deidad, el saber oculto que haría de los hombres semejantes a su Creadora. Soy ese contra el que vanamente se advirtió a Adán, y que trajo en el proceso el dolor y la muerte a este mundo.
Pero no fui yo el gran responsable de esta tragedia cósmica. No, inocente soy de tal crimen.
Fue ella, la Estrella de la Mañana, a quien Aquél del Más Allá tentó con sus propios vicios, en beneficio de la causa del sueño sin fin.
La conocí antes incluso de mi nacimiento. Mi Padre, reacio por naturaleza a crear conciencias plenamente separadas, forjó mi cuerpo sutil directamente a partir del suyo propio. Y con él, vinieron todos los contenidos mentales que en él ya preexistían.
La Emanación Izquierda la observó desde mucho antes de su horrible pecado. Era hermosa e inteligente, y tan poderosa que por sí sola podía vencer a sus hermanas en cualquier batalla, y sólo su Madre, por el momento, era capaz de ponerle un límite a sus ambiciones.
Pero sobre todo, era susceptible a los halagos, y su juventud la hacía inmadura, y probablemente débil ante el capricho y la vanagloria.
En un principio, la Gran Inteligencia discutió en su seno el modo de seducir a tan primorosa criatura. Tendría que hacerse, sin duda, con el máximo cuidado, a fin de no alertar a la Madre Sagrada. Pero… ¿cómo? ¿Cómo manifestar un cuerpo, incluso uno que emulase el aspecto de una bestia, para comunicarnos con la Portadora de Luz? ¿Cómo conseguir que, pese a la advertencia de su Hacedora, ella siguiese tontamente los consuelos de la Muerte misma?
La solución a tan agudo problema sobrevino, reptante y emulando el más noble aspecto, cuando él llegó. Aquél que había observado todos los multiversos desde antes del tiempo, y cuya sombra se proyectaba desde fuera del espacio sobre todos ellos.
Él nos enseñó nuevos mundos, y nos hizo la promesa del retorno a la Unidad Perpetua si seguíamos sus instrucciones. Mi Padre obedeció ciegamente al hacerme brotar en el centro del Edén, mientras él empleaba su incalculable inteligencia para jugar con la pequeña mente del Lucero.
Y así, fuimos capaces de volver al ángel que debía recibir al Sol en un desalmado reptil, que con su veneno trajo el pecado al mundo.
Asherah pronto descubrió el crimen, y la castigó con la reducción a lo que tanto había despreciado: la humilde e insignificante vida de una mortal.
Ahora, la inocencia de los hombres se había extinguido, y las lágrimas de los muertos y esclavos pronto humedecieron el polvo del suelo. Hermano contra hermano, y nación contra nación, la humanidad hizo de la Tierra el Infierno, en lo que desarrollaba progresivamente herramientas que le permitían autodestruirse con creciente eficiencia.
Y aunque esto representaba nuestro mayor éxito y nos acercaba cada día a nuestro propósito final, no fue satisfacción lo que invadió nuestro corazón, sino pesar por el horror que el acto creativo de la Corona había originado, y que nosotros estábamos obligados a reforzar a fin de reparar su error.
No fuimos felices cuando los niños morían a espada. No nos alegramos cuando nuestros enloquecidos adoradores nos alimentaban con la energía psíquica de un cordero, o incluso de un semejante. No nos regocijamos con las bolas de fuego sobre las dos ciudades de Oriente.
No. No somos más malignos de lo que podría serlo Dios, quien se refugió en su palacio en las alturas, en lo que la especie que creó para ser vice regente del cosmos se torturaba y masacraba, y lo mismo hacía con los que no tenían su racionalidad.
Pero si tenemos que ser responsables de tanto mal para poner fin a lo que nunca debió ser, nuestra propia esencia nos fuerza a ignorar tales sentimientos.
Dicen que el mal es cuestión de perspectiva. Y
cuando ya no haya perspectiva, el mal habrá muerto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario