La Corte de AlAlion
Capítulo 1
Una joven promesa
Tras el telón de un escenario, una joven
hacía un último repaso de su exposición. Aunque había dado la misma charla mil
veces antes, nunca estaba de más asegurarse de que las cosas salieran del mejor
modo posible. Después de todo, en la lucha por el poder sobre las mentes y
corazones de las masas, ninguna perfección es excesiva.
Su nombre era Alma, y era la hija menor de
la familia Sáez. Tenía veinticinco años recién cumplidos, y se había recibido
de la carrera de Ciencias Políticas hacía no mucho.
Era esbelta, de complexión delgada y
rasgos finos, con una larga cabellera dorada coronando su cabeza, y su belleza
le había sido útil a la hora de ganarse primero el aprecio, y luego la
admiración de numerosos hombres y mujeres en las redes sociales que la habían
catapultado a la fama.
Su natural carisma y su notable
inteligencia también habían sido decisivos. Sus inicios en este mundo habían
consistido en ella hablando sobre las Sagradas Escrituras de su fe alionista, y
pronto había derivado en la exposición de sus opiniones políticas, tan
influidas por su religión como cabría imaginar.
Tenía dieciséis años cuando conoció a
Cecilio. Un hombre que en aquél momento iba camino a cumplir los treinta años,
conocido en el marginal mundillo de la derecha del país por sus críticas hacia
los movimientos progresistas que, hacía ya varios años, habían estado en el
cénit de su poder e influencia, y que para este punto ya se encontraban en
retirada de cara al común de las personas.
Él le había enseñado gran parte de lo que
sabía. Cuando lo conoció, a través de redes sociales, él era todavía un gran
desconocido, al que sin embargo la vida no tardó en conceder fama y fortuna,
cuando uno de sus libros, sorpresivamente, se transformó en un best seller.
Cuando hablaron por primera vez, ella era
ligeramente más conocida que él, pese a lo cual lo admiraba y, cuando por fin
él ganó la influencia que su genio había sabido concederle, pronto desarrolló
una notable devoción por su figura.
Para sus diecisiete años, era una estrella
de la política “online”, que empleaba su fama y su condición de mujer para
oponerse, específicamente, a la causa de moda por aquellos años: el feminismo,
que entre su militancia en pro de la legalización del aborto y su promoción de una
tal vez mal encaminada pero muy real fraternidad entre mujeres, se las había
arreglado para gobernar los destinos de los más importantes partidos políticos
de su patria.
Desde entonces, su influencia en los
círculos conservadores había crecido exponencialmente, y para sus veinte años,
ya trabajaba junto a otras decenas de activistas para llevar a Cecilio a nada
menos que la casa de gobierno del país. Algo que, finalmente, acabarían por
lograr.
Y a los veintidós años, publicó su primer
libro, que apareció ante las masas como una aguda crítica de las ideas y
propuestas tanto del movimiento feminista como, sobre todo, de la causa de los
activistas homosexuales y transgénero, a quienes se oponía fervorosamente.
-¿Lista? – le
preguntó Iván, su novio, con una sonrisa en los labios que, como en muchas
otras ocasiones, contrastaba fuertemente con la discusión que habían tenido apenas
horas atrás, en que la violencia verbal mutua por poco se transformó en física.
Pese a su conflictiva relación, ninguno de
los dos había querido cesarla. Él la veía, y ella lo notaba, como un medio para
resaltar su masculinidad, por la que ganaba la devoción de numerosos hombres jóvenes
en busca de una identidad. Ella, por su parte, lo necesitaba. No era una buena
idea que la luz pública iluminara lo profundo de su corazón.
-Lista.
– respondió ella, forzando una sonrisa en sus labios.
Y con estas palabras, apareció ante su
público, agradeciendo su presencia, mientras era ovacionada por la multitud.
Sí, definitivamente lo que había logrado con su vida la llenaba de esa
gratificación que nace de ver la admiración de otros por la propia obra. Una
lástima que sus beneficios se quedaran sólo en eso.
-Para empezar
– habló solemnemente, mientras ponía en práctica los gestos y la actitud que
había aprendido de su maestro – debemos saber en qué consiste la tristemente
famosa “ideología de género”, raíz y fruto de los males de la sociedad contemporánea.
El gran
pensador Cecilio Álzaga, a quien tengo el honor de poder llamar “mi amigo”, la
entiende como la negación de lo que el dato biológico puede decirnos sobre la
sexualidad, reduciendo su esencia a una mera cuestión de autopercepción. Idea,
por supuesto, absurda, pero que, alimentada con el dinero de las élites transnacionales
es susceptible de provocar innumerables males, y promover la represión de
bienes sociales esenciales, como la libertad de expresión y de pensamiento.
Así, hoy en
día, mientras hablamos, la “progresía marxista” de Ariadne aspira a que la ley
permita a un niño el modificar su cuerpo para “adecuarlo” a su autopercepción,
a la vez que pretende prohibir a un homosexual recibir una terapia que pueda,
tal vez, ayudarlo a resolver su problema.
En este absurdo
proceso histórico, se intenta que creamos que un hombre castrado es una mujer,
y que un adulto puede ser un niño si así lo siente. Un perverso conglomerado de
ideologías promueve que una madre elimine a su hijo en su vientre, incluso si
éste ha sido fruto de su mera irresponsabilidad.
Pero me
alegra, con todo, ver que los hombres y mujeres de bien de nuestra sociedad
actúan contra tan terribles planes. Es para eso que nos reunimos hoy: para
discutir cuál es la situación actual de nuestra sociedad, y cómo podremos, por
fin, ganar de una vez y para siempre la guerra cultural.
A medida que hablaba, las personas a su
alrededor la escuchaban con toda su atención, seguramente admiradas de su
capacidad retórica. Su discurso era firme y seguro, y hablaba con autoridad.
La conferencia fue un éxito. Al finalizar,
se llevó los aplausos del público, que celebraba el contar de su lado en esta
batalla con una joven tan brillante, que ejemplificaba como nadie la omnímoda
superioridad de su cosmovisión.
Sí, ciertamente había mucho que celebrar
en su día a día, Pero, como podrá imaginar el lector, esto no pasaba de ser sólo
una de las muchas capas de su existencia, que como todas está salpicada de
dolores y alegrías incompletas.
Una de ellas, era provocada por nadie
menos que sus padres. Su relación con ellos era, a decir verdad, tormentosa. De
carácter estricto y profunda, tal vez malsana religiosidad, ellos hasta hoy no
le perdonaban sus pecados, por los que seguía siendo motivo de vergüenza para
su familia.
Esto, claro está, contribuía poderosamente
a su continuo, cada vez más sólido sentimiento de culpa. ¿Cómo podía haberle
hecho esto a sus padres, o a su Señor? ¿Cómo es que había tenido el
atrevimiento de desafiar la Ley Divina y la sabiduría humana, sin mayores
consideraciones?
Tal era la raíz de su miseria, pero no
había demasiadas razones para darles atención en ese preciso momento.
Especialmente siendo que la ronda de preguntas estaba por comenzar.
Se sentó tras la mesa a un lado del
escenario, y pronto fue testigo de cómo numerosas personas alzaban sus manos, a
fin de obtener de ella una diminuta porción de su saber.
De entre los presentes, llamó su atención
una joven de cabello castaño y ojos marrones, a la que había notado
anteriormente tomando nota de sus palabras, y que evidentemente sería fuente de
interesantes preguntas con que cerrar el evento.
Y así, cometió el que, sin que pudiera
sospecharlo, estaba por convertirse en el mayor error que jamás fuera a
cometer.
-Tú, querida.
Dime lo que quieras saber, por favor. – habló, señalando a la chica.
-Muchas gracias,
Alma. – contestó ella – En primer lugar, quiero preguntarle cuáles son sus
críticas al nominalismo.
Alma arqueó una ceja. Conocía el término
por sus estudios universitarios, pero el problema de los universales no era un
tema que hubiese investigado a profundidad en absoluto.
Su silencio no tardó en volverse
embarazoso, y pronto se vio obligada a hablar una vez más.
-Perdona,
pero no es un tema que domine. Y no sé cuál es su relación con el de la
conferencia.
-Por supuesto
que la hay. – insistió la chica – Toda la crítica de la teoría de género al
concepto de “sexo” radica en la visión nominalista. Si las distintas cosas
reunidas bajo un mismo concepto no guardan relación entre sí, no es razonable
equipararlas sin más. De modo que, siendo que no domina este asunto, me
pregunto por qué se molesta en opinar en primer lugar.
Alma no tardó en ponerse en guardia. Ahora
era evidente la verdadera intención de su interlocutora. Pero, al mismo tiempo,
en realidad no tenía mucho por replicar, siendo que apenas podía entender su
explicación.
-En segundo
lugar – continuó la joven - ¿Podrías explicarnos en cuáles de sus libros, y
exactamente de qué manera, los promotores de la teoría queer defienden que la realidad
es definida por nuestra autopercepción, y cómo esto les sirve para argumentar que
un varón adulto puede ser niño otra vez?
La expositora, una vez más, la miró sin
estar segura de cómo responder. Ciertamente conocía algunos títulos de estos
autores, pero estaba consciente de que la chica que ahora la desafiaba era
considerablemente más culta que su oyente promedio. Y sin embargo, tenía que
decir algo.
-Si te interesan
este tipo de temas, te recomiendo leer a los autores originales. Yo estoy
hablando de una manera en que todos puedan entenderme. – intentó defenderse.
-Ya lo hice.
Soy estudiante de filosofía. Y apuesto mi casa a que ninguno de los aquí
presentes va a encontrar, en el trabajo de esos escritores, la menor referencia
a la burda caricatura que usted mencionó al iniciar.
Alma se sintió, como cabría esperar,
personalmente agredida por el atrevimiento de la muchacha, cosa que el destino
no tardaría en cobrarle a un alto precio.
-Entonces, ¿la
biología es una construcción social? Vaya, como que no estás contribuyendo de
la mejor manera a la percepción pública de tu ideología. – intentó burlarse de
la joven.
-No dije eso.
Simplemente estoy demostrando que no tienes la menor idea de los temas que
tocas, y que eres una profesional a la hora de tomarle el pelo a tus
seguidores.
La reacción de la gente no se hizo esperar.
Algunos de los presentes reían llevándose las manos a la cara, en lo que filmaban
el encontronazo entre ambas. Se sentía humillada, y esto no tardó en hacer que
perdiera los estribos.
-En
fin. Ya tuve suficiente de ti. Siguiente pregunta.
-Por supuesto
– la desafió la joven - ¿Tiene usted alguna experiencia lidiando con víctimas
de terapias de conversión?
Con esto tuvo suficiente. Estalló en
rabia, gritándole a la chica que se largara. Y con eso, aunque aún no lo
sospechaba, su suerte quedó echada.
El exabrupto llevó a que su novio
interviniera, sacándola del sitio, y dando por abortada, prematuramente, la sesión.
En el camino a casa tras el suceso, él
evitaba dirigirse a ella, suponiendo que su estado mental no era de lo más
propicio. No se equivocaba. Pues Alma, sollozando, resentía profundamente el de
seguro involuntario golpe bajo de su adversaria.
Allí, sin atreverse a exteriorizar sus
sentimientos, recordaba sus años de secundaria, cuando había conocido a otra
niña que pronto la hizo olvidar todo lo que su fe le había transmitido.
Recordó el remordimiento tras su primer
beso, y estar de rodillas, llorando y preguntándole a AlAlion el por qué de su
miseria.
Se vio a sí misma siendo descubierta tras
olvidar bloquear su teléfono, y la paliza que su madre le dio aquél día. No podía
olvidar cómo la separaron permanentemente de su querida, que fue expulsada del
colegio, y a la que nunca volvió a ver.
Y, lo más doloroso, se recordó asistiendo a
las sesiones de esa mujer que prometía “curarla” a base de prohibiciones y vergüenzas
que la hicieron soñar con abandonar este mundo, y que finalmente, unidas a los golpes
de su propia conciencia, la obligaron a pretender que el problema había
desaparecido.
Sí, vaya que tenía experiencia con las
terapias de conversión.
Al llegar a casa, subió a su habitación, y
por fin revisó sus redes sociales. No tardó en descubrir con horror que alguno
de los muchos videos que los asistentes habían grabado, no sólo quedaba como
evidencia de su traspié, sino que además se había vuelto bastante popular entre
los adversarios de su movimiento en Internet, que ahora se burlaban de su
incapacidad para contraargumentar en tan vergonzosa escena.
“Vaya, sí que le dolió lo de las terapias.
Parece que alguien no ha encontrado aún la llave de su armario”, se burlaba uno
de los comentarios.
No tardó en descubrir la identidad de la
responsable de tal humillación. Su nombre era Victoria, y era el tipo de
activista de Internet que ella era, sólo que, al menos hasta ahora, sin la
relevancia que había conseguido.
Miró a su foto de perfil con odio durante
varios segundos, antes de apagar su teléfono e intentar dormir una siesta, con
la esperanza de que al despertar, el mal rato hubiese terminado.
“Demonios”, pensó, “definitivamente debo controlarme
más”. Y no era para menos. Después de todo, una vez más su deseo por la
admiración de una joven atractiva le había traído problemas.
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