X.
Cosechadores de almas
Desperté en
el suelo de la cápsula, tras el golpe en la cabeza que el impacto de aquella
contra el suelo de la selva janidiana me había propiciado. A mi lado, Loristol
y Kael yacían apenas conscientes, haciendo lo posible por levantarse.
-¿Dónde estamos? – preguntó ella, sólo para gemir
de dolor un segundo después. No tardamos
en notar que su brazo izquierdo estaba roto.
“Oh, demonios”,
recuerdo haber pensado. Estábamos a mitad de la nada, sin ninguna presencia humana
en lo que seguramente serían kilómetros a la redonda, y en peligro de ser
atacados por bestias salvajes en cualquier momento.
Sí,
definitivamente el destino se había ensañado con nosotros.
-Tenemos que buscar ayuda. – dijo Kael – Ustedes quédense
aquí, yo trataré de encontrar alguna cabaña, o algo por el estilo.
El plan
parecía sensato. Alguien podría cuestionarme por enviar al pobre chico a hacer
la tarea él solo, pero la verdad es que no era seguro dejar a una Loristol
herida y sin compañía.
Habíamos
acabado en esta situación tras el impacto del HMS Rayo de Zeus contra nuestra
nave principal, del que habíamos logrado escapar con la general en el último
minuto.
Para ese
punto, no podía sentirme más inquieta con lo que Akim había estado haciendo en
los últimos meses. Las masacres habían enternecido mi conciencia, y ya hacía un
par de semanas estaba decidida a actuar, pero no sabía cuándo ni cómo hacerlo.
Delatar a
Hedeon no habría detenido las muertes. A fin de cuentas, ella sólo estaba
siguiendo el proceder habitual del ejército imperial en tales situaciones. Pero
sin duda alguien capaz de hacer lo que ella hacía podría, con toda certeza,
provocar la mayor masacre en la historia humana si sus planes de dar un golpe
de Estado se llevaban a la práctica.
Y sin
embargo, cuando llegamos a la órbita del mundo que alguna vez llamé hogar, y
habiéndose constatado sobradamente que no estábamos luchando contra bestias
sanguinarias, sino contra un pueblo más humano aún que la propia humanidad,
decidí que no estaba dispuesta a ver otra serie de detonaciones nucleares sobre
su superficie.
En las
horas anteriores, había conversado sobre el asunto con Kael y Loristol. Se
sorprendieron al conocer la existencia de los planes para derrocar a la
monarquía, pero al mismo tiempo, concedieron que tal decisión estaba bien
fundada.
-La verdad es que no me opongo a acabar con el
absurdo sistema en que vivimos. – me explicó Kael – El Imperio es la estructura
más corrupta que puedo imaginar.
-A veces el remedio es peor que la enfermedad. –
replicó Loristol – Sabes bien que los primeros en morir no van a ser el
emperador y su familia. Van a ser personas como nosotros.
A decir
verdad, estaba sorprendida por el grado de profundidad en las reflexiones de mi
amiga. Definitivamente había madurado mucho en estos meses.
Ella
siempre había sido una chica más bien superficial. Una jovencita de lo más
común, que nunca demostró el menor interés por la política. Yo misma, en ocasiones,
le recriminaba amistosamente su desidia por la cosa pública, que, pensaba y
pienso, es una de las grandes causas de los numerosos sufrimientos de todas las
humanidades.
Pero desde
que conoció a Kael, las cosas comenzaron a cambiar. Ese chico, que por motivos
que no estaban del todo claros había tocado su corazón, se había dedicado a
enseñarle sobre la vida de aquellos que tenían menos suerte que nosotras.
Conocer las
historias de los jóvenes que se veían obligados a robar para comer, o de las
prostitutas adolescentes que debían dedicarse a tan terrible labor para
alimentar a sus hermanos menores, había causado que, por primera vez en su
vida, tuviera auténticas ganas de cambiar las cosas.
Y esto,
unido a la sorprendente pureza de su corazón, le había conducido a anhelar una
transformación social fundada no en el odio divisivo de muchos, sino en la
compasión y el amor como principios rectores de la política.
-Lo sé, y por eso creo que debemos hacer algo para
detener a Hedeon, pero en algún momento alguien tiene que acabar con este
sistema. – insistió Kael.
-Seguro – volvió a hablar Loristol – pero a los
crímenes los debe pagar quien los cometió, no los pobres diablos que se pasan
la vida trabajando para sobrevivir.
Todos
coincidimos, aunque no teníamos la menor idea de por dónde empezar. La verdad
era que la estructura represiva imperial era lo bastante eficaz para poder eliminar
a cualquier rebelde, y nosotros éramos apenas niños tratando de prevenir males
mayores.
Finalmente,
acordamos huir de la nave, e informar a la autoridad competente de lo que se
estaba cociendo a sus espaldas, antes de que fuese demasiado tarde. Pero la
Providencia tenía otros planes.
Todo pasó
tan rápido que dudo poder describirlo con precisión. Pero, para resumir, el
Rayo de Zeus se estrelló contra nuestra nave, y debimos escapar en una de las
cápsulas, con destino a Janidia. Durante los primeros instantes del trayecto, uno
de los escombros del casco frontal del navío se estrelló contra los motores de
la cápsula, lo cual nos condujo a un aterrizaje no muy satisfactorio.
Y así, es
como volvemos al principio. Me quedé con Loristol, conversando sobre lo que aspiraba
a hacer cuando – y si es que – saliéramos de esta.
-Lo que pueda. – fue su respuesta, en lo que miraba
hacia el cielo, a través de una de las ventanillas.
A la
distancia, el ejército imperial se batía contra sí mismo, cosa que, sospechaba yo,
nuestros enemigos no tardarían en aprovechar.
Fue
entonces que se escucharon, a lo lejos, los gritos de Kael. Miré en su
dirección, y lo vi corriendo a toda marcha hacia nosotras.
-¡Ahí vienen! – exclamaba a viva voz, despertando
en nosotras un temor ancestral hacia lo desconocido.
Apenas
estuvo lo bastante cerca, entró en la nave y… silencio. Así fue durante algo más
de treinta segundos, antes de que se oyera, tras la densa capa de árboles y
hierbas, una respiración, que pronto se vio acompañada por una silueta. Y
entonces, lo vimos.
Una
criatura de aspecto grotesco, de color gris y más grande que un vagón de metro,
que se desplazaba girando sobre sí misma, con ayuda de sus numerosos tentáculos.
Distribuidos
a lo largo de todo su cuerpo, había numerosos ojos de un color amarillo
brillante, con pupilas que recordaban a las de un gato, y en lo que podríamos
llamar su “cabeza” (más bien, su parte superior), era visible una enorme boca rodeada
de dientes como agujas, poblada por la oscuridad más absoluta.
La
criatura, con sus numerosos ojos, no tardó en percatarse de nuestra presencia,
en lo que se trate tal vez de la vivencia más aterradora que vaya a poder
relatar nunca. Pronto, comenzó a acercarse hacia nosotros, a un paso lento que
resultaba, a la vez, inquietante y tranquilizador.
El monstruo
se detuvo en la entrada de la nave, y con una pesada respiración, colocó un
tentáculo sobre la ventanilla más cercana.
Fue
entonces que, por razones que hasta hoy no puedo explicar, me sentí fuertemente
atraída hacia él.
Como una
niña ante una muñeca, me acerqué con cuidado, ignorando las súplicas de Loristol
y Kael. Coloqué mi mano sobre el cristal, a la altura de su extremidad, y de
inmediato supe que no tenía nada que temer.
-Abramos la puerta. – dije a mis amigos, que
seguramente pensaron que yo había perdido la cabeza – No nos harán daño.
-¿Estás segura? – preguntó Kael.
-Si él lo quisiera, habría destrozado el vidrio sin
apenas esfuerzo. En lugar de eso, se limita a observarnos, y está dispuesto a irse
si así lo queremos.
Fueron
necesarios varios minutos de deliberación para que, finalmente, ellos accedieran
a seguir a la criatura. Cuando llegamos, el lugar al que nos dirigíamos resultó
ser la entrada de un enorme túnel construido con la misma cera que cualquiera
de sus colmenas, en que entramos, no sin recelo, tras el ser que nos había
encontrado.
Al alcanzar
el final del túnel, fuimos testigos de algo que no hubiésemos esperado ver:
allí, en el interior de un espacio iluminado por grandes ventanales en su parte
superior, cientos de personas comían, charlaban, e incluso algunos, jugaban a
las cartas en grupos.
-¿Qué es esto? – cuestionó Loristol,
incrédula.
-El campo de refugiados de Janidia. – respondí – No
van a devorarnos, ya te lo dije. Nunca tuvieron la intención de hacernos daño.
-¿Y por qué nos atacaron, entonces?
Suspiré
fuertemente antes de proseguir.
-¿No te das cuenta de todo lo que ha estado
pasando? En los últimos diez mil años, el Imperio se ha dedicado a apoderarse
de vastas regiones del espacio, esclavizando a sus mismos semejantes con tal de
acumular riquezas para menos del cinco por ciento de la población.
Era obvio que alguien que nos viera desde fuera iba
a sentirse alarmado. Ellos ya perdieron su patria en el pasado, cuando una
especie enemiga los expulsó de su región de la galaxia, y los obligó a dispersarse
por el universo. De los que vivieron ese éxodo es descendiente el que nos
encontró.
-¿Cómo sabes todo esto?
La pregunta
de Kael, en realidad, ya se estaba tardando en emerger.
-Porque él me lo dijo. – contesté – Su variante de
la especie de la que forma parte ha desarrollado la capacidad de transmitir
emociones y pensamientos de manera directa, tanto entre sí como, de modo más
limitado, con otras criaturas.
-Entiendo… - intervino Loristol - ¿Y cuál es su
plan de ahora en adelante?
-Pues… digamos que vamos a tener la oportunidad de
advertir al imperio, y si AlAlion nos ayuda, de cambiarlo para siempre. –
concluí.
Y así, en
nuestros corazones, las esperanzas se vieron revitalizadas.
Los
antiguos Alfa creían que su Dios Supremo, AlAlion, había escogido a un hombre y
sus discípulos para difundir entre la humanidad el mensaje de que Él era Padre
de todos, y a todos buscaba salvar.
Para ello,
los proveyó del conocimiento de las cosas ocultas, y los mandó a predicar a las
naciones, transformándolos de humildes agricultores, en cosechadores de almas.
Quién podía
saberlo. Tal vez, lo que vendría sería una cosecha abundante, un futuro en que,
por fin, la humanidad lograra redimirse, y parecerse un poco más a lo que debió
ser desde el principio. Pero para eso, teníamos que actuar pronto. Y así íbamos
a hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario