miércoles, 26 de febrero de 2025

Estrellas en ruinas, cuento n° 10: Cosechadores de almas

X. Cosechadores de almas

Desperté en el suelo de la cápsula, tras el golpe en la cabeza que el impacto de aquella contra el suelo de la selva janidiana me había propiciado. A mi lado, Loristol y Kael yacían apenas conscientes, haciendo lo posible por levantarse.

-¿Dónde estamos? – preguntó ella, sólo para gemir de dolor  un segundo después. No tardamos en notar que su brazo izquierdo estaba roto.

“Oh, demonios”, recuerdo haber pensado. Estábamos a mitad de la nada, sin ninguna presencia humana en lo que seguramente serían kilómetros a la redonda, y en peligro de ser atacados por bestias salvajes en cualquier momento.

Sí, definitivamente el destino se había ensañado con nosotros.

-Tenemos que buscar ayuda. – dijo Kael – Ustedes quédense aquí, yo trataré de encontrar alguna cabaña, o algo por el estilo.

El plan parecía sensato. Alguien podría cuestionarme por enviar al pobre chico a hacer la tarea él solo, pero la verdad es que no era seguro dejar a una Loristol herida y sin compañía.

Habíamos acabado en esta situación tras el impacto del HMS Rayo de Zeus contra nuestra nave principal, del que habíamos logrado escapar con la general en el último minuto.

Para ese punto, no podía sentirme más inquieta con lo que Akim había estado haciendo en los últimos meses. Las masacres habían enternecido mi conciencia, y ya hacía un par de semanas estaba decidida a actuar, pero no sabía cuándo ni cómo hacerlo.

Delatar a Hedeon no habría detenido las muertes. A fin de cuentas, ella sólo estaba siguiendo el proceder habitual del ejército imperial en tales situaciones. Pero sin duda alguien capaz de hacer lo que ella hacía podría, con toda certeza, provocar la mayor masacre en la historia humana si sus planes de dar un golpe de Estado se llevaban a la práctica.

Y sin embargo, cuando llegamos a la órbita del mundo que alguna vez llamé hogar, y habiéndose constatado sobradamente que no estábamos luchando contra bestias sanguinarias, sino contra un pueblo más humano aún que la propia humanidad, decidí que no estaba dispuesta a ver otra serie de detonaciones nucleares sobre su superficie.

En las horas anteriores, había conversado sobre el asunto con Kael y Loristol. Se sorprendieron al conocer la existencia de los planes para derrocar a la monarquía, pero al mismo tiempo, concedieron que tal decisión estaba bien fundada.

-La verdad es que no me opongo a acabar con el absurdo sistema en que vivimos. – me explicó Kael – El Imperio es la estructura más corrupta que puedo imaginar.

-A veces el remedio es peor que la enfermedad. – replicó Loristol – Sabes bien que los primeros en morir no van a ser el emperador y su familia. Van a ser personas como nosotros.

A decir verdad, estaba sorprendida por el grado de profundidad en las reflexiones de mi amiga. Definitivamente había madurado mucho en estos meses.

Ella siempre había sido una chica más bien superficial. Una jovencita de lo más común, que nunca demostró el menor interés por la política. Yo misma, en ocasiones, le recriminaba amistosamente su desidia por la cosa pública, que, pensaba y pienso, es una de las grandes causas de los numerosos sufrimientos de todas las humanidades.

Pero desde que conoció a Kael, las cosas comenzaron a cambiar. Ese chico, que por motivos que no estaban del todo claros había tocado su corazón, se había dedicado a enseñarle sobre la vida de aquellos que tenían menos suerte que nosotras.

Conocer las historias de los jóvenes que se veían obligados a robar para comer, o de las prostitutas adolescentes que debían dedicarse a tan terrible labor para alimentar a sus hermanos menores, había causado que, por primera vez en su vida, tuviera auténticas ganas de cambiar las cosas.

Y esto, unido a la sorprendente pureza de su corazón, le había conducido a anhelar una transformación social fundada no en el odio divisivo de muchos, sino en la compasión y el amor como principios rectores de la política.

-Lo sé, y por eso creo que debemos hacer algo para detener a Hedeon, pero en algún momento alguien tiene que acabar con este sistema. – insistió Kael.

-Seguro – volvió a hablar Loristol – pero a los crímenes los debe pagar quien los cometió, no los pobres diablos que se pasan la vida trabajando para sobrevivir.  

Todos coincidimos, aunque no teníamos la menor idea de por dónde empezar. La verdad era que la estructura represiva imperial era lo bastante eficaz para poder eliminar a cualquier rebelde, y nosotros éramos apenas niños tratando de prevenir males mayores.

Finalmente, acordamos huir de la nave, e informar a la autoridad competente de lo que se estaba cociendo a sus espaldas, antes de que fuese demasiado tarde. Pero la Providencia tenía otros planes.

Todo pasó tan rápido que dudo poder describirlo con precisión. Pero, para resumir, el Rayo de Zeus se estrelló contra nuestra nave, y debimos escapar en una de las cápsulas, con destino a Janidia. Durante los primeros instantes del trayecto, uno de los escombros del casco frontal del navío se estrelló contra los motores de la cápsula, lo cual nos condujo a un aterrizaje no muy satisfactorio.

Y así, es como volvemos al principio. Me quedé con Loristol, conversando sobre lo que aspiraba a hacer cuando – y si es que – saliéramos de esta.

-Lo que pueda. – fue su respuesta, en lo que miraba hacia el cielo, a través de una de las ventanillas.

A la distancia, el ejército imperial se batía contra sí mismo, cosa que, sospechaba yo, nuestros enemigos no tardarían en aprovechar.

Fue entonces que se escucharon, a lo lejos, los gritos de Kael. Miré en su dirección, y lo vi corriendo a toda marcha hacia nosotras.

-¡Ahí vienen! – exclamaba a viva voz, despertando en nosotras un temor ancestral hacia lo desconocido.

Apenas estuvo lo bastante cerca, entró en la nave y… silencio. Así fue durante algo más de treinta segundos, antes de que se oyera, tras la densa capa de árboles y hierbas, una respiración, que pronto se vio acompañada por una silueta. Y entonces, lo vimos.

Una criatura de aspecto grotesco, de color gris y más grande que un vagón de metro, que se desplazaba girando sobre sí misma, con ayuda de sus numerosos tentáculos.

Distribuidos a lo largo de todo su cuerpo, había numerosos ojos de un color amarillo brillante, con pupilas que recordaban a las de un gato, y en lo que podríamos llamar su “cabeza” (más bien, su parte superior), era visible una enorme boca rodeada de dientes como agujas, poblada por la oscuridad más absoluta.

La criatura, con sus numerosos ojos, no tardó en percatarse de nuestra presencia, en lo que se trate tal vez de la vivencia más aterradora que vaya a poder relatar nunca. Pronto, comenzó a acercarse hacia nosotros, a un paso lento que resultaba, a la vez, inquietante y tranquilizador.

El monstruo se detuvo en la entrada de la nave, y con una pesada respiración, colocó un tentáculo sobre la ventanilla más cercana.

Fue entonces que, por razones que hasta hoy no puedo explicar, me sentí fuertemente atraída hacia él.

Como una niña ante una muñeca, me acerqué con cuidado, ignorando las súplicas de Loristol y Kael. Coloqué mi mano sobre el cristal, a la altura de su extremidad, y de inmediato supe que no tenía nada que temer.

-Abramos la puerta. – dije a mis amigos, que seguramente pensaron que yo había perdido la cabeza – No nos harán daño.

-¿Estás segura? – preguntó Kael.

-Si él lo quisiera, habría destrozado el vidrio sin apenas esfuerzo. En lugar de eso, se limita a observarnos, y está dispuesto a irse si así lo queremos.

Fueron necesarios varios minutos de deliberación para que, finalmente, ellos accedieran a seguir a la criatura. Cuando llegamos, el lugar al que nos dirigíamos resultó ser la entrada de un enorme túnel construido con la misma cera que cualquiera de sus colmenas, en que entramos, no sin recelo, tras el ser que nos había encontrado.

Al alcanzar el final del túnel, fuimos testigos de algo que no hubiésemos esperado ver: allí, en el interior de un espacio iluminado por grandes ventanales en su parte superior, cientos de personas comían, charlaban, e incluso algunos, jugaban a las cartas en grupos.

         -¿Qué es esto? – cuestionó Loristol, incrédula.

-El campo de refugiados de Janidia. – respondí – No van a devorarnos, ya te lo dije. Nunca tuvieron la intención de hacernos daño.

-¿Y por qué nos atacaron, entonces?

Suspiré fuertemente antes de proseguir.

-¿No te das cuenta de todo lo que ha estado pasando? En los últimos diez mil años, el Imperio se ha dedicado a apoderarse de vastas regiones del espacio, esclavizando a sus mismos semejantes con tal de acumular riquezas para menos del cinco por ciento de la población.

Era obvio que alguien que nos viera desde fuera iba a sentirse alarmado. Ellos ya perdieron su patria en el pasado, cuando una especie enemiga los expulsó de su región de la galaxia, y los obligó a dispersarse por el universo. De los que vivieron ese éxodo es descendiente el que nos encontró.

         -¿Cómo sabes todo esto?

La pregunta de Kael, en realidad, ya se estaba tardando en emerger.

-Porque él me lo dijo. – contesté – Su variante de la especie de la que forma parte ha desarrollado la capacidad de transmitir emociones y pensamientos de manera directa, tanto entre sí como, de modo más limitado, con otras criaturas.

-Entiendo… - intervino Loristol - ¿Y cuál es su plan de ahora en adelante?

-Pues… digamos que vamos a tener la oportunidad de advertir al imperio, y si AlAlion nos ayuda, de cambiarlo para siempre. – concluí.

Y así, en nuestros corazones, las esperanzas se vieron revitalizadas.

Los antiguos Alfa creían que su Dios Supremo, AlAlion, había escogido a un hombre y sus discípulos para difundir entre la humanidad el mensaje de que Él era Padre de todos, y a todos buscaba salvar.

Para ello, los proveyó del conocimiento de las cosas ocultas, y los mandó a predicar a las naciones, transformándolos de humildes agricultores, en cosechadores de almas.

Quién podía saberlo. Tal vez, lo que vendría sería una cosecha abundante, un futuro en que, por fin, la humanidad lograra redimirse, y parecerse un poco más a lo que debió ser desde el principio. Pero para eso, teníamos que actuar pronto. Y así íbamos a hacerlo. 

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