lunes, 24 de marzo de 2025

La Corte de AlAlion, capítulo 10: Astucias de Samael

Astucias de Samael

Alma, como tantas otras veces, caminaba en dirección a la pequeña plaza, ubicada a las afueras de la ciudad, donde solía reunirse con Victoria.

Cruzó la calle en una esquina y, como siempre, vio a su amiga sentada en un banco, que pronto se percató de su presencia, y la saludó con la mano.

Era un lugar poco concurrido, pero aún así valía la pena mantener sus precauciones. Ambas llevaban anteojos oscuros, y Alma había cubierto su cabello con una capucha. Estaban conscientes de que el sectarismo y la polarización de su sociedad podía tener consecuencias trágicas para ambas, si es que a algún listillo se le daba por tomar alguna imagen de su encuentro.

Ambas se saludaron, y pronto comenzaron a conversar sobre el tema que, por teléfono, habían acordado tratar en esa ocasión.

-Tenemos que hacer algo. – le decía Victoria por mensaje de texto – Esto va a salirse de control.  

Y vaya que todo apuntaba a que así iba a ser. En las más recientes manifestaciones callejeras, había habido personas heridas de gravedad, e incluso un fallecido. La oposición hablaba abiertamente de apartar de sus funciones al presidente, y el gobierno recrudecía su discurso contra todo aquél que criticara las ineficacias más recientes de su política económica.

         -Así que bueno, ¿cuál es tu plan? – preguntó Alma.

-Estaba por preguntarte lo mismo – contestó su amiga - Pero creo que deberíamos empezar a plantear de cara a la gente la necesidad de superar el odio entre hermanos. Se me ocurre que podríamos, lentamente, ir teniendo acercamientos en público. Sería una gran oportunidad para que los seguidores de ambas vayan, poco a poco, aprendiendo a entenderse.

-¿Qué tipo de acercamientos?

-Pues, debates o conversaciones en que ambas podamos exponer nuestras preocupaciones. Con la intención de entendernos, en lugar de derrotarnos mutuamente.

Alma hizo un gesto que evidenciaba su desaprobación.

-Hummmm… no sé si sea una buena idea. A muchos no va a gustarles eso….

-¿Y qué? Tenemos que intentarlo. Es posible que aún podamos hacer la diferencia.

Alma volvió a manifestar su incredulidad.

         -En verdad no me parece una buena idea. – insistió.

-Alma: tenemos que detener esta locura. Sé que te asusta, y a mí también, pero es nuestra única chance. – replicó Victoria, mirándola a los ojos.

Esos enormes ojos marrones, tan cargados de aquella nobleza que, con el paso del tiempo, había sido capaz de captar en ella, tocaron su corazón con toda la potencia con que podían hacerlo.

Le aterraba la idea de acabar condenada al ostracismo que otras figuras relevantes de su partido habían tenido que sufrir. Pero, al mismo tiempo, estaba consciente del peligro que esa chica a la que tanto apreciaba correría si la olla a presión acababa por estallar. Debía tomar una decisión. Y, pronto, escogió de qué lado quería estar.

-Oh, está bien. – dijo, encogiéndose de hombros. Y con esas palabras, su suerte quedó echada.

Acordaron organizar, para ese mismo fin de semana, un debate informal, en que ambas intentarían presentar sus respectivos puntos de vista sobre las dificultades que su sociedad enfrentaba. Les interesaba, de modo especial, enfocarse en el conflicto entre su gobierno y los colectivos LGBT y feministas, con que Victoria tenía tanta cercanía.

Cuando ya estaban por despedirse, el Sol volvió a brillar desde arriba de las nubes que, esa mañana, habían llorado sobre la capital de su patria. Y, no soportando el calor, Alma tomó la decisión de quitarse el abrigo, dejando su cabellera dorada al descubierto.

-Hasta luego. – dijo Victoria – En verdad aprecio lo que haces. Eres muy valiente, y respeto eso.

Alma le respondió con una sonrisa, y la saludó con la mano. Definitivamente había tomado una buena decisión al acercarse a ella. Era una chica extraordinaria a la que, sin duda, se gozaba de poder llamar “amiga”. Y, con algo de apoyo de su Divinidad, pronto muchos de los que la seguían serían capaces de percatarse de que no sólo el Diablo mora en lo oculto.

Alma llegó a casa una media hora después, y se dio una ducha. Estaba aún en la bañera cuando tras la puerta del baño sonaron tres golpes. Era su madre.

         -Hija, Iván ha venido a verte. – le decía.

“¿Iván?”, pensó la muchacha. “No se suponía que nos reuniéramos hoy”.

Rápidamente, apagó el agua caliente, salió de la tina y, tras haber secado de modo apresurado su cuerpo, se vistió. Cuando salió del baño, Iván la esperaba en la sala de la casa, con rostro pétreo y mirada aún menos amistosa.

         -Hola, amor. – le dijo - ¿Qué pasa? No esperaba tu visita.

-Cecilio quiere hablar contigo, y pidió que te lleve hasta Casa de Gobierno. – fue su respuesta – Hay un asunto importante que quiere discutir con nosotros.

-¿De qué se trata? – preguntó ella.

-Lo sabrás cuando hayamos llegado. Pero es realmente importante que estemos ahí en una hora.

A continuación, el chico la tomó de la mano, y casi arrastrándola, la llevó hacia su auto, estacionado fuera de la casa. La hizo subir en el asiento del acompañante, en lo que él se disponía a conducir hacia el gran edificio en el centro de la ciudad.

La urbe era lo bastante grande para que el trayecto tomara poco menos de cuarenta minutos. Y en ese tiempo, Iván apenas habló con ella, negándose a contestar sus repetidas preguntas sobre lo que estaba sucediendo.

Cuando llegaron, se dirigieron a la parte trasera del lugar. Los guardias los conocían sobradamente, siendo que su presencia estaba lejos de ser rara, con lo que no tardaron demasiado en dejarlos entrar. Iván aparcó el automóvil en la playa de estacionamiento del edificio, y sólo entonces se dirigió a ella.

         -Estamos preocupados por ti, amor. – le explicó.

-¿Preocupados? ¿De qué estás hablando? – lo interrogó ella, esperando ya lo peor.

-Alma: sé a dónde fuiste hoy. Y la verdad, eso no me gusta nada.

Ella no pudo hacer más que fingir demencia, en lo que abría la puerta del automóvil, y junto a su novio se dirigía hacia el interior del enorme centro administrativo de su patria.

Una vez adentro, subieron un par de escaleras, en lo que discutían la incómoda situación en que ella se encontraba.

         -No entiendo por qué hacen esto conmigo. – se quejó.

-¿Ya olvidaste cómo le hablaste a Cecilio la vez pasada? No sólo es el presidente, y lo contradijiste en público en frente de sus propios seguidores, sino que es el hombre que nos dio todo. Él nos puso donde estamos. Creo que no debería olvidársete a la hora de humillarlo de ese modo.

-Yo no quise humillar a nadie. Sólo no estoy de acuerdo con su enfoque en este caso, eso es todo.

-Vaya, y parece que sí lo estás con la progre que arruinó tu propia conferencia hace no mucho, ¿verdad?

Alma se detuvo en seco, mirándolo a los ojos, sin saber qué decir.

-¿Ya olvidaste lo que tuvimos que pasar por esa gente? A ti, en la escuela secundaria, te golpeaban tus propias compañeras de clase, por disentir con las ideas que ella representa. Y tus profesores lo validaban.

-Sí, y debemos cambiar eso. – replicó ella – Iván: no quiero que terminemos matándonos por esa clase de rencores. Eso ya ha pasado antes, y lo sabes. Muchos han muerto por este odio que…

-Alma… - se escuchó decir, de repente, a un lado de ellos.

Allí, con rostro solemne, Cecilio Álzaga los contemplaba, enfocándose de modo especial en su muy querida discípula.

-Veo que Iván se me adelantó. – continuó – Como tal vez ya te dijo, nos preocupa mucho tu deriva ideológica, y te he mandado a llamar para… invitarte a cambiar tu actitud. Lamento haber recurrido a estos métodos. Necesitaba saber quién te estaba llevando por ese camino.

-¿Qué? ¿De qué hablan?

-Él me hizo el favor de averiguar lo que necesitaba saber. – se explicó el presidente – Como te dije, lo siento, pero no tenía muchas opciones.

-¿Tú me espiaste? – preguntó Alma a su pareja, visiblemente molesta.

-Deberías alegrarte por eso. – replicó Cecilio – Podría haber sido un periodista. Y en ese caso, habrías tenido más problemas aún.

El tono de Cecilio era gentil, a la vez que amenazante. Alma, que lo amaba como a su mentor y su amigo, no podía evitar sentirse anonadada por su elegante imponencia.

-Alma, puede que sea una imprudencia de mi parte recordártelo, pero nuestro gobierno no tiene la menor intención de ceder en nada ante los representantes del Maligno. Y si tenemos que quitarte de en medio para garantizar que así sea, estaremos más que dispuestos.

-Pero, Cecilio, esa chica…

-Esa chica sirve al enemigo. No podemos tenerle la menor consideración. Como dirían ellos mismos, “al enemigo, ni justicia”. – sentenció – Así que es momento de que tomes una decisión. O vuelves al redil, o te apartamos de nuestro espacio. Tú elige de qué lado quieres estar.

Esa tarde, Alma le escribió a Victoria un mensaje más, en un intento por apartarse de su muy querida amiga sin causarle el dolor de la consternación.

En él, le mintió. Le dijo que no se sentía preparada para una responsabilidad como la que su amistad con ella le exigía, y que quería distanciarse por un tiempo, a fin de, en sus palabras, “pensar las cosas con más cuidado”. Y acto seguido, por presión de Iván, bloqueó su número.

Escasas horas más tarde, ya por la noche, ambos se encontraban en un mitin del partido, en que, como referente, su presencia era obligatoria. Nunca supo si fue una mera imprudencia del organizador o un deliberado y tal vez cruel intento por ponerla a prueba, pero, para cerrar la noche, fue invitada al escenario, a fin de que dedicara unas palabras al público.

Ella subió al estrado, miró a la muchedumbre, y dudó durante varios segundos antes de hablar. Pero, al final, inhaló, exhaló y, tragándose su propia dignidad, dijo a la multitud:

-Como bien dijo mi estimado amigo Cecilio, estamos enfrentando al mal, a un movimiento que representa la obra de Samael en este mundo. Muchos se sirven de la mentira para sus propios fines, pues ésta los favorece. Pero la verdad va a ser más fuerte, con ayuda de las fuerzas del Altísimo.

Sus palabras le trajeron las ovaciones de la multitud, y los aplausos de sus colaboradores más cercanos. A un lado de la sala, Cecilio la miraba, sonriente.

Pero ella se sentía vacía. Era un completo fraude que, sin embargo, no tenía demasiadas opciones.

Desde la pantalla de su televisor, a varios kilómetros del lugar, Victoria veía la mirada de su amiga, completamente ajena al júbilo de aquellos que la rodeaban.

Estaba enojada, sí, pero, sobre todo, triste. La chica a la que tanto quería la había traicionado. Y a pesar de eso, la perdonaba. No estaba segura de qué le había ocurrido, pero sin duda tenía sus motivos para obrar como lo hacía.

A la distancia, las campanas de un templo alionista resonaban con toda su furia, en lo que el coro cantaba un cántico tan antiguo y tan nuevo como el tiempo mismo.

-Señor, ten piedad. – repetía ella para sus adentros, por su país, a fin de que pronto hallara la paz.

-Señor, ten piedad. – insistía con el coro, por esos adversarios que, con certeza, harían mucho daño si el Altísimo no intervenía.

-Señor, ten piedad. – exclamó una última vez, casi llorando, por su amiga, esa chica a la que tanto amaba y admiraba, y que ahora, más que nunca, necesitaba ser protegida de la astucia del Satán.

 

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