El abismo de los otros
“Tres a uno, no va a quedar ninguno”, leía
Victoria en uno de los numerosos mensajes privados que en las recientes horas
habían llegado a sus cuentas, públicas y personales, en redes sociales.
Unos se limitaban a burlarse de ella y de
sus ideas, mientras que otros iban más allá, amenazando su misma existencia
física, mediante fotografías de automóviles color verde de un estilo que, por
su nacionalidad, le era muy familiar.
Su madre estaba muy asustada. Le había exigido
repetidamente que abandonara Internet, antes de que alguno de esos jóvenes fanáticos
decidiera atentar directamente en su contra.
-Hija,
sólo quiero asegurarme de que nada te ocurra. – suplicó la mujer.
-Mamá: son
sólo idiotas diciendo idioteces. E incluso si fueran algo más, no voy a dejarme
quebrantar. – replicó la joven.
Una valentía digna de admirarse, dirían
algunos. Otros, podrían verla como una chica apasionada, que apenas
reflexionaba sobre las posibles consecuencias de su proceder.
Un tercer grupo, los más religiosos, hacían
chistes crueles sobre el destino eterno de ella misma y, lo que más le dolía, sobre
el de Ana. Por momentos, sentía una rabia y una impotencia en que cerraba los
puños con ira, lamentándose de no tener en frente a estos cruzados de la web
para hacerles saber lo que pensaba de su crueldad.
Pero no era así, y no podía hacer más que soportar
la indiferencia ante el dolor de su prójimo de ciertos hombres que, diciendo
servir al Amor mismo, olvidaban que éste se practica antes que predicarse.
Como fuera, no iba a ganar nada dándole
atención a las barbaridades que aparecían en sus notificaciones, y estaba a
menos de cuatro cuadras del sitio en que debía encontrarse con Francisco, su viejo
amigo, con quien había acordado reunirse a fin de darse la plática que merecían
tras tanto tiempo de distancia.
Se puso de pie, y caminó hacia la puerta
trasera del bus, en que tocó el timbre para indicar que había llegado a su
destino. El conductor no tardó en obedecer, y pocos instantes después, el
vehículo se detenía en un barrio de mala muerte, en que cualquier persona sensata
evitaría adentrarse.
Y, tal y como lo esperaba, allí se encontraba
su amigo, sentado en una banquina cercana, y mirando a su reloj.
Al estar uno frente al otro, el hombre extendió
sus brazos para abrazarla, cosa que ella aceptó jubilosa.
-Con
que… aquí es donde da sus Misas. – dijo ella.
-Así
es. Desde hace ya casi el tiempo que llevas viva.
-¿Y por qué
lo derivaron aquí? Un hombre de su seso debería estar enseñando teología en una
universidad, o algo así.
-Yo solicité
que me trasladaran a esta zona. Me gusta el contacto con la gente, y para ser
franco, creo que es en estos lugares donde realmente se nos necesita. – explicó
el sacerdote, en lo que la acompañaba por las calles de tierra del
asentamiento, en que sólo por su condición de cura era capaz de transitarlas
sin temor a cualquier ataque.
En el camino, Victoria fue testigo de cómo
jóvenes tatuados que portaban obvios puñales en sus bolsillos saludaban al
responsable de alimentar a sus hermanos cada mañana con la sumisión de una
oveja, recibiendo a su pastor.
Esto llamó poderosamente su atención. Era
evidente que hasta el más malandro es capaz de responder con justicia a la
bondad. Una lección que creía haber aprendido ya, pero que recién ahora se
hacía clara en su mente, con toda su dimensión e implicaciones.
-¿Se enteró de
lo de esos jóvenes ladrones? – le preguntó Victoria, movida por el deseo de conocer
la perspectiva de un hombre que, con seguridad, había interactuado con mil
adolescentes como ellos.
-Sí. Es una
verdadera lástima que dos niños de catorce años hayan terminado así. No me
malentiendas: no soy un partidario de dejar pasar el crimen. Pero asesinarlos a
sangre fría sigue siendo una opción injustificable. Más aún por parte de un policía.
Escasos minutos después, llegaron a la
parroquia del Padre, un sitio inusualmente grande para su entorno, cosa que la
sorprendió en gran medida. No tardó en notar que, merodeando por los
alrededores y el interior del edificio, había varios otros sacerdotes, y
personas que, intuía, debían ser vecinos del barrio.
-Hay más
gente de lo que pensé.
-Sí, y son la
familia que no llegué a formar. – replicó el cura – Con ellos trabajo en este barrio
desde hace ya diecinueve años. El edificio al lado del templo es nuestro
albergue.
-¿Albergue?
-Trabajamos
con jóvenes con problemas de adicción. Algunos no tienen dónde dormir, así que
les ofrecemos una cama y ayuda para comenzar a estudiar, o a conseguir un
empleo.
-Entiendo… -
dijo Victoria, en lo que sacerdotes y fieles saludaban al Padre Francisco.
-Ella es
Victoria, una amiga de hace muchos años. Es la primera vez que viene. – la presentó
él.
Tres sacerdotes, una monja y un par de
muchachos que pasaban por ahí la recibieron afectuosamente. Y poco después,
entraron al albergue, cuya sala principal era un gran comedor en que tendrían
un buen espacio para conversar.
Victoria tomó asiento en torno a la mesa.
Para el entorno en que se encontraba, el sitio estaba bastante bien cuidado y
limpio. Era evidente que los presentes se tomaban su trabajo en serio.
-Y bueno…
¿cómo empezó todo esto? – preguntó la chica. Le sorprendía no haber tenido,
hasta ese momento, los detalles de la que evidentemente era una gran obra de
caridad.
-La historia
es larga. – intervino el Padre Ernesto, un hombre de complexión robusta pero
bien curtido, que había sido de los primeros en acercarse cuando los vio llegar.
– Pero, para hacer la historia corta, un sacerdote fundó este lugar hace unos
veinte años. Lo conocimos siendo todos seminaristas, y su modo de ser nos
atrajo hacia esta labor.
-¿Qué le ocurrió?
La cara del cura pareció cambiar inmediatamente,
como la de alguien que acaba de ver, en su memoria, desbloqueado un recuerdo no
muy feliz.
-Fue
asesinado a la salida de Misa. Nunca se supo quiénes eran los responsables.
Pero sospechamos de los narcos, que por aquellos años veían menguar sus
clientes por lo que él hacía.
-Oh… - fue la
contestación de Victoria – debió ser un hombre de un corazón extraordinario.
-En efecto.
Al igual que tú. – los interrumpió Francisco.
-¿A qué se
refiere?
-He hablado
mucho con tu madre sobre lo que estás haciendo, y por qué lo estás haciendo. Y
me permito transmitirte mi admiración. Eso habla muy bien de ti. – explicó él.
-¿Puedo
preguntar a qué se refieren? – inquirió Federico, uno de los sacerdotes, mirando
a Victoria. Ella suspiró antes de continuar.
-Tenía una
amiga. O bueno, no sé cómo lo vean ustedes. Ella era transgénero, y trabajaba
como prostituta. Se quitó la vida tras contagiarse de VIH.
-Lo lamento mucho,
querida. – dijo el hombre – En nuestro albergue hay gente así. Tienen vidas muy,
muy duras. Y es una verdadera lástima.
-¿Trabajan
con personas trans?
-Así es. En
todas partes hay personas de ese tipo. Nosotros hacemos lo posible por
acercarlos a Nuestro Padre. Pero, como te podrás imaginar, es sorprendentemente
difícil.
-¿Y cómo
interactúan con ellos? Ya saben, la Iglesia no tiene una visión muy favorable
de su… estilo de vida.
-Podemos no compartir
sus métodos, pero sabemos que están sufriendo, y sólo buscan aliviarse. – habló
Francisco – Además, también son hijos de AlAlion. Todo lo que hagan con sus
vidas es secundario. Nos corresponde aconsejar y acompañar, pero nada más.
-Hummmm…
entiendo.
Victoria ciertamente valoraba su labor, pero
no podía sentirse más insatisfecha con su perspectiva. La veía, en realidad,
como mera condescendencia, por más que se le hiciera más respetable que la
franca crueldad de muchos fieles.
-Para ser honesta,
nunca entendí cuál es el problema con lo que alguien haga en su intimidad – se sinceró
- ¿Por qué eso, o tener relaciones con alguien de tu mismo sexo debería ser
malo?
-Hay que
especificar algunos conceptos. – replicó Francisco – La gente tiende a no dar
por hecho que de la manera en que es una cosa se deriva también un “deber ser”.
Pero así es. La naturaleza de cada ser tiene un orden, y lo bueno es lo que es
conveniente a ese orden.
-¿Y en qué es
eso diferente a una falacia naturalista? – preguntó Victoria – Los animales
también se alimentan de sus propias heces.
-En ningún
momento mencioné a los animales. No hablo de la “naturaleza” como ente general
y abstracto. Estoy hablando de la naturaleza de cada cosa. El ser
humano, como cada criatura en el universo, tiene por naturaleza una serie
determinada de potencialidades, que pueden realizarse más o menos. Lo deseable es
que se realicen lo más posible, puesto que, entienden los filósofos, el bien es
equivalente al ser, y a mayor plenitud en este campo, mayor bien habrá.
-Bueno, si
por esas vamos a ir, lo que ustedes denominan como “actos impuros” están dentro
de las potencialidades humanas. Siguiendo su lógica, no deberían ser malos.
-Cierto es. Están
entre nuestras potencialidades, pero implican una realización mucho más parcial
y menos plena de la naturaleza del hombre. La sexualidad halla su plenitud en
la unión abierta a la vida. A la procreación, que es su plena realización.
-Hummmmm… - reflexionó
la chica – Hay algo que no termino de entender: según sé, ustedes no consideran
como un mal moral el que una pareja tenga relaciones en períodos de
infertilidad, pero sí el que emplee algún tipo de anticonceptivo. Me cuesta
captar ese concepto.
-Te haré una
pregunta. – continuó Francisco – Si yo dibujo un triángulo a mano en el asiento
de un autobús en movimiento, y luego dibujo uno con un programa de computadora
de gran precisión, ¿cuál de los dos es “más” un triángulo?
-Pues, creo
que la respuesta es obvia. – contestó ella.
-Ese es el quid
de la cuestión: el hombre, como el triángulo, puede ser más o menos lo que
corresponde a su naturaleza. Y esto incluye a su sexualidad. Las relaciones sexuales,
para estar completas, deben estar “abiertas” a la vida. Que esa vida se realice
efectivamente es secundario. El que dos personas estériles tengan relaciones no
hace que la esencia del acto se transforme, como sí lo hace el uso de un
anticonceptivo, que mutila un aspecto elemental de la misma.
-Comprendo… pero,
siendo sincera, se me hace una moral excesivamente restrictiva. No hay daño
real para quien ejerce su sexualidad de un modo más libre.
-¿Estás
segura? – replicó el párroco - ¿Cómo puede un hombre que nunca ha siquiera
intentado controlar a sus propias pasiones, el imponerse sobre ellas cuando la
pasión se presente?
-¿Qué quiere
decir?
-Si un hombre
no sabe ser casto, puedes irte olvidando de que le sea sencillo resistir la
tentación de las mujeres cuando esté pasando por un mal momento con su esposa. O
de que quisiera quiera intentarlo. – sentenció.
Victoria reflexionó al respecto. La verdad
es que la idea tenía sentido.
-Y eso es, en
realidad, lo de menos. Embarazos no deseados y abortos son también consecuencia
directa de la falta de autocontrol en este sentido. Y, desde mi perspectiva, las
más terribles. Es posible que una persona no tenga conciencia de que peca al
consumir material erótico, con lo que no peca en absoluto. Pero lo que hace
sigue siendo un pecado. Y esa transgresión al orden divino tiene consecuencias
a menudo trágicas.
La joven no tardó en arquear una ceja, ante
esa distinción tan sutil.
-¿A qué se
refiere exactamente con que “no peca en absoluto”? ¿Acaso es posible violar las
leyes de AlAlion sin despertar Su ira?
-Para que exista
responsabilidad moral, es requerida conciencia de que se hace un mal. No sería
justicia castigar a alguien que obra de buena fe. Pero el que alguien no sea
consciente de que hace un mal, no significa que no lo esté haciendo, y todo mal
tiene implicaciones. Un hombre de la primera mitad del siglo pasado era capaz
de fumar varias decenas de cigarrillos al día, sin saber que se hacía daño. Las
consecuencias existían de todos modos, pero no había responsabilidad moral.
Victoria volvió a reflexionar.
-Sí, supongo que
usted tiene un punto. – concluyó – Pero entonces, ¿esto implica que uno puede errar
moralmente sin caer en la condenación eterna, con la que tan a menudo en la
historia del alionismo se ha amenazado a los fieles?
Francisco rio antes de continuar.
-La
condenación es voluntad de los propios condenados. Nadie obligó a Samael a ser
el rey de las tinieblas exteriores. Él eligió serlo, y lo mismo puede
ocurrirnos a nosotros si perseveramos en nuestra maldad hasta nuestro último
minuto. Como dijo un sabio una vez, quien no le dice al Altísimo “hágase Tu Voluntad”,
acabará viendo como Él le replica con exactamente esas palabras.
-¿Pero cómo
podría alguien elegir el dolor perpetuo? – inquirió Victoria.
-Es largo de
explicar. Pero, en pocas palabras, la mente de un espíritu no es como la
nuestra. Ellos no necesitan de lentos procesos de aprendizaje para conocer algo,
sino que tienen acceso, simultáneamente y con toda plenitud, a todas las
deducciones que su razón puede realizar. Es por eso que Leviatán y Beelzebub
jamás van a arrepentirse: ellos sabían exactamente en lo que se metían, con mayor
precisión de la que podrías imaginar, y lo aceptaron de todos modos. Con el que
muere rechazando el bien, ocurrirá exactamente eso. El fuego que le queme será
el de su propio odio, y la mayor de sus penas, el no acceder a la felicidad plena
que su Padre le ofreció. Algo semejante a un desamor: odian a AlAlion, y al mismo
tiempo lo desean más que a cualquier otra cosa.
“Interesante”, pensó la chica. Esa imagen
de las tinieblas exteriores se le hacía mucho más coherente y atractiva que la
tradicional caverna ardiente en que los condenados ruegan al Altísimo por una
misericordia que ya nunca recibirán.
En realidad, y siguiendo a Francisco, la
condenación se le hacía más aterradora de lo que podría haber pensado, incluso
si era menos brutal. Un estado patético, en que el condenado ve reducida su
humanidad a sus peores elementos. Un eterno desamor en que el odio se combina
con un arrepentimiento que, sin embargo, nunca termina de realizarse; una cárcel
cerrada por dentro en que el condenado es a la vez prisionero y verdugo, atormentándose
a sí mismo con los recuerdos de lo que pudo ser, en lo que vanamente intenta
convencerse de que no ha cometido ningún error.
-Cualquiera
puede caer en esa eterna situación. – continuó Francisco – Por eso nuestra fe
nos insiste tanto en orar por vivos y difuntos, a fin de que nadie sea
abandonado en sus últimos momentos. Y tenemos el deber de hacerlo especialmente
por aquellos que más requieren de la Bondad Divina.
-En verdad
aprecio eso. – respondió Victoria – Es uno de los aspectos más nobles de la religión.
Es una verdadera lástima que a menudo los fieles no le presten la atención que
merece.
-Sí, sin
duda. Pero no sólo los fieles. Te lo he dicho ya: en este mundo hay demasiado
odio para añadir más. Ese es un error en que los más bienintencionados a menudo
caen: el de, como diría Vasudeva, resistir al mal, pagando sus obras con la misma
moneda.
Ella no tardó en percatarse de la
indirecta que su amigo le estaba lanzando. Sin duda era un hombre astuto.
-Puede que
tenga razón. Pero, para ser franca, creo que la evidencia avala la idea de que
pocas cosas se han logrado en la historia a punta de paz y fraternidad.
-Podría
discutirte esa idea. Pero voy a limitarme a señalarte que el amor no tiene por
qué ser sinónimo de inoperancia. Se puede luchar, incluso violentamente, por
amor o por odio. Lo primero, a menudo sale bien. Lo segundo, siempre acaba en
tragedia. La única manera de detener la locura que estamos viviendo es que los
contrarios aprendan a entenderse. Ambos bandos en esta discusión parecen creer
que sus contrarios son casi demonios encarnados. Y eso los motiva al mal. Quiero
decir, es fácil darse cuenta de por qué alguien que ve al Diablo en su
adversario estaría dispuesto a tomar medidas para combatirlo que en otro
contexto rechazaría como inmorales. Desde la violencia física hasta la desinformación,
todas las formas de “juego sucio” en la política suelen justificarse con esta
lógica. De modo que, si tuviera que aconsejar a alguien en posición de hablar a
las masas, lo exhortaría a intentar entender a los que tiene en frente, a fin
de poder llegar más fácilmente a persuadirlos de su error, y aprender lo que en
ellos haya de verdad. Porque hasta Samael cree que AlAlion es Bueno. Por más
que no esté dispuesto a obrar en consecuencia.
El resto de la tarde fue de conversaciones
mucho más distendidas, en que rieron con las anécdotas que cada uno contaba.
Victoria pronto se ganó la amistad de todos los presentes, que convinieron en
que podía hacer acto de presencia en la parroquia cuando le viniera en gana.
Antes de que anocheciera, Francisco la
acompañó de regreso a la parada de su autobús. En el camino, le agradeció por
su visita, y una vez más le insistió en que intentara ver la vida con menos
prejuicios.
-Podrías
llevarte una sorpresa. – le dijo, en lo que ella abordaba el vehículo, y lo
saludaba con la mano.
Aún pensaba en todo lo que él le había
dicho cuándo, de improviso, su celular le informó de que había recibido un
nuevo mensaje privado en sus redes sociales. Pensó en mantenerse al margen de
esa toxicidad, pero eventualmente la curiosidad le pudo.
Al abrir la notificación, se sorprendió al
ver que quien le había escrito era nada menos que aquella chica a la que tantos
problemas le había traído recientemente.
Esperando creativos insultos, abrió el chat,
sólo para llevarse una sorpresa.
“Hola. Hay algo de lo que me gustaría que
hablemos. Si quieres, podemos reunirnos mañana frente a la plaza principal. No
te preocupes, no quiero hacer ninguna estupidez”.
Dudó durante varios segundos acerca de qué
responder. Se dispuso a ignorarla, cuando el discurso del sacerdote volvió a su
memoria. “Podrías llevarte una sorpresa”, le había dicho. Y tal vez, esa
sorpresa sería más grata de lo que podría suponer.
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