viernes, 14 de marzo de 2025

La Corte de AlAlion, capítulo 5: El abismo de los otros

El abismo de los otros

“Tres a uno, no va a quedar ninguno”, leía Victoria en uno de los numerosos mensajes privados que en las recientes horas habían llegado a sus cuentas, públicas y personales, en redes sociales.

Unos se limitaban a burlarse de ella y de sus ideas, mientras que otros iban más allá, amenazando su misma existencia física, mediante fotografías de automóviles color verde de un estilo que, por su nacionalidad, le era muy familiar.

Su madre estaba muy asustada. Le había exigido repetidamente que abandonara Internet, antes de que alguno de esos jóvenes fanáticos decidiera atentar directamente en su contra.

         -Hija, sólo quiero asegurarme de que nada te ocurra. – suplicó la mujer.

-Mamá: son sólo idiotas diciendo idioteces. E incluso si fueran algo más, no voy a dejarme quebrantar. – replicó la joven.

Una valentía digna de admirarse, dirían algunos. Otros, podrían verla como una chica apasionada, que apenas reflexionaba sobre las posibles consecuencias de su proceder.

Un tercer grupo, los más religiosos, hacían chistes crueles sobre el destino eterno de ella misma y, lo que más le dolía, sobre el de Ana. Por momentos, sentía una rabia y una impotencia en que cerraba los puños con ira, lamentándose de no tener en frente a estos cruzados de la web para hacerles saber lo que pensaba de su crueldad.

Pero no era así, y no podía hacer más que soportar la indiferencia ante el dolor de su prójimo de ciertos hombres que, diciendo servir al Amor mismo, olvidaban que éste se practica antes que predicarse.

Como fuera, no iba a ganar nada dándole atención a las barbaridades que aparecían en sus notificaciones, y estaba a menos de cuatro cuadras del sitio en que debía encontrarse con Francisco, su viejo amigo, con quien había acordado reunirse a fin de darse la plática que merecían tras tanto tiempo de distancia.

Se puso de pie, y caminó hacia la puerta trasera del bus, en que tocó el timbre para indicar que había llegado a su destino. El conductor no tardó en obedecer, y pocos instantes después, el vehículo se detenía en un barrio de mala muerte, en que cualquier persona sensata evitaría adentrarse.

Y, tal y como lo esperaba, allí se encontraba su amigo, sentado en una banquina cercana, y mirando a su reloj.

Al estar uno frente al otro, el hombre extendió sus brazos para abrazarla, cosa que ella aceptó jubilosa.

         -Con que… aquí es donde da sus Misas. – dijo ella.

         -Así es. Desde hace ya casi el tiempo que llevas viva.

-¿Y por qué lo derivaron aquí? Un hombre de su seso debería estar enseñando teología en una universidad, o algo así.

-Yo solicité que me trasladaran a esta zona. Me gusta el contacto con la gente, y para ser franco, creo que es en estos lugares donde realmente se nos necesita. – explicó el sacerdote, en lo que la acompañaba por las calles de tierra del asentamiento, en que sólo por su condición de cura era capaz de transitarlas sin temor a cualquier ataque.

En el camino, Victoria fue testigo de cómo jóvenes tatuados que portaban obvios puñales en sus bolsillos saludaban al responsable de alimentar a sus hermanos cada mañana con la sumisión de una oveja, recibiendo a su pastor.

Esto llamó poderosamente su atención. Era evidente que hasta el más malandro es capaz de responder con justicia a la bondad. Una lección que creía haber aprendido ya, pero que recién ahora se hacía clara en su mente, con toda su dimensión e implicaciones.

-¿Se enteró de lo de esos jóvenes ladrones? – le preguntó Victoria, movida por el deseo de conocer la perspectiva de un hombre que, con seguridad, había interactuado con mil adolescentes como ellos.

-Sí. Es una verdadera lástima que dos niños de catorce años hayan terminado así. No me malentiendas: no soy un partidario de dejar pasar el crimen. Pero asesinarlos a sangre fría sigue siendo una opción injustificable. Más aún por parte de un policía.

Escasos minutos después, llegaron a la parroquia del Padre, un sitio inusualmente grande para su entorno, cosa que la sorprendió en gran medida. No tardó en notar que, merodeando por los alrededores y el interior del edificio, había varios otros sacerdotes, y personas que, intuía, debían ser vecinos del barrio.

-Hay más gente de lo que pensé.

-Sí, y son la familia que no llegué a formar. – replicó el cura – Con ellos trabajo en este barrio desde hace ya diecinueve años. El edificio al lado del templo es nuestro albergue.

-¿Albergue?

-Trabajamos con jóvenes con problemas de adicción. Algunos no tienen dónde dormir, así que les ofrecemos una cama y ayuda para comenzar a estudiar, o a conseguir un empleo.

-Entiendo… - dijo Victoria, en lo que sacerdotes y fieles saludaban al Padre Francisco.

-Ella es Victoria, una amiga de hace muchos años. Es la primera vez que viene. – la presentó él.

Tres sacerdotes, una monja y un par de muchachos que pasaban por ahí la recibieron afectuosamente. Y poco después, entraron al albergue, cuya sala principal era un gran comedor en que tendrían un buen espacio para conversar.

Victoria tomó asiento en torno a la mesa. Para el entorno en que se encontraba, el sitio estaba bastante bien cuidado y limpio. Era evidente que los presentes se tomaban su trabajo en serio.

-Y bueno… ¿cómo empezó todo esto? – preguntó la chica. Le sorprendía no haber tenido, hasta ese momento, los detalles de la que evidentemente era una gran obra de caridad.

-La historia es larga. – intervino el Padre Ernesto, un hombre de complexión robusta pero bien curtido, que había sido de los primeros en acercarse cuando los vio llegar. – Pero, para hacer la historia corta, un sacerdote fundó este lugar hace unos veinte años. Lo conocimos siendo todos seminaristas, y su modo de ser nos atrajo hacia esta labor.

-¿Qué le ocurrió?

La cara del cura pareció cambiar inmediatamente, como la de alguien que acaba de ver, en su memoria, desbloqueado un recuerdo no muy feliz.

-Fue asesinado a la salida de Misa. Nunca se supo quiénes eran los responsables. Pero sospechamos de los narcos, que por aquellos años veían menguar sus clientes por lo que él hacía.

-Oh… - fue la contestación de Victoria – debió ser un hombre de un corazón extraordinario.

-En efecto. Al igual que tú. – los interrumpió Francisco.

-¿A qué se refiere?

-He hablado mucho con tu madre sobre lo que estás haciendo, y por qué lo estás haciendo. Y me permito transmitirte mi admiración. Eso habla muy bien de ti. – explicó él.

-¿Puedo preguntar a qué se refieren? – inquirió Federico, uno de los sacerdotes, mirando a Victoria. Ella suspiró antes de continuar.

-Tenía una amiga. O bueno, no sé cómo lo vean ustedes. Ella era transgénero, y trabajaba como prostituta. Se quitó la vida tras contagiarse de VIH.

-Lo lamento mucho, querida. – dijo el hombre – En nuestro albergue hay gente así. Tienen vidas muy, muy duras. Y es una verdadera lástima.

-¿Trabajan con personas trans?

-Así es. En todas partes hay personas de ese tipo. Nosotros hacemos lo posible por acercarlos a Nuestro Padre. Pero, como te podrás imaginar, es sorprendentemente difícil.

-¿Y cómo interactúan con ellos? Ya saben, la Iglesia no tiene una visión muy favorable de su… estilo de vida.

-Podemos no compartir sus métodos, pero sabemos que están sufriendo, y sólo buscan aliviarse. – habló Francisco – Además, también son hijos de AlAlion. Todo lo que hagan con sus vidas es secundario. Nos corresponde aconsejar y acompañar, pero nada más.

-Hummmm… entiendo.

Victoria ciertamente valoraba su labor, pero no podía sentirse más insatisfecha con su perspectiva. La veía, en realidad, como mera condescendencia, por más que se le hiciera más respetable que la franca crueldad de muchos fieles.

-Para ser honesta, nunca entendí cuál es el problema con lo que alguien haga en su intimidad – se sinceró - ¿Por qué eso, o tener relaciones con alguien de tu mismo sexo debería ser malo?

-Hay que especificar algunos conceptos. – replicó Francisco – La gente tiende a no dar por hecho que de la manera en que es una cosa se deriva también un “deber ser”. Pero así es. La naturaleza de cada ser tiene un orden, y lo bueno es lo que es conveniente a ese orden.

-¿Y en qué es eso diferente a una falacia naturalista? – preguntó Victoria – Los animales también se alimentan de sus propias heces.

-En ningún momento mencioné a los animales. No hablo de la “naturaleza” como ente general y abstracto. Estoy hablando de la naturaleza de cada cosa. El ser humano, como cada criatura en el universo, tiene por naturaleza una serie determinada de potencialidades, que pueden realizarse más o menos. Lo deseable es que se realicen lo más posible, puesto que, entienden los filósofos, el bien es equivalente al ser, y a mayor plenitud en este campo, mayor bien habrá.

-Bueno, si por esas vamos a ir, lo que ustedes denominan como “actos impuros” están dentro de las potencialidades humanas. Siguiendo su lógica, no deberían ser malos.

-Cierto es. Están entre nuestras potencialidades, pero implican una realización mucho más parcial y menos plena de la naturaleza del hombre. La sexualidad halla su plenitud en la unión abierta a la vida. A la procreación, que es su plena realización.

-Hummmmm… - reflexionó la chica – Hay algo que no termino de entender: según sé, ustedes no consideran como un mal moral el que una pareja tenga relaciones en períodos de infertilidad, pero sí el que emplee algún tipo de anticonceptivo. Me cuesta captar ese concepto.

-Te haré una pregunta. – continuó Francisco – Si yo dibujo un triángulo a mano en el asiento de un autobús en movimiento, y luego dibujo uno con un programa de computadora de gran precisión, ¿cuál de los dos es “más” un triángulo?

-Pues, creo que la respuesta es obvia. – contestó ella.

-Ese es el quid de la cuestión: el hombre, como el triángulo, puede ser más o menos lo que corresponde a su naturaleza. Y esto incluye a su sexualidad. Las relaciones sexuales, para estar completas, deben estar “abiertas” a la vida. Que esa vida se realice efectivamente es secundario. El que dos personas estériles tengan relaciones no hace que la esencia del acto se transforme, como sí lo hace el uso de un anticonceptivo, que mutila un aspecto elemental de la misma.

-Comprendo… pero, siendo sincera, se me hace una moral excesivamente restrictiva. No hay daño real para quien ejerce su sexualidad de un modo más libre.

-¿Estás segura? – replicó el párroco - ¿Cómo puede un hombre que nunca ha siquiera intentado controlar a sus propias pasiones, el imponerse sobre ellas cuando la pasión se presente?

-¿Qué quiere decir?

-Si un hombre no sabe ser casto, puedes irte olvidando de que le sea sencillo resistir la tentación de las mujeres cuando esté pasando por un mal momento con su esposa. O de que quisiera quiera intentarlo. – sentenció.

Victoria reflexionó al respecto. La verdad es que la idea tenía sentido.

-Y eso es, en realidad, lo de menos. Embarazos no deseados y abortos son también consecuencia directa de la falta de autocontrol en este sentido. Y, desde mi perspectiva, las más terribles. Es posible que una persona no tenga conciencia de que peca al consumir material erótico, con lo que no peca en absoluto. Pero lo que hace sigue siendo un pecado. Y esa transgresión al orden divino tiene consecuencias a menudo trágicas.

La joven no tardó en arquear una ceja, ante esa distinción tan sutil.

-¿A qué se refiere exactamente con que “no peca en absoluto”? ¿Acaso es posible violar las leyes de AlAlion sin despertar Su ira?

-Para que exista responsabilidad moral, es requerida conciencia de que se hace un mal. No sería justicia castigar a alguien que obra de buena fe. Pero el que alguien no sea consciente de que hace un mal, no significa que no lo esté haciendo, y todo mal tiene implicaciones. Un hombre de la primera mitad del siglo pasado era capaz de fumar varias decenas de cigarrillos al día, sin saber que se hacía daño. Las consecuencias existían de todos modos, pero no había responsabilidad moral.

Victoria volvió a reflexionar.

-Sí, supongo que usted tiene un punto. – concluyó – Pero entonces, ¿esto implica que uno puede errar moralmente sin caer en la condenación eterna, con la que tan a menudo en la historia del alionismo se ha amenazado a los fieles?

Francisco rio antes de continuar.

-La condenación es voluntad de los propios condenados. Nadie obligó a Samael a ser el rey de las tinieblas exteriores. Él eligió serlo, y lo mismo puede ocurrirnos a nosotros si perseveramos en nuestra maldad hasta nuestro último minuto. Como dijo un sabio una vez, quien no le dice al Altísimo “hágase Tu Voluntad”, acabará viendo como Él le replica con exactamente esas palabras.

-¿Pero cómo podría alguien elegir el dolor perpetuo? – inquirió Victoria.

-Es largo de explicar. Pero, en pocas palabras, la mente de un espíritu no es como la nuestra. Ellos no necesitan de lentos procesos de aprendizaje para conocer algo, sino que tienen acceso, simultáneamente y con toda plenitud, a todas las deducciones que su razón puede realizar. Es por eso que Leviatán y Beelzebub jamás van a arrepentirse: ellos sabían exactamente en lo que se metían, con mayor precisión de la que podrías imaginar, y lo aceptaron de todos modos. Con el que muere rechazando el bien, ocurrirá exactamente eso. El fuego que le queme será el de su propio odio, y la mayor de sus penas, el no acceder a la felicidad plena que su Padre le ofreció. Algo semejante a un desamor: odian a AlAlion, y al mismo tiempo lo desean más que a cualquier otra cosa.

“Interesante”, pensó la chica. Esa imagen de las tinieblas exteriores se le hacía mucho más coherente y atractiva que la tradicional caverna ardiente en que los condenados ruegan al Altísimo por una misericordia que ya nunca recibirán.

En realidad, y siguiendo a Francisco, la condenación se le hacía más aterradora de lo que podría haber pensado, incluso si era menos brutal. Un estado patético, en que el condenado ve reducida su humanidad a sus peores elementos. Un eterno desamor en que el odio se combina con un arrepentimiento que, sin embargo, nunca termina de realizarse; una cárcel cerrada por dentro en que el condenado es a la vez prisionero y verdugo, atormentándose a sí mismo con los recuerdos de lo que pudo ser, en lo que vanamente intenta convencerse de que no ha cometido ningún error.

-Cualquiera puede caer en esa eterna situación. – continuó Francisco – Por eso nuestra fe nos insiste tanto en orar por vivos y difuntos, a fin de que nadie sea abandonado en sus últimos momentos. Y tenemos el deber de hacerlo especialmente por aquellos que más requieren de la Bondad Divina.

-En verdad aprecio eso. – respondió Victoria – Es uno de los aspectos más nobles de la religión. Es una verdadera lástima que a menudo los fieles no le presten la atención que merece.

-Sí, sin duda. Pero no sólo los fieles. Te lo he dicho ya: en este mundo hay demasiado odio para añadir más. Ese es un error en que los más bienintencionados a menudo caen: el de, como diría Vasudeva, resistir al mal, pagando sus obras con la misma moneda.

Ella no tardó en percatarse de la indirecta que su amigo le estaba lanzando. Sin duda era un hombre astuto.

-Puede que tenga razón. Pero, para ser franca, creo que la evidencia avala la idea de que pocas cosas se han logrado en la historia a punta de paz y fraternidad.

-Podría discutirte esa idea. Pero voy a limitarme a señalarte que el amor no tiene por qué ser sinónimo de inoperancia. Se puede luchar, incluso violentamente, por amor o por odio. Lo primero, a menudo sale bien. Lo segundo, siempre acaba en tragedia. La única manera de detener la locura que estamos viviendo es que los contrarios aprendan a entenderse. Ambos bandos en esta discusión parecen creer que sus contrarios son casi demonios encarnados. Y eso los motiva al mal. Quiero decir, es fácil darse cuenta de por qué alguien que ve al Diablo en su adversario estaría dispuesto a tomar medidas para combatirlo que en otro contexto rechazaría como inmorales. Desde la violencia física hasta la desinformación, todas las formas de “juego sucio” en la política suelen justificarse con esta lógica. De modo que, si tuviera que aconsejar a alguien en posición de hablar a las masas, lo exhortaría a intentar entender a los que tiene en frente, a fin de poder llegar más fácilmente a persuadirlos de su error, y aprender lo que en ellos haya de verdad. Porque hasta Samael cree que AlAlion es Bueno. Por más que no esté dispuesto a obrar en consecuencia.

El resto de la tarde fue de conversaciones mucho más distendidas, en que rieron con las anécdotas que cada uno contaba. Victoria pronto se ganó la amistad de todos los presentes, que convinieron en que podía hacer acto de presencia en la parroquia cuando le viniera en gana.

Antes de que anocheciera, Francisco la acompañó de regreso a la parada de su autobús. En el camino, le agradeció por su visita, y una vez más le insistió en que intentara ver la vida con menos prejuicios.

-Podrías llevarte una sorpresa. – le dijo, en lo que ella abordaba el vehículo, y lo saludaba con la mano.

Aún pensaba en todo lo que él le había dicho cuándo, de improviso, su celular le informó de que había recibido un nuevo mensaje privado en sus redes sociales. Pensó en mantenerse al margen de esa toxicidad, pero eventualmente la curiosidad le pudo.

Al abrir la notificación, se sorprendió al ver que quien le había escrito era nada menos que aquella chica a la que tantos problemas le había traído recientemente.

Esperando creativos insultos, abrió el chat, sólo para llevarse una sorpresa.

“Hola. Hay algo de lo que me gustaría que hablemos. Si quieres, podemos reunirnos mañana frente a la plaza principal. No te preocupes, no quiero hacer ninguna estupidez”.

Dudó durante varios segundos acerca de qué responder. Se dispuso a ignorarla, cuando el discurso del sacerdote volvió a su memoria. “Podrías llevarte una sorpresa”, le había dicho. Y tal vez, esa sorpresa sería más grata de lo que podría suponer. 

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