sábado, 15 de marzo de 2025

La Corte de AlAlion, capítulo 6: La primera grieta

La primera grieta

El día estaba nublado, y el Sol apenas había sido visible durante unos minutos por la mañana. Cosa que, en realidad, contribuía a la tensión en los corazones de Victoria y, sobre todo, de Alma.

La primera, se preguntaba cuál podría ser la circunstancia que había orillado a su rival a organizar tan peculiar reunión y, en realidad, estaba mentalmente preparada para que, en el peor de los casos, ella intentara humillarla en vivo obteniendo información delicada de su persona por medio de una grabación de audio. Motivo por el cual, en realidad, iba preparada para una batalla dialéctica en qué lograr que a la muchacha le saliera el tiro por la culata.

Alma, por su parte, estaba nerviosa en lo que su padre la llevaba al café en que debería reunirse con ella. A fin de no levantar sospechas, le había dicho que iba a encontrarse con una amiga del partido, para discutir cuestiones de importancia en torno a él.

Sus nervios derivaban no tanto del hecho de que, según había resuelto, iba a hablar con Victoria de asuntos sensibles del pasado de ella, como de que, en realidad, no sabía en qué podía terminar la conversación. Su plan era intentar comprenderla, saber cuáles eran sus errores y aciertos en lo que a la realidad política de su país se refería. Por lo cual ella también estaba lista para el debate, movida en parte por el deseo de reivindicarse de cara a la joven, un infantil anhelo por la revancha, que a su psique adulta le provocaba cierta vergüenza.

Doblando una esquina, divisó el bar en que debía darse su reunión. Y allí, sentada frente a la vidriera que posibilitaba ver el interior del edificio, se encontraba su adversaria.

Alma le agradeció a su padre el gesto, en lo que se quitaba el cinturón de seguridad y abría la puerta del vehículo para salir. En cuanto el hombre se estaba alejando del sitio, ella se dirigió hacia el interior del bar, donde Victoria, evidentemente, no tardó en reconocerla, puesto que se puso de pie para saludarla extendiéndole la mano, con una sonrisa que no podía parecer más falsa.

Ambas se sentaron, y pronto comenzó la conversación.

-Así que… ¿cuál era tu plan para esta reunión? – le preguntó ella, con amabilidad, pero también con una cierta brusquedad que evidenciaba escepticismo.

Alma le dedicó una mirada entre arrogante y crítica, antes de contestar.

-Sólo conversar. Te seré sincera: me diste buenos puntos en nuestro… “debate”, y me interesa saber qué tienes para decir. Estuve escuchando algunas de tus entrevistas, y por lo que veo eres una persona culta, con la que empecé con el pie izquierdo.

-Hummmmm… entiendo. – replicó Victoria, todavía sospechando que habría algún grado de deshonestidad en las intenciones de su interlocutora – Pero no me queda claro qué quieres lograr con esto. Quiero decir, pasaste mucho tiempo siendo implacable con tus rivales. ¿Por qué cambiar ahora?

La joven Sáez bajó la mirada, suspirando. Barajó multiplicidad de posibles excusas antes de contestarle, hasta que finalmente se dio cuenta de que lo más sensato era, sencillamente, decirle la verdad.

-Supe lo de tu amiga. En verdad lo siento, y… quiero asegurarme de no estarme equivocando con mi… actividad política. Es sólo eso.

El rostro de Victoria cambió de un momento a otro. Definitivamente no esperaba ese grado de sensibilidad de su parte. Sin embargo, era aún muy pronto para bajar la guardia del todo, así que, tras pensar durante algunos segundos cuál sería su respuesta, continuó.

-Bueno, gracias, supongo. Sí, la verdad es que creo que tu activismo ha hecho más mal que bien. Y bueno… en verdad aprecio que te molestes en saber cuáles son mis críticas. Ojalá más gente en tu sector lo hiciera.

Alma pareció ponerse a la defensiva.

-Creo que puedo decir lo mismo del tuyo, en realidad. Ese es un vicio humano, no de los conservadores.

-Desde luego. – agregó Victoria – Así que… creo que esta es una buena oportunidad para lograr un acercamiento, ¿no lo crees?

-Sí, por algo estamos aquí. – replicó ella – Así que te propongo algo: yo te explicaré mi visión sobre el progresismo y los problemas que noto en él, y tú me corregirás en lo que creas pertinente. Luego, será tu turno, y repetiremos el proceso.

Ambas convinieron en que era un buen plan, con lo que pronto el debate comenzó.

-Bien, en primer lugar, diré que no tengo nada en contra de los homosexuales. Soy liberal, y creo que las personas tienen derecho a vivir conforme a sus propios valores, por más que yo no coincida con ellos. El problema empieza cuando intentan imponer al resto de la sociedad un determinado modo de ver la vida. Soy alionista. Creo que ciertas prácticas son pecados, y hoy en día, si me atrevo a decirlo públicamente, puedo, y de hecho he, acabado escrachada por el “sindicato LGBT” de Internet. Desde luego la discriminación por orientación sexual o género es mala, pero eso no es excusa para acallar las voces disidentes. – explicó Alma.

-Bien, en eso estamos todos de acuerdo. El problema es que, en la práctica, esas comunidades sufren de una violencia considerable. Créeme que sé bien de estas cosas, porque me muevo en esa clase de círculos desde que era una adolescente. Sé de gente, y no poca, que evita ir al médico por temor a ser juzgada o agredida. Especialmente entre personas trans.

No digo que esté de acuerdo con el grado de prepotencia de algunos activistas LGBT. Pero hay que entender que hablamos de personas con historias muy duras a sus espaldas. Son gente sin piel: se las toca, y saltan.

Además, te diré la verdad: ustedes hablan mucho de que no tienen nada en contra de los homosexuales, pero al mismo tiempo los acusan crónicamente de aspirar a una legalización del bestialismo, o de las relaciones con niños. Es inevitable que estas personas los vean como enemigos, especialmente siendo que muchos en tu sector lo hacen a punta de exageraciones, o simples mentiras.

Alma reflexionó. En realidad, ella tenía razón. No era pecado suyo, pero sabía bien que el mismo Cecilio se había encargado, en años anteriores, de difundir rumores infundados sobre este asunto. Cosa por la que, ahora mismo, no podía evitar ruborizarse.

Hasta este momento, lo había excusado apelando, simple y llanamente, al maquiavelismo. Después de todo, en la guerra a menudo es requerido cometer ciertos actos que no son del todo éticos, y era imprescindible, para frenar a los izquierdistas, desacreditarlos por los medios que fuera requerido.

Pero ahora, estando cara a cara con las consecuencias de tal proceder, no podía evitar replantearse el mal cometido.

-Sí, es verdad que cierta gente inventa cosas. Es algo que, para serte sincera, me irrita un poco… - respondió Alma.

No mentía. Como lesbiana encubierta que era, no podía sentirse más que inquieta con este tipo de cosas. Y estaba cada día más cansada de ocultarlo, aún si no tenía la suficiente valentía para dar marcha atrás.

-Eso me alegra. Pero ambas sabemos que a este tipo de cosas las han hecho personas con las que colaboras. Siendo franca, yo en tu lugar haría algo al respecto. Mi amiga, y seguramente muchas personas más, han muerto por el rechazo que viven, y no es justo que sea así.

Alma suspiró antes de contestar.

-Sí, y creo que voy a empezar a ser más crítica con ese enfoque. Estuve escuchando tus entrevistas, y en algún momento comentaste algo sobre las personas trans y el desempleo. Eso me hizo pensar mucho. Los liberales a menudo tendemos a ver a las ayudas de este tipo como una forma de privilegio. Valoramos mucho la igualdad ante la ley, pero… me pregunto hasta qué punto vale la pena ser “puristas” con este asunto.

-Tengo un amigo sacerdote, y él siempre dice que la igualdad ante la ley, sin atender a las circunstancias particulares, no es igualdad en absoluto. Es como ofrecer una cirugía a alguien que no está enfermo. El fundamento de la igualdad es la igual dignidad de todos, cosa contra la que se atenta al no obrar conforme a ello. – replicó Victoria. A decir verdad, a su visión no le faltaba sentido – Por eso es que no veo problemas reales en cosas como cupos de género, en la medida en que sean realmente necesarios para superar ciertas problemáticas sociales. Las personas trans tienen tasas de desempleo de hasta el 80%, y muchas de ellas viven de la prostitución. Creo que es obvio a simple vista que medidas especiales están justificadas.

A decir verdad, Alma no tenía demasiado que replicar. Su encuentro con Victoria estaba siendo el catalizador de que en su interior brotaran multitud de cuestionamientos que, a lo largo de los años, se las había ingeniado para, sencillamente ignorar.

-Mencionaste los cupos de género. Puedo entender que los apoyes en un caso como el de tu amiga, pero, ¿por qué lo haces también en el caso de las mujeres?

-Pues, es sabido que, en muchos trabajos, las mujeres tienen ciertas desventajas. Hay estudios en que se encontró que es considerablemente más probable que una universidad contrate a una mujer que a un hombre, y por un mayor salario. Siete de cada diez personas en la pobreza son mujeres.

-Y el 80% de personas sin hogar son hombres. No me malentiendas: el problema que presentas sin duda es real, pero no es justificable enfocarnos en el primero, en lugar de atender también al segundo. Ese ha sido uno de los grandes pecados del feminismo. Los hombres se suicidan el doble de veces que las mujeres y reciben penas hasta seis veces más largas por los mismos delitos. Es injusto que la mayoría de la gente ni siquiera sospeche de la existencia de todos estos problemas.

Victoria no pudo evitar sonreír. Por primera vez, se daba cuenta de que, incluso en aquél demoniaco pozo moral que ella creía ver en el conservadurismo de Álzaga, había cierto grado de preocupación legítima por las circunstancias sociales de personas desfavorecidas. Ella misma, en realidad, desconocía dos de los datos que su adversaria estaba citando.

-Además, aunque no cuestiono las buenas intenciones de las feministas a la hora de intentar combatir la violencia contras las mujeres. Pero al prestar exclusiva atención a sus propios problemas, ignoran el hecho de que un quinto de las relaciones violentas de pareja, tienen como victimaria a una mujer. Parece poco, pero hablamos de más del 20% del total, y no creo que sea justo negarles a esos hombres las ayudas que necesitan.

-Hummmmmm… interesante. ¿Y qué opinas del concepto de “patriarcado”? – preguntó Victoria.

-No lo comparto en absoluto. Creo que es un tanto absurdo presentar a las mujeres como víctimas exclusivas de las relaciones entre los géneros. Los hombres, históricamente, se han visto forzados a luchar en guerras, han quedado en un terreno totalmente secundario a la hora de recibir ayuda humanitaria, y han desarrollado un grado de represión emocional y presiones sociales que hacen que sus tasas de suicidio sean, como bien señalé, el doble de grandes que las nuestras.

La charla fue de lo más fructífera. Victoria complementaba sus propios saberes con los de Alma, y viceversa. Y, aunque no hubiesen podido sospecharlo antes de llegar, comenzaban a desarrollar cierto respeto mutuo, tanto intelectual como, para su sorpresa, moral.

Victoria era una activista comprometida, que ponía su colosal potencia intelectual al servicio de un mundo más justo. Alma, por su parte, era absolutamente brillante cuando no debía someterse a un relato político predeterminado, y se permitía pensar fuera de la caja.

-Entonces, ¿te opones a que los hombres repriman sus emociones, Alma?

-No del todo. Está claro que debemos tratarlos con más humanidad, pero también es requerido que tanto hombres como mujeres adquieran cierto estoicismo. El control sobre las propias emociones es vital para la vida virtuosa, dicen los filósofos.

-Hay algo que no entiendo. – le confesó, por fin, Victoria – Tus ideas son bastante progresistas en muchos aspectos. ¿Qué te lleva, entonces, a estar en el partido en el que estás?

-Es el único espacio que considero, al menos en gran parte, rescatable. – contestó ella – Como activista, tengo acceso a mucha información sobre lo que ocurre en otros espacios. Créeme que el mío es de los que menos sucios están. Además, como bien sabes, soy liberal. Y nadie es perfecto.

Victoria asintió, en lo que revisaba su reloj. Era hora de irse, pero deseaba continuar la conversación. Así que, sin perder tiempo, ambas intercambiaron números de teléfono y se fueron.

En el autobús camino a casa, a Victoria le surgió una pregunta que, por algún motivo, no se había atrevido a plantear antes. Así que, curiosa, tomó su celular, y le escribió a su nueva amiga.

-Hola. Nuestra charla me encantó. Eres una chica inteligente, y definitivamente te subestimé. Pero hay una duda que me quedó desde nuestro “encontronazo”: ¿Por qué apoyas las terapias de conversión?

Alma no respondió. Sentada en el asiento del acompañante del auto de su padre, la verdad era que no tenía una respuesta satisfactoria al respecto. Todo lo que podía decirle iba a ser invariablemente una mentira.

Apagó la pantalla de su teléfono, y miró por la ventana. Aún con este pequeño traspié, ella era una chica genial. Definitivamente, las cosas acababan de cambiar para ambas. Y, en realidad, le asustaba imaginar cuáles podrían ser las consecuencias. 

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