Enemigas íntimas
Tras el primer encuentro entre
Victoria y Alma, vinieron muchos más, tanto presenciales como virtuales.
Regularmente, concertaban llamadas para informarse acerca de su día a día, e
incluso cuando, ocasionalmente, les tocaba debatir entre sí a través de redes
sociales, lo hacían en un tono tan amistoso que a los miembros de los círculos
de cada una de ellas se les hacía extraño.
Sabiendo de las reacciones que
podría propiciar el hacer pública su nueva amistad, habían preferido mantener
las cosas en una relativa privacidad. La única persona, aparte de su madre, a
quien Victoria había confesado su secreto era, curiosamente, el Padre
Francisco, quien no podía sentirse más satisfecho con que ella ampliara sus
miras.
-Te
dije que ibas a llevarte una sorpresa. – le dijo él, en una ocasión. Y vaya que
razón no le faltaba.
Alma tal vez no dominaba asuntos
filosóficos con la maestría con que ella lo hacía, pero vaya que era brillante
a su modo, y a menudo, en las discusiones más privadas que sostenían, la ponía
contra las cuerdas con su profundo conocimiento de la política local e
internacional.
En una ocasión, incluso, la
había derrotado completamente, cuando tocó hablar sobre la importancia de las
instituciones internacionales, y el peligro de un sistema estatal global.
-Bastaría
con un poco de mala suerte para que un régimen totalitario se apoderara del mundo
entero. Un riesgo demasiado grande, por más que la existencia de Estados nación
implique guerras y cierta falta de coordinación entre países. – argumentó ella.
Con el paso de los días, sus
conversaciones se volvieron progresivamente más profundas. Alma persuadió a
Victoria de las ventajas del conservadurismo frente al progresismo,
explicándole la relevancia que éste otorga a los cambios graduales, y la
prudencia a la hora de acoger transformaciones sociales. Victoria, por su
parte, le enseñó lo que sabía sobre cuestiones de género y sexualidad,
forzándola a cambiar su perspectiva sobre la tan afamada “ideología de género”
que, en su día, había sido fuente de discordia entre ambas.
-El
problema con ese concepto es que agrupa, de manera totalmente gratuita,
perspectivas radicalmente diferentes sobre este tema, bajo una etiqueta que no
les hace justicia. Algunos progresistas ven al género como un conjunto de roles
sociales, separados del sexo biológico; otros, ven al sexo mismo como una forma
de género, y hay un tercer grupo que simplemente cree que las personas trans
deben ser tratadas como hombres y mujeres según el caso, por más que no lo sean
realmente. Ahora te pregunto: ¿qué es, exactamente, lo que una a esas tres
visiones del tema? ¿Qué usen la palabra “género”?
-Pues,
cuando hablamos de “ideología de género” nos referimos específicamente a la
negación de lo que el dato biológico nos dice sobre la sexualidad. – intentó
defenderse Alma.
-Es
que nadie está realizando tal negación. La teoría queer no es anticientífica,
sino supracientífica: cuestiona las categorías conceptuales que fundamentan a
la ciencia. Para ellos, no es que la imaginación defina a que sexo
pertenecemos, sino justo lo contrario, y por eso mismo no es legítimo dar por
objetivo el concepto de “sexo”. En pocas palabras, hay tantas diferencias entre
dos mujeres individuales, a nivel hasta subatómico, que resulta arbitrario
agruparlas bajo un mismo término.
-Bueno,
creo que es obvio que, a pesar de sus diferencias, conservan similaridades.
-Esa
es precisamente la cuestión: el nominalismo, del que te hablé en nuestro primer
encuentro, niega que las cosas agrupadas bajo un mismo concepto tengan
cualquier cosa en común. A nosotros nos parece que las tienen porque somos
incapaces de apreciar lo radicalmente diferentes que son entre sí. Pero eso no
nos exime, dirían los pensadores queer, de reconocer que nuestros conceptos son
meras arbitrariedades.
Otro tema habitual en sus
charlas era el de la religión, uno en que, ciertamente, las dos tenían mucho
que decir.
-¿Por
qué no crees que AlAlion exista? – le preguntó Alma a Victoria, en una ocasión.
-Porque
no veo razones suficientes para hacerlo. No tengo una particular animadversión
por Él. Simplemente no está en mi radar, por así decirlo. – explicó Victoria –
Además, ciertos elementos del alionismo se me hacen muy mitológicos. La figura
de Asherah, por ejemplo.
-Sí,
reconozco que la idea de una Mujer en el cielo que creó el universo en seis
días es contraintuitiva. Pero, en realidad, eso no significa nada. Sabemos, por
medios empíricos y comprobables, que en el universo ocurren multitud de cosas
contraintuitivas. Que una partícula pueda estar en más de un lugar a la vez,
por ejemplo.
-Entiendo
eso, pero cuando una idea es contraintuitiva, lo más sensato es no darla por
plausible hasta que se demuestre lo contrario. Ya sabes, la explicación más
simple suele ser la correcta.
Alma no era la única persona con
la que Victoria tocaba esta cuestión, en concreto. También con el Padre
Francisco, a través de mensajes de texto, sostenía este tipo de debates, con
resultados a menudo más interesantes.
-¿Y
cómo puede demostrarse la existencia de una sustancia inmaterial, externa a la naturaleza?
– le preguntó en una ocasión.
-A
través de las implicaciones lógicas de la propia naturaleza. – replicó él.
-¿Tiene
algún ejemplo?
-Pues,
uno bastante interesante tiene que ver con la complejidad de los objetos que
observamos. Todo cuanto hay en la realidad material tiene partes. Es decir, se fundamenta
en elementos más simples. Esto exige que, en algún momento, tenga que existir
una realidad carente de composición que fundamente a todas las demás. Todo
cuanto existe es una expresión de su ser, de lo que deducimos que es, en algún
sentido, racional, ya que no tenemos una mejor manera de explicar el orden en
la Creación. Quiero decir, este ser podría haberse expresado a sí mismo en
infinidad de modos que no permitirían la existencia de vida, o de estructuras
complejas en absoluto. Pero no lo hizo. Cosa que apunta fuertemente a cierta deliberación.
El argumento tenía sentido, y
tuvo que analizarlo durante varios minutos antes de ofrecer una respuesta.
-¿Y
cómo podría ser posible que una sustancia simple sea capaz de pensar? – objetó –
Los pensamientos tienen partes. No parece posible que una sustancia sin ninguna
composición pueda tenerlos.
-Eso
sólo si asumes que su intelecto es en todo igual al nuestro. Hablamos de una
entidad de la que toda la complejidad de la naturaleza es una expresión, pero
que no es ninguno de los entes que ha creado. Él es, simplemente, “algo” que
puede expresarse como todos ellos, sin equipararse propiamente con ninguno.
Como una bola de plastilina que puede adquirir multitud de formas.
Este tipo de interacciones pronto
comenzaron a hacer meya en la incredulidad de Victoria. Por primera vez en
mucho tiempo, se replanteaba la posibilidad de que el Ser Supremo existiese en
verdad.
Con el paso de las semanas, sus
conversaciones con Francisco la llevaron a reflexiones cada vez más profundas
sobre la Deidad. En una ocasión, le preguntó sobre por qué AlAlion, siendo
Omnipotente, permitía el grado de maldad que a menudo se observa en todos los
mundos. Él respondió con una pregunta:
-¿Te
gusta el cine?
-Sí,
como a mucha gente. – respondió ella.
-Entonces,
habrás notado que, en todas ellas, las desgracias que viven los protagonistas
están pensadas para embellecer el final de la obra. Sin llantos, la alegría del
triunfo sería vana. El dolor nos hace crecer, y nos permite sacar lo mejor de
nosotros. Cierto, en esta Tierra hay muchísimo dolor, pero imagina lo grande que
ha de ser lo que Él nos ha preparado, para que considere que vale la pena.
La más clásica de las teodiceas,
en verdad. Pero también la más persuasiva, aunque a nosotros pueda costarnos el
ver hasta qué punto.
Alma, por su parte, experimentaba
una peculiar mezcla de sentimientos a medida que aprendía, de Victoria, sobre
las personas con su propia condición.
Por un lado, el placer de
entenderse un poco más a sí misma, y de verse, poco a poco, más como una de las
numerosas expresiones de la realidad humana, y menos como un monstruo anormal y
depravado. Pero, al mismo tiempo, sus sentimientos hacia ella mutaban, de la mera
admiración a un culposo enamoramiento.
En una ocasión, Victoria la
confrontó tras una de sus conferencias, en que una vez más, alguien le preguntó
sobre la posibilidad de “tratar” la homosexualidad.
-Ya
hemos hablado de eso, Alma: no hay evidencia real de que estas cosas sean
útiles. Sabes bien que incluso hay gente que ha renunciado a ese mundo tras
confesar que su transformación había sido un acto de mero autoengaño. No tienes
derecho a mentirle a la gente.
Para su fortuna, estaban
hablando por mensaje de texto en ese momento. Caso contrario, ella no habría
podido ocultar su angustia, que pronto se expresó en forma de lágrimas.
No respondió a sus llamadas
durante un par de días. Hasta que eventualmente, finalmente decidió volver a
hablar con su amiga, y la invitó a reunirse en una plaza por la tarde.
-Hay
algo que quiero confesarte. No sé por qué, pero necesito decírselo a alguien. Llevo
años lidiando con esto, y no puedo más.
-Sea
lo que sea, puedes confiar en mí. Juro que ni una palabra al respecto va a
salir de mi boca.
Y con esas palabras, Victoria fue
testigo de cómo los ojos de Alma se llenaban de lágrimas, antes de echar, por
fin, un poco de luz sobre ese secreto que llevaba tantísimo tiempo guardando. Ella
no pudo hacer más que abrazarla, y prometerle que todo estaría bien. Que no iba
a dejarla sola, y que podía contar con su amistad sin importar lo que pasara.
Cuando, por fin, le dijo que la
veía como más que una simple amiga, Victoria se quedó en shock, para luego
negar cortésmente que compartiera sus sentimientos.
-Podré
estar metida en sus círculos, pero no soy una de ustedes. Sólo intento, desde afuera,
ayudar a que se entiendan un poco mejor.
Vaya que a Victoria le fue
difícil, tras la revelación, tolerar el hecho de que Alma no tuviera el valor
de contrariar a sus dirigentes partidarios cuando la ocasión lo ameritaba.
Lo que percibía como “cobardía”
se le hacía inaceptable, pero al mismo tiempo, no estaba dispuesta a sacarla
del armario a la fuerza, o a presionarla en ese sentido. Sabía bien cómo era la
familia de ella, y que le aterraba la posibilidad de volver una vez más a esa
clínica.
Pero no pudo más cuando, poco
tiempo después, Alma participó en un mitin en que, sobrecogida por las palabras
de Álzaga, acabó por intentar contradecirlo.
-Los
que peleamos esta guerra, sabemos que estamos ante una lucha del bien contra el
mal, y que las fuerzas del Altísimo están con nosotros. Los hijos de la oscuridad
nos combaten a base de mentiras y razonamientos falaces, con que pretenden
extirpar a la gente de su sentido crítico. A estas ratas hay que aplastarlas
con la fuerza de la razón, a fin de frustrar los planes de Samael.
Alma escuchaba atentamente desde
la primera fila, cuando, por fin, sus dudas y conflictos internos acabaron por
germinar.
Esperó a que él terminara de
hablar, y alzó la mano para hacer un breve comentario.
-Puedo
estar de acuerdo en que estamos luchando contra el mal, pero eso no implica que
debamos creer que nuestros adversarios son, en sí mismos, malvados. Estoy
segura de que mucha gente entre ellos intenta hacer de este mundo un lugar
mejor, con mayor o menor acierto. – dijo, en lo que las caras de las personas a
su alrededor mostraban muecas de desaprobación.
-Alma,
lo que dices es muy bonito, pero esta gente está masacrando bebés, y
promoviendo el adoctrinamiento en las escuelas. – habló Cecilio – Tus intenciones
son nobles, pero no olvides que el Leviatán siempre se presenta como un amigo,
ocultando su veneno. Tenemos el deber de pisar la cabeza de esa serpiente, y devolver
la libertad a la sociedad en que vivimos. ¡Y así lo haremos!
Y con esas palabras, la muchedumbre
estalló en aplausos, y vítores al responsable de que ella tuviera todo lo que
tanto valoraba en su vida. La idea de ir en su contra le desagradaba, y no
tanto por el hecho de que lo apreciaba y admiraba, sino, ante todo, porque
estaba consciente de cuáles podrían ser las consecuencias de contravenir sus
indicaciones, que no se hicieron esperar.
Pocas horas más tarde, cuando la
prensa y los internautas se hicieron eco del hecho, fue testigo de cómo numerosas
personas cuestionaban su compromiso, y la trataban como si, de algún modo, estuviera
“infectada” por el virus que había jurado combatir.
Apagó, una vez más, la pantalla
de su teléfono, y se sentó en su cama, preguntándose si, acaso, realmente había
alguna posibilidad de que el conflicto ideológico y religioso en que su patria,
en parte por su propia responsabilidad, había caído, pudiera ser revertido. Parecía
difícil. Y, en realidad, ahora se daba cuenta de que su poder, incluso como
referente, era más limitado de lo que había imaginado.
Tal vez, en realidad, había
llegado a ser una joven promesa del partido no tanto por sus cualidades – que sin
duda las tenía – como por su obsecuencia. Recordó, entonces, las palabras del
Mensajero de AlAlion, que quedaron registradas en los textos que narraban su
vida.
“El más oscuro sitio del
Infierno corresponde a los que callan cuando la crisis moral exige su
intervención. Repito: los cobardes no heredarán la vida”.
Era momento de tomar una
decisión. Y tal vez, con la ayuda de su Padre, sabría qué camino escoger.
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