Capítulo III
Bienvenidos a Nexhazar
Capítulo III
Bienvenidos a Nexhazar
El
Infierno no arde. Y aunque no soy lo bastante estúpido para desearlo, confieso
que eso tal vez sería más interesante que lo que realmente ocurre en él.
Zumbidos de oficinas, el olor de los puestos de comida callejera, tinta vieja…
sí, qué aburrido. Más que a azufre, huele a burocracia. Bienvenidos a Nexhazar,
mi hogar. O algo así.
Mi
nombre es Zerr, y mi apariencia traiciona sin avergonzarse a mi psique, más
humana de lo que cualquiera pudiera pensar al verme. Soy un humanoide de piel
espejada, sin rostro y con una voz que suena a la de un poeta de segunda mano
haciendo gárgaras. No sé por qué estoy aquí, como casi todos nosotros, pero
tampoco me obsesiona saberlo.
Sin
embargo, debo haber sido, sin duda, una persona nefasta. O al menos, eso
deduzco de mi particular sentido del humor. A menudo, me acerco a la estación
central para ser testigo de la confusión, desnudez y miedo de los recién
llegados. En ocasiones lloran, a menudo a los gritos, si es que son lo
suficientemente jóvenes. Otros, se registran de manera voluntaria. En cualquier
caso, nuestro destino no podría ser más irónico, siendo que, aunque nadie sabe
por qué está allí, todos aceptan que algo habrán hecho para merecerlo.
Pero
ese día, uno de los novatos tenía un brillo especial. No se imagine el lector
un aura luminosa en torno a su cuerpo, o algo por el estilo. No es necesario
tener algo así para llamar mi atención. Los siglos de condenación, después de
todo, me han concedido la capacidad de discernir casi en automático quién de
los que por aquí aparecen está todavía vivo, o en proceso de morir. Y este sin
duda tenía ese algo, tan difícil de definir, y a la vez tan evidente.
Su
aspecto era el de un ratón de biblioteca con más saberes de lo que le era
conveniente, y portaba vestimentas que ciertamente no cuadraban con las de una
noche sin fin, con un cielo negro y sin estrellas ni satélites, como lo era el
de nuestro frío Infierno. Su aroma era, también, peculiar. Mi sexto sentido reconocía
a la perfección aquella aura intensa, difícil de soportar, por humana, para mí.
-¿Dónde estoy? – preguntó, levantándose del suelo,
en lo que su mente, poco a poco, reconstruía las memorias de su pasado más
cercano.
Si
hubiera tenido boca, habría sonreído. Esto sería, sin lugar a dudas, muy
divertido.
Nexhazar,
después de todo, no se rige por la lógica, sino por el papeleo. Disimulando mi
mala intención, lo recibí en el Averno, y decidí llevarlo de inmediato a la
Oficina de Registro.
O
bueno, así se llama ese edificio polvoriento y a medio caer en que, como
debería ser obvio, se registran los recién llegados.
Al
arribar, nos recibió una larga fila, y en lo que esperábamos, noté que mi
ahijado poco a poco recobraba las memorias que le revelarían por qué estaba
donde estaba. Me dijo que venía en busca de su novia muerta, cosa que, en
realidad, se me hizo por demás hilarante. Buscar a una chica fallecida en el
Infierno… vaya, es como buscar una aguja en un pajar de varios años luz de
diámetro.
Cuando,
por fin, llegó su turno, nos tocó pasar a una pequeña sala, en que una criatura
de dos cabezas, ocho brazos y cuatro piernas le entregó un formulario con
varias opciones a escoger, además de un bolígrafo viviente, de esos que sangran
tinta al presionarlos contra el papel. Allí, se escogería el destino de mi
pseudo amigo Emker. Tenía que escoger entre una variedad de “vocaciones
infernales”.
Recolector
de almas, traficante de sueños, mercader de instrumentos de tortura… no, no lo
veía en ese tipo de labores. Y él, por lo visto, tampoco. Cansado de su
dubitación, en lo que él continuaba exigiéndome más detalles de lo que
implicaba cada profesión, le sugerí, por fin, la de “emprendedor autónomo”. No
sonaba tan mal, si bien era, probablemente, la peor. De nuevo, sólo mi cara sin
rasgos impidió que se notara mi sentido del humor.
Sí,
así de aburrida es la llegada al Inframundo. No hay un barquero al que se le
paga con una moneda, o un viejo rey que sentencia a las almas y les indica su
destino. Ellas mismas lo eligen. Así es como todos empezamos. Una elección de
mierda, y una pluma con demasiadas patas.
Una
vez escogida su particular tortura (una que, de todos modos, no iba a tener
dificultades para evadir, siempre que no se encontrara de frente con los
Vigilantes), lo llevé a dar un paseo por la ciudad. Un lugar que, para un
mortal, seguramente resultaba extraño.
Avenidas
en espiral, con una geometría que a menudo traiciona a la imaginación humana,
por trascender las reglas de Euclides. Tabernas en que sólo se ofrecen
variedades de drogas cuya función es limitar la actividad de nuestro cuerpo
sutil, permitiéndonos acceder al conocimiento de mundos lejanos y, a menudo,
molestar un poco a los vivos. Y, tal vez, lo más patético de todo: periódicos
que, por el tamaño de la ciudad y las limitaciones en el transporte de
noticias, se limitan a anunciar con mucho retraso los eventos de barrios
lejanos.
El
sistema legal es un chiste. Los jueces compran el cargo a los Vigilantes,
aquella suerte de demonios lampiños y de impecables trajes negros, y tienen que
renovar su contrato regularmente. Y los encargados de hacer cumplir la ley son
los mafiosos. Mi jefa, la señora Conly, entre ellos.
Oh,
Joann Conly… una empresaria modelo. Orden, elegancia y extorsión con clase,
nadie en este pozo de heces tiene la misma gracia a la hora de hacer
desaparecer a un rival. No se ha visto tanta habilidad para la sinvergüenzura
desde el golpe de Estado del 2033 desde la Creación del mundo, cuando Iblis
derrocó a Mictlantecutli, y lo exilió bajo la acusación de no pagar salarios
justos a su propia guardia pretoriana.
Y
con ella, habitualmente, su “hija adoptiva”, de pocas palabras y frío mirar,
que sin embargo es, para los humanos, siempre hermosa y atrayente, si es que
uno está dispuesto a no prestar atención a su capacidad de matar a los
inmortales con su sola mirada.
Preguntándome
cómo podría salir mi divertido experimento, llevé a mi novato ante ellas. No
fue una decisión altruista, a decir verdad – líbreme de ello Dios, o quien sea
que esté a cargo -. Era una cuestión de entretenimiento. Mi plan era
conseguirle un trabajo como recadero para la mafia, pero evidentemente, quien
sea que lo trajo hasta aquí tenía otros planes.
Apenas
lo vio llegar, Conly se puso de pie para recibirlo, un gesto que me sorprendió
incluso a mí.
-Usted debe ser Emker Phveeka. – dijo – Aneu me informó
que debía esperarte. Cuéntame, ¿qué haces aquí?
-¿De dónde conoce a Aneu? Me dijo que la buscara al
llegar, ahora que lo recuerdo. – comentó él. Mala suerte para mí, pues tuve que
ser testigo de su larga conversación.
Ella
había llegado al Infierno como cualquier otra condenada, y en un principio se
había dedicado a la prostitución. Un negocio que pronto abandonó, temiendo una
enfermedad venérea que la haría sufrir sin nunca matarla.
Una
noche, poco antes de unirse a una pandilla, la criatura a la que se referían
como “Aneu” se le manifestó en sueños, ofreciéndole un futuro mejor a cambio de
seguir sus instrucciones. Ella, evidentemente, accedió, y fue su mejor cliente
durante los siguientes años y décadas.
En
medio de la charla, surgieron, en la mente de la dama, preguntas sobre el Otro
Lado. Emker la impresionó con su enciclopédico conocimiento de la historia y
literatura de su mundo, que aparentemente, era también el de Conly antes de
llegar aquí. E impresionada por su sapiencia, finalmente decidió reclutarlo
para una labor más honorable, y mejor paga: la de su erudito personal, quien le
ayudaría en su labor de coleccionar objetos mágicos y tecnologías que lo
parecían, dispersos a lo largo y ancho del Inframundo.
De
una manera algo confusa, acabaron hablando sobre religión, y el nombre de
AlAlion se hizo presente. Él, el Dios Supremo, también llamado Ein Sof,
la Triple Mónada y Yahveh, aparentemente se había manifestado ante los mortales
de la Tierra en algún punto del pasado, y originado un culto religioso enfocado
en Él mismo y, también, en una figura a la que se referían con Asherah o,
simplemente, “Dios”.
La
conversación se hubiese vuelto todavía más insoportablemente larga de no ser
por la llegada de Trysa, la chica a la que Conly veía como su hija. Prostituta
de oficio también, la había rescatado de un burdel, y tomado como su protegida.
No me sorprende, a decir verdad. Es raro, en estas tierras, ver llegar a
alguien que es todavía un adolescente.
La
chica no estaba, en un principio, satisfecha con él.
-No creo que necesitemos otro erudito.
– se quejó.
-No te estaba haciendo una pregunta. – replicó, con
un tono frío e impositivo, a la vez que extrañamente amable, su “madre”.
Disgustada,
la chica nos llevó hacia la planta superior del edificio, en que dormía y
descansaba junto a mí, una masa grisácea, con múltiples ojos y tentaculada
llamada Karn, y una criatura de baja estatura, lampiña, de tez amarilla y
grandes ojos negros, de nombre Yxa.
Y
apenas lo recibió, se retiró a continuar con sus labores habituales, que eran
las de rastrear los objetos que su protectora coleccionaba con tantísima
obsesión.
Emker
apenas habló el primer “día”, si es que tal idea tiene sentido en un mundo sin
tardes ni mañanas. Se limitó a comer algo de nuestra asquerosa comida junto a
los demás, antes de irse a dormir. Estaba exhausto, cosa para nada sorprendente
considerando la enorme cantidad de energía que se requiere para cruzar desde el
otro lado.
Ya
habría tiempo de intercambiar perspectivas con los eternamente condenados que,
ahora, lo acompañaríamos en lo que él, siguiendo las instrucciones del
extraterrestre dimensional que lo trajo, buscaba a su amada.
Por
ahora, tal era su – no muy cálida – bienvenida a Nexhazar.
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