Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella-Mateo 16: 18 |
Continuando con nuestra serie El tradicionalismo contrastado, el día de hoy les presento la primera parte de la refutación de las acusaciones de errores doctrinales en los documentos del Concilio Vaticano II, punta de lanza del movimiento tradicionalista en general, y sedevacantista en particular. Lo que sigue es parte elaboración propia parte traducción de documentos disponibles en inglés, cuyas versiones originales encontrarán al final del artículo. Espero de corazón les resulte útil e iluminador:
La nueva eclesiología del Vaticano II
Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica [12], y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Jn 21,17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mt 28,18 ss), y la erigió perpetuamente como columna y fundamento de la verdad (cf.1 Tm 3,15). Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él [13] si bien fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica.
En efecto: ese "subsiste" es la raíz de todo el problema. La idea aquí se resume en que el Vaticano II no reconoce a la Iglesia Católica como la única Iglesia verdadera, y en cambio sostiene que esta es una especie de subconjunto de la Iglesia fundada por Cristo. Pero ¿Es cierta esta acusación?
Pues...lo cierto es que más allá de interpretaciones privadas del texto, la autoridad católica, encarnada en el Papa y su Magisterio ordinario (del que la Congregación para la Doctrina de la Fe es uno de sus brazos más importantes) siempre lo ha considerado como una confirmación de la continuidad de la Iglesia en la fe católica. El documento oficial al respecto nos explica que la expresión subsiste en se eligió por razón de que, de acuerdo con la enseñanza tradicional de la Iglesia, existen “numerosos elementos de santificación y de verdad” que se encuentran fuera de su estructura, pero que “como dones propiamente pertenecientes a la Iglesia de Cristo, impulsan hacia la Unidad Católica”.
Esto quiere decir que las comunidades separadas, aunque adolecen de defectos, no están privadas de significado ni de importancia en el misterio de la salvación, incluso si no son en sí la verdadera Iglesia de Cristo. En efecto: el Espíritu Santo no se ha abstenido de utilizarlas como instrumentos de salvación, cuyo valor deriva de esa plenitud de gracia y de verdad que ha sido confiada a la Iglesia Católica[1].
En otras palabras, existen elementos de verdad y de bondad en las sectas heréticas, así como en las religiones falsas, que sin validarlas (y perteneciendo del todo a la verdadera Iglesia de Cristo) las vuelven lugares de salvación, aunque en una condición muy secundaria y subordinada a la Esposa del Cordero.
El nuevo ecumenismo
La acusación aquí se resume en que el Vaticano II apunta a una falsa unidad religiosa pancristiana, que renuncia a la conversión de los no católicos, entando, de acuerdo con ellos, en contradicción con las enseñanzas de la Biblia, la Mortalium Animos del Papa Pio XI, la Humani Generis del Papa Pío XII y otros documentos. Por razones de tiempo, me limitaré a ilustrar el error interpretativo tradicionalista con respecto al primero.
Compitiendo con la Declaración sobre Libertad Religiosa como el documento más innovador en términos doctrinales del Concilio Vaticano II, está su Decreto sobre Ecumenismo, la célebre (según la perspectiva) Unitatis Redintegratio. Aquellos en los extremos tradicionalista y liberal (aunque para estos últimos puede cuestionarse la misma catolicidad) de la Iglesia, y con sentimientos enfrentados, han visto este Decreto como una desviación significativa de la Doctrina tradicional. Este último, por supuesto, enfatizó el catolicismo como única religión verdadera, a la que los cristianos separados simplemente tendrán que regresar si alguna vez se ha de restaurar la unidad.
La Mortalium Animos del Papa Pío XI sobre el fomento de la verdadera unidad religiosa expuso la posición de la Iglesia Católica con respecto al incipiente movimiento por la unidad religiosa que había ido cobrando fuerza en los círculos protestantes liberales desde fines del siglo XIX y principios del XX.
Para comparar estos dos documentos magisteriales, primero debemos recordar la distinción entre una revisión de la política, disciplina o estrategia pastoral oficial de la Iglesia y una contradicción de doctrina. El primer tipo de cambio ha tenido lugar a menudo en el curso de la historia de la Iglesia, en respuesta a circunstancias cambiantes. Y en este respeto práctico y disciplinario, una comparación entre Mortalium Animos y Unitatis Redintegratio revela un cambio de dirección innegable y muy marcado, prácticamente un cambio de sentido. Pío XI prohibió rotundamente cualquier participación católica en reuniones y actividades entre iglesias o religiones motivadas por el deseo de restaurar la unidad cristiana. El Vaticano II, por otro lado, autoriza y alienta positivamente la participación católica en tales actividades (dentro de ciertos límites, claro está).
Sin embargo, en la escala doctrinal, la respuesta corta al cargo de contradicción es que Pío XI en modo alguno condenó lo que afirma el Vaticano II. Empecemos con una pregunta: ¿Qué es exactamente lo que condenó el Papa como falsa doctrina? La respuesta se resume en la teología protestante liberal que dominó las iniciativas ecuménicas a principios del siglo XX. Más específicamente, esta teología encarna -explícita o al menos implícitamente- cuatro visiones censuradas por Su Santidad.
El primero de ellos es el enfoque de un mínimo común denominador: concibieron una unidad religiosa mundial en la que todos estarían de acuerdo en unas pocas creencias básicas mientras que estarían de acuerdo en diferir de otras.
El Papa observa que estos liberales religiosos aparentemente esperan que todas las naciones, aunque difieran en cuestiones religiosas, puedan llegar a sin gran dificultad a un acuerdo fraterno sobre ciertos puntos de doctrina que formarán una base común de vida espiritual (Mortalium Animos, numeral dos). Esta unidad hipotética en una religión mundial incluiría ciertamente a los no cristianos de todo tipo.
El segundo error es, de acuerdo a Su Santidad, derivado del anterior: la negación del principio mismo de la verdad revelada, que requiere el asentimiento a la Palabra de Dios por su propia autoridad. Esfuerzos panreligiosos contemporáneos que operan en principio, dice el Papa, presuponen la concepción errónea de que todas las religiones son más o menos buenas y dignas de alabanza, en la medida en que todas expresan, bajo diversas formas, ese sentido innato que lleva a los hombres a Dios y al reconocimiento obediente de su gobierno. Aquellos que sostienen tal punto de vista no solo están equivocados; distorsionan la verdadera idea de religión, y así la rechazan, cayendo gradualmente en el naturalismo y el ateísmo. Por tanto, favorecer esta opinión y alentar tales empresas equivale a abandonar la religión revelada por Dios (Mortalium Animos, numeral dos).
Esta idea de que todas las religiones son sólo epxresiones humanas variables (y falibles) de un impulso o instinto religioso natural fue uno de los errores fundamentales de ese modernismo condenado recientemente por el Papa San Pío X.
Pasando de los errores en cuanto a la naturaleza misma de la fe a formas externas de organización visible, Pío XI encontró otro error relacionado. En aquellas iniciativas que limitaban la búsqueda de la verdad a quienes ya profesan la fe en Cristo (lo que la Iglesia llama hoy llama ecumenismo a diferencia del diálogo interreligioso), el Papa discernió una falsa eclesiología
La iglesia cristiana visiblemente unida con la que soñaron los ecumenistas protestantes liberales sería nada más que una federación de las diversas comunidades cristianas, aunque estas puedan tener doctrinas diferentes y mutuamente excluyentes (Mortalium Animos , numeral seis).
Por último, el Papa señaló que tal eclesiología a su vez implica la idea relacionada de que la unidad por la que Cristo oró simplemente expresaba un deseo o una oración que hasta ahora no ha sido concedida. Porque ellos [los ecumenistas contemporáneos] sostienen que la unidad de fe y gobierno que es una nota de la única verdadera Iglesia de Cristo hasta el presente casi nunca ha existido y no existe hoy[...] debe ser considerado como un mero ideal (Mortalium Animos, numeral siete).
Antes de mirar a Unitatis Redintegratio a la luz de estas ideas condenadas, podemos considerar otra queja común. Los críticos tradicionalistas a menudo afirman que este Decreto deja peligrosamente indefinido el concepto del ecumenismo, una afirmación que según Brian Harrison procede de una traducción errónea en la edición común de Flannery de estos documentos, en que el Concilio simplemente indica lo que implica el movimiento ecuménico.
Una traducción más fiel del comienzo del segundo párrafo de Unitatis Redintegratio numeral cuatro, resaltando su carácter de definición, sería la siguiente:
“Se entiende que el término 'movimiento ecuménico' significa (Per 'motum oecumenicum' intelleguntur) aquellas actividades e iniciativas que se animen y organicen, según las diversas necesidades de la Iglesia y cuando se presenten las ocasiones adecuadas, para promover la unidad de los cristianos.
El Concilio luego hace esta definición más precisa al establecer los tipos de actividades e iniciativas que tiene en mente: primero, evitar toda tergiversación de las creencias y prácticas de los cristianos separados; segundo, el diálogo entre académicos de diferentes denominaciones con el propósito de un mejor entendimiento mutuo; tercero, una colaboración más amplia en el cumplimiento de los deberes hacia el bien común reconocidos por “toda conciencia cristiana”; cuarto, reunión de oración común, cuando esté permitido; y quinto, renovar y reformar la Iglesia misma en fidelidad a la voluntad de Cristo.
Ahora sí, podemos pasar a considerar Unitatis Redintegratio a la luz de los cuatro errores doctrinales antes mencionados por el Papa.
Primero ¿Adopta el Vaticano II un enfoque de mínimo común denominador para equilibrar la unidad y la verdad? En absoluto. Unitatis Redintegratio, numeral tres:
Porque es solo a través de la Iglesia Católica de Cristo [...] que se pueda obtener la plenitud de los medios de salvación. Fue sólo para el Colegio apostólico, del cual Pedro es la cabeza [...] que creemos que el Señor encomendó todos los beneficios de la Nueva Alianza para establecer en la tierra el único Cuerpo de Cristo, al que deben incorporarse plenamente todos aquellos que ya de alguna manera pertenecen al pueblo de Dios (Unitatis Redintegratio, numeral tres).
En otras palabras, se afirma que si bien los hermanos separados tienen muchos elementos de verdad, la voluntad de Dios es que todos lleguen a esa plenitud que sólo se encuentra en el catolicismo.
El Decreto también recuerda que si bien existe una jerarquía de verdades católicas, en la medida en que estas varían en su relación con el fundamento de la fe cristiana, esto no significa que las creencias católicas menos fundamentales, las que no son compartidas por los protestantes u ortodoxos, son negociables. Justo al contrario:
Por supuesto, es esencial que la doctrina [católica] sea presentada en su totalidad. Nada es tan ajeno al espíritu del ecumenismo como un falso irenismo que atenta contra la pureza de la doctrina católica y oscurece su sentido genuino y cierto (Unitatis Redintegratio, numeral once).
Segundo: ¿Implica Unitatis Redintegratio una reducción gradual al naturalismo a expensas de la Revelación, al abandono de toda verdad revelada? No, puesto que nunca acepta la premisa que afirmó el Papa conduce a la idea modernista de que las diferentes religiones simplemente dan expresión, de variadas formas, a ese sentido innato que lleva a los hombres a Dios.
La enseñanza conciliar, en contraste con este relato naturalista de la religión, enfatiza las realidades sobrenaturales de la Revelación y la fe. Unitatis Redintegratio afirma que la Iglesia Católica ha sido dotada de toda la verdad divinamente revelada y de todos los medios de gracia” (Unitatis Redintegratio numerales tres y cuatro). Además, “Cristo confió al Colegio de los Doce la tarea de enseñar, gobernar y santificar[...] Y después de la confesión de fe de Pedro, decidió que sobre él edificaría su Iglesia. . . [y] le encomendó todas sus ovejas para que fuera confirmado en la fe(Unitatis Redintegratio numeral dos).
Los Padres que promulgaron la Unitatis Redintegratio fueron, por supuesto, también los que un año después promulgaron la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, que sirve como clave interpretativa de otros documentos conciliares que tocan este tema.
En tercer luar, hemos de preguntarnos: ¿Unitatis Redintegratio visualiza una "iglesia" unida del futuro como una federación de denominaciones cristianas que acuerdan diferir en algunos asuntos doctrinales? En ningún sitio dice algo semejante. El Vaticano II presenta la unidad queridfa por Dios como aquella en que todos son católicos.
El texto continúa:
La Iglesia, entonces, único rebaño de Dios , como un estandarte elevado para que las naciones lo vean, ministra el evangelio de la paz a toda la humanidad, mientras hace su camino de peregrinaje en la esperanza hacia su meta, la patria celestial. Este es el misterio sagrado de la unidad de la Iglesia , en Cristo y por Cristo, con el Espíritu Santo dinamizando sus diversas funciones (Unitatis Redintegratio, numeral dos).
Por último, debe quedar claro que que el Decreto sobre el Ecumenismo no enseña la cuarta herejía censurada por Pío XI en Mortalium Animos, a saber, la idea de que la unidad de la Iglesia es un mero ideal futuro que los cristianos separados deben alcanzar. Por supuesto, debemos distinguir aquí de un modo cuidadoso entre la unidad de la Iglesia como tal y la unidad entre los cristianos. Obviamente, si entendemos que la palabra cristiano abarca a todos los que profesan la fe en Cristo, esta última unidad aún no existe, y jamás lo hizo. Pero tales divisiones no implican que la Iglesia misma esté desunida, en el sentido de estar dividida en diferentes denominaciones que sostienen diferentes doctrinas. Nuestro artículo de credo de una creencia en la Iglesia que es Una, Santa Católica y Apostólica descarta esto. Y también Unitatis Redintegratio cuanddo expresa la esperanza de que, como resultado del ecumenismo, poco a poco, a medida que se superen los obstáculos a la perfecta comunión eclesiástica, todos los cristianos se irán reuniendo, en una celebración común de la Eucaristía, en la unidad de la única Iglesia , que Cristo otorgó a su Iglesia desde el principio. Esta unidad, creemos, existe completamente (lat. Subsistit ) en la Iglesia Católica como algo que ella nunca puede perder , y que esperamos que continúe aumentando hasta el fin de los tiempos (Unitatis Redintegratio, numeral cuatro).
Si, en las décadas posteriores al Vaticano II, el ecumenismo como lo expone Unitatis Redintegratio siempre ha sido fielmente implementado -incluso por el propio liderazgo eclesial- es otro tema. Otro es si los resultados logrados después de aproximadamente medio siglo reivindican, con el beneficio de la retrospectiva, la prudencia de los cambios disciplinarios del Decreto. Sin embargo, creo que con esto debe bastar para ilustrar el caso[2].
Bibliografía
No hay comentarios:
Publicar un comentario