En concordancia con lo anterior, el progreso humano sólo puede explicarse por la economía, por ser esta la ciencia del hombre en relación a la materia, siendo la cultura un mero epifenómeno de la organización productiva. En cada época, el modo dominante de producción y la organización social que se sigue forman la base de esta época. Engels perfiló aún más este concepto, negando autonomía y realidad al espíritu humano.
El supuesto de que el progreso sólo nace de la confrontación señala el método político marxista: la revolución proletaria, con su violencia justificada por la lógica de la historia.
Así, en el marxismo, se asume que la dialéctica histórica tiene etapas. La tesis es, pues, una comunidad de base agraria, en que los artesanos son propietarios de máquinas y herramientas, y la sociedad vive inmersa en el orden natural. La producción está disciplinada por normas éticas, y no existe la alienación. Una sociedad evidentemente similar a la Edad Media europea.
La antítesis, por su parte, es una sociedad que se ha sofisticado al adoptar la industrialización, basada en la tecnología. La máquina, sin embargo, por su extremo coste, ocasiona que los medios de producción sólo sean poseídos por quienes tienen un excedente grande de riqueza, un capital. Minoría que se irá estrechando a raíz de la competencia desenfrenada, que destruye a los empresarios menos aptos, llevando eventualmente a una síntesis, en que la radicalización del antagonismo entre capitalistas y proletarios se traducirá en una lucha revolucionaria. Esta síntesis será el culmen de la historia, porque el Estado proletario suprimirá la propiedad privada, acabando con las clases en el proceso. Todo esto terminará por suprimir el motor de la historia.
En este momento, el hombre alcanzará su madurez y felicidad, al haber construido el paraíso terrenal mediante su inteligencia y voluntad. El hombre puede, para Marx, transformarse en un dios. Para él, Dios no existe como ente trascendente, pero sí (siguiendo a Feuerbach) como arquetipo. El hombre no es sabio, bueno ni justo, pero aspira a ello, y por eso crea la idea de Dios, procurando imitarle.
Marx expresa que los hombres pueden transformarse en dioses. Y para tal fin, debe destruirse toda religión que crea en un dios trascendente, para que el hombre gire en torno a sí mismo. Es de aquí de donde viene la expresión la religión es el opio de los pueblos.
El paraíso marxista no se logrará sino tras la dictadura del proletariado, cuando el Estado se marchitará definitivamente al ir dejando de ser necesario, llegándose a la anarquía. Una visión negativa, reflectiva pero opuesta, a la historia de la salvación del cristianismo.
Las leyes marxistas
del capitalismo
Como afirmé, el capitalismo tiene en la cosmovisión marxista el germen de su propia destrucción. El capital se concentra progresivamente en menos manos, engrosándose la clase proletaria con nuevo obreros, procedentes de la burguesía desplazada. Destrucción que ocurrirá inexorablemente por la competencia entre ellos. La concentración del capital también será una necesidad del sistema competitivo, que sólo puede sobrevivir gracias a la inversión constante.
La así llamada ley de concentración del capital y la pauperización que trae con ella, culmina en la revolución, en que por la lógica inmanente del sistema, este habrá creado su antítesis.
Otro elemento importante de la crítica marxista al capitalismo es la plusvalía. Para Marx, el valor de los bienes es el de las horas de trabajo requeridas para su producción. El capitalista, sin embargo, confisca parte del valor producido por el obrero. Es por esto que afirman los comunistas que el capitalismo es un sistema injusto y de explotación.
La teoría del valor-trabajo, sin embargo, ha sido superada por la ciencia económica a partir de la Escuela del Valor Marginal, hasta el punto en que esta teoría ha sido reducida a un mero argumento de tipo político, y prácticamente ningún economista serio la acepta.
El marxismo concibe al hombre como un epifenómeno de la materia, sin libertad ni espíritu, sometido a un destino inexorable cuyo motor es la lucha de clases.
A este respecto, el Cardenal Danielou expresa que el cristianismo tiene un sentido de la historia más humanista, al menos en su vertiente católica, puesto que la Iglesia ve a la historia como un producto de la libertad humana. El hombre es dueño de su destino eterno.
Socialismo utópico y científico
El socialismo utópico recibió ese nombre de Marx por predicar sistemas de armonización social basados en una supuesta bondad natural humana, y una predisposición gregaria a estimularse. Pertenecieron a esta corriente Saint-Simon, Fourier con sus falansterios, y Robert Owen, que trató de cooperativizar su propia fábrica. Todos sus proyectos fracasaron, y Marx no se los perdonó.
Además de ser un crítico del orden liberal, acusó a estos socialistas de tener sistemas no basados en un esquema científico. Según Schumpeter, en la época de Marx la burguesía había alcanzado su cénit, con el materialismo mecanicista extinguiendo el último rayo de esperanza de los obreros: la religión, mientras los intelectuales se declaraban satisfechos con las leyes paliativas del gobierno.
El mensaje de Marx, pues, vino a llenar un vacío provocado por la disminución de la fe, en que la religión del comunismo, adaptada a la mentalidad positivista de la segunda mitad del siglo XIX, se autodenominaba científica por partir de evaluaciones racionales. El siglo XX demostraría que, como suele decirse, el camino del Infierno está pavimentado de buenas intenciones.
Bibliografía
Curso de derecho político, de Patricio Colombo Murúa.
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