La filosofía permanente inició con Parménides, y continuó a través de Sócrates, Platón, Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, entre muchos otros. Sobre su posición se edificó todo el pensamiento occidental, opuesto a la filosofía dialéctica originada por Heráclito de Éfeso.
El gran aporte (por decirlo de algún modo) a la filosofía occidental de Hegel fue el haber retomado a Heráclito, disponiéndose a encontrar un principio especulativo de síntesis que resuma el pensamiento moderno, una lógica sintética contraria a la analítica, propia de la ciencia que consistiría en el método intelectual que posibilitaría entender los procesos de flujo histórico.
La dialéctica permite sostener la hipótesis de los procesos de revolución y recuperación, como instancias lógicas del movimiento histórico. Instituciones obsoletas son derribadas por las fuerzas vivas de la sociedad, y la estabilidad es luego restablecida por la fuerza creadora de la nación. Oscilación impulsada por fuerzas impersonales inherentes a la propia sociedad, donde la voluntad humana no cuenta.
El Estado es el verdadero protagonista de la historia, puesto que es la unidad que sintetiza el genio de las naciones, y el elemento del progreso histórico. El Estado es el verdadero creador del arte, la moral, la religión y el derecho. La filosofía política de Hegel se fundamenta, pues, en el estudio de la historia. El método dialéctico consistirá en el descubrimiento de las leyes del progreso histórico.
Hegel y el joaquinismo
La estructura trinitaria del progreso -luego retomada por Hegel- fue acuñada en la Edad Media por Joaquín de Flora, quien afirmó que la historia de la humanidad es una contrafigura del movimiento trinitario de Dios, habiendo correspondido uno a Dios el Padre, otro (la Encarnación) a Dios el Hijo y pronto llegaría la era de Dios Espíritu Santo. La escatología joaquinista, impregnada de gnosticismo como estaba, hizo camino en el pensamiento heterodoxo, y eventualmente originaría la división moderna de la historia (antigua, medieval y moderna). De allí pasaría a las doctrinas de Hegel, Comte y Marx, que intentaron dar una explicación inmanente a la historia.
Para Marx, en particular, Dios es sólo una proyección de lo mejor del hombre en un más allá idealizado, siendo el momento decisivo de la historia aquél en que el hombre tome consciencia de ello y se convierta en un superhombre. Pero no es posible comprender a Marx sin entender a Hegel, y su ruptura total con la filosofía permanente de la civilización cristiana.
Y es que desde Parménides, quien esbozó los principios lógico-matemáticos de la identidad y la no-contradicción, Occidente ha basado su pensamiento en estos pilares: el ser es y el no ser no es.
Platón y Aristóteles construyeron sus sistemas sobre esta base, inspirando eventualmente a la teología cristiana con San Agustín y Santo Tomás, sobre la base de estos principios, tan similares a la formulación bíblica en que Dios se define como Yo Soy el que Soy.
Hasta Hegel, nadie había osado cuestionar este principio lógico, aún rechazando la metafísica. Fue él quien, queriendo renovar la filosofía bajo el argumento de que toda la tradición occidental era inútil para desentrañar el progreso, afirmó que la filosofía basada en Parménides es estéril, porque no puede explicar el movimiento. Hegel pretende encontrar la fórmula del progreso, que permita desentrañar el futuro. El dinamismo histórico tiene como motor a la contradicción. Según él, las cosas contienen su principio opuesto. Un ente puede ser y no ser al mismo tiempo.
El principio de identidad, para Hegel, no explica el desarrollo del universo, ya que si hubiese un ente totalmente aislado sería imposible llegar a una nueva situación. La única forma de saldar este problema es a través de la contradicción. A debe moverse a fin de contradecir su propia realidad y hallar un nuevo punto de equilibrio por medio de la superación de su propia contradicción.
Un ejemplo perfecto es la idea del Ser de Hegel. El ser es el concepto más extensivo posible, puesto que abarca todas las cosas, a la vez que no define ninguna en particular. Es, pues, un concepto tan genérico que puede identificarse con el no ser. El ser genera así su propia contradicción, una tensión sólo soluble a través de un tercer estadio que integra a los opuestos: el devenir, un momento definible como un llegar a ser, una síntesis que es tesis de una nueva antítesis, a su vez convertida en una síntesis.
Dios y la historia
La dialéctica entre Dios y mundo se resuelve en la síntesis que es la historia. Dios es lo absoluto. El Espíritu Absoluto resuelve su actividad en el pensar, pensando lo que no es él mismo. El opuesto del espíritu o del pensar es la naturaleza, que ha sido pensada. Entre Dios y la realidad existe, pues, la contradicción de que esta es creada y pensada, generándose una tensión resuelta en el devenir de la historia, que sigue un proceso "trinitario": Dios es la tesis, la naturaleza, la antítesis y la historia la síntesis.
La dialéctica implica una ruptura con la tradición occidental basada en la filosofía parmediana. La cosa tienen una realidad que elimina la posibilidad de que sea al mismo tiempo su opuesto. El cambio se explica por la actualización de las potencias y no mediante la dialéctica.
Bibliografía
Colombo Murúa, Patricio. "Curso de derecho político".
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