Sin embargo, su mayor influencia póstuma sería ejercida por Martín Lutero, monje nacido en Turingia en medio de una familia pobre, cuyos padres enviaron a estudiar a la Universidad de Magdeburgo, recibiendo su anillo de Magister a los 20 años.
En 1505, sobrecogido por cómo un rayo cayó cerca de él sin hacerle daño ninguno, formuló votos para entrar en la Orden de los Agustinos. En ese tiempo, leyó las obras de Jan Hus y Wiclef, y se compenetró con sus teorías. Pero no sería hasta 1511 cuando un viaje a Roma le diera las impresiones decisivas que marcarían su posición contra la Iglesia Romana.
Bajo el papado de León X, se había encomendado a la Orden de Santo Domingo la venta de indulgencias a fin de sufragar la construcción de la Basílica de San Pedro. En Alemania, Lutero llegó a asistir a la predicación del Reverendo Tetzel, quien propugnaba este comercio. Lutero le contestó tajantemente, al fijar en la puerta del templo del Castillo de Witteinberg un escrito con sus 95 Tesis, el 31 de Octubre de 1517, proclamando por vez primera el protestantismo, e iniciando la Reforma.
Tetzel le contestó contundente y detalladamente, ocasionando una nueva respuesta de Lutero en su obra Resoluciones. En Leipzig, Lutero sostuvo una polémica con el teólogo Juan Eck en 1519. Posteriormente, escribió Del cautiverio de Babilonia y de la libertad cristiana, obra en que su pensamiento llega a su plenitud.
Fue recién entonces que León X le excomulgó. El Reformador le replicó quemando la Bula en plena Navidad, y publicando texto en que acusaba al Papa de ser el Anticristo.
En 1521, Carlos V lo hizo comparecer ante la Dieta de Worms, a fin de zanjar sus diferencias con la Iglesia, sin ninguna efectividad. Las tesis luteranas fueron condenadas por la Dieta y él, protegido por el Elector de Sajonia, se refugió en Wartburgo, casándose en 1525 a modo de ejemplo sobre su rechazo al celibato sacerdotal.
La ruptura con la Iglesia se hace definitiva, y el protestantismo se arraiga en Alemania, los Países Bajos, Francia y Suiza, estallando las guerras de religión que desgarrarán a estos países, hasta que en 1555, en la Dieta de Augsburgo, se arriba a una fórmula conciliatoria según la cual los súbditos deben seguir la fe de sus príncipes. Un principio absolutista por razones que creo no es necesario especificar.
Lutero murió en 1546, triunfante por un lado, ya que su Reforma había triunfado, a la vez que desesperado, porque la "iglesia" que de él ha nacido, dividida doctrinal y políticamente, está lejos de lo que él había soñado.
El pensamiento de
los reformados
Lutero fue un pensador extremadamente fecundo. Con más de sesenta obras en alemán y 33 en latín, fue ante todo un reformador religioso, y sólo incursionó en la política desde su visión del Evangelio, argumentando tanto el origen Divino del poder como la sumisión incondicional del súbdito ante su gobernante, posición que reforzaba la tendencia al absolutismo anteriormente señalada.
A pesar de negarse a incursionar en el ámbito político, fue perfectamente consciente de su papel como exaltador del poder civil. En un opúsculo publicado en 1521 y titulado De la autoridad secular y nuestro deber de obediencia, basó su argumentación en la Epístola de San Pablo a los romanos y otros textos que prescribían la obediencia al poder laico.
Tomando prestadas las ideas de San Agustín, señaló que los humanos pertenecen en su mayoría al reino del mundo, y uno de cada mil es ciudadano del Reino de Dios, llevando en su corazón al Espíritu Santo y sin requerir ninguna sujeción al poder, hasta el punto en que si fuese posible aglutinarlos en un sólo pueblo, su virtud les permitiría vivir sin autoridad ninguna.
El poder existe, pues, porque la naturaleza humana está corrompida por el pecado original hasta el punto en que el príncipe debe mantener a raya el mal. El poder tiene, pues, una dimensión salvífica y represiva. No existen, como en la concepción medieval, dos espadas -la temporal, del Imperio, y la espiritual esgrimida por la Iglesia-, sino que la espada única pertenece al príncipe, que oficia como herramienta de Dios para venganza y contención de los pecadores. Su el príncipe es un tirano cruel, la culpa es del pueblo, ya que los hombres tienen los príncipes que se merecen.
En "De la autoridad secular", Lutero separa tajantemente la autoridad secular de la vida espiritual. La sociedad humana es un conglomerado de fieras que el poder debe dominar y someter. No obstante, mientras el cristiano viva según su fe, será libre, pues cada persona es sacerdote y rey de un reino espiritual interior, sin que nadie pueda obligarla a creer en algo, y siendo la opinión absolutamente libre, a menos que se exteriorice hasta ser peligrosa para la paz social.
De Calvino y la
teocracia ginebrina
Perteneciente a una generación posterior a Lutero, la vida de Juan Calvino se desenvuelve en un contexto muy diferente. La monarquía francesa, transformada en un Estado moderno, ha resuelto sus diferencias con Roma.
Se ha formado en la Facultad de Derecho de Orleans, donde forjará su mentalidad jurídica y a los 27 años, da culminación, en un cuidado latín, a La Institución Cristiana. En 1547 publicará este libro en francés, dedicándolo al rey de Francia, y remarcando en ella la necesidad de la obediencia irrestricta al poder que viene de Dios, y señalando que la libertad cristiana puede coexistir con la servidumbre civil.
Calvino ejerció toda una dictadura religiosa en la ciudad de Ginebra, fundamentada en sus ideas sobre la predestinación y la subordinación a la Voluntad Divina. Irónicamente, sería de esta corriente que nacerían los estilos del capitalismo anglosajón, tan ligado a la cosmovisión liberal. Pretendía, así, instituir a la ciudad de Ginebra como arquetipo de las iglesias reformadas.
El carácter tiránico de esta teocracia se manifestó en todo su esplendor cuando en 1522 Miguel Servet, el médico español que sistematizó la circulación de la sangre, fue quemado como hereje por disentir con Calvino, ejecución que, junto a muchas otras, provocaron una fuerte conmoción en Europa.
Las teorías de Calvino, difundidas en Francia, Países Bajos e Inglaterra, originaron el puritanismo con toda su influencia sobre la colonización británica de América del Norte.
Influenciaron además a John Nox, escocés cuya tesis revolucionaria contrastaría con la apelación a la sumisión de Calvino: Dios manda castigar a los idólatras y derribar del poder a los enemigos de la verdadera fe.
En 1558 llama a deponer a la papista regente de su reino, con un éxito que le permitió copiar el modelo de Ginebra tras la victoria.
La doctrina de la
monarcomanía
Hacia 1600, Barclay denominó "monarcómanos" a aquellos autores que proclamaron el derecho de resistencia frente a los monarcas que tiranizaban a sus súbditos y restringían la libertad religiosa. Los primeros que presentaron esta posición fueron los calvinistas hugonotes franceses, que participaron en las guerras de religión en ese país.
Los monarcómanos, panfletarios y apasionados, produjeron pocas obras sistemáticas, y con frecuencia eran también apologistas.
Francois Hotman, profesor de Derecho en Ginebra, escribió sobre la necesidad de una monarquía electiva y discernida por el voto popular, con el poder real limitado por una asamblea nacional. Estamos hablando del responsable de dar a los protestantes franceses un programa político.
Destaca también Laughet y Duplessis-Mornay, autor (presumiblemente) de La Vindiciae contra Tyrannos, en que se afirma que los súbditos no están obligados a obedecer al rey transgresor de la ley humana o Divina, y se sienta también el principio de la superioridad del pueblo sobre el monarca.
Por último, hemos de mencionar a Theodore de Beze, quien además de continuar la enseñanzas de Calvino, defendió que los magistrados han sido creados para el pueblo y no al revés, siendo la finalidad del Estado el lograr el bien de los miembros del cuerpo social. Esbozó la teoría del consentimiento y la delegación del poder en el príncipe, una delegación que denominó "contrato social", y que establece los límites del poder.
En el campo católico, Juan Boucher y Guillermo Rose desarrollaron la monarquía por consenso, haciendo apología del tiranicidio.
La Contrarreforma y el fin
de la sociedad medieval
En 1545, cuando comenzó el Concilio de Trento convocado por Paulo III, la unidad del medioevo europeo se caía a pedazos, con la filosofía aristotélica cediendo ante Maquiavelo, y la política separada de la moral. Muchas naciones brotaban del Sacro Imperio Romano Germánico, y la ciencia giraba ya en su propia órbita, distante de la teología. Erasmo y los humanistas distinguían ética de filosofía, y tras la Reforma avanzaba el libre examen y la predestinación calvinista, las bases históricas del capitalismo.
Carlos V luchaba por restaurar la unidad, y tras fracasar en los intentos de reconciliación con Lutero y disputando aún con Francisco I por el Norte de Italia, presionaba para reunir el Concilio que debería volver a unir a la cristiandad.
Siendo el objetivo la unidad, se escogió a Trento como sitio del mismo, a fin de que allí se reunieran tanto los católicos como los alemanes reformados. El resultado, sin embargo, terminó por poner punto final ala Edad Media, al negarse a cada devoto el derecho a la libre interpretación de las Escrituras, restablecerse la autoridad sacerdotal y el celibato, y reivindicarse el derecho del Pontífice sobre la designación de obispos. Así, el Concilio, en lugar de oponerse al surgimiento de nuevas naciones, es escenario de lucha entre ellas.
También el escenario geopolítico se ha modificado en estos 18 años. El Imperio se ha dividido entre Felipe II, rey de España, y su tío Fernando, emperador de Alemania.
Los protestantes franceses apoyaron la causa de Enrique III y Enrique IV, a la par que los católicos fundaban, en 1576, La Liga, a fin de equilibrar las fuerzas en pugna. En ese período, tomaron las ideas de los monarcómanos, ante la dudosa conversión de Enrique IV al catolicismo por la que obtuvo el trono de Francia. Un rey sospechoso, frente al que cabía sostener que el Papa tiene derecho a deponer al gobernante herético.
El Cardenal San Roberto Belarmino había defendido que el Papa tiene un derecho limitado a ejercerse sólo para fines espirituales, que le permitía semejante acción.
En España, Luis Molina explica que la defenestración del monarca herético debe ser realizado por el pueblo tras la señal del Papa, formulación que justificó estos movimiento bajo la tesis jesuita de que la soberanía radica en el pueblo, perfeccionada por Juan de Mariana.
Así, la posición jesuita es anti-absolutista, en contraste a la luterana y calvinista que defendió la obediencia absoluta. Paradójico entonces que la historia a menudo retrate a los reformados como libertadores.
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