De estas anotaciones y de sus propias reflexiones, surgió su obra magna: el Discurso sobre la Primera Década de Tito Livio. A este texto se dedicó de lleno, salvo por el período en el año 1513 en que escribió El Príncipe, obra por la que es más conocido, y que dedicó a Lorenzo de Médicis como gesto conciliatorio.
Sus otras obras son también propias de un hombre del Renacimiento. La Mandrágora es una comedia al estilo de Boccaccio, que vio luz en 1518, y El Arte de la Guerra, aparecido en 1519, insiste en que los Estados formen ejércitos ciudadanos, para no depender de los contingentes mercenarios.
En 1527, restablecida la República Florentina y expulsado Lorenzo de Médicis, Maquiavelo se postuló como secretario de la Segunda Cancillería Florentina, siendo rechazado, y no sólo eso, sino que tuvo tan sólo doce votantes de más de mil electores. No pudo soportarlo, y murió dos semanas después, rechazado por la República que había sido su amor más entrañable y menos correspondido.
Sus obras políticas
Según Sabine, sus obras más importantes fueron El Príncipe y los Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio. Es de resaltar el distinto modo de ver al gobierno en ambas obras, hasta el punto en que muchos las han creído contradictorias. Esto simplemente no es verdad. Ambas obras presentan dos aspectos del mismo problema: las causas del auge y la decadencia de las naciones, cosa que se descubre al analizar la finalidad de estas obras.
La clave de El Príncipe se encuentra en su capítulo final, en que se convoca a los italianos y particularmente a Lorenzo de Médicis para unificar la península bajo un mando absoluto. El absolutismo de Maquiavelo es, pues, instrumental: se inclina por esta solución por ser el único modo -y la historia lo confirma- de llegar a la unidad.
Touchard en sus comentarios sobre el libro afirma que esta obra no es un tratado de filosofía política, que no se pregunta sobre el mejor gobierno, sino que se limita a exponer el modo de hacer reinar el orden y lograr la unidad en Italia.
Para tal fin, se requiere de un príncipe dotado de la Virtud -combinación de energías sutiles y una fuerte voluntad de poder- y acompañado por la Fortuna, a la que los romanos entendían por destino.
Este príncipe tiene una serie de cualidades fundamentales. En principio, el realismo, el estar atento a los hechos y la verdad para operar de manera eficaz y precisa. En segundo lugar, el egoísmo, que antepone su persona a cualquier consideración, lo cual le lleva a ejercitar su voluntad, disciplinar su pensamiento y a él subordinar sus emociones. También debe ser calculador, preferir ser temido que amado, aunque el amor nunca viene de más. Su indiferencia al bien y al mal, que aunque implica la preferencia del bien significa también la ejecución del mal sin resquemores para evitar amenazas al poder, es también clave, así como su habilidad, la Virtú, una energía que combina destreza, astucia, determinación y fuerza, y su habilidad de simulación, ya que se obtiene mejor resultado con la simulación y el fraude que con la fuerza. Por último, es de resaltar su grandeza: el príncipe puede evadirse de la moral media porque, en su genio, está por encima del bien y del mal, y sus decisiones apuntan al engrandecimiento del Estado y no están condicionadas por la ética.
Otra de las claves del maquiavelismo es lo que Guichardini ha llamado la Razón de Estado, que permite al gobernante aplicar cualquier medio para lograr los fines del poder. La ley suprema que debe regir sus actos es la eficacia y el éxito en el logro de sus fines, sin importar si estos son perversos e inmorales, ya que estarán justificados en tanto se logren los objetivos del poder. Por esto se habla del inmoralismo de Maquiavelo, aunque hay quien aclara que debe hablarse de amoralismo, siendo que el no ataca la moral, sino que se limita a prescindir de ella.
Su obra magna
Es en su obra sobre la Primera Década de Tito Livio en que Maquiavelo expresa su convicción sobre la República como modo insuperable de gobierno, no a modo de arquetipo, sino de modelo histórico, sabiendo que el Estado perfecto es una ilusión, porque la vida política es dinámica hasta un punto en que no puede ser contenida en moldes estáticos.
No obstante, entre todos los Estados históricos, la República se presenta como una realidad que permite tomar su precedente como elemento orientados.
Esta obra fue concluida en 1519, y a lo largo de sus páginas, la historia de Roma le permite reflexionar históricamente y proponer como paradigma al Estado republicano. Actualiza el pensamiento de Aristóteles, y toma las tres formas clásicas de gobierno para señalar la superioridad de la constitución mixta verificada en Roma, otorgando a este imperio una estabilidad envidiable durante siglos.
El Estado maquiavélico es laico, de construcción racional y basado en el arquetipo romano, lo cual le lleva a considerar imprescindible la creación de un ejército nacional de ciudadanos. El servicio militar da a la república la garantía de una fuerza armada que responda a sus intereses, al contrarios de los mercenarios, que constituían, para él, la debilidad de las ciudades italianas de su tiempo.
La obra tuvo una gran influencia posterior, hasta el punto en que los jacobinos la tenían como modelo político de la Revolución Francesa.
El Estado como lo entendemos hoy fue acuñado entre el siglo XV y el siglo XVI, y los pensadores que le dieron forma son Maquiavelo, Bodin, y Hobbes, percibiendo el proceso de concentración del poder real que acontecía en ese entonces.
Este pensador designó la organización política como Lo Stato, y lo definió como un ente teleológico, que persigue fines que ha de cumplir por cualquier medio. Maquiavelo fue, pues, el primer pensador que desligó moral, religión y política.
Bumnham, en Los Maquiavelistas, afirma que la ciencia tiene fines peculiares y propios sin los que no existe. Estos son la descripción exacta y sistemática de los hechos, la tentativa de establecer correlaciones entre estos con el propósito de descubrir leyes y la tentativa de predecir los hechos futuros. Los tres se encuentran en Maquiavelo, por lo que se dice que es el padre de la ciencia política.
Es de resaltar que en toda su obra está presente la diferencia entre dos tipos de hombre político, que llamaremos el tipo gobernante y el tipo gobernado. Los unos tienen ambición, deseo de poder y perseverancia para acceder al mismo. Los segundos, la mayoría, ni aspiran ni tiene la capacidad de gobernar, distinción que supone que la lucha por el poder se reduce a pequeños núcleos, la famosa clase gobernante.
El tipo gobernante tiene un impulso llamado Virtú, una energía especial, mezcla de impulso natural, ambición sin límites y la férrea voluntad de acceder al poder.
Para alcanzar sus propósitos políticos, el gobernante no reconocerá límites éticos, siendo su mayor cualidad el dominio del fraude y la mentira.
Las otras condiciones de esta especie de hombres son la astucia, la perseverancia, el valor y la voluntad para los objetivos. Los maquiavelistas posteriores con frecuencia recogieron y desarrollaron la distinción entre las minorías gobernantes y la masa gobernada.
Maquiavelo contra la Iglesia
Maquiavelo responsabilizaba a la Iglesia Católica por la ausencia de unidad en Italia, al afirmar que, habiendo sido poderosa y fuerte, no lo fue lo suficiente para ocupar toda Italia, ni tampoco era lo bastante débil para que no le importara perder su dominio temporal. Resentimiento que le llevó a subordinar la fe al Estado, dándole el papel de instrumento de cohesión social y de fomento de la obediencia civil.
Sus ataques al cristianismo recuerdan a los argumentos paganos rebatidos magistralmente por San Agustín. La religión cristiana, al santificar la humildad y la contemplación, exaltó a los débiles y promovió una moral propia de pueblos esclavos, en lugar del heroísmo, el valor y el despliegue de la energía humana propia de griegos y romanos. Posición lego retomada por Nietzsche, quien elevará el mito del superhombre anticristiano, que luego sería tomado por el nazismo y por Julius Evola, ideólogo del fascismo italiano.
Pensadores maquiavélicos
Maquiavelismo es un sustantivo utilizado en el siglo XVI para referirse a un pragmatismo amoral considerado indispensable para el éxito político.
En esta corriente se inscriben Enrique VIII, Isabel de Inglaterra, Napoleón, Mussolini (abierto discípulo de Maquiavelo) y Hitler, que lo consideraba un autor indispensable. Se puede incluir también a los dictadores marxistas, con su tendencia doctrinal a preconizar la efectividad de los hechos políticos como medio para medirlos. También para los marxistas el fin justifica los medios.
En el marco del pensamiento, muchos intelectuales son tributarios de Maquiavelo, particularmente en los movimientos nacionalistas.
La vertiente más profunda e integral del maquiavelismo es, sin embargo, el maquiavelismo científico, que reconoce en el florentino al fundador de la ciencia política, visualizándolo como quien definió el objeto material y formal de la política: el poder, las formas de su adquisición, conservación, auge y caducidad.
Los más destacados entre ellos son Gaetano Mosca, teorizador de la clase política, Vilfredo Pareto, con su teoría sobre la circulación de las élites, Roberto Michels, quien formuló la Ley de Hierro de las Oligarquías y, por supuesto, Georges Sorel, padre del concepto de violencia metódica.
El grueso de los pensadores políticos han, sin embargo, cuestionado su amoralismo. Cabe señalar, además, que Maquiavelo siempre se ha mantenido en el ámbito del ser, y no en el del deber ser, aplicando el método científico a la fenomenología política, lo cual no evito que, dentro de esa visión, ponderara la moral como condición del crecimiento y estabilidad del Estado.
Es también cierto que su amor a la verdad, a su patria y a los valores romanos, señalan los principios en los que claramente creía.
Y bueno, hasta aquí el artículo de hoy, basado esta vez en el Curso de Derecho Político de Patricio Colombo Murúa. Hasta la próxima.
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