El último profeta
Lo vi por primera vez a los quince años. Yo era un adolescente melancólico y de escasos amigos, pero con una notable inteligencia, y un profundo interés en el mundo de lo oculto.
Había estado desde los trece años invocando a una entidad sobrenatural cada mes, por curiosidad morbosa, pero también, por más que no me gustara admitirlo, con el propósito de probarme a mí mismo que no era simplemente un loco diciendo locuras, como a menudo se me acusaba de ser. No tuve éxito durante dos años, pero rendirme no era parte de mi carácter.
En una ocasión, encontré en línea un foro sobre ocultismo, en el cual comencé a volverme, poco a poco, más y más activo. Todo hasta que, una noche, recibí un mensaje privado por parte de una cuenta anónima, que sólo contenía un enlace, y el mensaje, “¿Quieres ver a Dios? Entra aquí”.
Yo no era estúpido. En un principio, especulé con que no pasara de ser un virus, o una de esas páginas para bobos con mucho tiempo libre que rastrean la IP de un usuario. Pero, además de ocultismo, sabía bastante sobre computadoras, y no tardé en decidir emplear mis conocimientos para saciar mi curiosidad.
Una vez que mi computadora contaba ya con todas las precauciones, me armé de valor, y abrí el enlace. Éste me dirigía a una página simple, tanto que resultaba incluso insulsa. Era sólo palabras sobre un fondo negro que, sin embargo, no tardaron en llamar mi atención.
El texto describía un nuevo tipo de ritual, destinado a convocar a una misteriosa entidad, descrita como “alienígena”, desde su distante plano dimensional.
Cabe mencionar que, además de lo sobrenatural, siempre había estado fascinado por lo extraterrestre, con lo que esta particular combinación no tardó en llamar mi atención.
Tras unos cuantos días de considerarlo, finalmente decidí hacer lo que el sitio web indicaba. Era, en realidad, algo bastante simple: un círculo de sal rodeado por siete velas equidistantes, y unas pocas palabras en una antigua lengua del Medio Oriente.
Seguí todas las instrucciones y, cuando ya llevaba algo más de veinte minutos sentado en la oscuridad, finalmente me resigné una vez más y, decepcionado, me fui a dormir. Pero esta vez, las cosas serían diferentes.
En mis sueños, me vi otra vez en las penumbras, a mitad del círculo de sal, y sólo alumbrado por la luz de las velas. Pero ahora, en lugar de estar en mi casa, me encontraba en medio de una especie de desierto de arenas negras. Miré hacia el cielo, y lo vi coronado por la distante y tenue luz de una estrella. Hacía frío, y sentía una inquietud interna que era por completo incapaz de acallar.
Y entonces, de la oscuridad brotó una figura que se sentó cara a cara conmigo. Era un hombre de piel muy oscura, tan negra como la noche, sobre la cual resaltaban su boca y sus grandes ojos blancos, penetrantes como los de un gato.
Él me enseñó nuevos mundos, y me hizo la promesa de darme un lugar especial en el Paraíso si lo ayudaba a instaurarlo sobre la Tierra. Emocionado, accedí, y desde entonces nunca me dejó solo.
Siguiendo sus indicaciones, logré atraer a más personas a la adoración del Dios verdadero. Y durante quince años más, él me dictó un Libro que, decía, ya había sido revelado a otro mensajero antes que yo.
Me explicó que al universo lo había creado una fuerza demoníaca, y que su misión era acabar con la prisión de nuestros espíritus inmateriales, para devolvernos a la apacible gloria perdida.
Nuestra comunicación fue fluida hasta que, un día, me reveló que, aunque era el último y más importante de sus profetas, no era el único. Me dio una dirección en mi ciudad, y me ordenó presentarme ante los miembros de una antigua secta, que también lo adoraba a él. Así lo hice junto a mis seguidores, y las ovejas del otro rebaño, que esperaban mi llegada, me recibieron con los brazos abiertos.
Pronto llegué a liderarlos, y esto me permitió el acceso a círculos cada vez más elitistas en materia social e intelectual. En nuestras filas había desde científicos hasta políticos y artistas, cosa que nos permitía el acceso a una vasta cantidad de recursos.
Durante mi último año de vida, entró a nuestro culto una joven hermosa de cabellos dorados, que afirmaba haber aprendido sobre nosotros a través de Internet.
En su momento, le di escasa importancia a su presencia. Fue instruida por mis colaboradores más cercanos, que siendo testigos de su fervor, lentamente comenzaron a revelarle más y más secretos. Hasta que, un día, finalmente desapareció.
No volvía a saber de ella hasta que, meses más tarde, supe que una de las más recientes adquisiciones de la Orden había sido interceptada y robada por una muchacha de larga cabellera rubia e impresionante belleza.
No tardé en preguntarme por qué el Señor de las
Serpientes se había abstenido de informarme de su presencia en nuestra comunidad.
Él, con su facultad de ver cualquier punto del espacio en que fije su atención,
debería haber sido capaz de prevenir tal traspié en nuestros planes.
-¿Crees acaso que yo hubiese permitido la pérdida de ese cachivache egipcio, si realmente fuese tan importante? – me explicó – Ella no es una simple mortal. Su naturaleza es divina, y su sangre es lo que requiero para la liberación del Señor del Vacío primigenio. Ahora, ella irá tras ustedes, y esta será la ocasión ideal para abrir la Última Puerta. Aún no estás en posición de someterla. Pero en breve lo estarás.
Y, conforme a su palabra, sucedió. Algunos meses después, una guerra de bandas estalló en la ciudad que adoptamos como sede. La sangre de montones de hombres y mujeres, inocentes o no, pronto inundó las calles.
Mi Señor, astuto y paciente como era, así lo había planeado. Su Creador es, después de todo, el desorden encarnado, y le será más fácil manifestarse donde sea más fuerte.
No estoy seguro de qué fue lo que pasó, pero en breve estábamos siendo atacados por un grupo de miembros armados de una de las bandas en disputa, que se dirigieron a la fábrica que teníamos por catedral, donde ya todo habíamos dispuesto para el sacrificio final. Pero no contaban esos humildes mortales con que a nuestro servicio estaba la fuerza más fundamental del universo, aquella que es fuente a la vez que final de toda forma de vida, o de cualquiera de las obras de arte de la naturaleza: el Caos.
Con su divino auxilio, fuimos capaces de repeler el ataque, y yo, personalmente, capturé al Lucero del Alba, haciendo uso de uno de los conjuros que mi Maestro me había enseñado.
Las cosas no salieron como algunos entre nosotros esperaban. Justo antes de concretar el ritual, una entidad angélica intervino, impidiéndonos ejecutar aquello que habíamos anhelado durante tantísimo tiempo.
Muchos se frustraron y quejaron amargamente, ante la aparente impotencia de nuestro dios. Pero entonces, supimos que ninguno de nuestros esfuerzos había sido en vano.
De un momento a otro, el aire en la fábrica comenzó a moverse, como si de un fuerte viento se tratara, hacia una esquina de la misma. Una fuerte luz empezó a iluminar el lugar desde ella, que pronto se volvió más y más grande, permitiendo ver, al otro lado de la recién abierta puerta dimensional, la inconfundible luz de las estrellas, a las afueras de una galaxia.
No fue sino hasta que el Señor empezó a aproximarse a nuestro punto de la realidad que me di cuenta de mi error.
Él no era como lo había imaginado. De hecho, no era de cualquier manera en que pudiera imaginarlo en absoluto. El sólo verlo hizo que mis ojos sangraran, y el más absoluto terror se apoderara de mí.
Entonces, supe que, fuera lo que fuera que ocurriera a continuación, estaba lejos de ser la fuente de bondad que anhelaba traer a este mundo.
Ahora, mientras soy arrastrado a lo que podríamos llamar las fauces de la bestia, veo por qué algunos decían que yo estaba loco al intentar contactar a antiguas deidades de otros planos.
Espero, de corazón, que exista en algún lugar un
dios benévolo, dispuesto a perdonar mis pecados. Y si es así, que por favor me
ayude.
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