Epílogo
Como
es abajo
Y así, la larga espera había terminado. Al fin, el
Lucero volvía a brillar en el cielo, y la Tierra se maravillaba de su grandeza.
El Hijo del Caos no había sido capaz de asesinar a las
grandes masas de la humanidad para liberar a su Creador. La liberación de Apofis
había sido evitada… por ahora.
Tras el conflicto, el Lucero se retiró a un edificio
cercano, en ruinas, para pensar y, sobre todo, lamentar la partida de aquél a
quien había amado tanto. Desde allí, sola, contemplaba el horizonte. La ciudad
seguía, más o menos, en una pieza, pero ahora la humanidad era testigo de la
existencia de los ángeles, y haría falta mucho trabajo para borrar tal recuerdo.
La vida seguía girando, aunque algo había cambiado.
Lo extrañaría. Mucho. Pero tenía el consuelo de que,
al menos, con él se había ido su largo exilio, y las esperanzas del Caos de
consumir el universo. Y entonces… la voz. Susurrante, como la de un reptil que
intenta articular palabra.
-Ganaste,
lo admito. Pero la eternidad es larga, Lucifer.
Ella se limitó a sonreír con amargura. Ni una palabra
brotó de su boca. Simplemente se levantó y, extendiendo sus alas, se dirigió de
regreso al Edén, dejando atrás la vida y a los amigos que hasta entonces había
tenido, una vez más. Pero afortunadamente, la última.
Mientras tanto, en un sótano olvidado de la ciudad, los pocos seguidores del Caos que aún quedaban, degollaban un cordero en un altar circular y cubierto de símbolos arcanos. Uno de ellos, el legítimo sucesor del Maestro de Justicia, pronunció el sagrado conjuro con que la fuerza vital del pobre animal alimentaría a su dios herido.
-No hemos terminado. – decía
– Y llegará el día en que ni Dios pueda detenernos.
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