martes, 18 de febrero de 2025

Estrellas en ruinas, cuento n° 2: Bajo un sol radiactivo

  II. Bajo un sol radiactivo

Recuperé la conciencia algún tiempo después del destello, y no tardé en percatarme de mi buena fortuna. Por milagro, pese a que el edificio en que me refugiaba había colapsado por causa de la onda expansiva, sus ruinas, lejos de aplastarme como a una mosca, me habían preservado de la muerte.

No fue hasta que intenté levantarme que me di cuenta de los inconvenientes de mi situación. Uno de mis brazos parecía haberse roto, y sentía un punzante dolor en mi tobillo izquierdo. Me sentí tentado a permanecer allí con la esperanza de que alguien viniera a por mí, pero no tardé en darme cuenta de que el tiempo jugaba en mi contra: la radiación pronto empezaría a corromper mis células, y a más tiempo esperara, más difícil iba a ser mi recuperación.

Así que, con mucho esfuerzo, me puse de pie, pero no tardé en caer una vez más. El dolor en mi tobillo era demasiado intenso, y en medio de las ruinas, iba a ser difícil hallar en qué apoyarme. Mi equipo seguramente se había reunido en las alcantarillas a un par de calles, que habíamos tomado como base de operaciones después de que nuestra nave fue derribada, así que tenía la posibilidad de gatear en su dirección, con la esperanza de llegar a tiempo para el rescate. Y así, comenzó mi lenta y tortuosa travesía hacia nuestro lugar de reunión.

Yo era un soldado. Para ser más concreto, el encargado de la artillería de mi unidad. Era nativo de Solaris, un mundo cercano a la Tierra, y a la edad de 16 años había ingresado en la Armada en el marco de la guerra contra los hombres serpiente. Reptiles humanoides, híbridos de hombre y lagarto trisoliano, que se habían revelado tras siglos de ser tratados como mano de obra barata en campos y minas, y que aspiraban a fundar su propio reino.

Eran criaturas intimidantes. De dos metros y veinte centímetros de altura, poseían una inteligencia ligeramente inferior a la del humano promedio, que sin embargo compensaban con su sorprendente fuerza física, y su numerosa prole.

La guerra fue una experiencia dura, pese a todo lo que aprendí de ella. El entrenamiento era extremo, y la desobediencia, la indisciplina o la equivocación eran gravemente castigadas.

Y pese a ello, yo, que en aquel momento era todavía un niño, me veía motivado a seguir con este trabajo debido a mi lealtad al Imperio, misma que me había sido transmitida por mis padres, descendientes directos de humanos nativos de la Tierra.

Hice cosas de las que no estoy orgulloso durante el conflicto. En una ocasión, participé de un ataque con napalm sobre una aldea que el ejército rebelde empleaba como base de operaciones. Hasta hoy recuerdo los gritos de dolor de las crías de estos seres, con sus pieles siendo consumidas lentamente por las llamas.

Supe también de muchos episodios cuestionables. Tales como el exterminio de poblaciones civiles a manos de soldados imperiales, que tenían órdenes de reducir al mínimo su número, a fin de evitar futuras rebeliones.

La guerra es así. Pero debo admitir que, con todo, el Imperio fue particularmente brutal.

Quince largos años pasaron de estas experiencias, y yo fui ganando experiencia y nuevas habilidades. Me convertí en un soldado respetado en mi equipo y, como la mayoría de nosotros no teníamos familia, y nos veíamos mutuamente como hermanos, terminé siendo destinado a Janidia, donde, desde hacía varios meses, civiles y militares habían sido testigos de apariciones de misteriosas y evasivas bestias, capaces de moverse a enormes velocidades, que merodeaban alrededor de nuestros centros militares, a apenas la distancia suficiente para no ser fácilmente detectables. Se rumoreaba, incluso, que el Imperio había sido capaz de derribar a una de ellas, y que sus restos estaban almacenados en los hangares de una base cercana.

Uno de mis compañeros fue uno de esos testigos. Describió a la criatura como una especie de estrella de mar, de una piel de tono grisáceo y verdoso, con grandes ojos alrededor de su boca. La cosa aceleró de cero a lo que seguramente serían decenas de kilómetros por hora en segundos, y no tardó en perderse a la distancia.

Todos estábamos inquietos con estos avistamientos. Se especulaba con alguna plaga galáctica, que podía potencialmente implicar un problema para el Imperio. Pero resultó ser más, mucho más que eso.

Hacía poco menos de una hora, nuestros radares habían detectado cuatro objetos colosales, aproximándose a una velocidad sorprendente hacia nuestra posición en el espacio. Cuando dirigimos nuestros telescopios a su ubicación, no podíamos creer lo que veíamos: grandes criaturas animales, similares a un gusano, pero mucho más grandes que uno, cuyos rugidos pronto fueron audibles en el espacio cercano al mundo que ahora habitaba.

Inmediatamente, comenzaron los preparativos para lo que probablemente sería un enfrentamiento hostil contra unos seres que ni siquiera acabábamos de entender del todo.

Yo y mi equipo abordamos nuestro caza. Un navío especial, por haber sido originalmente un disco volador reticuliano, de una tecnología sorprendentemente avanzada, que la Armada imperial había derribado, reparado y puesto a su propio servicio. 

Una vez a bordo, nos ubicamos cada uno en nuestras posiciones, y el vehículo despegó. Lo que siguió fue esperar a que las bestias se acercaran lo suficiente para intentar matarlas. Pronto nos daríamos cuenta de que, tras esa apariencia animal, se ocultaban una inteligencia y un razonamiento estratégico que no tardarían en acabar con nuestras presunciones.

De los lados de las criaturas, a través de unas rendijas similares a branquias, comenzaron a salir, en formación, docenas de animales que no tardé en reconocer, por su descripción, como aquellos que tanta gente clamaba haber visto en el último año, que esta vez, sin embargo, habían renunciado a su timidez, y se abalanzaban en grandes bandadas sobre la flota imperial en órbita, aferrándose al casco de las naves, y aparentemente rompiéndolo con la sola fuerza de sus dientes.

Vi como las criaturas devoraban a los tripulantes, cuyos gritos eran audibles incluso a la distancia. Las naves de la flota intentaban detener el ataque a punta de cañones de plasma, pero sus esfuerzos parecían ser inútiles, con lo que no tardamos en acudir en su auxilio.

La batalla fue intensa. Pese a que las criaturas eran fácilmente eliminadas por la artillería convencional, su gran versatilidad en el espacio, sumada a su enorme número, volvía muy difícil el hacerles frente.

Fue después de casi diez minutos de infructuosa lucha aeroespacial que, finalmente, recibimos órdenes de retirarnos. Para este punto, el enemigo se había acercado lo suficiente a la superficie para, seguramente, ser visible desde tierra, y sólo podía imaginar el pánico que la escena estaba provocando allí abajo.

En breves segundos, el piloto se encontraba intentando sacarnos de ese infierno, cuando, tal vez por un movimiento mal calculado, el casco de nuestra nave impactó contra uno de los tentáculos de alguna de las bestias.

Confieso que no podía estar más sorprendido al ver cómo, pese a su apariencia carnosa e incluso frágil, el impacto contra el cuerpo de la criatura había logrado dañar el ala derecha del disco, que pronto comenzó a caer a tierra, a una velocidad tal que pensé que mi destino final se encontraba muy cerca.

Desperté algunos minutos después, cuando uno de mis compañeros movió mi hombro. Habíamos caído en uno de los parques de la capital janidiana, al igual que algunos de los tripulantes de las otras naves.

El lugar tenía unos 40 kilómetros cuadrados de extensión, y era uno de mis sitios favoritos para pasar el rato. Lleno de árboles, animales y pequeñas plantas, era el lugar ideal para un día libre, en que necesitara aislarme de las preocupaciones y presiones de mi día a día.

Tal vez fue por eso que me impactó con una intensidad inesperada el percatarme de su estado cuando salí del navío. Los árboles estaban destruidos, y pedazos de metal y carne alienígena estaban dispersos por toda la superficie a mi alrededor. A la distancia, me pareció ver incluso cuerpos, que no parecían ser los de un adulto.

Por primera vez en mucho tiempo, volvía a experimentar de forma directa los horrores de la guerra. Y, por primera vez en mucho tiempo, éstos volvían a afectar mi carácter.

La escena me sensibilizó. Tanto, que fueron mis compañeros quienes debieron sacarme de mi ensimismamiento, arrastrándome para salir del sitio en busca de refugio.

Afortunadamente, estábamos en uno de los bordes del parque, y no tardamos en llegar a la zona urbana de la ciudad.

-División 731 a Comando central. – dijo, en dos ocasiones, uno de mis compañeros a la radio del equipo – Nos derribaron, infórmennos del punto de reunión.

No hubo respuesta. Pensamos que el aparato estaría dañado, y decidimos refugiarnos en un desagüe cercano, con la esperanza de recibir instrucciones antes de que el bombardeo masivo comenzara.

Estábamos perdiendo. Era evidente con sólo ver hacia arriba, donde el cielo estaba cada vez más dominado por las fuerzas enemigas.

Nos debatimos qué hacer. En calles cercanas, habían caído más cazas imperiales, y no tardamos en darnos cuenta de que debía de haber heridos a bordo, que necesitaban de nuestra ayuda. Finalmente, decidimos ir a por ellos, y acordando encontrarnos en este mismo punto, nos separamos para ir a auxiliar a los posibles supervivientes.

En el camino hacia la nave más cercana, me encontré con numerosos civiles huyendo hacia los refugios subterráneos de la ciudad, que también fungían como espacio-puertos para huir del mundo cuando era necesario.

Pocos minutos más tarde, las numerosas cápsulas cúbicas, pobladas por los pocos que habían llegado a tiempo, comenzaron a salir disparadas hacia el cielo.

Llegué, finalmente, a destino. La nave estaba muy dañada, y en cuanto me acerqué a ella, me percaté de que los cuerpos sin vida de todos sus tripulantes estaban dispuestos, con las miradas perdidas y los rostros pálidos, en torno a sus restos.

Y entonces, ocurrió lo que tal vez, si hubiese tenido tiempo de pensar con más cuidado, debería haber temido. A lo lejos, dirigiéndose a gran velocidad hacia las bestias espaciales, y dejando una estela blanca a su paso, un objeto cilíndrico surcaba el cielo.

Inmediatamente, corrí a esconderme en el edificio más cercano. Tiré la puerta de una patada y me oculté en la primera habitación que encontré. Y entonces… la luz. Y el ruido. Y el golpe de la onda expansiva, lanzándome como si fuera un muñeco de trapo, en lo que la casa se caía a pedazos a mi alrededor.

Sí, sin duda era un milagro el seguir vivo después de eso. Pero el milagro no se consumó.

 Cuando, tras un largo y doloroso esfuerzo, llegué de regreso a la entrada de las alcantarillas que habíamos escogido como refugio, sólo vi a dos de los muchachos allí. Uno de ellos, inconsciente. Tal vez ya muerto, y con la mitad del rostro con la piel destrozada. El otro, mi capitán, luchando por comunicarse con la base, cada vez más desesperado.

Fue en ese momento que, finalmente, vimos, a la distancia en el cielo, grandes naves que, habiendo salido del horizonte, se alejaban del disco en que hasta entonces, habíamos habitado.

No tardamos en darnos cuenta de lo que ocurría, para nuestro estupor. El Imperio, sencillamente, no tenía interés en salvar nuestras vidas. Los restos de las gigantescas bestias que nos habían atacado fueron invisibles en el firmamento hasta que aparecieron una vez más, sin previo aviso. No tardó en estar claro que su capacidad de vuelo, que les permitía alcanzar velocidades sin igual, había hecho que decenas de millones de muertes fueran en vano.

El Imperio había perdido, y no tendría mayores problemas en dejarnos a nuestra suerte. Ese Imperio por el que yo había luchado, ahora me dejaría morir.

Empecé a sentir náuseas en ese momento, y no tardé en vomitar sangre mezclada con bilis.

El sol de Janidia nos iluminaba todavía. Pero ahora, su presencia sólo servía para mostrarnos los frutos de la crueldad humana hacia sus semejantes.

Me percaté entonces de los gemidos de los civiles supervivientes, que pronto cesarían de respirar.

Irónico, pero tal vez predecible. Había matado por el Imperio, y ahora moriría por él. Un destino cruel… pero justo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

La Corte de AlAlion, capítulo n° 2 : La confrontación

Capítulo 2 La confrontación Victoria llegaba a casa, tras lo que sin duda había sido un muy satisfactorio triunfo contra la que consideraba ...