Cuando uno habla de las Cinco Vías de Santo Tomás de Aquino para la demostración de la existencia de Dios, es común encontrarse con críticas que resaltan por lo burdas que son y por la ignorancia que demuestran, la mayoría de ellas inspiradas en la obra de uno de los ateos más relevantes de nuestro tiempo y menos brillantes, en materia de cuestiones teológicas, de la historia. Estoy hablando, claro está, de Richard Dawkins, el biólogo británico que en su inmerecido bestseller The God Delusion, pretende responder a las Cinco Vías del Aquinate en la Suma Teológica con la arrogante y -vista desde el conocimiento pleno de la materia- ridícula presunción de que son fácilmente expuestas como vacías.
Empiezo por señalar algo que a todos estos geniecillos del nuevo ateísmo suele escapárseles al tratar este tema, y es que estas cinco evidencias para la existencia del Ser Supremo son, en realidad...resúmenes. Así es: las summas tomistas fueron escritas como manuales de introducción para estudiantes de teología. Esto es importante y representa un doble problema para los estudiosos modernos del asunto, al menos si es que estos no tienen una debida formación en filosofía y teología (como es ridícualmente evidente en el caso de Dawkins). El primero es que no estaban destinadas a constituir un caso completo a favor de la existencia de Dios, incluyendo objeciones y contraobjeciones. El segundo es que Aquino da por sentado que los lectores (a diferencia de los nuevos ateos) disponen de ciertos conocimientos básicos en la materia que les permitan entender lo que se les está diciendo.
En palabras del filósofo y erudito tomista Edward Feser, Aquino nunca tuvo la intención [en estas cinco pruebas] de que fueran independientes y probablemente habría reaccionado con horror si se le hubiera dicho que las generaciones futuras de estudiantes las estudiarían de forma aislada, alejadas de su contexto inmediato en la Summa Theologica y del contenido más amplio de su trabajo como entero.
Y este es el gran problema de Dawkins y de todos sus seguidores, problema que, como veremos, está lejos de ser menor. Otra línea de evidencia para la ignorancia casi infantil (vamos, a esto lo argumentaba yo con nueve años) de Dawkins, es el hecho de que nunca en todo su argumento cita directamente al Aquinate. El resultado de todo esto es que se arma un hombre de paja para atacarlo, con resultados desastrosos.
Como diría Alvin Plantinga en su reseña de The God Delusion, se podría decir que algunas de sus incursiones en la filosofía son, en el mejor de los casos, de segundo año, pero eso sería injusto para los de segundo; el hecho es que (aparte de la inflación de calificaciones), muchos de sus argumentos recibirían una calificación reprobatoria en una clase de filosofía de segundo año.
Dicho esto, procedo a explicar porqué yo como profesor lo ridiculizaría ante toda la clase por ignorante voluntario.
A las tres primeras pruebas acota Dawkins que son simplemente diferentes formas de decir lo mismo. Pronto entenderán el porqué de mis ironías.
El primer argumento, el del movimiento, nace de la reflexión aristotélica del cambio como actualización de una potencialidad (cosa que seguramente explique en futuros artículos), demostrando que sólo una realidad que es acto puro (es decir, incapaz de adquirir cualquier especie de cualidad nueva) puede dar explicación satisfactorio a la cadena de movimiento que, es evidente, existe en el universo. La segunda se basa en la existencia de causas eficientes (es decir, las que provocan que algo sea como es), exponiendo como sólo una causa no causada puede explicar esta cadena de causalidad. La tercera, sustentada sobre la realidad de los seres que pueden dejar de existir, demuestra que sólo un Ser Necesario podría mantenerlos en existencia.
Como no los conoce en ningún grado de profundidad, y en lugar de explicar estos temas en toda su vasta complejidad filosófica, el biólogo se limita a decirnos que estos argumentos se basan en la idea de una regresión e invocan a Dios para terminarla. Según Dawkins, una singularidad como el Big Bang podría explicar perfectamente el comienzo del universo, con lo que Dios sería una conclusión innecesaria.
El problema con esto...es que Tomás de Aquino nunca pretendió explicar el origen del universo. Así, como lo leen. Esta manifestación de idiotez supina por parte de un hombre brillante como me consta que es Dawkins, que transforma los argumentos de este santo en una versión pobrísima del argumento cosmológico Kalam (que pretende probar la existencia de Dios a través de la imposibilidad, ya filosófica, ya científica de un universo eterno), se ha venido repitiendo en miles, y miles, y miles de blogs ateos en muchos idiomas, hasta el punto de que el público no informado apenas la cuestiona.
Según Ralph McInerny, filósofo tomista, el Aquinate pasó mucho tiempo mostrando que no hay nada internamente inconsistente en hablar de un mundo eterno, cosa que Dawkins evidentemente no nota porque no ha estudiado en nada las bases filosóficas de aquél a quien pretende atacar.
De lo que Santo Tomás está hablando no es del origen del universo, sino de lo que sucede aquí y ahora. Y es aquí donde entra el título de este artículo, con la idea de causalidad accidental y jerárquica.
Piense usted, lector, en un libro sobre una repisa. El libro es sostenido en su posición por la repisa, que a su vez es sostenida por el piso en el que está, sostenido por las bases del edificio que, por su parte, son mantenidas en su lugar por el planeta Tierra. Esta brillante analogía, propiedad intelectual del filósofo Enric del canal de YouTube Adictos a la Filosofía, es la definición práctica de una causalidad jerárquica, o una serie esencialmente ordenada: aquella en que todos los elementos causantes deben estar presentes para que las consecuencias puedan seguir existiendo, en este caso, la posición del libro. En otras palabras: es una causalidad que se da necesariamente al mismo tiempo.
Todo esto se contrapone a la causalidad ordenada accidentalmente, aquella en que, si bien un ente da origen a otro, este no debe seguir existiendo para que su consecuente pueda hacerlo. Los perros tienen perritos, pero por más que la madre muera por vejez o enfermedad, los cachorros no van a desaparecer por ello.
Ahora ¿Por qué es estrictamente necesario, a diferencia de en las causalidades accidentales, que exista un primer miembro en las cadenas jerárquicas? Simple: porque si todos los miembros de la cadena poseen por otro la cualidad que define a la cadena, entonces ninguno la poseería. El movimiento es un ejemplo perfecto: imagine que usted y yo vemos pasar un tren tan largo que no podemos ver donde empieza y donde termina. Y usted me pregunta, como nunca ha visto semejante máquina, cómo es que se mueven los vagones. A esta pregunta yo le respondo que cada vagón mueve a otro, y este al anterior y así con infinitos vagones. Pero como usted es listo, se da cuenta de que esto no puede ser así. ¿Por qué? Porque si todos los vagones fueran movidos por otra cosa...ninguno podría moverse. Simplemente ninguno tendría la energía necesaria para hacerlo. Se necesita, pues, una locomotora.
Esta comprensión es crucial especialmente para entender la Cuarta Vía, el argumento de los grados del ser, en que Aquino argumenta que existe una cadena jerárquica del ser, en que los entes se vuelven progresivamente más perfectos. Rocas, minerales, plantas, animales, hombres, ángeles. Pero para que esta cadena sea posible, debe existir un Ser perfectísimo, del que procedan todas las perfecciones (entendidas como grados de plenitud de un atributo, sea este la inteligencia, la belleza o el poder) que los otros seres no poseen por sí mismos. Sobre esto volveré, nuevamente, en futuros artículos, pero calculo que por este medio entenderá el lector a qué se refiere Aquino, al menos un poco mejor que Dawkins, que se limita a decir la barbaridad que sigue:
¿Eso es un argumento? También se podría decir que las personas varían en olor, pero podemos hacer la comparación solo con referencia a un máximo perfecto de olor concebible. Por lo tanto, debe existir un hediondo preeminentemente incomparable, y lo llamamos Dios. O sustituya cualquier dimensión de comparación que le guste y obtenga una conclusión equivalentemente fatua-The God Delusion, página 101.
Esta refutación falla porque no está entendiendo la noción de perfección tomista, y como se relaciona con poseer el ser en mayor o menor grado. Las imperfecciones o males del mundo, como lo demostró tajantemente Agustín, provienen de la falta de ser[1]. Es muy simple de entender, pero para esto deberemos retroceder un poco hasta la controversia con la secta criptognóstica del maniqueísmo.
Alrededor del siglo IV, en tiempos de Agustín, la religión fundada por el persa Mani estaba en su apogeo. En resumen, Mani afirmó ser el último profeta (muy al estilo de Muhammad), enviado por Dios para iluminar a la humanidad tras una larga revelación progresiva. Bueno, Dios...si es que el dios bueno de Mani merece semejante título, generalmente atribuido a entidades de supremacía absoluta. En efecto: el maniqueísmo (y es por esto que no lo considero una forma de gnosticismo por más que muchos así lo vean, siendo que el gnosticismo de hecho asume una idea de Ser Supremo casi siempre en formas panenteístas) es una religión de carácter esencialmente dualista, con dos dioses, uno bueno y uno malo, que habitaban pacíficamente en la parte superior e inferior del universo primigenio, hasta que el dios malo, el Diablo, quien es la encarnación de la corrupción, decidió invadir el Cielo originando un mundo con almas celestiales aprisionadas en la materia en el proceso[2].
Un gran maniqueo fue, de hecho, San Agustín antes de su extraordinaria conversión al catolicismo, quien una vez que las oraciones de Santa Mónica dieron frutos, dedicó su vida a, entre muchas otras labores intelectuales, refutar la fe de Mani. La fórmula con la que Agustín derrotó el concepto de un dualismo cósmico, es en realidad muy simple: la idea del mal como ente existente en sí mismo y personificado en grado sumo en un demiurgo es imposible, ya que si así fuera este poseería ya dos perfecciones, la de la existencia y la de la extensión suma, o en otras palabras, habrían dos bienes en ese mal que se pretende puro.
La idea de una plenitud de la corrupción, que es esencialmente pérdida de perfecciones, es simplemente una contradicción de términos. Luego, sólo puede existir el bien, y en caso de que aceptemos la noción tomista, sólo un Dios.
En este sentido, se podría afirmar que la hediondez es un producto de una imperfección, ya sea de alimentos adecuados o de capacidades corporales para realizar la digestión correctamente.
Aquino comienza la Quinta Vía hablando de cosas que, careciendo de intelecto, actúan rutinariamente para un fin. Careciendo estas cosas de inteligencia, no pueden elegir esto.
El azar no puede ser dado por explicación, dado que casi siempre obran de la misma forma, con lo que deben actuar de este modo dada una inclinación natural que tienen, que debe ser concedida por una causa inteligente.
Es aquí que verá usted, lector, claro como el agua el porqué es importante no querer emitir juicios de buenas a primeras, sin entender el contexto en que las cosas fueron escritas hace tantísimo tiempo.
Dawkins hace nuevamente gala de su ignorancia al decir que la teoría de la evolución ha refutado este argumento:
Probablemente nunca ha habido una derrota más devastadora de la creencia popular por un razonamiento inteligente que la destrucción de Charles Darwin del argumento del diseño-The God Delusion, página 103.
El error de Dawkins es ignorar de nuevo el contexto filosófico aristotélico de las Vías. Procedo a explicar: en tiempos de Aristóteles, había cierta controversia filosófica entre dos posiciones que se enfrentan hasta el día de hoy. Estas son el mecanicismo (que sostiene que el universo es pura materia y leyes físicas, no existiendo ninguna razón final, ningún objetivo para las cosas, es decir, lo que creen lamentablemente la mayoría de cientificistas a día de hoy) y la teleología (que sostiene justo lo contrario, a saber, que el universo actúa por fines, que hay un para qué de las cosas). Aristóteles resolvió esta cuestión a favor de la teleología.
Permítame usted hacerle una pregunta: cuando sale a la calle y llueve ¿Por qué se moja? Sí, es obvio, el agua moja, pero ¿Por qué? ¿Por qué no se vuelve verde, explota o se convierte en un politólogo famoso, liberal y con escasa fidelidad a la verdad?
A más se analiza y más se aplica a otros campos, más nos damos cuenta de que tiene que haber algo en el agua, un fin hacia el que esta se mueve de manera intrínseca. Sólo así es explicable un universo ordenado e inteligible. Pero dijimos que toda causalidad jerárquica tiene que tener un primer miembro. Luego, se deduce que, si todas las entidades en todas las cadenas causales de la realidad están orientadas a algo, debe haber un ente que fundamente esa cadena de fines, que sea el Fin en sí mismo, o estos fines no podrían existir por la sencilla razón de que no habría nada que los oriente a ellos. Serían fines...sin un fin. Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén (Romanos 11:35, La Biblia de Jerusalén). Pero eso es tema para después.
Cabe aclarar que no digo aquí que el mojar sea un fin en sí mismo para el agua, sino que me propongo exponer cómo para que este fin secundario se de tiene que haber un orden teleológico previo que lo permita, o no podríamos explicar cómo es que se llega a tal situación. Aclaro esto porque se me criticó durante la elaboración de esta obra que mi ejemplo podía prestarse a confusión. Sólo para considerarlo.
Siendo así, la evolución, lejos de ser una respuesta satisfactoria a este problema, ni siquiera es posible sin una teleología. Como concluye Elders a este respecto, el término del quinto camino es el intelecto de Dios como autor del orden en el mundo y, por lo tanto, implícitamente se refiere al orden sobrenatural que sobrepasa todo lo que el hombre pueda concebir.
Ya para concluir, tratemos el tema de los atributos Divinos. Según Dawkins, las Vías son non sequiturs, es decir, que la conclusión de un Dios es gratuita, que no tiene su fundamento en las premisas. En sus propias infames palabras:
Incluso si nos permitimos el dudoso lujo de conjurar arbitrariamente un terminador a una regresión infinita y darle un nombre, simplemente porque lo necesitamos, no hay absolutamente ninguna necesidad de dotar a ese terminador con ninguna de las propiedades normalmente atribuidas a Dios: omnipotencia, omnisciencia, bondad, creatividad de diseño, por no hablar de atributos humanos como escuchar oraciones, perdonar pecados y leer los pensamientos más íntimos-The God Delusion, 101.
Empiezo por decir que sí, las Vías tomistas definitivamente no dicen todo lo relacionado a Dios, sencillamente porque no fueron creadas para tal fin. Así, no es el objetivo de Aquino probar específicamente al Dios cristiano, sino sólo la existencia del Dios del monoteísmo clásico.
En otras partes de su obra, Aquino se propone, para ello, de defender los atributos Divinos que Dawkins nos acusa a nosotros, los teístas, de simplemente asumir. Justo en la página siguiente, de hecho, se pregunta el Aquinate si la Causa Primera tiene materia y forma. Luego, demuestra que esta Causa debe ser omnipotente, omnisciente, bondadosa y que es una fuerza con creatividad de diseño.
No voy a simular que respeto intelectualmente a Dawkins: es evidente que no leyó a Aquino jamás, o que no lo hizo con ninguna seriedad en absoluto. Y es por esto que dice cosas como la que sigue:
Por cierto, no ha escapado a la atención de los lógicos que omnisciencia y omnipotencia son mutuamente incompatibles. Si Dios es omnisciente, ya debe saber cómo va a intervenir para cambiar el curso de la historia usando su omnipotencia. Pero eso significa que no puede cambiar de opinión sobre su intervención, lo que significa que no es omnipotente-The God Delusion, página 101.
Vamos a ver...precisamente porque Dios es perfecto en conocimiento que no puede cambiar de opinión. La omnipotencia no va de hacer cualquier cosa, sino de actualizar cualquier posibilidad real en una realidad concreta. Aunque, nuevamente, esto se tratará más detalladamente en el contexto de la Paradoja de la Omnipotencia en un futuro artículo[3].
En conclusión, y como dijo Marco Tulio Cicerón, a no creerse todo lo que se lee en Internet.
Entonces ¿De qué hablamos cuando hablamos de Dios?
Recuerdo que, en una ocasión, teniendo unos doce años y siendo ya un ateillo arrogante y detestable, me crucé con un video de cierto youtuber afín a mis ideas sobre la religión -que hoy cuenta con media Argentina en suscriptores- , en que, blasfemias de por medio, y tras una breve exposición sobre la magnificencia del universo, se jactaba acerca de que la idea de que un hombre en el cielo haya creado todo eso era totalmente carente de sentido. En ese momento, en mi juvenil ignorancia, me pareció una idea propia de una persona inteligente, y procedí a utilizar el argumento más a modo de insulto que de análisis real.
Hoy en día, y no como cristiano sino como persona intelectualmente decente que aspiro a ser, nunca podría. Es curioso como los nuevos ateos intentan refutar algo que ni siquiera comprenden bien a nivel de estructura argumental. Y es que, en realidad, el Dios del monoteísmo católico y del teísmo filosófico clásico está muy lejos de ser un hombre sentado en una nube. Y ni siquiera en el marco del catolicismo: todos los monoteístas, a excepción de ciertas sectas como los Testigos de Jehová, algunas vertientes radicales del Islam como el wahabbismo o los "monoteístas" como los mormones, creemos y defendemos un Dios tan trascendente que la idea del hombre en el cielo es totalmente infantil e incluso ridícula.
Y sin embargo, por alguna razón (y como causa principal de su ateísmo), esa es la idea que muchos ateos sostienen sobre el Altísimo, aún si lo hacen de una forma más matizada. Me explico: los ateos ven a Dios como un númen, como un dios con minúscula, una especie de Zeus u Odín, sin rivales en su mitología, es cierto, pero poco más que eso. Es en ese contexto, en que Dios es sólo otra entidad en el universo, en que se atreven a cuestionar sus celos, sus demandas de adoración, sus castigos y recompensas, sus juicios e incluso su forma de obrar en el mundo, llegando a verlo como un ser caprichoso, a veces malvado, y muy narcisista, como una especie de monarca oriental tiránico y caprichoso elevado a los altares del cosmos. Esta misma visión les lleva al triteísmo (tres dioses) en algunos casos, o bien al modalismo ("voy a enviarme a mí mismo para sacrificarme en mi honor y así aplacar mi ira"), incluso si acaso ni siquiera manejan esos términos.
El Dios de los católicos, el Dios en que creo y que defiende el monoteísmo clásico, Aquél que bajó de Su Trono en el Cielo para sacrificarse por amor de los hombres y salvarles de sus pecados, en resumen, el Único y Verdadero Dios, no tiene nada que ver con eso. Entonces, se preguntará el lector ateo que se haya encontrado con esta obra ¿A qué nos referimos con Dios?
Si leyó con atención la sección anterior, ya se hará una idea remota de lo trascendente y absoluto que es el Uno Trinoque Domino del que hablaba Santo Tomás en uno de sus poemas. Dios es, en efecto, un ente más allá de la imaginación, que es el fundamento, no ya en un sentido causal temporal, sino en un nivel sustancial, en el nivel más profundo, de todo lo que existe o puede existir, atemporal pero capaz de obrar en el tiempo, absolutamente grande a la vez que aespacial, infinito en todos los aspectos, poseedor de un poder más allá de los límites de la imaginación humana, Uno y Tres. Causa de todo, Fin ontológico, en lo más profundo de su ser, de todas las cosas, Ser Necesario por encima de todos los seres necesarios, infinitamente más glorioso de lo que podamos imaginar, a la vez que simple, sencillo hasta un nivel en que sólo puede aparecérsenos como infinitamente complejo.
Dios es, en resumen, el Ser. No entendido como la suma de todas las cosas, sino como su fundamento, separado a nivel sustancial de la creación, trascendente, a la vez que inmanente hasta lo más profundo. Y por ser el Ser, que fundamenta las existencias que de Él participan, es Uno, Eterno, Omnipotente, Omnipresente, Omnisciente, perfectamente Bueno, ya que ningún atributo que posean las criaturas puede lógicamente no estar presente en el Fundamento de Todo. Pero, en Su Magnificencia, es Él también poseedor de una Simplicidad tan absoluta que todos ellos se confunden, en una perfecta, monolítica y bella unidad, de una forma que sólo remotamente podemos llegar a entender.
¡Alabado seas, Señor de los Mundos! ¡A Ti el Poder, el Honor y la Gloria por los siglos de los siglos!
Acompáñeme, pues, en los próximos artículos de este blog, a adentrarnos más y mejor en los misterios del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que viven y reinan por la eternidad del tiempo y más allá, amén.
Bibliografía
1.Fradd, Matt. "Dawkins vs. Aquinas". Ver informe completo en: https://www.catholic.com/magazine/print-edition/dawkins-vs-aquinas-fail
2.Enciclopedia Católica. "Maniqueísmo". Ver informe completo en: https://ec.aciprensa.com/wiki/Manique%C3%ADsmo
3.Fradd, Matt. "Dawkins vs. Aquinas". Ver informe completo en: https://www.catholic.com/magazine/print-edition/dawkins-vs-aquinas-fail
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