El humanismo fue, sin duda, uno de los movimientos más importantes e influyentes de la historia. Con su objetivo declarado de restablecer en el seno de la cultura europea los ideales de la Antigüedad Clásica respecto al hombre, fue el caldo de cultivo para desarrollo de una concepción individualista, en que la persona humana es "la medida de todas las cosas", y que logró eclipsar paulatinamente los motivos religiosos.
Los intelectuales del humanismo eran hombres de gran cultura, que hablaban un latín pulido y frecuentaban a los clásicos del orbe grecorromano, hecho que dio un gran brillo a su oratoria y escritos. No es de extrañar, pues, que accedieran pronto a encumbradas posiciones en las cortes de Europa, así de los reyes y príncipes como de los Papas.
Tan relevante movimiento contó, como es natural, con una gran cantidad de precursores, que allanaron el camino hacia su profunda influencia en el mundo occidental.
En principio, no podemos olvidar al florentino Dante Alighieri, quien introdujo en su Divina Comedia a modo de guía a través del Infierno al justamente reconocido poeta romano Virgilio.
Otro poeta, el llamado Petrarca, expresó en sus cancioneros su concepción de la vida como una alegre manifestación de la belleza y el gozo de percibirla, y de amarla.
El autor de El Decamerón, un tal Bocaccio, proporcionó, a su vez, modelos literarios, transmitiendo su pasión por el clasicismo a las siguientes generaciones.
A partir del siglo XV se producen una serie de hitos que conducirán al desarrollo del así llamado Movimiento al Esplendor del siglo XVI.
En 1417, se descubre el manuscrito De Rerum Natura, del poeta romano Lucrecio, en que quedaron plasmadas las concepciones materialistas y hedonistas de Demócrito y Epicuro. Sin saberlo, este autor abrió, muchos siglos después, nuevos horizontes a los artistas plásticos, entre ellos, el afamado Sandro Boticelli.
En 1421, el latinista Bruni tradujo el Fedro de Platón, obra que tendría una gran proyección en el desarrollo de los estudios platónicos. Ese mismo año, Lósimo de Médici fundó la Academia Platónica de Florencia, misma que sería la fuente de propagación del Renacimiento Italiano.
En 1453, la caída de Constantinopla a manos de los turcos otomanos ocasionó que los sabios helenistas locales se trasladaran masivamente a Florencia, potenciando la Academia Medicea. De entre todos ellos, destaca el cardenal Juan Bessarion, quien llevó a Italia más de seiscientos manuscritos de los clásicos.
Sabio platonista, Bessarion polemizará con intelectuales griegos aristotélicos de la talla de Gegorio de Trebisonda y Teodoro Gaza.
Marsilio Ficino encabezará eventualmente la Academia Platónica, y promoverá el estudio del griego. Su pensamiento neoplatónico sostenía que el hombre es el culmen del universo, intermediario entre el Cielo y la Tierra.
Tradujo los Diálogos platónicos, y sobre la influencia de tan ilustre filósofo se propuso demostrar la continuidad de la Revelación a través del tiempo.
Pertenece a Juan Pico de La Mirándola el realizar una síntesis integral del saber de su época, exaltando los valores del hombre como suprema realidad de la naturaleza y reflejo de la armonía cósmica, dignidad que le hace digno soberano del mundo, al que ha de utilizar al servicio de su crecimiento en todos los ámbitos.
Fue en su obra De Ente et Uno, panteísmo de por medio, que expuso su modelo del homo universale, el hombre culto e intelectualmente refinado que definiría al Ubermensch del Renacentismo. Acuñó, además, el mismo término de humanista para definir a ese ideal hombre futuro.
En 1460, y sobre el modelo florentino, el Papa Pío II crea la Academia Romana, designando como director al humanista Pomponio Leto. Esta Academia llegará a su auge bajo León X, en cuya corte brillaron, además, Pedro Bembo, Juan Pontano y Castiglione.
Baltasar Castiglione, autor de Il Corteggiano, es responsable de fijar el arquetipo del hombre renacentista. Tiempo después, a través de la traducción de Boscan, este ideal se proyectaría a lo largo de la Península Ibérica.
Entre 1494 y 1527, se ubica el momento de esplendor del Humanismo en el Arte. Estamos hablando del punto culminante de la obra de Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Rafael, Tiziano y otros. El genio humanista acabó por proyectarse sobre las monumentales obras arquitectónicas que, en 1503, el Papa Julio II encomendó a Miguel Ángel, destacando, cuando no, sus frescos en la Capilla Sixtina y la Catedral de San Pedro.
En Francia, el humanismo reconoce su paradigma en Don Miguel de Montaigne, que escribió sendos libros sobre su escepticismo ante las posibilidades de la razón humana.
Como muchos movimientos de la época, el humanismo también se manifestó en su ala cristiana, bajo la figura de Erasmo de Rotterdam. De este autor se puede decir que se encuentra en las antípodas de Maquiavelo, pues fundamentó su obra en la religión cristiana y el Evangelio. Profundamente pacifista, descartó del todo los métodos violentos o falsarios, considerando que la moral ha de regir la vida tanto pública como privada.
Su obra principal es Institutio Principis Christiani, escrita para Carlos I de España (y V de Alemania), pese a lo cual es más recordado por su Elogio de la Locura, en que condena las fechorías ruinosas del despotismo de su época, argumentando que la sabiduría y la caridad cristiana deben regir al Estado así como a las personas, siendo condición necesaria del orden, el progreso y la prosperidad. La educación cristiana del príncipe es requisito previo a la instauración de un orden basado en los preceptos evangélicos y el orden natural.
Trazó también las líneas generales de la pedagogía del príncipe, que debe ser sabio, fuerte y justo, por constituir la representación e imagen de Dios en la Tierra. Los pedagogos del príncipe han de preferir, decía, los conocimientos técnicos al arte o la historia.
A Erasmo le resultaba inaceptable la soberanía absoluta, por lo que defendió que la elección del soberano es siempre preferible a la herencia. También apoyó un tipo mixto de gobierno, que combine las ventajas de cada una de sus formas, moderando sus defectos. Es de resaltar que prefirió, también, la representación popular, manifestada en aquellos tiempos en los Países Bajos.
Ensalzó siempre la libertad cristiana, afirmando que un buen gobierno no puede ser teocrático. Adelantándose a Locke, levantó la bandera del control a fin de limitar el capricho real, definiendo a la República cristiana como una comunidad de cultura y rechazando la idea de Imperio. En este sentido, tuvo la muy interesante propuesta de una federación entre los países cristianos.
En estas palabras, me he propuesto un muy limitado resumen del Renacentismo, más no por ello una crítica, tema que por razón de comodidad prefiero dejar para futuro material. Por lo pronto, esto ha sido todo.
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