Muchos autores de la así bautizada Escuela Austríaca -de la que hablaré en detalle en futuros artículos-, han atribuido a esta escuela de pensamiento nacida en el siglo XVI el mérito de ser los fundadores de la economía científica, además de los precursores de las modernas tesis de libre mercado. Sin embargo, la verdad es que esta relación no es tan directa como muchos han llegado a pensar, por dos razones: en primer lugar, los doctores de Salamanca no defendieron una teoría subjetiva del valor de cambio, ni asumieron al precio resultado de la competencia como base para definir el precio justo de las mercancías, ni muchísimo menos rechazaron que se fijaran legalmente los precios de los víveres en todos los casos, al menos, hasta la llegada de Luis de Alcalá.
Esto puede demostrarse sin mucha dificultad, al analizar los textos de autores como fray Francisco de Vitoria.Los escolásticos salmantinos heredaron de los pensadores medievales una teoría del valor que parte de la premisa de que el precio de las cosas viene determinado no por su perfección intrínseca o naturaleza, sino por su necesidad para los seres humanos, pero hay que dejar en claro que entendieron esa necesidad en términos objetivos, siguiendo, por supuesto, al "más santo de lo sabios y más sabio de los santos", Santo Tomás de Aquino.
Siguiendo a Alberto Magno, su célebre discípulo explicó que el valor de cambio de las cosas lo determina "la estimación común", que se refiere a la necesidad común y general de toda la humanidad, sin tener en cuenta lo que pueda sentir un individuo particular ante un determinado objeto. Francisco de Vitoria sigue a Tomás de Aquino cuando dice que "[la compraventa]ha sido introducida para utilidad común del comprador y del vendedor, puesto que cada uno necesita de la cosa del otro. Por consiguiente, debe establecerse entre ellos el contrato según igualdad objetiva , pues lo que ha sido introducido para común utilidad no debe gravar más a uno que a otro."
También realiza una distinción entre las cosas necesarias para la vida y aquellas que no lo son:
“Hay dos clases de cosas que se pueden vender. Hay unas que son necesarias para la buena marcha de las cosas y para la vida, y por ellas no se puede exigir más de lo que valen, y no sirve decir que al que quiere no se le hace injuria, pues en este caso no se da una decisión del todo voluntaria sino que existe una coacción, pues la necesidad le obliga; como si uno que tiene necesidad en un camino, pide vino para beber, y el otro no lo quiere dar sino por veinte ducados, y solo vale diez, este peca mortalmente y está obligado a restituir, porque aunque aquel se lo compró porque quiso, su decisión no fue lisa y llanamente voluntaria”.
Entonces, cuando las cosas son necesarias "para la buena marcha de las cosas", no se puede exigir por ellas "más de lo que valen", lo que ya desde el vamos implica una noción objetivista.
Sobre las cosas que no son necesarias para la vida, nos dice lo siguiente:
“Hay otras cosas que no satisfacen necesidades humanas. Tengo una vihuela que solo vale diez reales, y no la quiero dar sino por veinte: si otro los quiere dar, pase. Lo mismo se diga de una piedra (preciosa) que vale diez y no la quiere dar sino por veinte: si otro los da pase, porque esta decisión es voluntaria”
Aquí, nuevamente, se introduce la noción del "vender algo por más de lo que vale", lo que lleva implícita la idea de que existe un valor objetivo que sirva como punto de referencia.
Vitoria también realizó una segunda distinción, en el caso de las cosas necesarias para la vida. En particular, afirmó que existe una relación entre el precio justo y el número de compradores y vendedores. Así, el precio justo es el que, en una condición de abundancia de ambos extremos del mercado, surge de la común estimación de los hombres. En cambio, si existen pocos compradores y vendedores, este ha de deducirse teniendo en cuenta otros factores.
Es interesante destacar que, de hecho, según Vitoria el precio establecido legalmente es el precio justo.
“Si el precio de las mercancías está establecido por ley, como ocurre en los pueblos en los que la libra de carne vale cinco maravedíes y así está sancionado, entonces éste es el precio justo, y no es lícito vender a mayor precio”.
Domingo de Soto, discípulo de Vitoria, continúa con esta línea de pensamiento al afirmar que las cosas necesarias para la vida no pueden venderse al precio que se quiera, y Melchor de Soria se basó en la distinción vitoriana para determinar el precio justo del pan, y argumentó a favor de la fijación legal del mismo, para que no fuera el vendedor quien se lo impusiera al comprador.
Tomás de Mercado es incluso más favorable en cuanto al control de precios, promoviendo que este se aplicara a los mercados monetarios.
Es en este sentido que, creo, se puede hablar de dos corrientes en la Escuela de Salamanca: una más cercana a lo que hoy llamaríamos "liberalismo económico", y otra de carácter mas conservador, más cercana a la tradición tomista.
La segunda razón por la que opino así, es que hay una ruptura clara entre el enfoque liberal, resultado de la revolución científica y mecanicista, y el enfoque de los ya mencionados doctores, que nunca independizaron la economía de la ética. Me explico: mientras que el liberalismo tiene una visión puramente mecánica de las relaciones humanas, en que la sociedad es una gigantesca máquina, destinada por la Providencia o el destino al logro de la mayor felicidad humana, la visión escolástica nos presenta una concepción finalista del mundo, en que la economía ha de estar siempre sometida a la moral. Autores como Luis de Molina, Leonardo Lessio y Juan Lugo, jamás pretendieron que el mundo económico estaba totalmente distanciado del plano de lo que es correcto o lo que no, sino que, por el contrario, se esforzaron por desarrollar una teoría del precio justo[1]. Alguien puede decir, ciertamente, que muchos defensores del libre comercio fundamentan sus tesis por sobre todo en visiones morales, pero aún así podríamos argumentar que estas son radicalmente distintas a lo que los doctores tenían en mente a la hora de elaborar sus tesis, con lo que la idea de ruptura sigue siendo válida, e insistio en que los fundamentos del liberalismo a nivel netamente económico están del todo distanciados de la moralidad, hasta el punto en que es posible que un liberal sea al mismo tiempo un relativista, cosa que de ninguna manera podría pasar con las ideas de los de Salamanca.
A lo añadido, se puede agregar el hecho de que, bajo los criterios de los austríacos, prácticamente cualquier escuela económica que defienda la propiedad privada, que el oro no vale siempre igual sino en función de lo escaso o abundante que sea, o justifique el préstamo con interés porque el dinero es una mercancía más capital, provendría de las ideas de los escolásticos salmantinos. En otras palabras, casi toda la Economía moderna.
¿Significa esto que no existe relación alguna entre ambas escuelas? Para nada. Ciertamente, existe evidencia de que las ideas de los doctores no murieron en España, sino que llegaron incluso hasta la Ilustración escocesa a través de los filósofos del derecho natural. Sin embargo, afirmar por esto que los austríacos son herederos directos de los de Salamanca, es algo que podría aplicarse a cualquier escuela económica derivada del pensamiento de Smith[2].
2.Gómez Rivas, León. "Marjorie Grice-Hutchinson y los orígenes del liberalismo en España": https://www.clublibertaddigital.com/ilustracion-liberal/11/marjorie-grice-hutchinson-y-los-origenes-del-liberalismo-en-espana-leon-gomez-rivas.html
A modo de dejar un complemento, Daniel Marín Arribas es un economista católico español, y escribió un libro titulado Destapando al Liberalismo. La Escuela Austríaca no nació en Salamanca (2018, SND Editores). Hice una reseña académica simil resuemn del mismo, que puede leerse en https://revistas.unlp.edu.ar/DyH/article/view/12530/12290. ¡Saludo!
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