"La inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario". Sin lugar a dudas, una de las mayores muestras de la polémica inteligente de Friedman.
Cosa curiosa, porque en términos estrictos, ningún viejo keynesiano se hubiera posicionado en contra de esta posición. La inflación es en esencia una alteración de precios, y eso es sin duda un fenómeno monetario, pero la pregunta permanece: ¿Qué ocasiona la inflación?
Para el monetarismo, a la inflación la causa el Banco Central que maneja el crecimiento de la oferta de dinero por encima del producto real.
Los viejos keynesianos, por su parte, sostienen que la inflación también puede ser causada por el sector privado. Los mercados financieros pueden endógenamente alimentar el crecimiento excesivo de la demanda nominal (la cantidad de dinero que desean los demandantes), y los mercados laborales pueden disparar la inflación de costos vía el conflicto por la distribución del ingreso[1].
Además, los poskeynesianos como Palley han afirmado que la oferta de dinero está determinada endógenamente por los préstamos bancarios. El mercado de préstamos es, según ellos, la fuente principal de creación de dinero en la economía[2].
Los estructuralistas latinoamericanos, además, hicieron también hincapié en la inflación importada que surge de las condiciones de subdesarrollo económico.
Más que un mero rechazo por la teoría monetarista de la inflación, el viejo keynesiansmo rechaza el monetarismo en todo sentido, tanto a nivel empírico como teórico.
A nivel empírico, Tobin mostró que el patrón de oferta de dinero-correlaciones de ingreso nominal que según Friedman conforma el monetarismo-, es, en realidad, consistente con el keynesianismo, donde el déficit presupuestario era contracíclico y monetariamente financiado.
Temin, por su parte, explicó que la hipótesis del shock del gasto keynesiano es más eficiente para explicar la Gran Depresión que la hipótesis del shock de oferta de dinero friedmaniana.
La crítica de Friedman a la política monetaria de la FED durante la crisis, es también comparable a la realizada por el viejo keynesianismo a dicha institución por haber actuado por debajo de lo óptimo.
Además, Friedman expone la necesidad de una política basada en reglas, en detrimento de las políticas discrecionales en materia monetaria. La crisis de 2008 confirmó lo innovadora que puede ser la Reserva Federal, y su disposición para formular políticas que a la postre contribuyeron a controlar la crisis.
Otra crítica totalmente diferente es la poskeynesiana, que objetó la teoría monetarista de la oferta de dinero. La piedra angular del monetarismo es que los bancos centrales controlan la oferta de dinero, siendo esta en consecuencia un fenómeno de origen exógeno. Los poskeynesianos afirmaron que la oferta de dinero está determinada endógenamente por los empréstitos bancarios, lo cual deshace las recetas de política monetaria que se enfocan en el crecimiento de la demanda de dinero, además de devaluar la explicación monetarista de las fluctuaciones económicas.
Finalmente, también cuestiona la afirmación de que la FED causó la Gran Depresión al permitir la contracción de la oferta monetaria.
Sin embargo, si hay algo que podemos aprender de Friedman en mi opinión, es sobre la división entre Economía positiva y normativa, con lo que vamos a lo que importa: la aplicación concreta del monetarismo, la gran causa de su descrédito en la actualidad.
A inicios de los años 70, los banqueros centrales estadounidenses abrazaron fuertemente la creencia en el monetarismo, y para el mes de Octubre de 1979 la Reserva Federal formalmente adoptó metas cuantitativas para las reservas bancarias. Sin embargo, esa década se caracterizó por una inflación y un desempleo elevados, además de por una gran volatilidad del crecimiento de la oferta de dinero.
Después de este mes, la FED experimentó con metas de reserva cuantitativa que produjeron volatilidad en las tasas de interés que llevaron a complicaciones con el tipo de cambio.
Estas dificultades llevaron al abandono de procedimientos monetaristas en 1981[3].
El caso británico es también paradigmático, aunque ha de ser juzgado de una forma mucho más moderada: no fue, definitivamente, un fracaso total, pero hay demasiado que criticar en él para considerarlo un éxito.
En 1979, el Partido Conservador capitaneado por Margaret Thatcher (la famosa Dama de Hierro) se hizo con el poder con nada menos que el 40% de los votos, con un plan económico basado en la reducción de impuestos y el aumento del gasto en defensa, con una consigna que fácilmente puede resumirse en ley y orden. Por aquellos años, el desempleo había logrado alcanzar la cuota de 1,3 millones de parados, el PIB crecía menos que el de sus vecinos continentales, y la productividad apenas crecía. Claramente, el Reino Unido se encontraba en una decadencia que no podía continuar, y que la líder conservadora se proponía transformar.
Es curioso, porque el thatcherismo no empezó como un proyecto político en que la ideología fuera algo central, sino que comenzó como una respuesta local a un problema británico, que consistía en que el tradicional funcionamiento de la economía nacional basado en la coordinación empresa-sindicato-gobierno había dejado de ser instrumento de creación de riqueza y garantía de cohesión social, y se había convertido en causa de conflictos a gran escala. Es a esta percepción a la que se denominó thatcherismo, durante los años 80.
Aparte de una mayor centralización del poder en las instituciones del gobierno central, con el fin de, según sus críticos, desintegrar la sociedad civil y todas sus sociedades de intermediación, el gobierno thatcherista tuvo una serie de consecuencias económicas, algunas positivas, pero otras tantas igualmente nefastas. Sin embargo, antes de analizar todas estas consecuencias, será necesario exponer las medidas aplicadas por el thatcherismo, de inspiración claramente liberal.
En primer lugar, tenemos las privatizaciones, la entrega de empresas estatales a manos privadas.
Aunque las primeras fueron ejecutadas por los laboristas (el partido de izquierda más grande de Gran Bretaña), y la primera privatización conservadora estuvo impulsada por la lógica de los acontecimientos (la de British Telecom), a partir de 1983 fueron incorporadas como política gubernamental. Montones de empresas pasaron a manos privadas, y además, los que vivían en propiedades municipales pasaron a tener las viviendas en propiedad.
En segundo lugar, tenemos la reorganización de las instituciones de propiedad estatal, que pasaron de estar en manos de los gobiernos locales a estarlo en manos del gobierno central, de estar bajo el control de gobiernos democráticamente electos a estar bajo el de organismos paraestatales no elegidos.
En sus últimos años, esta revolución se extendió a la economía financiera, y a la política social con la privatización de la educación y la sanidad, siendo la primera atribuida más a cuestiones ideológicas que a consideraciones económicas[4].
El gasto público también se redujo del 46% del PIB en 1979, al 34% en 1990, registrando un superávit fiscal del 1%,.
En cuanto a los impuestos, se rebajó el tipo máximo del IRPF del 98% al 40%, y el Impuesto de Sociedades del 52% al 33%, entre otras reformas fiscales[5].
No obstante, quizá la medida económica más destacable de Margaret Thatcher fue su liberalización del mercado financiero. El así llamado Big Bang se produjo el 27 de Octubre de 1986, con la repentina desregulación del mercado financiero de Londres. La City abría sus puertas, sin cortapisas ni trabas, a las finanzas mundiales. Acciones, bonos, divisas y demás, todo podía ser comerciado libremente en el mercado londinense (o desviado, según los casos, a alguno de los paraísos fiscales que giraban en su órbita).
Inversores y empresas de todas partes del globo llegaron hacia la capital británica. Las comisiones fijas fueron abolidas.
La alguna vez sencilla bolsa inglesa adoptó inmediatamente innovadoras tecnologías de la información, reemplazando la compraventa de acciones a voz por el intercambio electrónico.
El éxito fue mayúsculo, y prácticamente instantáneo, al erigirse Londres en capital financiera del mundo.
Se adelantó a Wall Street, aún regulado por aquella ley que separaba la banca comercial de la banca de inversión, como centro de la globalización financiera. En 1990, según el historiador Carlos Marichal, el valor de las acciones de empresas globales en la bolsa de Londres ya traspasaba el billón de libras esterlinas.
Según sus críticos, esta podría haber sido la semilla de la catástrofe de 2008. Eso que los expertos acabaron por denominar, financiarización de la economía.
Entre las estrellas surgidas de aquel Big Bang, destaca la de Dick Flud, ejecutivo apodado El Gorila, quien utilizó la forja de la City para transformar Lehman Brothers de casa de bonos en banco de inversión, logro que le ganó, en 2007, setenta y un millones de dólares. Y el resto es historia conocida, que trataremos en detalle más adelante[6].
Las consecuencias de todo esto oscilaron, fuera de lo estrictamente relacionado con el crecimiento económico, entre lo malo y lo mediocre.
En principio, debemos citar un impresionante aumento de empleos a tiempo parcial, y de contratos temporales. Muchos de los que no estaban especializados ganaban menos que el mínimo necesario para mantener una familia. Volvieron enfermedades propias de la pobreza, como la tuberculosis o el raquitismo, y los seguros de paro se diseñaron para obligar los trabajadores a aceptar empleos según las tarifas del mercado[7].
"No hay tal cosa como la sociedad", decía Thatcher. Pues bien, la consecuencia de esta visión fue que el empleo se disparara durante su mandato, a niveles no vistos desde la Gran Depresión, incluso después de las recesiones enfrentadas por el gobierno thatcherista.
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