sábado, 24 de julio de 2021

El nacimiento del Imperio Romano



Como tantos otros regímenes autocráticos, el Imperio Romano nació de una convulsa época de crisis. Casi parece ser de ley que aquellos órdenes políticos nacidos de la revolución, del barrido total del orden anterior, tienden a perdurar en el tiempo incluso hasta hoy. Ejemplos hay muchos, desde la China comunista hasta la República Islámica de Irán. Quizá algo similar ocurrió en Roma cuando, tras cuatro siglos de batalla incesante entre partidos políticos, Octavio Augusto logró finalmente convertirse en el primer emperador de Roma.

Nuestra historia comienza con uno de los amigos del célebre Escipión Emiliano, de nombre Cayo Lelio, quien intentó plantear una reforma agraria a fin de restaurar la pequeña propiedad rural y paliar la pauperización de las clases medias bajas, que sin embargo, se vio obligado a retirar y enterrar por la enconada oposición del Senado.

Doce años después, el joven Tiberio Graco, cuñado de Escipión Emiliano, fue elegido tribuno en el 133 antes de Cristo, y no tardó en conseguir la aprobación de la ley agraria en los comicios sin intervención el Senado. Mediante esta norma, el Estado recuperaba las tierras públicas y se encargaba de distribuirlas en lotes a las gentes arruinadas.

Nuevamente, a esta razonable normativa se opuso el Senado, que veía amenazados sus intereses, llegando progresivamente a acciones más contundentes para cada facción. Tiberio Graco tenía como consejero al griego Bossius, a quien Ortega y Gasset calificó de "una araña intelectual tejedora de trivialidades estrechas", por lo que encuadró a Tiberio entre los reformadores utópicos, un precursor de una larga serie. Junto a sus partidarios, destituyó al tribuno Marco Octavio Cecina, buscando hacerse reelegir, cosa que sus opositores aprovecharon para asesinarlo a él y a trescientos de sus acólitos.

Cayo Graco, hermano de Tiberio, intentó una década más tarde dar cima a la obra que aquél había emprendido. Como tribuno, propuso la ley frumentaria, que obligaba al Estado a vender trigo a precios económicos, y la ley viaria para construir vías que mejoraran las comunicaciones y dieran ocupación al pueblo.

Fue reelegido en el año 122 como Tribuno y, considerando que había cimentado su popularidad, lanzó un proyecto para otorgar ciudadanía a todos los habitantes de Italia. Su insistencia con la reforma agraria, desde luego, no se perdió, lo cual no evitó que perdiera el favor popular, y no fuera reelecto. Se suicidó en el 121 antes de Cristo a raíz de los ataques de sus enemigos, haciéndose matar por un esclavo fiel.

Esta reformas que respondían a favorecer al mayor número de personas, fueron abruptamente abortadas por la aristocracia romana, gestándose la creación del partido popular, que acabaría por enfrentarse violentamente al partido aristocrático durante un siglo entero. Tras los Graco, el asesinato estaba a la orden del día, y no se podían celebrar comicios sin que una banda armada irrumpiera en el foro. 

 En el 88 antes de Cristo el partido popular tomó el poder, iniciando un conflicto que tendría por protagonistas a Mario, jefe del partido popular, y al representante de la aristocracia Sila. Mario detentaría la jefatura del Estado durante alrededor de un año, sojuzgando a la nobleza.

En el año 85 antes de Cristo comenzó la Primera Guerra Civil, que concluyó con el triunfo de Sila, quien fue elegido en el 82 como dictador, y se le encargó crear una nueva constitución.

Sila destruyó el partido democrático, y restableció los privilegios nobiliarios, además de crear una constitución que pasó por alto las conquistas de los plebeyos.

Muerto Sila en el año 79, se renovaron las convulsiones sociales a raíz de las necesidades de la guerra, que obligaron al Senado a anular las leyes de Sila y entregar a los generales poderes ilegales. El ejército, pues, ya no era el ejército de Roma, sino múltiples ejércitos personales destinados a enfrentarse unos a otros.

Es en este contexto que aparece Julio César, quien había realizado un ascendente camino en la carrera de los honores. En el 58 a.C., el Senado le confirió el mando de la Galia, que logró romanizar del todo. Por su parentesco con Mario y sus acciones en beneficio de los desposeídos, se convirtió en líder del partido popular, y el Senado, preocupado por su creciente prestigio, decidió no renovar su mandato en la Galia y ordenarle licenciar sus tropas. César desobedeció, y cruzó el Rubicón con sus tropas junto a Rom, iniciando la Segunda Guerra Civil. El Senado dio su apoyo a Pompeyo, a quien César venció en Farsalia en el año 48.     

Ungido como dictador perpetuo e Imperator, fundó su legitimidad en la fuerza, hasta que en el año 44 a.C. fue asesinado por el Senado a los pies de la estatua de Pompeyo, hecho que originó nuevos conflictos sociales, que concluirían en la batalla de Actium. A partir de esa fecha, Octavio consolidó su poder y empezó a acumular diverso títulos, entre los que destacaba el de emperador.

La raíz del nacimiento del Imperio es, pues, el hartazgo: la gente estaba harta de no saber si viviría para ver otro día. La fatiga es el origen del Imperio Romano, la necesidad de que alguien, quien fuese, ejerciese el poder público. Y vaya que se logró.

Plinio habla de la "inmensa majestad de la paz romana" que Augusto dio al mundo durante cuarenta años, que los cristianos llegaron a llamar "la plenitud de los tiempos", por haber sido la primera vez en que el derecho prevaleció sobre la fuerza.

Bibliografía

Derecho Político, del profesor Patricio Colombo Murúa.



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