La obra de Alexis de Tocqueville, el máximo escritor liberal de su época, no es, curiosamente, representativa de una amplia corriente de pensamiento, sino que es resultado de la reflexión solitaria de un espíritu dedicado a juzgar la realidad de manera rigurosa e independiente.
Este personaje, a quien se ha llamado el Montesquieu del siglo XIX, es señor de Tocqueville, y heredero de una tradición aristocrática y terrateniente a la que permanecerá fiel. Esta tradición se concilia con su visión parlamentaria, y una actitud respetuosa pero libre respecto a la religión, propia de un hombre del siglo XVIII profundamente interesado por el racionalismo experimental. Es un provinciano a quien París le provoca una ambivalente sensación de nostalgia y temor. No es ni un revolucionario ni un reaccionario, lo cual se ilustra en cómo sirvió a la monarquía de Julio a la par que, además de criticar a los revolucionarios de 1848, fue ministro de la Segunda República Francesa. Pero estas adhesiones son siempre desinteresadas, y si acepta el acontecimiento es por pura fe en la continuidad del Estado.
Siempre estableció una diferencia entre el instinto y la reflexión. Era aristócrata por instinto, pero la reflexión le lleva a aceptar la inevitable evolución hacia la democracia.
Bajo esta línea de pensamiento es que escribió La Dèmocratie en Amérique, con treinta años y tras una estancia de menos de un año en Estados Unidos. La primera parte estudia la influencia de la democracia sobre las instituciones, mientras que la segunda está dedicada a la influencia de las instituciones sobre las costumbres. En L' Ancien Régime et la Révolution, su obra más importante, está sin embargo inacabada. Su primer volumen, el único que apareció mientras él vivía, se detiene al comienzo de la Revolución. El autor se propone demostrar que la centralización administrativa es obra del Antiguo Régimen y no de la Revolución o el Imperio. La Revolución es fruto de una larga evolución.
La América visitada por Tocqueville es la de Jackson, presidente de los Estados Unidos en 1829 y 1837, que vuelve a las fuentes de la jeffersoniana. Desconfía de los privilegios ya políticos ya económicos, y retorna a los principios de la Declaración de Independencia. Además, como buen americano, insiste en la igualdad de derechos Mientras Hamilton cree en el conflicto fundamental de los intereses, Jackson cree posible conjugarlos armoniosamente, afirmando que hay que confinar a los gobernantes en su función propia, la de proteger a las personas y los bienes.
El método de Tocqueville es el mismo en La Dèmocratie en Amérique que estudia una sociedad contemporánea, que en L' Ancien Régime. que evocar la historia de la sociedad francesa. Toda su obra es una meditación sobre la libertad, la obra de un moralista. No se preocupa por describir e tema, sino que busca una respuesta a la pregunta sobre la manera de conciliar la libertad con la igualdad.
La obra de Tocqueville se encuentra, pues, en las antípodas del positivismo, por no ser objetiva. Está, por el contrario, movida por la pasión, encauzada a través de intuiciones fulgurantes. Es muy mencionada la página que redactó sobre el futuro de Estados Unidos y Rusia, destinados a repartirse el planeta, pero es curioso también prestar atención a su cercanía con Marx al expresar que "se es ante todo de su clase, antes de ser de su opinión", que sólo las clases "deben ocupar la historia".
La Dèmocratie en Amérique surge de una reflexión sobre la igualdad. Afirma Tocqueville que los hombres tienen una eterna e invencible pasión por la igualdad, que lleva a que las sociedades evolucionen naturalmente hacia ella, hacia la democracia. Esta evolución, aunque le llena de terror, no le lleva a oponerse a ella por parecerle inútil e ilusorio. Más bien, es menester entender la democracia para impedir que caiga en la anarquía o la tiranía.
L' Ancien Régime et la Révolution, por su parte, reflexiona sobre la centralización y la decadencia aristocrática. La centralización monárquica conduce, según él, al mismo resultado que el nivelamiento democrático: el aislamiento de los individuos y su incapacidad de oponerse al despotismo. Este es, pues, el libro de un derrotado que no ha renunciado a la esperanza.
La libertad domina toda su obra, es la pasión de su vida (cómo él mismo lo dijo), y busca la manera de protegerla. Contrariamente a Montesquieu, no cree en los cuerpos intermedios, y es hostil al
presidencialismo y partidario del sistema bicameral.
Y a los males de la democracia, que tanto temía a la vez que defendía, preconizó tres remedios, a fin de evitar el individualismo. En principio, la descentralización administrativa, las libertades locales y provinciales, afirmando que el espíritu de comunidad es un elemento de orden público. En segundo lugar, la creación de asociaciones varias, que ayuden a formar un sustituto de la aristocracia. No es posible refundar la aristocracia, pero nada impide, decía constituirla mediante asociaciones de personas aristocráticas. Por último, pero no menos importante, las cualidades morales, la responsabilidad y la pasión por el bien público han de ser fomentadas, siendo como era un partidario de la primacía moral sobre la política.
Bibliografía
"Historia de las ideas políticas", de Jean Touchard.
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